La matrioska de la aprobación presidencial, por Paolo Sosa
Hace unas semanas, Steven Levitsky sintetizó tres posibles explicaciones para la aprobación de Humala. La primera propone la existencia de una capa de burócratas que puede reemplazar a la debilitada clase política, en pocas palabras, los costos de la inexperiencia política de Humala fueron sobreestimados. Una segunda explicación tiene que ver con el relativo éxito de los programas sociales del MIDIS al menguar la desazón en sectores menos favorecidos. Finalmente, una tercera explicación propone que la suerte ha jugado un rol importante al no tener fuertes escándalos: Humala no es aprobado por sus méritos, sino porque no le pasa nada. Para Levitsky, lo más probable es que la combinación de las dos últimas explicaciones nos dé una respuesta más o menos plausible.
Si uno revisa los porcentajes a nivel de la región sur presentados por Ipsos-Apoyo para diciembre, encuentra una aprobación en alza, sin embargo, si vemos otras encuestas regionales, encontramos otro tipo de resultados. Esta situación podría darse por dos motivos. La primera es que al presentarse los resultados del “sur” perdemos de vista las diferencias entre las propias regiones y se distorsionan las cifras. Otra alternativa sería pensar que los resultados la aprobación obtenida recoge principalmente las opiniones de los polos urbanos donde la aprobación es más alta.
Según la encuesta realizada por el Centro Guamán Poma de Ayala en la región Cusco, el porcentaje de aprobación de Ollanta Humala descendió alrededor de un 15% entre diciembre del 2011 a diciembre del 2012. Si nos basamos solamente en estos datos, la aprobación de Humala en la región Cusco parece revertirse de manera dramática: si antes un 51.7% aprobaba su gestión, ahora es precisamente un 57.1% el que la desaprueba. Sería arriesgado buscar razones que expliquen a ciencia cierta estos resultados, sin embargo no es difícil pensar en los desencuentros entre el Humala candidato y el presidente, el conflicto de Espinar y el camino accidentado del gasoducto surandino. Sin embargo, una cosa es desaprobar a Humala y otra levantarse contra el gobierno.
¿Cómo es posible que en una región que se sentía ganadora en la primera y segunda vuelta de 2011 no exista un fuerte rechazo contra el gobierno más allá de las cifras de aprobación? Pues bien, en regiones como Cusco considero que a Humala lo ha beneficiado la ambigüedad y desarticulación de los grupos que podrían levantar las banderas de la oposición: aquellos que se opusieron al candidato (el fujimorismo, por ejemplo) y aquellos que se oponen a la gestión del presidente (los renunciantes a la bancada nacionalista, los antiguos aliados locales). Es indicativo que según el Centro Guamán Poma de Ayala, solamente el 28% de los cusqueños aprueba la gestión de la “oposición”.
El fujimorismo de Alberto Fujimori logró tener una relación favorable con los cusqueños en su periodo presidencial, sin embargo el de Keiko y Kenji ha fracasado en conectarse con estos sectores. Aún así, la desafección con el gobierno de Humala podría haber sido aprovechada por un fujimorismo que reclame lo “popular” de su nuevo nombre, sin embargo este grupo político se ha ensimismado en una agenda miope centrada en el indulto a Fujimori, jugando por ratos en pared con el oficialismo y por momentos armando pataletas sobre temas poco relevantes contribuyendo con la mediocridad del debate político, especialmente en el parlamento.
Pero el otro lado tampoco parece tener mejores luces. Si bien es cierto que personajes como la congresista Verónika Mendoza (ex PNP) o el alcalde Oscar Mollohuanca (Tierra y Libertad) son antiguos aliados del gobierno que han marcado el pulso político de la región Cusco jugando como oposición, el balance a final de año parece ser no muy diferente al de otros representantes y autoridades locales. Ninguno de los congresistas logra superar el 15% de aprobación a nivel regional, mientras que según el Diario El Sol del Cusco, la aprobación de Mollohuanca empata en un promedio de 30% con su desaprobación.
Pero las encuestas no son la última respuesta. En el caso de Espinar convendría ver el panorama más amplio, en palabras del antropólogo cusqueño Rudy Roca, existe una importante división entre la periferia de Espinar, donde hay más apoyo a Mollohuanca, y Yauri, capital y enclave minero y principal beneficiario del desarrollo de ese sector. Cual muñeca rusa, la dinámica de centros urbanos/ámbito rural, pareciese reproducirse a nivel regional, provincial, distrital, etc. Así es imposible articular efectivamente un discurso.
Las intuiciones de Levitsky, que recogen a su vez algunas hipótesis de Tanaka, Dargent y Vergara, parecen no contradecirse con la realidad cusqueña: los beneficios de los programas sociales hacen que la pegada de la “gran continuidad” no sea tan fuerte, mientras que la suerte beneficia el equilibrio del gobierno. Sin embargo es necesario reconocer que existe esta dinámica diferente entre centros urbanos y periferias, aún a pequeña escala, pues no podemos olvidar que el pulso marcado por las encuestas aún cuando dice cubrir ámbitos “rurales” muchas veces recoge la opinión de los ciudadanos de estos centros poblados, capitales de provincia y distrito, dejando de lado los caseríos o pequeños pueblos.
Las encuestas no son el problema, sino que las ciencias sociales deberían rellenar el espacio cualitativo que estos insumos dejan de lado, priorizando buenas investigaciones con un trabajo de campo serio y profesional. Pero he aquí un gran dilema, ¿quién financia estas investigaciones? ¿Qué tanto hemos avanzado en desarrollar metodologías cualitativas, especialmente desde la sociología y la ciencia política? Debatamos al respecto.
Fuente: Noticias SER
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