"YO NO ESCRIBO PARA QUE ME QUIERAN MIS AMIGOS". José Rosas Ribeyro, un poeta ante su primera novela
José Rosas Ribeyro presenta País sin nombre, su primera novela, en la que Rosales, el personaje principal, es exiliado —como él— por una dictadura militar. El país de Rosales no es el de Rosas Ribeyro, que sí tiene nombre y es el Perú en el que siempre —y antes de ser deportado durante la dictadura de Velasco Alvarado— se sintió un extranjero que vivía en la avenida La Colmena, en el centro de Lima, antes de que los cines Le París y Colmena fueran solamente para adultos.
Javier Rosales Riquelme era un poeta que no esperaba más que escribir en días de bohemia, comenta. Sin embargo, niega el álter ego y lo usa únicamente para recorrer, de manera cercana, esos años con un narrador en primera persona.
¿Cuál es la razón que te dio el Estado para ser deportado?
Ninguna. En el 75 yo trabajaba para el suplemento cultural del diario Marka, que al principio apoyaba el golpe militar de Velasco. No iba ni en su tercer o cuarto número, creo, y escribir el artículo de una película censurada sobre pueblos en conflicto bajo la temática andina pareció ser el motivo. Unos días después, estaba en un avión rumbo a México con otro poeta, un periodista cultural y algunos políticos. Entre ellos, Armando Villanueva del Campo, que gritaba entre risas que yo debía ser el exiliado más joven del Perú. Tenía 23 años. Nunca más vuelvo al Perú, dije, y aquí estoy. Algunas promesas no son eternas o simplemente están hechas para romperse.
¿Qué es ser un escritor en el exilio?
La primera vez que regresé al Perú, después del 75, fue luego de seis años de haberme ido. Abandoné inmediatamente la idea de que me debieran algo. Siempre fui un escritor en espera de otro lugar. Yo escribo por necesidad, aquí o allá. Morales Bermudez (¿otro general que hacía la revolución?) había dado una amnistía en el 77, yo trabajaba para la radio en México y partí a París después de la devaluación histórica que sufrió el país y que convirtió todos mis ahorros de dos años de trabajo en unos cuantos pesos. Otros regresaron, yo no, incluso cuando trabajaba en Marka pensaba en irme.
¿Qué sacrificaste?
Yo iba a publicar cuando me deportaron. Mi primer libro. Eso se perdió junto a fotos que iban dentro, eran antiguas, de familia. Aunque recuperando algunos poemas he logrado armar un poemario que saldrá pronto en México: Todo es aluvión. Publiqué Currículum Mortis, ya en el 85. Pero lo peor, creo, es que a mi regreso o en mis regresos intermitentes veía que el Perú empeoraba. Se vendrían los ochenta con el terrorismo, después Fujimori. No, no me sentí a salvo fuera, y sentí siempre el reproche en esas miradas que te juzgan por no estar aquí. Eso me daba mi situación.
Entonces, París no era una fiesta.
No. Trabajaba como periodista para la radio y allá me tocó reinventar el Perú que presento en la novela y que me tomó años, a veces un día entero cada quince días, otras con intervalos de tiempo más prolongados. No era fácil regresar al Perú, ni siquiera desde la escritura. En algún momento dejé de estar molesto con el país. Además, todo había cambiado. Y recalco que lo que piensa Javier Rosales Riquelme (JRR), mi personaje, y al que todos asumen como mi álter ego, no lo pienso necesariamente yo.
Pero tu novela ha sido estructurada desde un espacio en el que se pueden reconocer situaciones y personajes que no a todos nos son ajenos. Poetas, políticos, medios.
Treinta años después, es solo un ejercicio de memoria. Javier Rosales Riquelme inventa, como yo, todo lo que pasó a partir de hechos puntuales, uno es la deportación. Intento que haya humor e ironía, también una fuerte carga erótica. Si bien se pueden reconocer a algunas personas, yo escribo para contar una historia, no para que me quieran mis amigos, como decía García Márquez. No hay geografía, sino un país sin nombre, otro llamado “país del norte”. Además, Rosales no escribe, recuerda. La narración está plagada de poetas, los personajes no están al centro sino pegados a los márgenes. Es una crítica al mundo, a nadie en especial.
Entonces Rosales habla de sexo, política y bohemia
Rosales habla de los años duros, los años de plomo habiendo heredado revolución, activismos, feminismo, mayo del 68. La novela confronta al hombre. País sin nombre ocurre desde esa perspectiva, “es una crítica sobre la izquierda o una revuelta contra todo”, como dijo Violeta Barrientos en la presentación del libro. Acaba como empieza, con Rosales sobrevolando el país del norte, hacia otro destino. Y ese es el inicio de la otra novela que estoy trabajando a modo de continuación.
EL FUTURO
La persona, no el personaje, precisa sobre sus planes inmediatos.
“Publicaré un libro que se llama No apto para señoritas (narrativa) y la edición en México de mi poesía que no solo contiene el que iba a ser mi primer libro con poemas que se publicaron en diversas revistas (Insula, Harawi, El dominical, entre otras). Esa parte del libro se llama Historia Antigua. Le siguen Curriculum Mortis y Ciudad del infierno (entero). Los tres bajo el título Todo es Aluvión, que es un verso de Martín Adán. Por lo demás, regresaré a París a seguir escribiendo“.
Rosas Ribeyro nos lleva entonces al país del norte, lugar de memoria para Javier Rosales Riquelme y que 30 años después de un golpe militar, dentro y fuera de la ficción, servirá para que el personaje narre y extienda un puente entre su propio país —el que
no nombra— su escritura y lenguaje a través de lo que hay detrás de la política, de su sexualidad y la miseria de una bohemia que, agotada entre las desesperadas relaciones amorosas y olvidos, terminará por cobrar lo que no se tiene.
Por Cecilia Podestá/Publicado en la Revista SIETE N 8, del 8 al 14 de enero, 2012.