Gato por liebre
...En su columna de hoy en el diario La República, el escritor Juan Manuel Robles hace una suerte de llamado a la hermandad del gremio de los escritores peruanos: "Quizás no entendemos que estamos en tiempos de crisis. Y que celebrar a otro escritor, olvidando un rato sus defectos, envía vibraciones positivas a los posibles lectores. Esos que se nos escapan mientras lanzamos petardos de mala leche".Quizá no sea necesario decirlo pero, como parece ya casi inevitable en el Perú, el ejemplo que Juan Manuel nos pone a los escritores como role model es el de los cocineros y, claro está, sobre todo, el ejemplo de Gastón Acurio y su incurable optimismo, su manera particular de "cancelar subjetividades" para hablar siempre bien acerca de todos sus colegas.En respuesta al artículo de Juan Manuel (mi querido Facebook friend y compañero de inka cola en alguna FIL de Lima), aquí voy yo, la mula terca, directo a rajar nuevamente. No porque se hable de Gastón Acurio ni nada de eso, sino porque se trata, me parece, de un ejemplo perfecto de por qué es un despropósito tomar el caso de la industria gastronómica como modelo a seguir en prácticamente cualquier otro estadio de la industria o de la producción cultural en el Perú.Primero, claro, es necesario que le den una mirada a su breve columna, aquí, en la que yo aparezco como primer ejemplo de machetero a mansalva (pero mis palabras son citadas con precisión y el ejemplo es real, por cierto, como creo que lo son, exceptuando hipérboles, todos los demás que la nota ofrece). Y ahora sí, tras haber leído el artículo, revisemos la idea.Comienzo por mi caso: en efecto, yo creo que Gustavo Rodríguez es un escritor mediocre; también creo que ningún artículo ni crónica escritos por Beto Ortiz es tan bueno como para olvidar que suelen estar poblados de insultos indiscriminados, imprecisiones voluntarias, acusaciones caprichosas y, no pocas veces, de mentiras. Y no alcanzo a comprender cómo podrían ser esos los ingredientes (¡ingredientes!) de un buen texto periodístico.A Roncagliolo lo he criticado duramente muchas veces, no a él ni a sus intenciones, sino a sus obras. De hecho, si esto vale para probar que mi actuación como crítico y como novelista quiere quedarse siempre dentro de los límites del profesionalismo, les contaré que incluso le he escrito a Roncagliolo, alguna vez, no hace mucho, un mensaje personal haciéndole notar que ninguna de mis críticas han querido nunca referirse a él como persona y que si él ha sentido excesos de mi parte me disculpo por ellos. Su respuesta fue realmente elegante y bastante simpática, además.César Gutiérrez me parece una burbuja inflada artificialmente, pero yo fui la primera persona que aceptó, a cambio de absolutamente nada, publicar online y en pdf largos fragmentos de Bombardero. Las novelas de Jaime Bayly me parecen literatura de consumo, pero cuando él necesitó que yo le diera un dato para una investigación periodística que me parecía relevante, se lo di sin problemas. Oswaldo Reynoso ha tenido para mí ataques caprichosos (y también palabras de reconocimiento), pero todos mis artículos críticos sobre su obra han sido positivos y he incluido cuentos suyos en libros editados por mí; también he incluido sus libros en mis clases universitarias y le he pedido que él mismo los comente, via email, con mis estudiantes; Reynoso accedió, amablemente.La civilidad, pues, existe en el gremio de los escritores; lo que pasa es que no es "buena prensa" y por eso no suele trascender. Pregunto: los notables cronistas de la nueva ola periodística peruana, que tanto han escrito sobre los enfrentamientos entre poetas, novelistas, ensayistas, ¿han escrito alguna vez sobre las grandes amistades entre autores peruanos, sin terminar llamándolas "mafias", "argollas", "camorras", "clubes privados", "amiguismo"? Yo no recuerdo un ejemplo. De lo otro sí, recuerdo muchos.Pero vayamos al punto. No tengo idea de si el gremio gastronómico se beneficiaría de la existencia de debates, enfrentamientos, entredichos, discusiones y polémicas. Pero sí sé que esas son las cosas que hacen avanzar en direcciones nuevas y sugerentes a la literatura en el Perú y en todo el planeta (si algo falta, en todo caso, son polémicas más serias y sostenidas y argumentadas).Y la diferencia entre ambos casos tiene una explicación meridiana: si todos los peruanos se pusieran de acuerdo (como lamentablemente han hecho, por ejemplo, nuestros amigos chilenos), en comer durante generaciones comida insípida y no poco monótona, eso no acabaría produciendo un Perú peor, ni un Perú menos viable, ni un Perú más cercano al desbarrancadero nacional. Pero si todos los peruanos se ponen de acuerdo en, además de leer poco, leer siempre mala literatura, literatura chata y mediocre, palabrerismo que pasa por literario, superficialidades sin un grosor semántico real, eso sí produciría un Perú peor.Y creo que no importa de qué orilla venga la crítica y no importa si a veces se confunde la crítica con animadversión, lo que suele estar detrás de ella, en literatura, es la convicción de gran parte de los escritores y los críticos de que leer buena literatura es moralmente e intelectualmente mejor que leer mala literatura, cosa que simplemente no es relevante a la hora de elegir entre un coctel de camarones y un arroz con huevo frito.Detrás de una propuesta como la de Juan Manuel, hecha de buen corazón y apuntando a la superación de lo que él percibe como un problema, se esconde, creo, un problema más serio: la creencia de que el simple crecimiento del mercado editorial sería en sí mismo un triunfo. La idea vale la pena considerarla y discutirla, aunque sea por lo que podría tener de táctica. Pero mi postura es que si bien, en el terreno de la gastronomía, la multiplicación de los buenos restaurantes y la multiciplación de los restaurantes que no ofrecen nada especial son, ambas, señales de un saludable crecimiento (un crecimiento económico, básicamente), en el terreno de la literatura, en cambio, lo que necesitamos con urgencia es la multiplicación de las lecturas que aviven nuestra reflexión, agudicen nuestra mirada del mundo y nos hagan cuestionar quiénes somos y quiénes queremos ser: un buen plato de comida suele ser más caro que un mal plato de comida, pero un mal libro y un buen libro suelen tener los mismos precios. Los mismos precios, pero no el mismo valor: apuntemos al valor, que el mercado editorial no considera; aprovechemos que un libro valioso y un libro que no lo es cuestan lo mismo.Y si ese es el objetivo, entonces la crítica negativa y la crítica positiva, en literatura, como en todas las humanidades y todas las artes, son simplemente las dos caras necesarias de la misma moneda, y ninguna de las dos debe ser mal vista, porque ambas sirven para discriminar valores. (Ojo: en el Perú ambas son frecuentemente rechazadas: las positivas por interesadas o por argolleras, las negativas por destructoras o por belicosas o porque se juzgan como llevadas por rencillas personales).Para terminar, quiero resumir una idea sobre la cual escribí hace años. El mercado librero del Perú es diminuto y es bastante informe: en el Perú, una editorial puede publicar dentro de la misma colección la última novela de un extraordinario escritor nacional o extranjero y el último desvarío de una estrella de la tele, y los circuitos de distribución y las librerías, con conocidas excepciones, no suelen tampoco distinguir entre unas y otras, y el efecto de eso es que los estantes de las librerías les hacen creer a los peruanos que una novela de, por ejemplo, Osvaldo Cattone o Beto Ortiz, es básicamente lo mismo que una novela de Miguel Gutiérrez o Laura Riesco o Jorge Eduardo Benavides: en la literatura peruana no es solamente necesario sino que es urgente e imperativo que alguien haga distinciones claras, porque esas distinciones están siendo borradas por la industria editorial por puro beneficio económico. No basta con decir que todo está bien, que todos los platos son ricos: cuando alguien nos ofrece (carne de) gato por liebre, es necesario señalarlo....