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Los teólogos nazis

Publicado: 2012-12-28

Tomado del blog Las líneas torcidas, del ex sodálite Martín Scheuch.- Jesucristo, del teólogo alemán Karl Adam, publicado originalmente en 1935, fue tal vez el primer libro que leí sobre la persona de Jesús. Fue durante mis primeros años de formación en el Sodalicio de Vida Cristiana. El libro incluía una aproximación al Jesús histórico que resultaba fascinante para nosotros jóvenes, pues presentaba a un Jesús de contextura física vigorosa, siempre sano y desconocedor de la enfermedad en carne propia, ajeno a toda debilidad humana, aseado y ordenado, con el cabello corto en la nuca, amante del trabajo y de las caminatas al aire libre, decidido y de mirada penetrante, intransigente con los seguidores de la ley mosaica, capaz de defender un ideal hasta la muerte, obediente por encima de todo. Esta aproximación se usaba en reuniones de grupo para darnos una imagen palpable y accesible del fundador del cristianismo.

Otro teólogo alemán al que leí mucho durante mi etapa de formación el el Sodalicio de Vida Cristiana fue Michael Schmaus, autor de una voluminosa Teología Dogmática en 8 tomos, que comenzó a publicarse originalmente en 1941 y fue actualizada continuamente en las ediciones de años posteriores. Los sodálites que estudiamos en la Facultad de Teología Pontifica y Civil de Lima en los años ’80 teníamos la consigna de estudiar las materias de teología dogmática en esa obra, a fin de aprender una teología que estuviera de acuerdo en todo con el Magisterio de la Iglesia, no como aquella que era impartida por algunos profesores de la Facultad, a los cuales se consideraba como inficionados de doctrinas sospechosas e incluso heréticas. Nos veíamos obligados de esta manera a tener estudios paralelos, pues teníamos que aprender lo que nos enseñaban los profesores de la Facultad a fin de aprobar los exámenes, y a la vez teníamos que aprender los contenidos de la obra de Schmaus, a fin de adquirir conceptos teológicos sólidos y probados.

Tanto Michael Schmaus como Karl Adam se nos presentaban como teólogos intachables, de buena doctrina y fidelidad sin fisuras a la Iglesia. Sin embargo, recientemente he llegado a saber a través de un interesante artículo en alemán (Antijudaísmo y antisemitismo en la teología de nuestro siglo: Karl Adam, Michael Schmaus y Anton Stonner, Georg Denzler, 1995) que ambos teólogos tenían algo común en su pasado, una circunstancia sombría que los coloca bajo una nueva luz: ambos apoyaron explícitamente la ideología nazi durante la dictadura hitleriana.

Veamos a cada uno de ellos en detalle.

Michael Schmaus

Michael Schmaus (1897-1993), nacido en Baviera, de quien fuera alumno el futuro Papa Ratzinger en los años de la posguerra, actualizó la dogmática católica recurriendo a un lenguaje accesible y mostrando una orientación marcada hacia las Sagradas Escrituras y los escritos de los Padres de la Iglesia. Su obra principal, Teología Dogmática, fue en su tiempo una obra de gran importancia e influencia, siendo traducida a varios idiomas. Desde 1946 hasta su jubilación en 1965 fue profesor de teología dogmática en Múnich. Fue también perito en el Concilio Vaticano II y contribuyó a la redacción de la Constitución sobre la Iglesia Lumen gentium. El Papa Juan Pablo II le concedió en 1983 el título de Protonotario Apostólico.

En el período de entreguerras a partir de 1933 y durante la Segunda Guerra Mundial, lo encontramos como profesor de teología dogmática en Münster. En ese entonces el teólogo alemán veía en la nación la mas alta revelación de Dios, y en la historia tanto como en la religión, un fenómeno histórico que fructificaba en la idea de la “religión nacional”. No hizo ningún secreto de su simpatía inicial por el Tercer Reich de Adolfo Hitler. En una ponencia de 1933 ante estudiantes, intitulada Encuentros entre cristianismo católico y cosmovisión nacionalsocialista, que tuvo dos ediciones impresas, manifestaba gran respeto por el nuevo movimiento ideológico racial: «El nacionalsocialismo pone en el centro de su cosmovisión la idea de un pueblo surgido a partir de sangre y suelo, destino y misión. El llegar a ser pueblo por parte de los alemanes es la meta esencial del movimiento nacionalsocialista.» Un alemán sería recién «un hombre pleno», opinaba entonces el teólogo, cuando sea «un alemán pleno». Dios le ha confiado a cada pueblo una misión especial, pero al pueblo alemán le ha confiado una de las más grandes tareas: «Para que la historia universal tenga sentido, no debe desarrollarse fuera de la voluntad divina; entonces a la nación alemana se le deberá asignar otro rango que a la república de negros de Liberia.» Asociada a este enunciado estaba la cuestión política de si la Sociedad de Naciones –predecesora de la posterior Organización de las Naciones Unidas– era conforme con la concepción católica. En efecto, en 1935, dos años más tarde, Hitler anunciaba oficialmente que Alemania se retiraba de la Sociedad de Naciones. Schmaus quería que la desigualdad antes señalada no sólo se entendiera colectivamente, sino también individualmente: «Es una doctrina católica explícita, que, no obstante la igualdad esencial del destino humano, no todos los hombres han sido creados para igual bienaventuranza e igual perfección en todos los aspectos, sino que cada uno puede y debe alcanzar la perfección que corresponde a su capacidad intelectiva.» Sobre la base de estas formulaciones podía sustentarse el modelo germánico de hombre como un linaje de carácter extraordinario. Ciertamente, Schmaus creía en la universalidad de la Iglesia, pero no sin un cierto acento antisemita. En la misma ponencia señala lo siguiente: «Hubo una vez un pueblo, que creyó que la Revelación estaba vinculada a su nacionalidad. Tuvo que pagar esa locura con el repudio. Era el pueblo judío.»

Karl Adam

Karl Adam (1876-1968), también bávaro al igual que Schmaus, profesor de teología dogmática en Tubinga, fue uno de los teólogos alemanes más renombrados después de la Primera Guerra Mundial. Su libro La esencia del cristianismo, publicado en 1924 y traducido a diez idiomas idiomas, le hizo conocido más allá de las fronteras de Alemania. Con la llegada de Hitler al poder en 1933, Adam abogó por una síntesis entre catolicismo y nacionalsocialismo, llegando incluso a hacerse miembro del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores o Partido Nazi. A mediados del año 1933 publicó el artículo Raza alemana y cristianismo católico. En ese escrito ve a Adolfo Hitler como el salvador del «cuerpo racial enfermo, el hombre que permite otra vez ver y amar nuestra unidad sanguínea, nuestra identidad alemana, el homo germanus». Cegado por la ideología nacionalista pro-germana, el influyente teólogo tuvo posiciones peligrosamente cercanas a la funesta doctrina racial del nacionalsocialismo: «Según las leyes biológicas no puede haber duda de que el judío, en cuanto semita, es incompatible con nuestra raza y siempre lo será. Ninguna mezcla de sangre hará jamás posible que pueda incorporarse a la raza aria.» De allí infiere Adam la necesidad, «como requerimiento de la autoafirmación alemana, de preservar la pureza y frescura de esta sangre y asegurarla mediante leyes». Hace referencia explícita a la inmigración de judíos desde el Este y al «espíritu judío específico», que «no sólo se ha introducido cada vez más nuestra economía, sino también en nuestra prensa y literatura, la ciencia y el arte, incluso en toda nuestra vida pública y ha debilitado enormemente nuestra herencia de vínculos nacionales y religiosos». Como al autor católica le huele que muchos representantes del judaísmo de su tiempo constituyen un peligro religioso y nacional, le parece que «la manera de proceder del gobierno alemán contra la invasión judía, si bien ha sido considerada dura por parte de judíos alemanes patriotas, en sus propósitos fundamentales constituye un acto obligatorio de autoafirmación germana cristiana», más aún, es una exigencia de «nuestro amor propio ordenado, aquel amor propio que en la moral cristiana constituye el requisito natural de nuestro amor al prójimo». No bastando con esto, el teólogo de Tubinga saca conclusiones concretas, que deben ser tomadas como exigencias. «Una legislación basada en la pureza étnica de sangre» no puede «sin más ser condenada como no cristiana o anticristiana: antes bien, es derecho y tarea del Estado preservar la pureza de sangre de su pueblo mediante las medidas correspondientes, siempre que obviamente sea amenazado por la irrupción desordenada y desmedida de sangre extraña». Por otra parte, añade a modo de restricción que en la ejecución de las disposiciones del Estado no se debía vulnerar la justicia y el amor, y la especificidad judía no debía ser difamada moralmente.

Como se puede constatar, el teólogo alemán no tuvo la intención de marcar distancia con la nueva religión de la sangre y la raza, formulada teóricamente por el ideólogo nazi Alfred Rosenberg en su obra El mito del siglo XX, de 1930. Al contrario, al iniciarse el régimen nazi les ofreció a aquellos católicos que tenían dudas una excusa y justificación para adherirse a una mentalidad racista.

El mito de la sangre y del suelo también es fundamental en la cristología de Adam. En una ponencia en el Katholikentag (Congreso de los Católicos Alemanes) en Stuttgart, el 21 de enero de 1934, el teólogo hizo un intento de interpretar de nuevo la ideología racial en clave cristiana: «¿No se está gestando un hombre nuevo, un pueblo nuevo, cuyo aliento es cálido y ardiente, sus ojos claros y brillantes, su corazón ufano, un hombre, un pueblo que partiendo de la disipación y la dispersión se ha vuelto a encontrar a sí mismo, que retorna a la herencia de la sangre, al suelo patrio y a aquel origen y santuario, del cual ha tomado sus mejores fuerzas, a la fe cristiana?»

En otra ponencia, que tuvo lugar un año más tarde, el 5 de febrero de 1935, en el Bonifatiusverein en Tubinga, y que fuera publicada ese mismo año con el título Jesucristo y el espíritu de nuestro tiempo, si bien Adam acentúa el carácter universal de la Revelación divina, añade lo siguiente: «Desde luego también la peculiaridad sanguínea de un pueblo va a colorear la manera particular en que se acoge y procesa la santa y excelsa Palabra de Dios, y por eso la devoción que se enciende ante la revelación sobrenatural nunca podrá sustraerse a un impacto nacional racial.» Para ello apela a dos principios de la teología escolástica: «la gracia supone la naturaleza» y «la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona».

Ya en su obra Cristo y el espíritu de Occidente, de 1928, aparecían enunciados antisemitas. Para demostrar la improtancia de Occidente como «el primer gran campo misionero cristiano», recuerda que el Apóstol Pedro «trasladó su actividad a Roma» y que Pablo «dedicó su vida a eliminar todo lo judío de la esencia del cristianismo». Este concepto se expresa también en la cristología de Adam: «Se debe quizás con cierta precaución arriesgar la siguiente frase: así como el Jesús histórico asumió la figura de un descendiente de David, de un judío, así la figura del Cristo místico es occidental.»

Después de enero de 1943, cuando en la Conferencia de Wannsee los líderes nazis tomaron la decisión criminal de poner una “solución final” a la cuestión judía, Karl Adam, en su artículo Jesús, el Cristo, y nosotros, los alemanes maltrata el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, para sostener que Jesucristo no era un descendiente de judíos, ya que «su madre no tuvo ninguna relación física ni moral con aquellas feas predisposiciones y fuerzas que condenamos en los judíos de sangre pura. Por milagro de la gracia, ella está más allá de estos factores hereditarios judíos, es una figura sobrejudía.»

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, Karl Adam pudo seguir enseñando teología en Tubinga y se jubiló en 1949.

Rudolf Graber

Durante una lección académica en calidad de invitado en Tubinga, el entonces obispo de Ratisbona, Rudolf Graber (1903-1992), calificó a Karl Adam de «precursor del Concilio Vaticano II y de su teología». Lo curioso es que el pasado dl Graber tampoco fue muy limpio que digamos. En junio de 1933, durante un discurso público, había designado a Adolfo Hitler como «salvador, padre y redentor terreno». En este discurso, intitulado La misión alemana: Sobre el concepto e historia del Sacro Imperio, también se encuentran alusiones antisemitas y raciales, explicando la «lucha contra el judaísmo» como «una animadversión instintiva de todo el pueblo alemán» y rematando con la consabida frase retórica: «¿Por qué el pueblo repudiado debe dominar el mundo y no el pueblo del medio?» Graber designaba al «Tercer Reich como la salvación de Occidente del caos del bolchevismo, la barbarie asiática».

Si bien Graber, desde su puesto de director de la organización católica juvenil Bund Neudeutschland elaboró y difundió una especie de “teología del Reich”, en la que se fusionaba antijudaísmo con ideología racial antisemita, una vez terminada la guerra negó que hubiera apoyado al régimen nazi, y desde 1946 hasta su nombramiento como obispo de Ratisbona en 1962 ejerció de profesor de teología fundamental, historia de la Iglesia, ascética y mística en Eichstätt (Baviera). De 1957 a 1962 fue también secretario de la revista “El Mensajero de Fátima”.

No me consta que en el Sodalicio se haya sabido de las afinidades nazis de los teólogos Adam y Schmaus. Bajo esta luz, uno se pregunta si la descripción de la figura de Jesús que aparece en el Jesucristo de Adam se basa única y efectivamente en los datos bíblicos, como pretende el teólogo alemán, o si no hay una cierta influencia del modelo de hombre presente en la ideología nazi y que se buscaba construir a través de la formación física, militar e ideológica en los campamentos de la Hitlerjugend (Juventudes Hitlerianas). O si la teoría de la predestinación de Michael Schmaus, que plantea que unos son creados y elegidos para gozar de una mayor bienaventuranza y felicidad que otros, no responde más bien a una aproximación elitista a la vida, que encontró expresión en el concepto de raza elegida del nazismo, y que, finalizada la guerra y vencida la dictadura hitleriana, queda sólo como elitismo sin más, justificado teológicamente, donde unos, en razón de un misterioso designio de la voluntad divina, están llamados a una misión que los coloca por encima del común de los mortales y les garantiza un puesto privilegiado en el Reino de los cielos.

Ambos teólogos no pronunciaron nunca un mea culpa por haber apoyado el nazismo ni hicieron cuentas con su pasado. Simplemente cubrieron con un manto de silencio ese lapso de su vida, como si nada hubiera pasado, y continuaron con su carrera teológica en circunstancias distintas. Curiosamente, en eso se parecen al Sodalicio de Vida Cristiana, cuyo proclamado fundador Luis Fernando Figari tuvo un pasado marcado por la influencia de doctrinas afines al fascismo, legado ideológico que también configuró la institución en sus inicios –sin contar con que también puede tener proyecciones en el presente–, y todo ha sido cubierto adrede con una pátina de olvido y silencio, intentando sepultar las huellas del pasado y desprestigiando a aquellos que se atreven a sacar los cadáveres a la luz. Uno termina preguntándose si hubo transparencia en el procedimiento que culminó con la obtención de la aprobación pontificia en 1997 y contaron todo lo que tenían que contar, toda su historia con sus páginas incómodas inclusive, o si presentaron el cuento de hadas que han ido elaborando a lo largo del tiempo, donde la historia es reescrita e interpretada de acuerdo a la conciencia actual que de sí mismo tiene el Sodalicio, y donde todo aquello que no corresponda a ese ideal es eliminado de la memoria, como si nunca hubiera existido.

Rupert Mayer

Afortunadamente, la memoria existe. En el año 2011 la ciudad de Tubinga decidió cambiar el nombre de la calle Karl Adam, que llevaba este nombre desde 1966, por el de Johannes Reuchlin. El año anterior, 2010, el obispado de Rottemburgo-Stuttgart había cambiado el nombre de la casa Karl Adam, una residencia de estudiantes en Stuttgart, por el de casa Rupert Mayer. Nacido en Stuttgart en 1876, fue un jesuita que formó parte de la resistencia católica durante la dictadura hitleriana y que, debido a sus prédicas criticando los peligros del nazismo, terminó preso en varias ocasiones e incluso pasó un tiempo en un campo de concentración, muriendo en 1945 de un ataque de apoplejía y con la salud quebrantada. Que además tuvo una preocupación por gente de todas las clases sociales, fue llamado en vida el “Apóstol de Múnich” y en 1987 fue declarado beato por la Iglesia. Y que nunca apoyó ideologías totalitarias ni se sometió complacientemente a regímenes dictatoriales y, por lo tanto, nunca tuvo un pasado vergonzoso que ocultar de miradas ajenas.

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El artículo original en alemán de Georg Denzler ANTIJUDAISMUS UND ANTISEMITISMUS IN DER THEOLOGIE UNSERES JAHRHUNDERTS: Karl Adam, Michael Schmaus und Anton Stonner puede leerse aquí:

http://facta.junis.ni.ac.rs/lap/lap97/lap97-02.pdf


Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

La voz a ti debida

Un blog de Pedro Salinas.