Antes y después
Melissa Arguello Belli*
Por la mayor parte de mi vida yo no quise tener hijos y me parecía que la maternidad, incluyendo el embarazo, era una cosa tortuosa, difícil para el cuerpo y la mente, con graves consecuencias para la carrera y la pareja. No sé cómo también adquirí una visión negativa sobre las mamás y las amas de casa. Al ver a una mujer embarazada sentía una especie de lástima condescendiente. Me parecía que muchas mujeres padecían de excesiva docilidad y falta de ambición, que eran muy tendientes a las cursilerías y partícipes de un cierto primitivismo burgués consumista. También pensaba que me engordaría, tendría que estar expuesta a quien sabe qué en el hospital, pasar por los gritos del parto y luego amamantar como una vaca.
No sé cómo con todo este bagaje mi esposo me convenció de tener un bebé y finalmente a los 37 años me embaracé. Como buena estudiante leí todos los libros que pude al respecto. El embarazo no me molestó para nada y me zambullí en el cuento del parto “natural”, que claro no me dolería pues yo estaría preparada con todo tipo de cursos y artimañas, después de todo ¿no era cierto que la mayor parte del dolor de parto se debía, según tantos expertos (la mayoría hombres), a la ansiedad y el histerismo de las mujeres? No, yo no pasaría por eso, yo pariría tranquila, hasta con placer. No pariría, “daría a luz” con decoro y dignidad, nada de gritos histéricos.
Pocos meses después llegó el momento de la verdad: empezaron los dolores. Al diablo se fueron todas las técnicas de relajación y respiración. El dolor era verdaderamente insoportable. ¡No era cuento de mujeres! El dolor venía con la fuerza de un aplastante tsunami que me revolcaba y asfixiaba, no podía hacer nada más que agarrarme de la mesa de hospital como si fuera el último salvavidas del Titanic. Cuando terminaba la contracción el dolor pasaba por un ratito, seguido por la certeza de su retorno inminente. Aun así, me resistí todo lo que pude a la epidural, creyendo ciegamente en el cuento de que todo se complica si te la ponen.
Cuando finalmente casi me obligaron a ponerme la epidural porque no dilataba y necesité oxitocina, sentí que me había ido al cielo…deliciosa y total ausencia de dolor. Después de casi tres días de sufrimiento, no poder dormir, no poder comer, no poder descansar, la epidural me devolvió la humanidad. Me sentí como si un hada madrina me hubiera dado anestesia durante una amputación medieval. Pasaron las horas, me tardé todavía mucho en dilatar. Al final me dejaron pasar la epidural un poco más de la cuenta para que “pudiera pujar”. Casi me muero, grité como si me estuvieran quemando en la hoguera. Yo que soy Agnóstica en este punto me volví politeísta: por favor Diosito lindo, Virgen de Guadalupe, Budas y Bodisatvas, Atena, Gaia, quien sea, ¡sálvenme! Gracias a ellos, la ciencia ginecológica y mi cuerpo sobreviví después de varias intervenciones para sacar al bebé. Llegué así a entender por qué una mujer muere cada minuto en el mundo de complicaciones de parto. Pobrecitas todas las que no tienen acceso a cuidados ginecológicos y mueren con esos dolores, atrapadas madre y bebé sin escape. Parir es cosa seria, es una encrucijada de vida o muerte, si hubiera parido en el tercer mundo sin ginecólogos seguro me hubiera muerto.
Los prejuicios continuaron cayendo uno a uno. Inmediatamente después del nacimiento de Enea comenzó el no dormir y el trabajo, sin pausa alguna, de cuidar a un bebé 24/7. Ser madre es mucho más difícil de lo que me esperaba, es un acto heroico. Amamantar al bebe es difícil y es súper cansado hacerlo cada hora o dos empezando inmediatamente después del parto. Requiere de un enorme esfuerzo sobreponerse al propio agotamiento.
¿Y las mujeres hacen todo esto sin rechistar? No sólo NO son mimadas, sino que en realidad son valientes ya que sobreviven todo esto sin mucha queja. En la mayor parte del mundo esto es sólo el principio, pues llegando a casa tienen que cuidar otros hijos, limpiar, cocinar, trabajar y con nulo o mínimo apoyo del marido ¿Y las madres solteras? ¿Cómo aguantan? ¿Cómo no se vuelven locas? ¿Cómo es que no ha habido una revolución?
Con la caída en cuenta de la enorme labor maternal reparé que el desdeño y crítica que anteriormente había sentido contra las madres era simple, puro y miserable machismo que me había infiltrado a pesar de ser una mujer feminista. Que profunda vergüenza me dio darme cuenta de esto. “Mis ideas” anteriores sobre el parto y la maternidad eran desgraciadamente parte del machismo universal. Quería meter mi cabeza como avestruz en un hoyo en la tierra. Perdónenme hermanas, no sabía lo que hacía.
Cabe también señalar que recuperarme del parto no me tomó cuarenta días, sino meses. Al año, todavía me siento que estoy en recuperación y me cuesta concebir el retorno al trabajo a las 6 semanas del nacimiento que es el estándar en Estados Unidos, donde actualmente vivo. Este brevísimo período me parece inhumano y contra natura. Mamá y bebé necesitan tiempo para recuperarse, conocerse y acomodarse en sus nuevas responsabilidades hasta ahora ignotas. Las mujeres debemos tratar de unirnos en un movimiento para mejorar el apoyo social y político a la maternidad.
Pero pasando a lo positivo, la maternidad es como el agua, muy multifacética; alternando con las corrientes fría del desvelo y los momentos de WTF (¿qué carajo?), se encuentra el cálido y plácido amor de madre, hijo y papá. Ser madre es lo más maravilloso que he experimentado en mi vida. Cada día se llena de bellas imágenes de bebé, sonidos lindos de risas, respiración, gritos, coos, bahs, tis y uuhs. Perfume de su cabeza, ojos tiernos parpadeando lentamente mientras te miran con enormes pupilas. Piecitos, manitas, el alivio del bebé al estar en tus brazos o al pecho, la conexión de la lactancia, la confianza de esta pequeña divinidad en ti como su ser esencial. El despertar con pies en la cara, ver los rollos regordetes de bracitos y piernitas, su boquita entreabierta, sus párpados suavemente cerrados. Es increíblemente maravilloso presenciar el desarrollo de la mente y el cuerpo humano. Es un viaje de desplazar el yo como eje supremo y experimentar la simpleza de ser y estar aquí en este momento enfocado en otro. Es una experiencia espiritual de amor, compasión y presencia. Un millón de veces mejor y más real que cualquier otra cosa en la vida. Y este amor crece cada día, y te va envolviendo en su manto calientito de dulzura.
Los prejuicios machistas me engañaron, ser mamá no es todo lo malo que me había imaginado, es lo mejor que hay en la vida, es una bendición y un milagro. Sí, es muy difícil también, y claramente yo no vivo los retos que muchísimas madres enfrentan, pero hay que saber que dadas ciertas condiciones, la maternidad tiene la potencialidad de ser la experiencia más trascendental de la vida. Así pues, ahora veo a las mamás como silenciosas heroínas. Están dando a sus hijos y a sí mismas semillas de felicidad, amor, cultura, fuerza, ajuste, seguridad y muchas cosas más. Todos debemos valorar más la lucha de las mamás, apoyarlas más, mimarlas más. Creo que amplio apoyo a las madres podría cambiar el mundo verdaderamente.
En fin, con la maternidad he aprendido mucho, mi percepción de la vida es ahora completamente diferente con mi hijito Enea. He crecido enormemente, he gozado como nunca y me he dado cuenta con tristeza que el machismo, esa poderosa arma de destrucción, se esconde donde menos uno se espera y contamina lo más bello de la existencia. Hay que hacer todo el esfuerzo por eliminarlo, empezando por arrancarlo de nosotras (os) mismas (os).
*Mamacita invitada
Madre primeriza de un bebé de 13 meses. Artista, científica, progresista y feminista.