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RP 407: Destrucción del patrimonio, destrucción de la identidad

Publicado: 2012-05-07

Hace dos semanas, caminando por San Isidro, vi que habían rodeado con tablones una hermosa casona Tudor en la esquina de las calles Ricardo Palma y Del Bosque.  Al día siguiente, encima de los tablones había una malla verde y un cartel que anunciaba que se construiría una tienda.

-¡Es terrible lo que van a hacer! –me dijeron dos señoras, al verme tomar algunas fotos.

Cuatro días después, queriendo pensar que los obreros quizás sólo iban a hacer obras internas de remodelación, regresé a la esquina… y cuando llegué, encontré que la casona casi había desaparecido.

Este no ha sido el único caso de demolición acelerada que se produce en los últimos meses: la Casa de la Biblia en Santa Beatriz y el antiguo local de Aurelia en Lince han desaparecido con la misma velocidad.   Después del compás de espera que generó la incertidumbre electoral del año pasado a muchos inversionistas, las inmobiliarias están “poniéndose al día” reanudando el proceso por el cual, en los últimos años, muchas zonas de Lima han perdido valiosos inmuebles, desde Santa Beatriz hasta Magdalena y desde Miraflores hasta la avenida  San Felipe en Jesús María.   Desde Jauja hasta Piura y desde Iquitos hasta Ica, las demás ciudades peruanas también se vienen deteriorando aceleradamente.

Sin embargo, en la destrucción del patrimonio urbano no solamente han influido el abandono de los antiguos propietarios y los intereses de grupos económicos, sino también criterios erróneos de planificación urbana.   Entre los años cuarenta y setenta, decenas de casonas en el centro de Lima fueron demolidas para ensanchar las avenidas Tacna, Abancay y Emancipación y el jirón Camaná.  Se justificaba la destrucción de balcones, patios coloniales, mansardas republicanas y elegantes rejas para asegurar la fluidez del tráfico.   Entretanto, en las ciudades europeas, donde hay muchos más vehículos, se prefirió construir metros, preservando el entorno urbano.    Es más, después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, muchas ciudades fueron reconstruidas tal como eran, en base a fotografías.   En el Perú, una mal entendida modernidad ha sido más destructiva que cualquier bombardeo.

Las demoliciones arrebatan a las ciudades aquello que los antropólogos llaman la “geografía recordada”, los referentes fundamentales que orientan la vida de los vecinos, los lugares donde jugaron de niños o pasearon cuando eran adolescentes, jóvenes o adultos.   La memoria y la identidad de la ciudad se rompen, generándose una sensación de desarraigo.

A las inmobiliarias y los alcaldes esto no les importa mucho tanta destrucción, pero a la gente sí.   Por eso los vecinos de Lince protestaron contra la remodelación del Parque Bombero y los de Barranco siguen indignados por la destrucción del molino y la laguna para un museo que nadie pidió: se estaba atentando contra sus recuerdos.

Otras víctimas de este proceso “anti-urbanista” son los árboles, talados por todas partes. Es difícil imaginar ahora la tupida alameda Ricardo Palma o saber que el pasaje Los Pinos se llamaba así  porque era prácticamente un bosque de pinos y ahora es una calle realmente fea.  A veces son talados por razones mezquinas: para que se vea mejor un local comercial.  Esto último lo he visto frente a un Banco de Crédito en la plaza San José de Jesús María, un Inkafarma de la avenida Dos de Mayo en San Isidro, un hostal de Lince o la pastelería San Antonio de Miraflores.   Sin la sombra de los árboles es más incómodo caminar por Lima.

Los limeños sienten mucho aprecio hacia los lugares que se conservan tradicionales, como el centro de Barranco, y también aquellos que buscan imitar la Lima desaparecida como el Parque de la Amistad, donde se ha reedificado el arco morisco que existía al inicio de la avenida Arequipa, una de las primeras víctimas de la modernidad violenta.

Es verdad que en el Centro Histórico se vienen recuperando valiosos edificios como el Hospicio Ruiz Dávila o la casa Bodega y Cuadra, pero para el resto de la ciudad, prima la indiferencia.   Además, aún en el Paseo Colón o el jirón Moquegua valiosos edificios republicanos vienen ofreciéndose… como terreno.

El sábado pasado, con varios amigos nos reunimos para protestar contra la demolición de la casona del Satchmo de la calle La Paz en Miraflores.   Era penoso ver que, desde hace algunas semanas, sólo hay escombros donde se levantaba su casona gemela.  Comenzamos a recorrer varias callecitas de Miraflores y quedamos consternados.  Sólo algunas casonas atestiguaban que alguna vez fue un bello distrito… y casi todas tenían carteles que anunciaban su próxima destrucción.  Anoche, quise enseñar a otros amigos la casona Tudor de la calle Ricardo Palma... pero ya no había nada que enseñar.

Todos perdemos en un proceso que parece diseñado a afectar nuestra autoestima como ciudad y como país.  De poco sirve que se pretenda que los turistas se queden en Lima cuando se les ofrece una ciudad cada vez menos atractiva, sin personalidad, sin belleza.  De poco sirve pretender que los limeños quieran a Lima si sus propias autoridades la quieren muy poco.


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Reflexiones Peruanas

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