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¿El Estadio Nacional será de todos?

Publicado: 2011-07-24

Más allá de las denuncias por las constantes ampliaciones presupuestales, lo cierto es que las fotos del nuevo Estadio Nacional impactan, no por la modernidad del mismo ni por el divertido juego de lucecitas que ya nos han enseñado, sino porque que su elocuente remodelación no parece haber servido para albergar a una mayor cantidad de gente pues los excesivos palcos casi los han privatizado en beneficio de una minoría: la minoría de quienes hoy pueden gozar del crecimiento económico.

¿Cómo puede haberse aprobado un diseño arquitectónico como el que estamos observando? ¿Cómo es posible que la remodelación del Estadio Nacional haya sido planificada -y presupuestada- casi solo para el beneficio de unos pocos? Lo sucedido es increíble y vergonzoso, pero no solo, como digo, por los indicios de malos manejos que ya existen sino, sobre todo, por la simbología que su nuevo diseño impone y representa: el de un goce destinado a marcar la diferencia entre ricos y pobres, y que parece complacerse con ella.

¿Existe entre nuestros liberales peruanos alguna interrogación sobre los límites del funcionamiento del capital y sobre los poderes a los que sirve? Hace unos años, en el medio de una campaña electoral, el Ing. Woodman fue acusado por ser el “candidato de los ricos” pero quizá con dicha frase no se quería denunciar la cantidad de dinero que posee sino, más bien, el que fuera el representante de “una visión del mundo” que se desentiende de la desigualdad, que parece promoverla  y que no se muestra comprometida en querer combatirla. Me explico mejor: un estadio cualquiera, digo, un estadio de cualquier club privado tiene todo el derecho de tener la cantidad de palcos exclusivos que se deseen, pero un Estadio nacional no puede imitar dicho modelo porque, justamente, se trata de un lugar “nacional”, vale decir, un lugar de todos y, por lo mismo, su diseño debería haber estado pensado para promover una experiencia de integración antes que de jerarquía y desigualdad.

De hecho, el autoritarismo que hoy existe en el Perú no solo refiere ya a una cuestión de estilos de gestión pública. Hoy, sobre todo, asistimos al “autoritarismo del capital” que consigue barrer con todo cuanto encuentra a su paso. Hoy, cada vez más, observamos la presencia opresiva del poder económico y su ejercicio sin límites sobre las ciudades y los ciudadanos. Lejos de haber aprendido algo de las décadas pasadas, en el Perú seguimos observando el absoluto desinterés por neutralizar las jerarquizaciones existentes, al menos al nivel simbólico.

Durante esta última campaña electoral, se nos ha dicho que para que haya “chorreo” primero debe existir una mayor generación de riqueza pero, en realidad, lo que está ocurriendo es exactamente lo contrario. Hoy, a más generación de riqueza, aparecen mayores jerarquizaciones y se revela un sistema mucho más sofisticado de exclusión social. Los nuevos palcos del remodelado Estadio Nacional son un excelente ejemplo de ello; son un horror. Y lo son, porque dan cuenta de una época caracterizada por la absoluta tiranía del capital y por la complicidad de un Estado que pasivamente se somete a ella.

Tiempos atrás los arquitectos pensaban en la organización colectiva del espacio que, teóricamente, siempre es de todos. Por lo mismo, hace más de 50 años diseñaron un Estadio nacional con canchitas de fulbito a su alrededor, vale decir, un lugar abierto y amable profundamente integrado con la población. Hoy sucede todo lo contrario. Puede ser de muy mal gusto decirlo ahora pero cuando dentro de poco los peruanos vayamos a ese Estadio a alentar a la selección nacional, lo que observaremos será, tristemente, un recinto deportivo que nos confrontará, una vez más, ante una sociedad duramente fragmentada, (quizá mucho más fragmentada que antes) e insistentemente jerarquizante. A pesar de los optimistas discursos que sobre el progreso y el desarrollo hoy circulan ingenuamente por todos lados, sigue existiendo en el Perú un goce social por marcar las desigualdades y por complacerse con ellas. En los pocos días que faltan para que este gobierno acabe, el presidente Alan García sigue inaugurando obras faraónicas, muchas de ellas muy mal hechas. ¿Un gobierno exitoso y democratizador?: “Ja, ja”, como dice el estupendo título de Alfredo Bryce.


Escrito por

Victor Vich

Crítico literario. Doctor Georgetown University, EEUU. Enseña en la PUCP. Ex-profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes.


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