Misoginia clerical
Me van a perdonar que, para variar, disienta de la iglesia católica. O, si prefieren, no me perdonen. Pero aquí les va igual mi comentario.
En Roma acaba de culminar el Sínodo sobre la nueva evangelización, que, según los vaticanistas, fue casi como un Concilio, y convocó, durante veinte días, a una tropa considerable de purpurados que había llegado de todas partes del mundo mundial.
El motivo del mini-Concilio consistía en pasar revista a los problemas que actualmente enfrenta la iglesia y, de paso, ofrecerle al papa una hoja de ruta que le permita encarar con eficacia la secularización, que es como llaman ahora al fenómeno del descreimiento, que se refleja en la clamorosa ausencia de fieles en los templos. Actualmente se habla, por ejemplo, de la “apostasía silenciosa”, que significa vivir como si dios no existiera. O algo así.
De hecho, por lo que he revisado y leído, hubo propuestas audaces. Y hasta atrevidas, vamos. Por no decir modernas, que también. Pero ya adivinarán. No contaron con el debido consenso. Ni pasaron el filtro de los integristas, que, literalmente, son más papistas que el papa.
Discutieron, verbigracia, sobre los divorciados vueltos a casar, que, como saben, por más cucufatos que sean, la iglesia les tiene prohibido acceder a los sacramentos de la comunión y de la confesión. Mejor dicho, pueden confesarse, pero no pueden ser absueltos de sus pecados. Y claro. Como era previsible, no resolvieron el problema.
De otra parte, el arzobispo de Kiev, monseñor Sevcuk, se lanzó con una de las iniciativas más arriesgadas y propuso el celibato opcional para los curas, porque en Ucrania los clérigos católicos son partidarios de casarse. Pero ya saben. Decir algo así en un sínodo está mal visto por el conservadurismo rancio, que es el que manda. Y nada, la idea fue escuchada casi, casi como si se hubiese proferido una herejía. Y al pobre arzobispo ucraniano le miraron como a un delincuente de La Parada, y zuácate, cambiaron de tema. Porque así es la demagogia hipócrita que se vive en la santa sede, donde los jerarcas oyen solamente lo que quieren oír, y punto.
Pero a lo que iba. Uno de los asuntos más discutidos fue el rol de las mujeres en la iglesia, que, como es evidente, siempre se les ha excluido, no obstante que son la mayoría. La iglesia católica la componen un 61% de mujeres, organizadas en diversas órdenes religiosas, ante un 39% de hombres.
Para que tengan una idea. De los 34 doctores de la iglesia, 30 son hombres y solo 4 son mujeres: Teresa de Ávila, Catalina de Siena, Teresita de Lisieux e Hildegarda de Bingen (esta última recientemente incorporada a este selecto club).
Las mujeres no pueden ser sacerdotisas, obispas, cardenales. Y menos, papisas. A lo máximo que pueden aspirar es a ser monaguillas. Se trata, entonces, de una mayoría relegada y discriminada. Algo que va, además, contra los signos de los tiempos, en los que la igualdad entre varones y mujeres –la paridad, o sea- es un derecho cada vez más extendido por todo el Globo. Y es que, como dijo Dolors Figueras, del colectivo catalán Dones en l’Esglesia, “la iglesia debe ser ya la única institución del mundo, al menos en el ámbito occidental, que sigue marginando a las mujeres”.
Y no, no me digan nada, pues acá no hay nada que rebatir. La iglesia es misógina. Y encima, ciega. Porque no se da cuenta, como anota Figueras, que, “si las mujeres hiciesen huelga, las iglesias se quedarían casi vacías del todo”. Porque este es otro tópico en el que la iglesia no para de hacer el ridículo, debido a sus eternas posturas patriarcales, intransigentes y estrechas de mente. Además de estúpidamente machistas, obviamente. Pues eso.