Tyrion y Arya
No son quienes ustedes creen que son. Los confunden quizás con los personajes de la serie Juego de tronos, que, si me apuran, son los que mejor me caen. Pero no. Son los nombres de los cachorros siberianos que les he regalado a mis hijos. Aunque, la verdad, si quieren que sea honesto, también me los he regalado a mí. No son los primeros perros que tengo, pero son los que más ilusión me hacen. Porque son distintos a todos los anteriores. Y son un desafío.
En el pasado tuve a Mateo, un bóxer atigrado, cariñosísimo con los niños y feroz con los de su especie. Magnífico guardián, aunque no era muy avispado, debo confesar. Lamentablemente Mateo tuvo que irse luego de varios años de vivir con nosotros porque, de súbito, empezó a matar a los otros animales de la chacra, donde vivía a sus anchas. El momento más crítico fue cuando descuartizó al gato de la casa delante de mi estupefacta hija, quien todavía recuerda con espanto aquel luctuoso día. Con mucha pena, tuve que regalarlo. Un día reapareció, y volví a ser feliz. Pero su nuevo dueño retornó por el fugitivo. Y nada. Nos despedimos nuevamente, con melancolía.
Después llegaron Loki y Sachi, dos hermanos golden retriever, poseedores de una bondad y una nobleza que no he visto nunca en ningún ser humano. Sachi murió envenenada hace pocos meses, y mis hijos lloraron desconsoladamente cuando la enterramos. Y Loki, ya sordo, viejo, sin dientes y sin olfato, un día escapó de la chacra y no regresó más. Presumo que huyó atemorizado por los cuetes que revientan en las fiestas patronales del pueblo, que no son pocas. Y quiero creer que alguien lo acogió en su casa, donde todavía vive y está bien atendido, a pesar de su amedrentadora halitosis.
Solamente quedaban Oso -un labrador negro que en sus tiempos dorados era el macho alfa de la jauría, pero al que actualmente el reuma apenas le deja sostenerse en pie- y Catón, un joven e incansable labrador de color beis que caza pájaros como nadie, para desesperación de mi hija menor.
Todos ellos, junto a otros más, desfilaron por la chacra para convertirse en compañeros bulliciosos y leales y cariñosos y obedientes. Pero me dicen quienes han tenido canes siberianos, que los husky son otra cosa. Que no me entusiasme mucho con ellos. Que no son dóciles. Que son demasiado independientes. Y hasta altaneros. Que no sirven como guardianes porque no ladran. Que se van a comer a todos los bicharracos de la chacra. Y hasta los de la vecindad. Y así.
Y bueno. Algo de eso he leído también antes de llevarme los cachorrillos al campo. Pero he decidido aceptar el reto. Porque de las cosas que me he enterado sobre estos perros que detentan la belleza salvaje de los lobos huargos es que poseen una perspicacia extrema y son inteligentísimos. Y que, sin lugar a dudas, no descansarán hasta que uno de ellos se constituya en el indiscutible líder de la manada, y que hasta tratarán de competir conmigo para ver si logran dominarme. Bueno. Eso es lo que dicen de ellos.
Como sea. Intuyo que su compañía silenciosa será grata. Por lo pronto, Arya, quien tiene un ojo azul y el otro pardo, es la más empeñosa en convertirse en la jefa de la jauría. Sus innumerables dentelladas con sus colmillos de leche que asemejan pequeños alfileres y han agujereado mi mano, así lo demuestran. En cambio, Tyrion, un gordito de manto gris y mirada pausada y orejas caídas, ya se siente un miembro de la familia con plenos derechos. Y es así. Sin embargo, confío en que su presencia cambiará mi vida para bien. Los buenos perros tienen ese don. Nos ayudan a ser mejores personas.
En fin. No sé por qué les cuento todo esto y no sé si este es el tipo de reflexión que se espera para el cierre de un año como el que estamos terminando. Tampoco es que me importe mucho, la verdad. Pues se trata de un comentario que tiene que ver con mi vida, que este año ha transitado por cambios radicales, y algunos en plan profecía maya. Aunque, afortunadamente, así como algunos han sido muy tristes, también ha habido de los auspiciosos. Y de los balsámicos, que también. Y eso sí es algo que me importa. Pues eso.
Feliz 2013.