Lo vi en directo. Y como de costumbre, no me defraudó. Es un plato, ya lo dije antes. Y su lengua tiene forma de bumerán. Me refiero a Kenji, obvio. Y a su particular grandilocuencia. Porque si este escriba tenía algunas mínimas dudas sobre las condiciones de reclusión de Alberto Fujimori, ayer fueron despejadas todas. Absolutamente todas.

Quedó claro -y de acuerdo a los objetivos de Kenji- que la “celda” de su padre no es “dorada”, por ejemplo. Es morada. O verde. E incluso amarilla (que con esa tonalidad identificó, por lo pronto, el lugar donde duerme todas las noches). Pero dorada, no. Eso quedó reclaro.

Y en su elocuente pizarrita de espacios coloreados también quedaron establecidos y perfectamente definidos, entre otros, aquellos espacios a los que accede el único morador del Establecimiento Barbadillo: sala de visitas, comedor, patio, depósito, una habitación de 14 metros cuadrados (no faltaba más, con baño propio, clóset y libreros). Y para que no queden suspicacias, señaló con su puntero el lugar preciso donde se ubica la sala para recibir a sus abogados y su tópico personal y de nadie más. Y fíjense. Hasta el área donde pinta y recibe clases de escultura estaba ahí, alucinen, en la pizarra de Kenji. Todo, es decir.

No hay orador perfecto, es verdad. Y admito que, debido a la premura, no señaló la ubicación exacta del huerto donde cultiva sus rosales y siembra almácigos. Pero eso sí. Y no sé ustedes, pero a mí me resultó palpable e indiscutible que, lo de la “sala de masajes” es una infamia de la prensa cabrona y caviar.

Pero paciencia, Kenji, es así. Todo analfabeto desprecia cuanto ignora. Y no le hagas caso a tus críticos. Lo de ayer fue, simplemente, memorable. Créeme. Deberías aparecer más seguido.