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Facundo Cabral: maten al mensajero

Publicado: 2011-07-09

“Si los malos supieran lo buen negocio que es ser bueno, serían buenos, aunque sólo fuera por negocio”. Si al menos sus asesinos hubiesen escuchado esta frase de Facundo Cabral dicho en algunos de sus espectáculos, tal vez ayer, hubiesen comenzado una genial carrera por la pacificación de Guatemala. Pero no lo escucharon y Cabral, un trovador más que cantante, un juglar moderno más que el autor de varios temas célebres, fue asesinado ayer en la capital guatemalteca de dos disparos. La muerte más incomprensible para alguien que llevó un mensaje de paz por todo el mundo.

Dueño de un infancia pobre junto a seis hermanos y una madre a la que por amor y devoción transformó en el personaje central de muchos de sus espectáculos y sus historias, Facundo había nacido en Buenos Aires el 22 de mayo de 1937, pero su infancia transcurrió entre La Plata y Ushuaia, y entre la ciudad bonaerense de Tandil y el mundo el que recorrió con el desparpajo de un argentino tradicional y la austeridad de un monje tibetano.

No leyó ni escribió hasta los 14 años, cuando comenzó aprenderlo todo. A escribir y a vivir lo bueno y lo malo de la vida. Lo aprendió en la calle y en un reformatorio para menores, donde recayó por su condición de niño violento. Entre otras cosas aprendió a tocar la guitarra y con ella partió a Mar Del Plata, donde comenzó a hacer presentaciones como aficionado, cantando poemas de Atahualpa Yupanqui y el folclorista José Larralde, bajo el nombre del “Indio Gasparino”

En aquella década de los 60 en los que luchaba por hacerse un lugar en la música local, todavía estaban lejanas sus menciones a Dios y a su madre, sus referencias bíblicas pero ya abrevaba con fluidez en Walt Whitman y frecuentaba a Jorge Luis Borges para discutir sobre San Agustín, San Francisco de Asís o Diógenes entre otros filósofos, del que aprehendió cierto cinismo en su humor a la hora de componer sus relatos. Se lo podía definir como una anarquista sin militancia o “un ser descaradamente libre”, como se autodefinió no hace mucho.

A todos los cito en sus espectáculos y de todos se nutrió para difundirlos, de la misma forma que lo hacía con sus amigos taxistas o pordioseros que iba ganando en cada uno de sus viajes por el mundo.

Fue recién en 1970, cuando al componer “No soy de aquí, no soy de allá”, que hiciera popular su amigo Alberto Cortez, trascendiera el estrellato y las fronteras de su argentina natal. Más de 700 versiones en 28 idiomas se grabaron de esa canción, paradójicamente, la última que cantó en su vida, el pasado jueves en Quetzaltenango.

En 1975 amenazado por la banda ultraderechista Triple A, se exilió en México y desde México recorrió el mundo. El propio Cortez, sostiene que fue en esa etapa “donde quedó atrapado por la cuestión mística, el mensaje religioso”. Cuando en 1984 regresó al país con su espectáculo FerroCabral, lo esperaba una multitud y el éxito en ventas. Ya había perdido a su esposa y una hija en un accidente aéreo, y un tumor cerebral ya lo tenía a mal traer, contra el que lucho denodadamente, en los consultorios y en los escenarios, más en los escenarios que en los consultorios (“porque allí recibí al inyección de salud para seguir adelante”, sostienen sus amigos), y se dedicó a viajar y a vivir en cuartos de hotel. Y así justamente, lo encontró la muerte ayer, ligero de equipaje como su adorado Antonio Machado. Sólo lo puesto y un diminuto bolso con sus pertenencias. Lo demás estaba todo en su memoria y en su corazón juglaresco.

Su música, su canto y su condición de juglar de la paz y la vida, no cuajó entre los intelectuales, que nunca lo reconocieron. Tal vez fue esa una de las pocas quejas que le escucharon sus amigos emitir de sus labios, ya que se consideraba el más afortunado de los seres humanos. “he recibido mucho del señor, desde la pobreza hasta la riqueza de recorrer el mundo”, decía.

“Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita” o “el hombre cuanto menos posee puede sentirse más libre”, repetía entre cientos y cientos de citas de un simpleza tan grande que podía encerrar la más profunda de las sabidurías y un humor inefable. De ahí los grandes silencios que se generaban a su alrededor tanto en cada uno de sus shows como en sus interlocutores en una charla de café.

“Una vez le pregunté a mi madre: mamá quien es mi papá. `¡Qué se yo nene, había tanta gente!, me respondió”, bromeaba para que el auditorio quede envuelto en carcajadas.

Seguidor de la Madre Teresa de Calcuta y de Eva Perón, por diferentes razones. Una le marcó el ejemplo, la otra le ayudó en su pobreza infantil. “Bienaventurado es el que no cambia de sueño de su vida por el pan de cada día”, solía repetir. Grabó memorables trabajos que se trasformaron en cientos de shows, como “Pateando tachos”, “Cabralgando” o junto a su amigo Cortez, “Lo Cortez no quita lo Cabral”, con el que se presentaron desde Bellas Artes de México hasta el Lincoln Center de New York o el Luna Park de Buenos Aires y en varias ciudades de Latinoamérica y Europa.

Ayer, al conocerse su asesinato lo lloraron todos. Desde la gente de a pie hasta los presidentes como el colombiano; Juan Manuel Santos o el ecuatoriano, Rafael Correa. “Fue un gran amigo y un compañero genial. Se fue un buen tipo”, alcanzo a decir dolorido Cortez, mientras que otro de sus socios en el canto y en la vida, Jairo, lo recordó como “un ser entrañable, maravilloso, con buen sentido del humor e ingenioso con el que me tocó compartir momentos muy bellos”.

El mandatario guatemalteco, Alvaro Colom, lamentó el hecho y se comunicó con su par argentina, Cristina Kirchner, quien no se expidió al respecto.

Una muerte siempre resulta incomprensible, más la de un personaje como Facundo que por portar su mensaje de paz había sido designado embajador de la Unesco en 2008. Tal vez el mismo, quien desde hace años venía siendo desafiado por otro cáncer de páncreas, haya ayudado días antes de su asesinato a comprender su propia muerte cuando al terminar su actuación el martes último en el Exponcenter de Guatemala, se despidió diciendo: “ya les dí las gracias a ustedes, ahora las daré en Quetzaltenango y después que sea lo que Dios quiera porque el sabe lo que hace…”


Escrito por

josevales

Soy José Vales y dicen que nací en el policlínico Eva Perón de General San Martín, en 1962. Que soy periodista desde 1985 y en los ratos libres se los dedicó al café. Dicen que después de años de vendedor (voceador o canillita)de periódicos en la vía pública y


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