Coincidencias en torno a la izquierda peruana
Dos apreciaciones similares se leen hoy en la prensa peruana. Ambas en torno al rol de cierto sector de la izquierda que apoyó a Ollanta Humala, y ahora no sabe qué posición adoptar. El primer comentario es de Juan Carlos Tafur, director de Diario16, y el segundo de Augusto Álvarez Rodrich, columnista de La República. Aquí las comparto con ustedes:
Columna de Juan Carlos Tafur.- Si un sector importante de la izquierda “histórica”, por llamarla de alguna manera, asume que su crisis va más allá de los desencuentros surgidos con el gobierno de Ollanta Humala, debería poner las barbas en remojo en varios aspectos.
1.- No es viable que no se asuma cada vez con mayor convicción que la defensa de una economía de mercado –mientras más libre mejor- pueda no ser parte de su bagaje ideológico de base. Hacerlo ya no debiera ser visto como una renuncia a criterios históricos, sino como un entendimiento de la forma real como se mueve el mundo entero. Agruparse, en ese sentido, bajo la bandera ‘antineoliberal’ (para otro momento dejaremos el análisis del disparate que supone tal definición) se condena a seguir en la caverna.
2.- Posee cuadros tecnocráticos en algunas áreas del quehacer administrativo público, pero brilla por su ausencia cuando de agentes de gestión efectiva hablamos. En general, en el afán de formar cuadros, un verdadero cambio ocurrirá cuando en vez de tanto sociólogo, antropólogo, politólogo o abogado, empieza a darse un interés colectivo en maestrías en administración pública (MPA), administración de empresas (MBA) o carreras vinculadas a la ingeniería empresarial.
3.- El trabajo académico sigue siendo su fuerte, sin duda, y allí se enseñorea por encima de la derecha, más dedicada a oficios prácticos individuales, pero no hay forma de hacer política si se olvida del trabajo de base, no solo en organizaciones populares o movimientos regionales, sino en las propias universidades. En este campo la izquierda radical le ha ganado casi por walk over la batalla. Por eso no es capaz de ganar una sola elección yendo con sus propias banderas.
4.- Realismo político. En el caso concreto del gobierno actual no ha sido capaz de analizar con inteligencia frente a qué se enfrenta. Humala no representa ya La Gran Transformación. De eso no cabe la menor duda desde la segunda vuelta electoral. Pero no es un gobierno derechizado y entregado –como dicen- a los embrujos de la derecha empresarial y los poderes fácticos. Humala aplica La Gran Moderación. Y no ser capaces de entenderlo y asumir que ello no la coloca fuera (como lo hacen varios ministros de clara identidad izquierdista que lo asumen y se mantienen trabajando en el gobierno), revela una vez más una pulsión autodestructiva, guiada por fundamentalismos, y ajena al ejercicio democrático del poder, donde nadie consigue, pues, el 100% de lo que se propone (y menos cuando se ha sido un furgón electoral antes que la locomotora del triunfo).
5.- Un sector importante de la derecha ha sabido desfujimorizarse, revalorando las libertades y la democracia como elementos constitutivos. No toda la derecha es “bruta y achorada” (en verdad, lo es la minoría), aunque sea aquella la más vocinglera. ¿Por qué la izquierda en pleno no puede transitar similar camino?
Mientras no lo haga, la izquierda peruana radical seguirá siendo un grupo marginal, poco eficaz y, lo que es más grave, alejada de la ideología práctica de la mayor parte de los sectores populares. El Perú necesita una derecha ilustrada y más democrática. También requiere de una izquierda más liberal.
Columna de Augusto Álvarez Rodrich, en La República.- La ‘izquierda’ peruana está por perder la oportunidad histórica de contribuir a hacer un buen gobierno con el mandato del presidente Ollanta Humala e, incluso, de entregárselo en bandeja a la ‘derecha’.
Para empezar, ‘la izquierda’ es una simplificación burda de un sector muy amplio en cuanto a visiones, ideologías y posiciones. Algo parecido a lo que ocurre en ‘la derecha’.
Teniendo eso en cuenta, por ‘izquierda’ se quiere aludir en esta columna al grupo diverso de personas de ese lado del espectro político que, de distintas maneras, y desde diferentes momentos, trabajó para la candidatura de Ollanta Humala.
Algunos desde 2006 –en la campaña presidencial de ese año– y que se fueron agrupando y convocando a más gente alrededor de Ciudadanos por el Cambio; hasta los que, como Javier Diez Canseco, entre otros, que se fueron sumando al combo de Gana Perú, el cual resultó ganador cinco años después de un modo bastante inesperado incluso para sus propios fundador
es y conductores.
Desde poco antes de eso, la relación entre esa izquierda y Humala se fue modificando, tanto en su condición de candidato entre las dos vueltas, como de presidente electo, y presidente. Esa historia es bien conocida.
El asunto es que hoy esa relación está muy deteriorada. Desde esa izquierda sostienen que Humala se ha derechizado. Desde Palacio, que esa izquierda no supo adaptarse al papel de gobernante en vez de su tradicional ubicación de opositora.
La verdad quizá esté al medio. La congresista Rosa Mavila dice que Humala está como el marido que botó a su mujer de la casa porque se consiguió otra. Y Mirko Lauer apuntó hace poco que hoy la relación es de separación de cuerpos sin divorcio formal.
La cosa es que ese arrejuntamiento no pinta bien pues la pareja que tenemos en el diván ya no se percibe con un futuro común. La izquierda ha anunciado que hará una oposición desde adentro pero eso solo vislumbra un rumbo achorado de colisión.
Antes que el juego del presidente Humala, en esta columna interesa el de la izquierda, la cual no ha sido, lamentablemente, capaz de incorporar –en los hechos y no solo en el discurso– la importancia de la inversión privada, pensando, tontamente, que eso es de la derecha, algo tan brutal como cuando esta cree que los derechos humanos son propiedad de la izquierda. Y los tambores de guerra que ya se escuchan llevan a advertir un tono crecientemente achorado.
Así, la izquierda enfrenta el riesgo de volverse IBA: bruta y achorada.
Mala suerte la del Perú, en todo caso, por tener que moverse, con frecuencia, entre una derecha y una izquierda que suelen caer en la tentación de volverse brutas y achoradas.