El deseo de ser madre
Marian Pernía*
Durante muchos años el ser madre no formó parte de mis planes y no tenía claro si algún día ese deseo estaría presente. Me dediqué a estudiar en la universidad, luego vino el postgrado y el trabajo, incluso llegue a casarme y aunque quien era mi esposo me insistía en tener un hijo, yo no sentía que era el momento. Muchas de mis amigas con hijos me hablaban de la dicha que sentían al ser madres, pero yo nunca me conecté con ellas o lograba entenderlas porque estaba centrada en lograr el éxito profesional y eso me generaba mayor satisfacción.
Pasó algún tiempo y cuando mi hermana me anunció que estaba embarazada la emoción me invadió. Ese suceso cambió mi vida y todos los meses de espera estuve comprando cosas para mi sobrina e imaginándomela en mis brazos. Fue maravilloso arrullarla y contemplarla cuando estaba recién nacida, y disfrutar verla crecer aunque no estuviese presente todo el tiempo sino una o dos veces al año porque vivimos en países distintos. Incluso, debo confesar, en muchos momentos de crisis existencial mi sobrina María Isabel fue mi inspiración. Y fue entonces cuando empezó a surgir el deseo de ser madre, que con el pasar de los años se fue haciendo cada vez más fuerte.
Un día ya estuvo claro para mí el deseo de ser mamá, así en ese momento no tuviera las condiciones económicas o de estabilidad de pareja ideales. Y entonces comencé a intentarlo.
Cada mes sacaba cuentas de mis días fértiles tratando de salir embarazada sin lograrlo. Una vez un test de esos que venden en la farmacia dio positivo y a los dos días estaba sangrando. Fui al médico y me explicó que muchas veces esto pasaba y las mujeres ni se enteraban del embarazo (mi retraso era de solo tres días cuando me hice la prueba) y su impresión era que mi embarazo no era saludable y el mismo organismo se encargaba de pararlo. Pasaron cuatro meses y un dolor muy fuerte en la parte baja del abdomen hizo que me desmayara y me llevara una ambulancia al hospital. Ahí mismo me enteré que estaba embarazada y que algo andaba mal, me intervinieron quirúrgicamente de emergencia por un embarazo ectópico y, aunque no había tenido tiempo de ilusionarme, luego de esa intervención vino mucha tristeza. Cada vez que veía las cicatrices dejadas por la laparoscopia pensaba en lo hermoso que hubiese sido ver hecho realidad mi sueño.
El tiempo continuó trascurriendo y yo estaba cada vez estaba más convencida que tenía un problema (a pesar de que mis trompas de falopio seguían intactas después de la operación). Cada vez que viajaba a mi país le insistía a los médicos en que necesitaba un tratamiento de fertilización y buscaba explicaciones por todos lados tratando de entender porque no salía embarazada.
Recuerdo que mi ginecólogo de toda la vida con su cabello encanecido que me sentó cual colegiala frente a una lamina del órgano reproductor femenino y me fue explicando, como si estuviese dando una clase magistral, como se llamaba cada parte y luego me mostraba el recorrido del espermatozoide. Ese día yo le escuché atentamente y me sorprendió su frase final: “todo esto que ves acá lo tienes perfecto mijita, aplica lo que tú ya sabes, el problema está en tu mente o si no ya son cosas de Dios, no te ha llegado el momento”.
La verdad es que salí de su consultorio con más dudas y con la idea de continuar en la búsqueda de soluciones al supuesto problema. Vale la pena mencionar que el plan de ser madre era solo mío y por eso siempre hablo en singular, existía alguien en mi vida pero para él esto no era importante. Un día logré que me remitieran al especialista en fertilidad y aunque la cita era para unos tres meses después, me sentí al fin escuchada (vivo en Inglaterra y lograr esto era casi que una hazaña dado que hay que tener ciertos criterios para ser colocada en una lista de espera de este tipo de tratamientos porque es un sistema de salud pública).
No podría explicar qué pasó luego, si este hecho me relajo un poco o mucho, o si tal vez me centré en otras cosas como ir al gimnasio casi todos los días y visitar el pub (el bar) con una frecuencia de tres o cuatro veces por semana para ser solidaría con una amiga y compañera de trabajo a la que habían despedido, o si tal vez a pesar de ser un poco escéptica mi ginecólogo tenía razón con aquello de que todo estaba en mi mente… lo cierto es que un buen día a principios de abril del 2009 me enteré que estaba embarazada y ese mismo día mi amiga me invita a cenar para celebrar que ya tenía un nuevo empleo. Yo estuve callada durante la comida, ensimismada e incrédula y recordando con preocupación todas las cervezas consumidas con ella en el último mes, feliz y a la vez asustada, esta vez con la certeza de que el milagro de la vida era nuevamente una posibilidad.
Estuve como en una nube, ni siquiera lo contaba a las personas por aquello que recomiendan los médicos de esperar hasta las 12 semanas. Otra vez mi mente estaba allí preguntándose si no se trataría de una seudociesis o embarazo fantasma y realmente necesitaba una ecografía para creer que era cierto y poder disfrutar a plenitud, sin temores, de un momento tan especial.
Afortunadamente mi médico general al ver mi estado emocional y mis antecedentes me refirió al hospital y allí pude ver que era real, que había un ser dentro de mí con cabecita, brazos y piernas y que con tan solo 10 semanas de vida se movía. Desde ese momento mi vida cambió. Una ilusión se materializaba al ver c ómo mi vientre crecía día a día y los nueve meses de espera pasaron muy rápido… el 23 de noviembre del 2009 llegó el gran día de tener a mi hija en brazos y ¿a que no adivinan? mi amiga y compañera del pub también estuvo en la sala de parto conmigo. No me importa si esto se puede llamar sincronicidad o destino, no puedo explicar si todo llega a en su momento o si inconscientemente nos saboteamos para a veces no lograr lo que anhelamos… lo que sí puedo afirmar es que mi hija Kaia llegó a mi vida cuando estaba mejor preparada para recibirla.
*Mamacita invitada
Madre de Jessica Krupskaia de dos años de edad. Le trasmito a mi hija la importancia de persistir en el logro de lo que soñamos aun en medio de lo que a los ojos de otros pueden ser adversidades.