Todas las canciones me recuerdan a Salomón Lerner. Todas. Las románticas, las movidas, las rockeras, las bailables. Tienen algo de él. La letra, el ritmo, el recuerdo, la ausencia. Todos los ritmos. Salsa sensual, latin pop, música criolla, cumbia villera. Su imagen no se va. Su look de Lenin joven, su chivita oxidada, su rostro pacífico, sus mirada de cuy triste.

Hoy colapsé. Fui a la Rockola con los mismos zánganos de siempre. Primero, el hueso: comentar la coyuntura, mojar la palabra, hacer un recuento de los amigos caídos en acción –“Por medio de esta misiva presento mi renuncia irrevocable al cargo de”-, de los sapazos que se quedaron –“Este es un proceso, no hay que apresurarnos”- y de los que tomaron las decisiones correctas en el momento justo –“Me ofrecieron un puesto en la PCM pero me quedé en la Municipalidad”. Luego, la carne: qué hacemos, a dónde vamos, la unidad no sirve compañeros, basta de caudillos, hay que meternos con todo, dos chelas más, paga tú, fuera mierda.

Todo iba bien hasta allí: sacábamos las mismas conclusiones de siempre y quedábamos en actividades que jamás llevaríamos a cabo. Mi vejiga llamaba a la puerta, voy a mear, ya vengo. Cerca de la puerta del baño y su rico aroma a aserrín, escuché a alguien hablándole a la vieja rockola, “domingo a las doce, domingo a las doce…”. Despreocupado entré a esas paredes celestes cuando caí en la cuenta de que. “Mierda” pensé, y salí a evitar la catástrofe.

- ¡No pongas ese disco, compañero!

Pero era muy tarde. El tipo que me miraba con cara de quién-eres-huevón ya había echado a rodar la moneda, su dedo ya había accionado la canción. “La puta madre” llegué a exclamar. Y comenzó.

Cuando tengas que partir

quiero que sepas

El chato Nan entendió el mensaje. Vio que me paré en seco y quedé tieso, igual que el Principito cuando vuelve a su planeta. Ya me estaba yendo hacia atrás cuando me agarra, ¡causa, reacciona!, y vienen los demás. Me ponen en pie, me echan chela en la cara, la canción sigue.

En la casa que sin ti quedó muy triste.

Nadie ocupará el lugar que tú tenías,

porque se murió mi amor cuando te fuiste.

No importa Siomi que no me hayas dado trabajo porque les dije a Lynch y a ti que era amigo de Martín Tanaka. Qué chucha. Igual Otra Mirada ya no existe, igual tu ejemplo me enseñó mejor que el chino lo que es el dilema del prisionero. Pero te extraño, Siomi. Políticamente, claro, no lo malinterpretes. Perdónanos porque los ultras no sabíamos lo que hacíamos. Tú eras la paloma, Valdés era el halcón y le hicimos el juego por huevones. Ya está, perdimos todos.

Y sin tu sonriiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisa

Hoy llegué borracho a casa. Salí de la Rockola mentándole la madre al viento. Nada me podía detener. Mis golpes en la mesa asustaban a Don Lucho, mis gritos, mis lamentos. Por qué, Siomi, por qué tú. Bermejo me sostenía, el chato Nan me consolaba. Era mi culpa también, yo me burlé, yo apoyé a Goyo mentalmente, yo rezaba en las noches por Marco Arana, yo le corregía los volantes en Paint a Patria Roja. Llamaron a San Yomar para que me confiese, buscaron a Millones para que me cante, pero huí antes porque no merecía el perdón de los mortales.

Hoy llegué borracho a casa. Mal. Tiré al piso mi pin de Ollanta, lo pisé con odio, lo maldije, le grité “traidor” y le metí un pollo con flema. Ebrio y triste me lancé al sillón y evoqué fechas mejores: el 28 de julio, la Plaza de Armas, el fajín de Mocha, el concierto en la noche, la juramentación por la Constitución del 79, la gente sonriendo, Martha Chávez botando espuma. Éramos felices, creíamos que el país iba a cambiar.

Hoy queda un amargo recuerdo. Y aunque me siento engañado, sé que Salomón. la pasa peor. No porque haya tenido que levantarse a las 7 de la mañana seis meses de su vida para dirigir el Comité de Campaña, sino porque va al estadio dos veces en cuatro días y en las dos pierde Alianza. Me gustaría verlo, hablarle, darle las gracias, decirle que lo extraño. Políticamente, claro, no lo malinterpretes.