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Maestros del San Agustín

Publicado: 2010-04-09

Foto: Globalizado

He prendido el computador y un flashback me devuelve a los años noventa. El amigo Ramiro Celis, joven comunicador loretano y ex alumno agustino, me envía un mensaje en el cual me pregunta por algunas anécdotas o recuerdos de mi paso por el Colegio San Agustín de Iquitos. Celis se ha propuesto armar a partir de testimonios diversos de gente que pasó por allí y sistematizarlos en una suerte de publicación que  - ojalá – tenga pronta distribución en el mercado.

De pronto, me imagino una serie de articulaciones que a través de la palabra escrita puedan narrar sus historias personales.

Me gusta que la gente vuelva a apasionarse por retomar la pasión de la memoria y de la escritura. Me reconforta saber que cada vez haya más gente que esté dispuesta a compartir con mayor entusiasmo sus anécdotas agustinianas. Por ejemplo, los de la Promo 1985, que han sacado suplemento en este diario. También, sin duda todos los escolares que salen de las aulas y cada año plasman sus memorias de rigor en la revista-anuario que atinadamente ha decidido editar el plantel dirigido por Víctor Lozano (y aquí unas palabras sobre él: si hay algo que la historia le reconocerá a Víctor tras su paso por la dirección del SA es su carácter permanente de reformador, motivador y pedagogo). No que hablar de las páginas web de varias promociones – como la mía, Promo 1993 - con fotos, audios, videos, foros de discusión y, claro está, la consabida lista de e-mail colectiva.

Siento que hablar del colegio San Agustín es siempre adoptar un sentimiento. No pasa lo mismo con la universidad, pero quizás pase lo mismo con el equipo de fútbol: en las buenas y en las malas, uno siempre es agustino. Yo soy intransigente y fanáticamente agustino, y siempre que me lo pidan estoy dispuesto a aportar en su beneficio.

Dicen que no hay mejor época de la vida que la del colegio. Yo estoy parcialmente de acuerdo con eso. Pero sí puedo afirmar que es una de las etapas más intensas y memorables. Me he propuesto recordar a todos aquellos profesores que marcaron varios momentos de mi estadía en el San Agustín. En principio, por respeto. En segundo, por cariño. En tercero, por nostalgia.

Me encuentro en una heladería con la profesora Teodelinda Ríos Robledo, que fue mi tutora en tercer grado de primaria. La profesora me sigue recordando sentidamente. Hace 25 años que no me ha vuelto a enseñar, pero me sigue tratando con el mismo afecto. Recuerdo a las incombustibles profesoras Lilia Mass de Córdova y Nilda Chávez de Jarama (que aparte de eficiente y comprensiva, ahora es estrella de la televisión nacional: “¡de Iquitos, su botica!)

Recuerdo al profesor Bardales, que era severo pero muy justo. Recuerdo a Aladino Ríos Vela, tan contrito, tan religioso, tan sachacura, tan generoso. Claro, también a la profesora Rina Langer, que trató de despertar en mí la pasión por las matemáticas, con resultados desastrosos (muy a su pesar). Recuerdo al buen Alberto Valdivia Shapiama, tan divertido cuando en sus clases de Arte nos sacaba al frente a demostrar dotes histriónicas (yo la hice con canciones de Leo Dan y poemas de Vallejo). Recuerdo sin duda alguna a la gran Consuelo Nogueira, de Educación Física, que tenía las piernas más moldeadas y fuerte que varios profesores varones, quien un día de segundo grado de primaria nos sorprendió haciéndonos bailar “Thriller” de Michael Jackson, luego de una clase de fulbito. Recuerdo al profesor Cabrera, tan correcto y formal, papá de la gran Nelly Cabrera Insapillo, atleta  loretana de primera que pudo haber dado más antes que el infortunio la golpeara una tarde del 86 en Paramonga. Cómo no, me acuerdo del profesor Lozano, aficionado al fútbol y a tirarnos puntapiés con borceguíes cuando – supuestamente –  nos pasábamos de faltosos.

Recuerdo también al profesor Artemio Bocanegra, que me enseñó Geografía y se cercioró que aprendiera algo de los ríos mundiales. Me acuerdo del profesor Duilio León Inti, bajito, siempre atento a responder preguntas sobre las Ciencias Naturales. Recuerdo a Elmira Amaya, que tenía fama de monja, pero siempre fue muy amable conmigo. Recuerdo a Lolo Pérez Gatica, que era muy gracioso a la hora de dictarnos las clases del “julbo”. Recuerdo al gran “Negro” Sánchez, que durante tres años toleró mi negado – pero entusiasta -  talento para los deportes con muy buen humor. Me acuerdo de Roque Maury y Armando Angulo, dos patas fuera de serie que sabían cómo conectar directamente con el alumnado.

Me acuerdo de Erwin Schreiber, que trataba por todos los medios de enseñarnos informática en una época en que se usaba aún computadores 386 y discos de 5 ¼. Me acuerdo de Margarita Tapullima y Sonia Ramírez, que descubrieron en mí un insospechado interés por la Química. Me acuerdo del profesor Zumaeta, que era tan bueno Me acuerdo de Víctor Cubas, que enseñaba Biología como si le obligaran, pero era muy didáctico. Me acuerdo, sin duda, del profe Celis, quien tenía una extraña pero entretenida forma de enseñar las matemáticas. Recuerdo a don Ferdinand Jarama, sin duda, quien tenía el aspecto de estar refunfuñando siempre, pero sabía manejar al variopinto como temible auditorio con clase y dignidad. Recuerdo a Antonio Bartolo, quien me caía bien a pesar que cuando debí viajar a los Estados Unidos sus clases aceleradas de inglés no me sirvieron de mucho. Recuerdo al gran profesor Meza, maestro de varias generaciones, mañoso, apasionado, divertido, chévere. Me acuerdo, sin duda de Oswaldo Soto, quien probablemente sea el profesor que más recuerden todas las generaciones que me antecedieron y las posteriores, debido a ese carácter tan jovial, intenso, alucinado, gracioso, pedagógico.  Me acuerdo del profesor Fernando Pérez, de los auxiliares Henry y Yogui (saludos cordiales).

Claro, recuerdo a Eugenio Alonso Román y sus clases de OBE acompañadas de las historias de Gun, Tina y el brujo Cashiuma. Me acuerdo del gran y memorable Silvino Treceño Ríos, mi padrino y profesor de historia. Me acuerdo del más grande, de Maurilio Bernardo Paniagua, maestro, amigo y motivador. Para hablar de estos dos, habría que dedicarles toda una edición.

Quizás esta lista sea injusta porque no están todos los que deberían (así como tampoco algunos de los que vinieron después, como los profesores Estilita, Ahuanari y Quevedo, entre otros), pero creo que es muy importante nombrar a quienes aquí están porque sí están todos los que son. A través de ellos, mi homenaje a todos los maestros agustinianos (y todos los maestros en general), porque ellos hicieron posible que muchas generaciones pudieran dar lo mejor de sí y ahora han decidido seguir transmitiendo a través del tiempo la identidad SA, el cual, como ya lo he dicho reiteradamente y una vez más lo haré, es un noble sentimiento que llevaremos indeleblemente, ahora y siempre, en el ardiente corazón

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Escrito por

Paco Bardales

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Publicado en

Diario de IQT

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