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Mi nacimiento, Frida Kahlo, 1932.

Un vínculo sobrenatural

Publicado: 2011-12-25

Mientras lees estas páginas, desocupado/a lector/a, tengo la esperanza –un deseo modesto de esta columnista– de que hayas podido desperezarte de los días navideños y a su vez de que hayas sido, aunque sea efímeramente, feliz, en todo el sentido de la palabra, sobre todo, después de haber reflexionado sobre lo que implica nacer, más aún en la pobreza y sin mirra ni oro ni incienso. Ahora la Navidad parece no escapar del absolutismo capitalista que cualquier afecto lo convierte en producto (regalos, panetón, luces de colores), cuando el punto fundamental de la misma, incluso para los más agnósticos, debería por lo menos entrañar una reflexión sobre lo que significa venir a la vida: nacer.

Nacer pobre: sobre todo. Nacer siendo excluido de los excluidos. Nacer, por ejemplo, de una violación sexual durante los días aciagos de la década del 80, en las alturas de Chungui, Ayacucho, producto del odio que tu padre, el “enemigo” (ya sea, tuco, compa o moroco), quiso dejar como huella sobre tu madre, la “enemiga”, campesina virgen que solo conocía de lejos el olor del sudor masculino, precisamente aquel que no sale de su cerebro cuando, debido al trauma que regresa una y otra vez, presiente cualquier roce. Ese mismo trauma que perforó todos sus sentimientos y sensaciones y que enturbió el primer instante en que te pusieron sobre sus brazos. Nacer de una violación sexual no solo implica venir al mundo, sino también que nunca ese hombre odioso que intentó perforar las entrañas de tu madre te reconocerá como hijo. Y si lo hace, a regañadientes, porque prácticamente le pusiste el ADN en las narices luego de todos esos papeles membretados del juzgado de turno, te recordará el odio, la venganza, el desquite de esa bastardía originaria que, por cierto y hablando desde una perspectiva histórica, es casi el origen de la peruanidad.

Sin embargo, nuestra ministra de la Mujer ha dicho que en el momento del reconocimiento de la madre de ese hijo surge “un vínculo sobrenatural”. No sé cuáles serán las experiencias que ella ha recogido, sin embargo, yo que he leído algunas decenas de testimonios de mujeres violadas durante el conflicto armado, la mayoría de ellas sostiene que no fue tan así. En realidad, que no es así. Más bien tuvieron que ir aprendiendo una maternidad que, en la medida en que pudieron darle un contenido diferente, desde la palabra, desde el apoyo psicológico que algunas tuvieron, la percibían como una limpieza de ese primer momento de la violación sexual. Para muchas mujeres violadas la maternidad es un aprendizaje difícil, durísimo, de la posibilidad de seguir viviendo a pesar de todo. ¿Y qué ha pasado con aquellas que no tienen ese apoyo?, ¿qué maternidad viven con esos hijos que les recuerdan permanentemente la afrenta?

Francamente no necesitamos ni vínculos sobrenaturales ni voces infraterrenales que nos impelen a inmolarnos; lo que requerimos son políticas públicas de equidad que se respeten. Lo que debe hacer el Estado peruano con esas mujeres violadas es otorgarles reparaciones en salud mental que puedan permitirles un espacio personal para procesar el trauma y seguir adelante.

Kolumna navideña publicada en Domingo de La República, a la fecha.


Escrito por

Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva-Santisteban Manrique (Lima, 1963) Escritora, profesora, activista en derechos humanos y políticamente zurda.


Publicado en

Kolumna Okupa

Artículos, kolumnas, reseñas de libros, poesía y reflexiones varias de Rocío Silva Santisteban.