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La casa y la vida de Truman

Publicado: 2012-03-26

la casa amarilla de 1839 donde vivió Truman Capote

La casa de Truman Capote ha sido puesto en venta. Ya tiene un precio, US$ 12,5 millones, y un comprador: Dan Houser (no es un seudónimo, por si acaso), magnate de la industria de los videojuegos. La noticia sirve para que recordemos el lugar donde vivía Truman y sus peculiaridades.

Dice la estupenda nota de Nelson Padilla:

Los números leídos al derecho o al revés eran una de las supersticiones preferidas de Truman Capote. Para entrar a su casa más famosa, en el 70 de la calle Willow, hay que subir seis escalones. Sus amigos de fiesta o de orgía tocaban seis veces la puerta, tallada a mano como aquellos ataúdes que le inspiraron una perturbadora novela corta. La hoja de madera de caoba se abre como un telón, dos faroles tintineantes y una grandiosa lámpara de techo iluminan la escena donde transcurrió parte de la alocada vida del escritor estadounidense.

La leyenda del periodismo y la literatura del siglo XX convirtió esta casa victoriana, construida en 1839 en el exclusivo vecindario de Brooklyn Heights, en atracción turística e inmobiliaria. El magnate británico de los videojuegos Dan Houser pagó por ella US$12,5 millones de dólares el miércoles pasado, durante el cierre de la subasta hecha por Sotheby’s Homes. Provocó una expectativa sólo comparable a la venta de las mansiones de Whitney Houston y de Al Capone. ¡Fue récord de precio de vivienda unifamiliar en Sotheby’s! Capote estaría saltando en una pata. “Es una casa mágica y nos enamoramos de ella”, dijo una vocera del propietario a The Brooklyn Paper.

Una de las palabras preferidas del escritor, deslumbramiento, es precisa para definir lo que se siente al recorrer los 800 metros cuadrados. Primero impacta la fachada de un amarillo intenso, como el decorado de la vida de este pequeño hombre, apodado Jockey en su natal Nueva Orléans por sus coloridas vestimentas y su fanatismo por los caballos de carreras. Si su talento narrativo quedó en evidencia desde que The New Yorker lo contrató cuando aún no cumplía 18 años de edad, temprano también evidenció vicios que siempre lo acompañaron: vida ostentosa, apuestas hípicas, whisky, píldoras, sexo.

Resulta curioso que Capote nunca fue dueño de la casa de cuatro pisos, una suite, once habitaciones con chimenea, siete baños, cuatro parqueaderos, dos cocinas, un estudio de arte, incluido un mural idéntico al que J. F. Kennedy mandó pintar durante su estancia en la Casa Blanca, y, claro, una biblioteca. Era de su amigo, el director de obras de Broadway Oliver Smith, quien se la arrendó entre 1955 y 1965.

Le encantó por sus paredes “gruesas como un búfalo”, “inmunes al más poderoso frío” y “al más humilde calor”. Un barrio tranquilo y opulento de 1.100 casas, a unos minutos de Manhattan; entre sus vecinos estuvieron Walt Whitman, Henry Miller, Thomas Wolfe, Arthur Miller.

“Vivo en Brooklyn por elección”, explicó en un ensayo. Los habitantes de la zona adoptaron la frase como lema, al igual que los neoyorquinos su sentencia “Nueva York es la única ciudad-ciudad verdadera”. El NY Daily News contó estos días que cuando Smith salía de viaje, Capote aprovechaba para ofrecer las legendarias fiestas a las que asistía lo más selecto del jet set farandulero y empresarial de la Gran Manzana y de Hollywood.

[[MORE]]Según escribió George Plimpton, le encantaba llamar a sus amigos y enemigos a tomarse unos “martinis muy secos”. Los paseaba diciéndoles que la casa era suya y que había restaurado y decorado todas las habitaciones. “Desarrollé los músculos de una verdadera barracuda, especialmente en el arte de lidiar con los enemigos, un arte que no es menos necesario que el de saber apreciar a los amigos”. Homosexual declarado, era la señora de la casa, no una cualquiera, no la cocinera, sino una seductora compulsiva que se creía hermosa. Nadie olvida una celebración para 540 personas, estilo árabe. Las mujeres con velos transparentes. A la entrada debían besarle la mano. Si no era anfitrión era invitado especial a veladas con Jacqueline Kennedy, o con la reina Isabel, o con Grace de Mónaco.

El lugar representaba la materialización de las ambiciones del “duende terrible con voz aflautada”, como lo describe el escritor mexicano Juan Villoro, quien alcanzó a conocerlo antes de su muerte en 1984. Exalta su virtud para iluminar una escena como lo hacía Velázquez en sus pinturas. Iluminación y estilo marcan la personalidad de esta casa a la que Capote le contó 38 ventanas que disfrutaba con sus lentes oscuros cuando estaba en plan de celebrar. “El escritor debe haber gozado su ingenio y secado sus lágrimas, antes de proponerse suscitar reacciones similares en un lector”. Si no se le veía a través de los cristales, leyendo los diarios o uno de los cinco libros que devoraba a la semana, estaba deprimido o bajo el efecto de los tranquilizantes en el sótano. Pasaba del Valium al Tuinal como cambiaba de novio, según le confesó a Anne Taylor para el magazín del NY Times en 1978. “Heme aquí solo, sumido en mi oscura locura”, autoflagelándose con las palabras, “el látigo que Dios me dio”.

Para él, “aspirar” era el verbo que resumía su vida, su tránsito del campo a la ciudad, del anonimato a la fama mundial. Esta fue su soñada “Casa de las flores”, ejercicio de ficción para una suntuosa obra musical de Broadway en 1954. Aquí escribió Desayuno en Tiffany’s, novela inmortalizada en el cine por Audrey Hepburn. Esa atmósfera del derroche no la inventó. La vivió. Aquí hizo gala de su fama de brillante pervertido. “Soy un alcohólico. Un drogadicto. Un homosexual. Un genio”, confesó en la autoentrevista que cierra Música para camaleones, último libro, publicado cuatro años antes de la última sobredosis.

“Subnormal”, lo llamaban en la escuela. “Excéntrico encantador”, en Brooklyn Heights. “Maricón refinado” o “perrito faldero”, los hombres envidiosos de su intimidad con símbolos sexuales como Marilyn Monroe. “Bufón chismoso”, los magnates que compartían con él a manteles. “Infame”, lo calificarían todos después, cuando ventiló en Esquire, en Playgirl, en Vogue, en Plegarias atendidas la realidad de los famosos. “Sabían que yo era escritor. ¿Por qué se sorprenden de que escriba sobre ellos?”.

“No he vivido un solo momento de tranquilidad… un poco de tensión me viene bien”, decía. Alternaba bacanales de alta sociedad con días de encierro. Se dice que en el sótano de la mansión escribió A sangre fría, la obra emblemática de la llamada literatura de no ficción, la historia del asesinato de una familia a manos de un par de asesinos en Holcomb, un pueblo perdido de Kansas. Si se lee con cuidado esa novela, la descripción de la casa de los Clutter coincide con el hogar de Capote, captado por los retratos de Richard Avedon y Harold Halma y descrito por sus invitados.

Siempre lucía un piso reluciente, encerado y con un delicado aroma de limón; estaba el “diván modernista” en el que el díscolo permanecía echado, lidiando el guayabo de sus noches licenciosas, porque acostado era como le fluían las ideas. “Allí se oyen las musas”. “No puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama o en el diván y con un cigarrillo y café a la mano. Tengo que estar chupando y sorbiendo. A medida que avanza la tarde, cambio de café a té de menta y de jerez a martinis”.

Sólo se oía el sonido de la mano y el lápiz sobre la libreta de apuntes, enseguida sobre los borradores en papel amarillo —como si escribiera sobre la fachada de su casa—, antes de pasar todo a papel blanco, ahí sí, con la máquina de escribir sobre las rodillas. Luego iba al estudio a guardar las versiones en gavetas de madera, donde permanecían semanas o meses antes de enviarlas a Random House o a la caneca. Autocrítica. También vanidad: “me la pasaba mirándome en los espejos y chupándome los cigarrillos y diciéndome: ‘tú y Flaubert, tú y Maupassant, o Proust, o Chejov, o…’”. También frecuentaba el diván de cinco psiquiatras.

Estaban las gruesas alfombras persas para matizar el ambiente sureño y el “estilo federal” del arrendatario. Mesitas llenas de miniaturas y portarretratos. Sombreros para cada ocasión. La compañía de Bunky, su perro bulldog. Y las manías: no soportaba las habitaciones cerradas o bajo llave, porque su madre, alcohólica y extravagante, una vez lo dejó encerrado. “Yo golpeaba y golpeaba la puerta para salir y gritaba y gritaba, y lo único que logré fue un terror tremendo a quedar encerrado”. Tampoco las rosas amarillas, ni tres colillas en el mismo cenicero, ni dos monjas en el mismo avión, ni un mosquito en una noche de verano. Sumaba todo y el resultado era una cifra de buen o mal agüero. Contaba los amigos con los dedos de la mano y le sobraban cinco. Tal vez uno para Harper Lee, la histérica autora de Matar un ruiseñor. Y, entre muchos amantes, su corazón fue del escritor Jack Dunphy, con quien sostuvo una relación de 30 años. A ellos dos les dedicó A sangre fría.

Sofisticado es otra de las palabras que lo definían, y en esa exigencia estética encajaban sus percepciones arquitectónicas y literarias, consolidadas con estudios y amistades en Europa. Una casa, como una novela o un cuento, debía responder a “leyes de perspectiva, de luz y sombra, igual que la pintura o la música”. En la perfección natural de una naranja ejemplificó sus obsesiones artísticas —“el gran diseño total”— en la memorable entrevista que le concedió a The Paris Review. Cuando Pati Hill llegó a entrevistarlo estaba desempacando un “espléndido león de madera” que había comprado para poner junto a la chimenea principal.

En el ensayo sobre Brooklyn se detiene en la escalera de caracol que conduce al último nivel de la casa: “hermosa, flotando hacia arriba en blanco, en simples curvas de cisne hasta una claraboya soleada de ámbar y oro de cristal”. Una espiral que asimilaba al silencio elíptico en su depurada técnica narrativa.

Su abogado y consejero, Alan Schwartz, lo internó en el centro de rehabilitación alcohólica de Nueva York. Antes de dejar la casa echó una mirada alrededor y con voz quebrada le dijo: “Alan, no olvides regar las matas”.


Escrito por

Iván Thays

Escritor peruano. Autor de las novelas "El viaje interior, "La disciplina de la vanidad" y "Un lugar llamado Oreja de perro".


Publicado en

Moleskine Literario

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