SIN SILENCIADOR: El pésame
Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño,
una vida bien usada causa una dulce muerte.
Leonardo Da Vinci
No conozco a la primera persona que tenga talento para dar el pésame. Tampoco espero conocerla. Vamos, ¿quién inventó este trance terrible y pensó que tenía algún sentido expresarlo de manera tan vacía?
Partamos con el “Lo siento mucho”.
¿Qué sientes, darling? ¿Dónde te duele? ¿Tuviste una erección? ¿O estás con gases? Si es lo primero, piensa en tu abuelita sirviéndote lonche y verás cómo se normaliza la situación. Si es lo segundo, retírate al baño del velatorio y desgráciate ahí con tu propia versión del RATATÁ. Pero a mí no me digas nada, te lo pido por favor. No quiero. No me gusta. A nadie le gusta.
Y es que, más allá de lo que te hayan enseñado tus padres o de lo que hayas visto en las películas viejas, un “lo siento mucho” no es apropiado para expresar empatía con los deudos de un alma que se fue.
Pensemos por un momento. ¿En qué ocasiones es válida esta frase?
Mi mamá la usaba mucho cuando de chicos hacíamos berrinche para comer sus innovaciones culinarias: “Yo lo siento mucho, pero nadie se para de la mesa hasta que acaben el almuerzo”.
Mi maestra de lenguaje del 5to grado también era fanática: “Quien no termina el percentil ortográfico, no sale al recreo. Lo siento mucho”.
Un tercer ejemplo, protagonizado por mí, se da cuando mi instructor de yoga pone su mano en mi baja espalda para ayudarme a lograr la postura de “Perro mirando hacia abajo”. Ustedes no están para saberlo ni yo para contarlo, pero cuando el Yogi hace eso yo a él lo siento mucho. Namasté, profe.
Dicho esto, ha quedado establecido que habiendo tantas ocasiones para usar la frase en disputa, no le estamos haciendo daño a nadie al proponer anularla del léxico de velorio. Por favor hagámoslo. Yo lo sentiría mucho si no ocurriera así.
Ahora sigamos con “Mi más sentido pésame”.
Pido perdón por la reiteración, pero en este caso es crucial para defender el punto: no hay poder humano que logre agotar mi credo cuando digo que me revienta el pésame. Tendrían que hacer que un hipopótamo preñado se siente en mis rodillas para yo pensar que tengo el derecho de decir que ME PESA lo que traigo encima. En verdad les digo que a los dadores de pésame no les creo ni lo que desayunan.
Hipócritas summa cum laude, estatuas de sal y esculturas de hielo. Esto opino de la gente que, en tu momento de dolor, se te acerca y te tira una oración carente de afecto real, una a la que no le pusieron ni dos segundos de reflexión sino que más bien sacaron de su listadito oxidado de frases hechas por alguien más. Señores asistentes al cortejo fúnebre de turno, si quieren darme algo, por favor que sea un desinflamante fuerte porque todos ustedes y sus pésames me tienen las pelotas hinchadas. No los aguanto.
Ahora, tampoco se me tome por una intolerante. Apenas soy una muchachita gruñona que trata de hacer de este mundo un lugar en el que no existan palabrejas enlatadas que no sirven para nada.
Corresponde, sin embargo, contarles un secretito. Aunque soy una abanderada de NO AL PÉSAME, lo cierto es que no tengo la más pálida idea de lo que se debe decir cuando se asiste a un velorio. Cuando se trata de un amigo, lo que hago es abrazar, besar o contener a la persona; me olvido de las palabras y lo que entrego es cariño. El problema viene cuando hay que hacer extensivo el saludo a otros familiares que uno no conoce. ¿Qué hacer? ¿Qué decir? Es fácil ponerse nervioso.
Recuerdo una ocasión en la que por no encontrar el discurso apropiado, una cosa llevó a la otra y terminé apretando a todo el velorio. Más o menos parecía que me habían contratado en combo con la señora del concesionario. Ella repartía cafeína y galletitas de soda y yo entregaba mi cuerpo como muro de contención para los afligidos. La gente con la que fui había formado un grupo paralelo y me miraban a distancia, extrañados de cómo me había vuelto íntima consoladora de tanta gente extraña. Terminé agotada luego de mi jornada como Impulsadora de Velorio.
En otra ocasión, un amigo muy querido estaba en el velatorio de su propia abuela, la cual había sido incinerada según lo que ella misma había pedido. Por algún motivo, el frasco con las cenizas de la señora estaba abierto y expuesto a vista de todos. Mi amigo se acercó a verlo y por curiosidad posó el dedo sobre los restos de su recordada Mamama. Obviamente se le manchó todo de ceniza gris. Preocupado por perder su lugar en el Cielo si es que osaba sacudirse el pedacito de abuela que tenía en sus manos, optó por chuparse el dedo. Claro, en su cabeza, Dios considera más bonito comerse a un familiar que limpiárselo.
¿Qué es lo que debemos hacer, entonces?
Como todo en la vida (con excepción del helado y el making out), MENOS ES MÁS. Si no sabes qué decir, no digas nada. Tu presencia y tu amor son suficientes. En la vida, debemos procurar no convertirnos en el cuchillo que se queda olvidado al lado del plato de pasta. Nunca debemos sobrar (*).
(*) Si te quedaste marcado ocupado con mi metáfora acerca del cuchillo y el plato de pasta; o todavía peor, si te quedaste pensando que el cuchillo es muy útil para cortar tus tallarines… por favor envíame el teléfono de tu mamá para darle el pésame. Acabo de enviar unos sicarios a matarte.
Sin Silenciador - El Pésame II
------------------------
Esta fue mi sexta colaboración para Revista Galería. Ustedes pueden hacer muchas cosas al respecto:
1. Comprarla en librerías El Virrey, Zeta, Crisol o Mediática.
2. Suscribirse enviando un mail a suscripciones@revistagaleria.pe
3. Visitarla en www.revistagaleria.pe
4. Hacerse Facebook Fans en: http://www.facebook.com/revistagaleria
5. Seguirla en Twitter como: @revistagaleria