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¿ES POSIBLE ENSEÑAR VALORES?

Publicado: 2011-06-15

“No des a los menores problemas mayores, aconseja a tus hijos cumple tu rol” (Jingle de una campaña social)

“Para idiotas (la palabra es otra, y todos la conocemos), los bomberos” (Dicho popular)

“A los seis años entré en la escuela, e interrumpí mi Educación” (George Bernard Shaw, Oscar Wilde, Jorge Luis Borges, y según parece mucha más gente podría firmar esto)

"Esos locos bajitos a los que por su propio bien hay que domesticar" (Joan Manuel Serrat)

He notado que cada vez que escribo de Valores me encuentro con el problema de tener que explicar a montones de personas qué son. Como profe no me molesta tener una oportunidad de enseñar eficazmente, es algo así como sacarse la lotería todos los días. Y creo que eso es lo que hace que a pesar de todos los inconvenientes, problemas, ausencia de aprecio social y todo eso que tan bien sabemos, el ejercer la docencia sea lo más parecido que hay al paraíso perdido. Si no fuera por el sueldo, caray. Pero tratar de plantear los Valores Políticos siempre es complicado. De hecho, la vida práctica, la concepción misma de política, y una concienzuda campaña han logrado por resultado que la gran mayoría de personas identifique la Política con Suciedad, Maldad, Corrupción y toda suerte de valores negativos. No seré yo quien defienda a los políticos marrulleros y egoístas, pero esto es lo mismo que considerar a la Arquitectura como avara debido a que algunos arquitectos cobran grandes sumas por su trabajo.

Enseñar, Educar y Aprender

Ser un “educador” en todo el sentido del término no es cosa fácil. Enseñar, lo que se dice enseñar, eso lo puede hacer casi cualquier persona, de hecho dicha función la realizan libros, películas, periódicos, Wikipedia, programas de TV y radio, páginas web, incluso todo aquello que percibimos en el día a día de nuestra vida. Para enseñar hay muchos medios, sobre todo si creemos, con Vygotsky, que la sociedad intermedia lo que se enseña. Total, enseñar es básicamente transmitir conocimientos, lo que es connatural al proceso educativo. Yo enseño historia, geografía, ciudadanía, economía, y a veces matemáticas y ciencias. Es que me gusta el conocimiento, lo disfruto mucho, me apasiona realmente, y me gustaría tener mayores habilidades para transmitir no sólo los contenidos, sino la pasión que me inspiran. Y si me miro a mí mismo en plan histórico, me metí casi sin darme cuenta en el cuento este de “educar”, porque el apasionamiento es una potencialidad de las personas, como lo son muchas otras cosas, en sentido intelectual, afectivo, moral, incluso motor. Se siente pasión por el salto alto, por los robots, el anime japonés, el idioma italiano, el cine, las computadoras o los motores. El quid del educar es el desarrollo de las potencias creadoras de las personas, es facilitar la evolución intelectual, motora, emocional y moral de personas de carne y hueso. Cualquier cuerpo de conocimiento a transmitir – a “enseñar” – implica obtener como resultado desarrollos personales individuales en todos estos niveles. Cuando educamos siempre partimos de una situación “A”, la que queremos llevar hasta “B”, y eso porque pensamos que la situación “B” es más deseable que “A”. La Educación, por lo tanto, no es ni puede ser éticamente neutra, desde que hay situaciones de las personas que entendemos como mejores que otras.

Educar no es sinónimo, pues, de Enseñar, y menos aún de Aprender. A diferencia de la educación, que es actividad teleológica, o sea orientada a una finalidad, el Aprender es axiológicamente neutro. Es decir, el aprender no implica en sí mismo ningún valor. No es difícil cotejarlo: Se puede aprender cómo fabricar bombas, cómo ser homofóbico o racista, cómo explotar al prójimo, robar o matar; así como se puede aprender a sembrar quinua, a ser tolerante y abierto, cómo proteger a los débiles del abuso, cómo trabajar y preservar la vida. En todos estos casos se aprendió contenidos que fueron “enseñados”. Aprender de hecho es muy distinto de educar. La Educación informa al aprendizaje con una escala de valores que guía el aprender de las personas individuales y colectivas. Tal escala de valores no procede del aire, sino de todo aquello que consideramos que es “mejor” socialmente hablando, incluso desde las perspectivas más simples. Aprender a pulsar un botón que nos proporciona luz en la noche tiene equivalente en el aprender a pulsar un botón que gatille una explosión destructiva. Pero EDUCAR para pulsar el botón que hará explotar una bomba para un atentado es una monstruosidad que haría temblar a Pestalozzi o Herbart en su tumba.

Cuando la enseñanza está dirigida únicamente a los contenidos conceptuales o a los procedimientos para hacer algo decimos, o debiéramos decir, no que es educativo, sino que es instructivo. Y aquí viene el centro de todo este asunto.

¿Se educa en Valores o se aprende Valores?

Aterricemos en los Valores que supuestamente “enseñamos”. Sostengo, a modo de hipótesis, que no es posible “enseñar valores” en un sentido amplio. Y como toda afirmación arriesgada, tiene su par de bemoles. Porque la base de toda Educación es la capacidad de Aprendizaje. Y el Aprendizaje es algo verdaderamente complejo que aún no terminamos de entender muy bien. Teóricamente sí podemos “educar en valores”. Lo que no podemos hacer es “enseñarlos”. Sé que es una afirmación arriesgada, que depende de muchos aspectos, pero ahí la lanzo, para que me la destrocen en busca de la verdad.

Imaginemos una situación simple y muy primaria de enseñanza de Valores, empleando como mediador digamos las antiquísimas Fábulas de Esopo. Éstas muestran una serie de situaciones vividas por protagonistas animales que figuran determinadas situaciones sociales de conflicto ético, y las reacciones de los dichos animales, con una moraleja incorporada. De hecho incluso una de ellas, la del Perro del Hortelano, fue usada por nuestro saliente gobernante, para ilustrar una situación muy discutible, lo que prueba su potencia pedagógica, pues todos lo entendieron. Por conocidos procesos de comparación y analogía, la lectura de Esopo introyectará en los discentes ciertos contenidos éticos y morales, un deber ser, a través de este muy primario y útil estudio de casos. Esto podría ser empleado por un profesor en clase o por un papá o mamá en el cuento de la noche para hacer dormir a los niños. Pero debemos ser conscientes que solamente funciona en una etapa primaria del aprendizaje.

Es que no solamente aprendemos lo que nos enseñan los padres o profes. Es un hecho que a determinada edad, los discentes – nombre bacán que empleamos para no decir alumnos - empiezan a utilizar sus propios cerebros, y empiezan a construir por sí mismos una serie de estructuras cognitivas, en especial en lo valorativo. Creer que los chicos solamente “aprenden” en la escuela es irreal. El hogar, los medios de comunicación, el entorno social y mil otras influencias empiezan a integrarse en estructuras cognitivas complejas, y esto empieza a ocurrir a muy temprana edad. Muchos niños y niñas tenían una preferencia en estas últimas elecciones, y la decían y en varios casos la confrontaban. La sociedad estaba tan centrada en la campaña electoral que esto se filtró hasta nuestros hijos y ellos reaccionaban “votando”. No les resultó a muchísimos niños y niñas nada difícil decir que “votarían” por tal o cual candidato, y muchas veces dando una opinión que en ocasiones no se diferenciaba en mucho de la de personas mayores. En ciertos casos su argumentación era bastante más sólida, me temo.

Se puede enseñar al discente durante un ratito con estrategias tipo Esopo, pero esto tendrá límite, debido a que el discente empieza a “auto-educarse” muy tempranamente, empezando a confrontar estos contenidos con otros que va aprendiendo socialmente a través de otros canales. Claro, podemos destruir eso. Podemos mantener a nuestros niños en un estado de regresión ética y catatonia cognitiva tratándolos como retrasados mentales ético-morales a través de la represión, por ejemplo, desalentando el pensamiento independiente y el uso de las propias neuronas. De hecho lo hacemos cuando alentamos el memorismo y la paporretería, y estatuimos como “aprendizaje” solamente aquello que el discente pueda memorizar a través de una evaluación que privilegie la repetición de contenidos.

Pero la conducta social suele ser mucho más compleja, y la paporretería no nos da respuestas para resolver los múltiples dilemas éticos y políticos a los que nos enfrentamos diariamente. Los procesos del aprendizaje social con sus múltiples mediaciones, suelen así entrar en conflicto con los contenidos primarios que se “enseñan” vía Fábulas de Esopo, por ejemplo, en la educación formal. Cuando el discente ingresa en la dinámica del modelamiento (modelling) social de la personalidad, aprende ya no contenidos “sueltos”, sino que APRENDE QUE PUEDE APRENDER de maneras distintas a las del salón de clase. Los ejemplos esópicos se le han mostrado – enseñado – a los niños, y un cierto concepto del valor de la verdad entró a través del ejemplo y el estudio de caso, pero ello se confrontará con las muy reales mentiras que le escucho decir a papá, mamá, o a los políticos. Y si en la educación formal y en el hogar se persiste en considerar a los niños como aprendices puramente primarios, por ejemplo por una mal entendida “protección”, pues entonces se nos escapan cognitivamente y empiezan a aprender en situaciones no controladas. Los niños y niñas empiezan a ampliar su experiencia, por ejemplo, en la tele comienzan a dejar de ver Discovery Kids, y empiezan a ver “Al fondo al sitio”. Cuando hay monitoreo y presencia paterna/materna esto es completa y absolutamente normal y deseable, y es una de las formas en que realmente educamos a nuestros hijos.

Pero algunos padres y maestros se angustian con ello. Recordemos que nosotros mismos hemos sido criados en contenidos valorativos simples y muy poco elaborados. Y que nuestra educación política es poco menos que inexistente. En realidad a generaciones de peruanos nos dejaron en la inopia ética y política. Confrontamos los valores que nos enseñaron con la realidad, y llegamos a la conclusión que la Política, y muchas otras cosas, apestan; y que la ética está bien para los bomberos, pero que no es una cosa seria. Creemos, Dios sabe por qué, que hay que proteger a los niños de los dilemas éticos y políticos. Por lo tanto construimos un cerco emocional y físico alrededor de nuestros niños, no queremos que se nos escapen, y ahí se linda peligrosamente con la represión o el ghetto. Es así que se “aprende” por “modelling” una forma de hipocresía que los niños que consiste en la variación del discurso manifiesto de acuerdo al medio ambiente en el que estoy. En el colegio me memorizo lo que me dice el docente, y en la evaluación repito lo que me han mostrado sobre el valor de la verdad, mientras que en los ambientes exteriores cambio el chip para reproducir la situación social de mentiras constantes que se dicen en la vida cotidiana. Y aprendo a mentir según la situación que se presente.

La conducta social, por ende, no provendría primariamente de la enseñanza formal, sino del aprendizaje social. Es decir, de la Educación formal e informal, A LA VEZ. Expliquémoslo lo mejor que podamos.

Dos formas consecutivas de aprendizaje

En términos generales, padres y docentes educamos razonablemente bien cuando el aprendizaje es meramente el logro de cambios en el comportamiento. Si solamente tenemos piedras para clavar los clavos, enseñamos a nuestros hijos y alumnos que hay formas 1, 2, 3, 4 y más de clavar un clavo. El problema empieza cuando entra un martillo en el esquema. La presencia social del martillo nos obliga en primer lugar a “desaprender” ciertas cosas, y luego a variar no el comportamiento, sino el modo de comportarnos. Enfrentado al martillo, debo tomarlo por el asa, y realizar movimientos motores parecidos y a la vez diferentes de los que hago con la piedra que hasta hoy he usado. Es un neo-aprendizaje que rebasó el límite de la conducta aprendida previamente. Cuando los niños enfrentan estas situaciones cognitivas sin monitoreo, por lo general se desenvuelven razonablemente bien a través de métodos de ensayo y error. Si hay maestro, claro que se le facilitará el proceso. Pero esto, como hemos visto, no funciona así en el caso de los valores sociales, dado que tendemos a proteger la “inocencia” de nuestros niños.

Me dicen que yo debo decir siempre la verdad, y así me lo enseñan formalmente, vía Fábulas de Esopo, por ejemplo. Pero imaginemos que el niño se encuentra frente a una situación en la que percibe que un tercero – el padre o el maestro – miente, por ejemplo, para evitar una tarea enojosa. El niño percibe, porque idiota no es, que es “mejor” y “más ventajoso”, mentir que decir la verdad. Vemos aquí como el niño evoluciona desde lo simple de modificar la conducta hasta lo complejo de modificar la pauta del aprendizaje. El niño aprende que la observación le proporciona pautas distintas a las que aprendió originalmente a través de la enseñanza formal. Aprende ya no solamente en el colegio, sino en la casa y en la sociedad, y lo hace de modo diferente, observando la conducta ajena en determinadas circunstancias, y ya no solamente las fábulas de Esopo que les enseñamos. Los psicólogos lo verbalizan como refuerzo negativo, y apostamos el cuello a que este refuerzo es constante. Pregunta: ¿Cuál de las dos pautas se fijará: la “oficial” de la educación formal, o el ejemplo percibido? Evidentemente la segunda, que es una constante cultural proveniente de estructuras que padres y maestros hemos aprendido en nuestro devenir social, y que reproducimos la mayor parte de las veces sin ser conscientes de ello. El miedo a exponer a los niños a una situación cuyas consecuencias pueden ser terribles se transparenta constantemente en nuestra sociedad – imaginemos qué le pasaría a un niño individual que empezara efectivamente A DECIR LA VERDAD, y no quiero ni pensar si fuera una generación entera de niños que empezaran efectivamente A DECIR LA VERDAD. Parece que los adultos entendemos que “no deben decirse” ciertas cosas para no exponer a nuestros hijos a las verdades verdaderas, las que supuestamente les causarían un daño horrible, aunque desconocido de nosotros mismos. No es extraño que muchos adolescentes, al percibir de modo más solvente las inconsistencias, se sientan estafados y engañados por sus padres y la sociedad en su conjunto.

En la mayoría de los casos, la contradicción se manifestaría en la forma de separación en compartimentos estancos de las circunstancias en las que el niño dirá la verdad o mentirá. Los niños más despercudidos harán preguntas difíciles y embarazosas, tratando de resolver el impase. Y el problema es que los padres, ellos mismos en la orfandad axiológica, jamás resolvieron el dilema, y por ende carecen de argumentos solventes, derivando en respuestas que van desde el balbuceo infantil hasta el reconocimiento cínico de la cisura entre verdad y mentira en la sociedad. Así, nos suena a hueco esa campaña con el atractivo jingle que dice “No des a los menores / problemas mayores, / aconseja a tus hijos / cumple tu rol”. La buenísima intención de la campaña me suena a lanzar a los sufridos padres de familia a una ofensiva sin fusiles ni municiones, y, peor aún, sin casco. Aunque estoy de acuerdo que puede servir para justificar el gasto e que se incurre.

Algunas conclusiones

Las nuevas circunstancias políticas y más democráticas que vive nuestra nación obligarán a los adultos a aprender sobre ética y política, es decir, a pasar por el proceso de desaprender y reaprender lo que se sabía acerca de la ética y la política. Sin eso no podremos educar a nuestros niños en ella. Ya no podemos pretender más que la ética y la política no están ahí y no existen, y que no cumplen su alta función de relacionar a los grupos sociales en busca de una sociedad armoniosa donde podamos convivir en una libertad bien entendida. Será difícil, estoy seguro, pero lo cierto es que la realidad ya nos alcanzó, y hay que responder a ella.

De estar en lo cierto en todo lo dicho, los valores éticos y políticos no se aprenden en la educación formal, sino en el aprendizaje social. La sociedad modela a sus niños y jóvenes en una determinada manera de aprender que resulta ser, como en cualquier sociedad, una correa de transmisión de los contenidos ideológicos que realmente informan la sociedad. Como los miembros de nuestra sociedad somos mentirosos, trasladamos la peculiar manera de mentir que tenemos los peruanos a los nuevos peruanitos. En consecuencia enseñamos un “deber ser” escolar y formal doble, lo que produce una suerte de hipocresía institucional silenciosa.

¿Qué se hace en un medio ambiente así para resolver este tema? Todos aspiramos a que nuestros hijos posean valores, aunque muy bien no sepamos por qué. He escuchado y leído varias veces en el transcurso de la última campaña la apelación a los descendientes, en una suerte de catarsis personal de algunos padres, más o menos así: “Yo a mi hijo no le enseñaré que la corrupción paga”. Y también he leído apelaciones a las generaciones por venir más positivas en manifiestos en los que se considera que aceptar el dinero y el consumo como valores superiores a la vida humana no es lo que se desea transmitir a nuestros hijos. Esta actitud militante y comprometida de padres y maestros también se transmite, felizmente, a nuestros descendientes.

Como hemos dicho en artículos anteriores, la supervivencia y la realización personal son valores muy importantes, pero que no justifican, en una escala sólida de valores sociales, la esterilización masiva, el asesinato a mansalva, el racismo desatado o la intolerancia cultural. La difundida quisicosa esa de “Para c… los bomberos”, a más de ser un desprecio de la abnegada actitud de valientes mujeres y hombres que combaten por sus semejantes en casos de emergencia o cataclismo, indica el verdadero sentir de la mayoría cuando enfrentamos un dilema ético. Esta actitud debería ser deconstruida para ser entendida por todos, y desterrada de una sociedad sana. Ello implica un esfuerzo educativo directo y frontal, que entendemos debería ser parte de una política integral contra la corrupción.


Escrito por

Javier Bellina de los Heros

Profesor, es decir, sobreviviente. Lector e iconoclasta, con ciertos límites. Libre e independiente por la voluntad particular mía. Con aspiraciones ciudadanas libertarias. Con alguna que otra idea, y bastante bilis. Admirador de Orfeo, radical pensante, pero


Publicado en

Memorias de Orfeo

De Educación. De Política. De Todo.