¡DESAKATO! DESACATANDO SU PROPIA LEY EL POETA RICARDO QUESADA SE HA IDO
La última vez que nos vimos fue en la Feria del Libro realizada el año pasado en la explanada del Museo de la Nación. Yo hacía la cola y apareció él. Tímidamente aceptó sumarse, delante de mí, a la larga fila de personas ansiosas por llegar a la puerta. Ya dentro revisamos unos libros mientras conversábamos. Iba a estar, me dijo, unos días en Lima y propuso que nos volviéramos a ver en el curso de la semana para tomar un café y seguir conversando. Luego nos separamos en medio de los numerosos visitantes que poblaban la feria. Me encontré con Eloy Jáuregui, con quien cruzamos algunas palabras, y seguí caminando y mirando libros. Más tarde me retiré.
El nuevo encuentro nunca se dio. Pero con cierta frecuencia, casi constante, al abrir mi correo encontraba un envío suyo: poemas a veces desconcertantes que hablaban de soledad. A manera de "firma personal", sus correos traían esta frase, bella, verdadera y aleccionadora: "una manera de vivir es vivir sin detenerse". Y, cierto, él no se detenía y no detenía el desborde impenitente de su creación poética y de la desesperada lectura que hacía del mundo que lo rodeaba, y tampoco detuvo la perseverante paciencia de enviar todo lo que escribía a quienes él sentía como amigos. Y, regocijados y, claro, también estupefactos, recibíamos sus poemas, es decir, nos hacíamos en algún modo testigos del desgarramiento de su alma que se convertía en palabras.
Antes de hacer uso más o menos constante del correo electrónico, en algún bar del jirón Quilca, donde en grupo conversábamos poetas y artistas alrededor de una mesa, solía él acercarse y tras esbozar una sonrisa y soltar un saludo, medio furtivamente, casi por debajo de la mesa, alcanzaba a los "de más confianza", unas hojas de papel bond engrapadas y protegidas por una cubierta de celofán; enseguida, llevándose su sonrisa y su candor, desaparecía. Esas hojas contenían, ¿qué más?, la poesía limpia, clara, resplandeciente, de este hombre de pelo largo y bigote que no dejaba de usar anteojos. Poesía con pulsiones de rock. Poesía nutrida de amor. Poesía movida por el asombro. Poesía dominada por la duda y la certeza.
Pero hace unos días llegó, como última valija, un correo que portaba poemas que, ya sin escrúpulos, hablaban de la muerte que ya no estaba a la vuelta de la esquina sino "aquicito nomás". Poesía que, expuesta a la soledad ("solo/ solo/ solo"), nos traía un anuncio ("es 27 tengo que irme/ soledad/ soledad/ pero cómo hacerlo") y un reclamo que -cariñosos pero imbéciles- no comprendimos: "rescátenme!!!". A estos últimos poemas enviados les puso un título que, en buena o mala cuenta, es como una ley construida por él: "Prohibido suicidarse en primavera".
El poeta, ahora, ya no está con nosotros y, aunque queramos hacerlo ya es muy tarde: será imposible rescatarlo de su pozo. Ricardo Quesada se ha ido. Fiel al "desakato", desacató su propia ley. "Vivir sin detenerse", decía. Pero se ha detenido. A mí -lo confieso- me ha hecho llorar esta noticia.
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Uno de los últimos poemas de Ricardito Quesada:
PROHIBIDO SUICIDARSE EN PRIMAVERA
hoy es 27 de Setiembre
y es martes y llueve
llueve tanto y tanto
mis planes arruinados
eso es lo que me jode:
ya no quiero seguir acá
es demasiado:
te recuerdo
tu sonrisa
tu voz
nuestras manos siempre juntas
qué pasó?
qué mierda pasó?
solo
solo
solo
tan solo