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Pamela Rodríguez, en crudo y en directo

Publicado: 2012-01-24

La artista Pamela Rodríguez escribe en exclusiva para lamula.pe sobre su ruta y recorrido artístico desde los 0 a los 27 años. Recorra a través de su pluma, ese difícil y duro camino para encontrar su voz y su propuesta. A continuación su texto:

Es habitual oír decir a los artistas que el arte no fue una elección, sino un llamado.  Algunos dicen que sí, que es una elección, pero a la inversa:  Que el arte los escogió.  Yo me considero parte de este último grupo de artistas.  No recuerdo el momento en el cual el arte fue algo que yo escogí.  En mi caso, fue un aprendizaje de cuna, también, creo, un llamado biológico, del propio adn de  mis diversas y artísticas ramas familiares.  Tengo varios recuerdos de mi infancia tocando canciones, cantando, pintando, escribiendo, pero tengo, sobre todo, recuerdos de vivir siempre necesitada de la expresión artística.  El arte no fue una  aparición instantánea, no fue una revelación de la noche a la mañana,  antes bien fue una construcción orgánica, un camino que se me fue descubriendo y que, como digo, nunca escogí.

¿La música?  ¿Por qué transité  el sendero de la música entre todas las artes para las cuales tenía extrema facilidad? Porque recuerdo que cantaba y sentía algo especial.  Gustaba de la sensación de entonar canciones que sentía con fuerza. Recuerdo cómo esas palabras me transformaban.  Recuerdo también la sensación sublime de poder cantar a solas en mi habitación y volverme a cantar esas palabras una y otra vez hasta que las frases me entregaban al sueño.  Nada me parecía más empático que una canción que hablaba de algo que yo estaba viviendo, a pesar de saber que las composiciones partían de experiencias personales o ajenas, de otros.

La música me tomó por asalto.  La encontraba difícil.  Lo que la humanidad había podido estructurar en torno a la teoría de la música era algo que comprendía con dificultad,  porque se había concebido de manera cuadriculada y matemática, y mi cerebro no ha sido dotado para la lógica numérica.  Siempre sentí que para ser buen músico tenía que entender la compleja teoría de la música a fondo y así pasé años de mi vida, de maestro en maestro, desde el colegio hasta la universidad. La verdad es que de allí guardo lo poco que uno puede hacer con una información innecesaria.  Tengo libros a los cuales regreso cada vez que me asalta una duda, cada vez que quiero entender algo un poco más.

En la universidad me cansé un poco de esta forma de ver la música. Pasaba con buenas notas a punta de esfuerzos extranormales las clases de teoría.  Incluso las clases de historia de la música estaban estructuradas con la frialdad de la ciencia. No me llenaba.  Cambié, en el propio departamento de música, a una carrera  sin rumbo específico, a una cosa indefinida pero con mayor amplitud de aprendizaje.  Y fue con esa desesperación de encontrarme, con esa necesidad de buscar en la música algo más humano, que me di con las clases de Etnomusicología.  Fue esta rama de la antropología la que me abrió nuevas dimensiones, la que me dio los recursos para hacer lo que hago hoy.

En las clases de esta disciplina estudié, como es de esperarse,  diversas culturas de la humanidad y sus manifestaciones musicales. Fue todo interesante sin duda, pero lo que me quedo tatuado en el cuerpo de mi aprendizaje es que la música es un idioma, que no se puede estudiar la música sin entender el contexto cultural de su concepción.  Allí estudiamos la música del norte y sur de la India  con análisis en términos de la teoría musical occidental.  Siempre tuve claro  que para llegar a comprender en profundidad esas músicas tan ajenas debía sumergirme en la cultura, ir a la India, hablar su lengua, comer sus  comidas, entender sus estructuras sociales.  Confieso que siempre me generó una ligera angustia saber que ante cualquier cultura que no era la mía, yo sería una “outsider”, una especie de buzo con una limitada cantidad de oxígeno que me impediría explorar la verdadera profundidad de las aguas, el espectro a lo largo y ancho de una realidad.

Fueron ejercicios interesantes los de occidentalizar a nivel teórico y antropológico culturas musicales como Gamelan, Gagaku, Agbekor, Tumbuka, etc.  Pero más interesantes fueron las preguntas que esta disciplina me dejó como creativa y como persona.  ¿Cuál es mi idioma musical?¿A qué cultura pertenezco? ¿Cuándo compongo algo, quién lo entiende?  Sin lugar a dudas, al menos hasta el día de hoy , esas preguntas han sido la base, el motor y la razón de ser de mi experimentación musical.

Comencé por contestarme: “Soy Peruana”. Sí, soy peruana, pero ¿Qué me identifica como peruana?  Así tomé un rumbo delicioso: el de encontrar mis raíces. Así nacieron Perú BlueEn la orilla…canciones Landó, Canciones Zamacueca, Festejos, interpretaciones del cancionero nacional peruano.  Busqué por todos los rincones de mi herencia familiar el gen de la cultura peruana y lo encontré.  Era natural, era un lenguaje que entendía pero que, con el tiempo, me di cuenta que tal vez no hablaba. Algo así como un hijo de padre inmigrante, que entiende a su padre pero que habla mejor el idioma de su madre y de su entorno. ¿Por qué?  Porque al analizar, investigar y componer la música peruana me encontraba haciendo lo mismo que con las culturas musicales de mi clase de etnomusicología.  Occidentalizaba a nivel teórico musical hasta  en la intimidad  y naturaleza de mi propia composición.  ¿Cuál es la métrica del festejo? ¿Cómo se construye armónica y melódicamente un landó? ¿De qué se habla? , me preguntaba.  Y  me contestaba ensamblando canciones que gestaba con dosis muy bonitas de inspiración.

Fue una etapa que disfruté entregada.  Y que compartí, creo yo, con otra gente que también estaba desesperada por encontrar en la peruanidad su identidad casi integral.  Con los años pude comprobar que se trataba de un fenómeno masivo. Pero ese es otro tema.

Durante esta búsqueda de mi peruanidad musical gocé mucho, sobre todo, del propósito de ser una compositora joven, valiente, que se aparta del “sistema” para hacer una obra arriesgada basada en las raíces de su país natal.   Lo más bonito, creo, fue que llegué a entender el idioma a una profundidad cómoda.  Extraño ¿no?, eso de ser una extrajera para comprender a fondo la música de mi propio país,  pero así fue.  Hoy por hoy me siento una buena bilingüe y  digo con orgullo que dominar un nuevo idioma es tiempo ganado.

Después de lanzar “En la orilla” pasé por un momento complicado.  Escribo sobre eso en otro archivo, pero esos tiempos me inclinaron al abismo, al vacío de descubrir quien era yo, cuales eran mis valores, mis inquietudes, motivaciones y principios de vida.  Y, como era de esperarse, también como compositora y creativa  me tuve que volver a enfrentar a las preguntas sembradas en las clases de etnomusicología. ¿Cuál es mi idioma musical?  ¿A qué cultura pertenezco? ¿Cuándo compongo algo, quién lo entiende? Y, ¿A quién entiendo yo verdaderamente?

Lo que vi frente al espejo fue la necesidad humana de componer  mi disco “ReconoceR” .  Desde el proceso creativo esta nueva obra fue fácil de reconocer, valga la redundancia.  Me dije: “Esta soy yo.  Soy una chica de 27 años. Peruana, que lleva la mitad de su vida viajando. Fui madre a los 25. Tengo a una criatura hermosa a quien le quiero inculcar valores de vida que debo asentar en mí.  Valores como el de saber que no hay nada más valioso y hermoso que ser una misma, quererte en tus propios términos y aceptarte como eres.  Y amarte y amar a los demás. Si, la vida me ha vuelto algo cínica respecto al amor de pareja pero quisiera reír de eso  sin dejar de reconocer que para mi,  en el fondo, la complicidad de dos es el destino emocional más sublime.  Quiero cantarle al amor. He sufrido más rupturas amorosas de las que hubiera pedido. Me he casado varias veces. Siempre he tenido problemas para drenar la bulla de otros.  Hoy ya sé cómo ponerla en su lugar.  Quiero cantarle a eso.  Me he mareado mucho.  He estado enferma.  He sanado.  Piso tierra. Gusto de cantarle a la vida. A la felicidad. Al dolor.  No necesito protegerme.  Me siento mejor sin escudos. Hoy tengo una nueva oportunidad descubrirme musicalmente de desnudarme, de ser honesta.  Tengo ganas de cantar quién soy desde mi piel.  Eso también es cantarle a la libertad.”

Luego me pregunté:  ¿dónde es que he encontrado  la calma y la libertad?  “Cuando amo, cuando bailo y cuando estoy creando, que es lo mismo. “

Siempre supe que esta nueva postura creativa estaría reñida con mi pasado, con la carrera artística que dio frutos en mí, hablando musicalmente, ya bien dominada mi segunda lengua,  pero me asaltó la pregunta ¿Cuál es mi primera lengua?¿Quieres saber tu primera lengua?  ¿A quién entiendes realmente, Pamela?

Y así me transporté a músicas que todo el  furor y “esnobismo” académico había sepultado y que, tal vez, a mí me gustaban más. Así, recordé y estudié a gente como Fito, a Sabina, a Drexler, a Joni, Jewel, Fiona, Charly García, Bob Dylan, Pedro Guerra, los primeros trabajos de Bjork,  Erykah Badu, Fleet Wood Mac,  Radiohead etc. Todas las grandes obras que no había estudiado en la escuela, nunca sabré por qué.  Luego sentí inquietud por estudiar a cantantes  y compositores de mi época, y así descubrí (entre muchísimos otros nombres) a Feist, Coldplay, Regina Spektor, Emiliana Torrini y Lizandro Aristimuño, para darme cuenta de que, a pesar de sus lenguas natales y diferentes nacionalidades,  había una conversación generacional, un discurso en una misma lengua y que, casualmente, entendía con la familiaridad de la lengua materna.

¿Cuál es el denominador común de los artistas que acabo de nombrar?

Que son íconos de la música popular.

¿Popular para quién?

Para muchos, no para todos, pero para mí.

De pronto, un día me dije, ante la característica soledad de mi piano y mi estudio: “¿Qué tal si exploras lo que es natural para ti?  ¿Qué tal si profundizas en tu lenguaje musical?”

En la exploración me di cuenta de que no necesitaba llenarme de acordes para hacer más interesante (para mí) una canción. Me di cuenta de que gozaba de la simpleza y familiaridad de las escalas pentatónicas y de melodías simples.  Escampé la necesidad de,  en mis letras, hablar de mis vivencias, de lo que he aprendido en estos casi 30 años de vida. Llegué a la conclusión de que me gusta cantar canciones con coro, con estructuras del lenguaje popular, así como canciones que nacen con la forma de las canciones de Jazz (aaba) pero con acordes y melodías simples. Y casi siempre asimétrica, como soy en esencia. Para mi tranquilidad, la peruanidad no estaba excluida del todo, estaba presente siempre en los compases de algunas canciones, en escalas y en temáticas que me inclino a  tocar sobre hechos sociales.

Quiero ponerlo en palabras simples: Me di cuenta que soy una cantautora contemporánea que habla el lenguaje música popular.  Sí, en efecto, entraba a un mar de muchos seres humanos explorando lo mismo.  No, perdón:  Hablando el mismo idioma.

No me pareció suficientemente válido el argumento de “ya no serás casi única en tu especie” para dejar de recorrer este camino.  Lo asumí con la tranquilidad que sólo te puede dar la sensación de estar siendo fiel a ti misma. Me desprendí del ego, del deseo de querer hacer algo original y sin propósitos personales reales en la actualidad.

Y así estoy aquí, hablando un idioma que muchos hablan y que sé que yo misma  entiendo a profundidad. También sé que lo entienden muchísimas personas, pero que lo gozan quienes se encuentran en la misma sintonía espiritual que  yo, porque al estar cantando mis vivencias estoy cantando las de muchas personas.  Los seres humanos somos menos particulares de lo que creemos y lo que quisiéramos ser. Y soy feliz con eso.

El  lenguaje que canto hoy es más simple,  pero no por eso es simplón. Antes bien, por lo sencillo, es que lo entendemos más personas. Y porque lo domino es que creo mis canciones hoy tienen dimensiones más auténticas, a pesar de no ser considerada por algunos críticos como original.  Siempre pensaré que basta con ser auténtico para brillar con tu propia luz. Estoy convencida de eso, en un planeta sobre poblado con más de 7mil millones de habitantes.

Tal vez hoy sea una sirena pequeña en aguas gigantes. La sirenita audaz que salió de la pecera cómoda en busca del que sabía era su verdadero habitad. Sirenita que dejó el tanque de agua porque para bajar a la profundidad desde donde escribe y canta hoy no necesita oxígeno.

Si señores.  Soy una nativa del pop.

*Soy Pamela Rodriguez, canto y escribo canciones.  Me gusta definir conceptos musicales y ciudades de mundo,  lo que me ha hecho dejar de creer en las fronteras para sentirme ciudadana del mundo.  Cuando no escribo música pinto y cuando no pinto escribo.  Amo a mi hija Luana más que nada en el mundo.  ciudadana del mundo.  Cuando no escribo música pinto y cuando no pinto escribo.  Amo a mi hija Luana más que nada en el mundo.


Escrito por

La mula

Este es el equipo de la redacción mulera.


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