Julio Ramón Ribeyro: un (cruel) epílogo.
La Universidad Diego Portales de Chile reeditó recientemente 'La Caza Sutil', de Julio Ramón Ribeyro. La revista colombiana El Malpensante usó esta excusa para publicar uno de los textos del libro: "Epílogo a 'Pasos a Desnivel'". En él, Ribeyro alude al snobismo caricaturesco de los propios críticos, sujetados a la pretensión de sacudir los textos con toda la brutalidad que sea necesaria para arrancarle conclusiones universalistas, abrumadoras y -¿por qué no?- frívolas. A continuación, el epílogo.
"Cuando hace cerca de un año el doctor Wolfgang A. Luchting me pidió que epilogara Pasos a desnivel, su libro de ensayos sobre literatura peruana, le respondí en forma muy vaga, con el propósito de eludir oportunamente ese compromiso. Me parecía en realidad poco delicado comentar un libro en el que había varios artículos sobre mí, más aun cuando muchas de las apreciaciones del autor me resultaban inadmisibles. Pero hace poco el doctor Luchting tuvo un gesto tan poco usual que todos mis escrúpulos desaparecieron: me autorizó a decir en el epílogo todo lo malo que pensaba de él y de su libro. En estas condiciones debo confesar que he aceptado el convite con gratitud y hasta con placer. Antes que nada me parece necesario decir algo acerca de mi amistad con el doctor Luchting (la que me autoriza, pienso, a omitir en adelante el tratamiento de doctor).
El origen fue una discusión que tuvimos en un restaurante de París en 1954. Luchting –a quien el arquitecto José García Bryce me acababa de presentar– sostenía que no había un escritor que ocupara un lugar equivalente en Francia al de Goethe en la literatura alemana. Por espíritu de contradicción aduje que ese escritor era Victor Hugo. Luchting encontró ridícula mi observación y sobrevino una áspera polémica que, como toda confrontación de este tipo, terminó tres horas más tarde por una vía completamente imprevista, con una desaforada disputa acerca de la hotelería suiza. Había olvidado decir que toda la querella se desarrolló en francés, lengua que ambos hablábamos entonces deplorablemente. Fue por ello que cuando al año siguiente nos encontramos en Múnich, Luchting me propuso que debíamos buscar otro terreno lingüístico para nuestro diálogo y no había nada mejor para ello que utilizar nuestras respectivas lenguas maternas.
De allí surgió la idea de intercambiar clases de español por clases de alemán, lo que en unos pocos meses nos permitiría usar ambos idiomas para dilucidar los temas en debate. Lo cierto es que, a los dos meses de clases combinadas, Luchting había aprendido suficiente español como para tenderme los sofismas más sutiles y yo andaba aún preguntándome, como hasta ahora, qué diferencia había entre un nominativo y un genitivo. Intervino aquí además un factor exógeno que no quiero perder la ocasión de mencionar. El doctor Alberto Escobar, a la sazón estudiante en Múnich, se enteró de que yo disponía de un profesor benévolo gracias al cual estaba haciendo, mal que bien, ciertos progresos. Resolvió entonces usurpármelo y para ello se valió del arte culinario de su esposa. En mis encuentros pedagógicos con Luchting yo no podía ofrecerle, soltero y mal becado como era, más que una modesta taza de café, pero Escobar apeló a todo su repertorio de la cocina peruana para atraerlo, y fue así como Luchting terminó por desertar para instalarse casi cotidianamente en el departamento de Escobar delante de suculentos platos de papa a la huancaína o ají de gallina. Escobar aprendió el alemán, Luchting mejoró su español y yo, por desquite, por aburrimiento, por decepción, me dediqué a conocer las cervecerías de Múnich y a escribir entre tanto mi novela Crónica de San Gabriel.
Me doy cuenta de que reseñar pormenorizadamente mi amistad con Luchting sería más bien un tema novelesco. Prefiero por eso renunciar a estas evocaciones para sacar una primera conclusión: el interés de Luchting por el Perú proviene de su amistad con García Bryce, Escobar y yo. Los tres, en diferente medida, le revelamos la existencia de un país, de una literatura, de una cultura tan diferente a lo que él había conocido a través de sus estudios y experiencias en Alemania y Estados Unidos, con la ventaja adicional de que ofrecía a su curiosidad de crítico un terreno poco hollado. Los tres, en consecuencia, somos corresponsables del “fenómeno cultural” Luchting y dejo esto bien sentado por si alguna vez tenemos que rendir cuentas por ello. Luchting es un extranjero al que le gusta el Perú. Prueba de ello es que todos los años, se encuentre en Europa o en Estados Unidos, va a pasar sus vacaciones en Lima. A los que como yo han elegido su residencia en Europa no debe extrañarles que un extranjero encuentre el Perú “vivible”. También nosotros nos radicamos a veces en países de los que huyen sus indígenas en desbandada. El extranjero soporta todos los defectos del país que elige porque sabe que no es su país. Su relación con el país elegido está viciada en su origen y eso mismo lo autoriza a no tomarlo muy en serio y muchas veces a no tomarse muy en serio, pues tiene la ilusión de estar llevando una vida condicional.
No sé hasta qué punto en el interés y en el gusto de Luchting por el Perú entra un poco de folclor. Pero sé positivamente que encuentra a los peruanos sumamente divertidos. Eso se debe no solo a que el forastero percibe mejor lo cómico inmanente peculiar de cada pueblo sino también a que, por ser un país culturalmente indigente, las posturas mentales adoptan entre nosotros un cariz marcadamente caricaturesco. De todos modos, el que encuentre al Perú divertido no le resta seriedad a su función. Le da por el contrario ese saludable distanciamiento que proviene del humor y le permite no tomar en consideración los estándares que los nativos han erigido y que respetan por pereza, conveniencia o temor."
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