¿SIRVE PARA ALGO LA POESÍA?
Hace algunos años, recuerdo haberme complicado la vida afirmando frente a un grupo de artistas profesionales que el arte no sirve para nada. Después de mirarme con desaprobación me exigieron que sustentara lo que había dicho o me retractara. Traté de explicar que mi intensión no era minimizar al arte, por el contrario, no quería rebajarlo al nivel de "cosa utilitaria", quise argumentar que el arte no tiene que servir para nada, precisamente porque es arte: no es "para algo", sino es "en sí misma" causa y propósito. Sin hacer mucho caso a mis argumentos me lanzaron un par de frases nada artísticas y se fueron molestos.
Hoy, esa afirmación provocadora rebota y me hace preguntar si la poesía -en esta época de cambios hiperveloces, postmodernidad, civilización del espectáculo y sociedad de la información- sirve para algo. ¿Tiene que servir?
En nuestra sociedad de consumo, utilitaria y mercantilista, las cosas valen por su utilidad. Incluso las piezas de diseñador o un cuadro de autor renombrado, son utilitarias. No sólo sirven de adorno, sino de marca de clase, de soporte a la vanidad y como signo de estatus social. Una hermosa obra de arte, en nuestra sociedad banalizada, deja de valer por sus complejidades estéticas y las sensaciones que transmite; vale más por su calidad de exclusiva, de única, de objeto deseado por los demás pero que sólo yo tengo.
La poesía escapa a esa degeneración, ya que no puede ponerse en una sala de adorno, y no es pieza única. Un poema puede ser copiado infinitamente sin perder un ápice de su belleza, como la música, es una creación subjetiva, percibible más no aprehensible. Me atrevo a decir por ello que la poesía y la música (primas a fin de cuentas) son por ello las artes más elevadas.
Tratando de regresar a lo utilitario, la música suele ser fondo, acompañamiento, catarsis y ambientación. Sirve para bailar, generar tensión en una película e incluso como identificador de culturas y países; pero más allá de estos usos, la música más elevada, más estética, sólo sirve para escucharla, para dejarse llevar por ella, y punto.
La poesía ha servido a los enamorados como herramienta para explicarse mutuamente lo que no pueden verbalizar; sirve para alabar a alguien por el facebook, y como dice Mario Vargas Llosa -refiriéndose a toda la literatura- es también un acto de rebeldía. Cuando creamos con palabras lo irreal, nos rebelamos contra lo real.
Pero la poesía es su máxima expresión sólo existe para estremecernos o entusiasmarnos por su belleza o fortaleza; sólo existe para y por esa nada que es subjetiva y que a pesar de no poder ser conceptualizada nos hace, por un pequeño instante, algo superior a nosotros mismos. Como dirían mis amigos teósofos, casi un pequeño samadhi.
No, la poesía no sirve para nada, porque en este mundo bajo de cosas materiales, en esta sociedad carcomida por el interés y el consumo, en esta tierra de miserias y banalidades, donde solo lo utilitario tiene valor, la poesía es una cosa extraña sin valor. No sirve para nada porque pertenece a otro mundo. Un mundo arquetípico platónico. Un mundo subjetivo y subconsciente. La poesía es el verbo previo al espítitu de Dios flotando sobre las aguas (según el Génesis).
Para escribir, leer y disfrutar la poesía, hace falta algo más que sólo masa encefálica y vísceras. Tal vez sea esa su única utilitariedad: recordarnos que somos más que primates con intelecto, que podemos tener pequeños atisbos de una existencia superior.