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La izquierda y el pragmatismo suicida

Publicado: 2013-02-26

Levitsky: la izquierda moderada como ejemplo

En un interesante artículo, Steven Levitsky se pregunta si la izquierda puede gobernar. Su respuesta es sí, pero para ello debe moderarse, aceptar la economía de mercado como la única posible, dar señales de tranquilidad al empresariado, profesionalizarse, modernizarse y adquirir experiencia dentro del Estado.

Ejemplos de ello serían Brasil, Chile, Uruguay, El Salvador y México. En el camino contrario -por oposición: anticuado, radical, incapaz- estarían Venezuela, Bolivia y Ecuador.

Y como en el Perú lo que más se acerca a la tendencia deseada es la “izquierda renovada” de Susana Villarán, entonces –concluye Levitsky- la izquierda debe defender su gestión, ya que representa el “esfuerzo más serio de los últimos años de construir una izquierda moderada en el Perú”.

Esta posición fue bien acogida en varios sectores de izquierda. La defensa férrea a Villarán se suele presentar así: la derecha la ataca porque quiere mostrar que la izquierda no puede dirigir el Estado, por ello hay que defenderla y hacer exitosa su gestión para "limpiar" a la izquierda de los estigmas de ineficiencia y desorden.

El pragmatismo renovado y la “coalición paniagüista”

Detrás de ese optimismo se levantó una vieja postura, que ahora se presenta como nueva: la izquierda debe dejar su marginalidad y aspirar al poder. Dejar de pretenderse pura y entrar a la política real. Dejar de refugiarse sólo en la utopía y actuar con estrategia. En fin, abandonar la radicalidad y ser pragmática.

En esa línea Levitsky incluso propone conformar una “coalición paniagüista”, en la que la izquierda se alíe con la derecha liberal y haga suya su agenda por los derechos humanos, contra la corrupción, por la estabilidad del sistema democrático y por la continuación del crecimiento económico.

Como dije antes, esa posición no es nueva. Recuerda los debates sobre si participar o no en las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1978, si entrar o no a disputar el gobierno con Izquierda Unida en los ochenta, si hacerle la oposición a la dictadura de Fujimori desde el Congreso en 1993 y en 1995, etcétera. Ahora aparece como pragmatismo. Antes aparecía como “vocación de poder” o como estrategia para ganar espacios y avanzar en “la guerra de posiciones”.

No solo flotar, sino también nadar

Sin embargo, lo primero que uno aprende en cualquier espacio de formación de izquierda es que todo lineamiento estratégico debe pensarse desde un diagnóstico de las circunstancias concretas en las que se está.

Sin evaluar de dónde venimos y sin mirar el mediano y el largo plazo, no hay forma de actuar con estrategia. No hacer ese análisis sería, en palabras sencillas, como decir que lo más inteligente es flotar para no ahogarnos, pero al mismo tiempo no saber hacia dónde nadar ni por qué estamos en el medio del mar.

Por eso, preguntémonos: luego del viraje a la derecha de Ollanta Humala, la consecuente purga de izquierdistas y la frustración general que deja esa traición, ¿lo que necesitamos como izquierda es una posición pragmática y una agenda liberal para salir de la crisis en la que nos encontramos? ¿Qué ha hecho la izquierda desde que su crisis fue un hecho? ¿Lo que le faltó fue pragmatismo? Veamos la trayectoria de los sectores más públicos y representativos de esa izquierda.

Los noventas y la crisis. Luchemos contra la dictadura

La década de 1990 es la de la derrota práctica de la izquierda. La historia la conocemos. Después del profundo golpe que significó Sendero Luminoso, vino la dictadura de Fujimori. En ella se usó la excusa de la lucha contra el terrorismo para aplastar a toda oposición.

La izquierda se debilitó organizativamente. Perdió militantes, perdió aceptación, se alejó de los sectores populares. Abandonó públicamente su teoría y así también abandonó la fuerza de su crítica y su propuesta. Fue lo estratégico para sobrevivir, puede decirse.

Fueron tiempos duros y en esas circunstancias la agenda inmediata tenía como puntos centrales deslindar del terrorismo y luchar por la democracia.

La crisis de la izquierda ya era un hecho, y para salir de ella había que recuperar espacios. Era preciso acercarse a las fuerzas políticas que compartían esa agenda: Acción Popular, el Partido Popular Cristiano. Es decir, la derecha con discurso liberal eran aliados.

Se cae la dictadura. Apoyemos a Toledo

Cayó la dictadura. Alejandro Toledo simbolizaba el progresismo, representaba la apuesta de la sociedad movilizada por el cambio. Lo pragmático era apoyarlo, aportar con lo que se podía y ser aliados. El enemigo al frente era el fujimorismo, con sus redes de corrupción y sus aparatos de represión.

Pero la oportunidad de que con la dictadura cayera también el orden jurídico que se levantó durante su existencia, expresado en la Constitución de 1993, no se concretó. Toledo no convocó ninguna Asamblea Constituyente. Tampoco se enfrentó a los grandes capitales con los que se alió Fujimori y a quienes favoreció acomodando el Estado a la medida de las reformas del Consenso de Washington.

Las prioridades centrales de la dictadura se mantuvieron: atraer inversiones privadas y garantizar estabilidad macroeconómica y política. Toledo fue más limpio y menos represivo, pero no era de izquierda. Estaba convencido de que el neoliberalismo debía seguir y lo profundizó. Hoy día dice orgulloso que Fujimori puso el primer piso y él el segundo.

La izquierda de nuevo fue ninguneada, expectorada del poder. La dura realidad de su crisis y su marginalidad se le plantó al frente. Ahora incluso era peor. Su militancia era escasa y sus aparatos organizativos más pequeños que antes.

¿Qué había que hacer? Lo que se decidió fue acercarse a los movimientos sociales para hacerle oposición a los grandes capitales y a la profundización del modelo. Es la época de “los conflictos sociales”. Éstos se hacían recurrentes y la popularidad presidencial estaba en los suelos. Hasta Alan García marchó, oportunista, por la vacancia de Toledo.

Sigue el neoliberalismo. Apoyemos a Humala

Hasta que se dio el Andahuaylazo y apareció Ollanta Humala de forma confusa, primero apoyando y luego deslindando. Tenía aceptación popular y decía lo que la izquierda ya proclamaba.

¿Qué era lo pragmático entonces? La posición más extendida fue apoyar a Humala. Era lo que estaba más a la izquierda. Prometía acercarse al poder. Es más, hasta aparecía como un liderazgo manipulable.

El grueso de la izquierda lo apoyó durante todo el gobierno de Alan García, pues Humala representaba la oposición más fuerte al modelo económico y tenía muchas posibilidades de ganar las elecciones en el 2011.

Era en varios sectores un apoyo a regañadientes porque no gustaban ni su caudillismo ni su origen castrense. Pero era lo pragmático: la izquierda no tenía posibilidades de ganar una elección sola y en tres o cuatro años no lograría construirse una base social, ni cuadros, ni partido.

En todo caso, si hubo disenso dentro de la izquierda fue sobre si apoyar al partido nacionalista o impulsar una opción propia, pero en esencia éste giró siempre en torno a la elección siguiente, en las posibilidades de acceder a cargos.

Podemos ganar Lima. Apoyemos a Villarán.

El primer escenario de estas ansias electorales fue los comicios municipales. El intento de proyecto propio fue la confluencia de izquierda que encabezó Susana Villarán en Lima, que ganó contra todo pronóstico.

Y en el escenario nacional, tras el estrepitoso fracaso del candidato presidencial de Fuerza Social que buscó repetir el éxito municipal, toda la izquierda se alineó tras Humala en la segunda vuelta. Había que impedir que gane Keiko Fujimori.

Pero Villarán y Humala se fueron alejando de sus aliados de izquierda, desplante tras desplante, durante sus campañas y ya en el poder los expulsaron de su círculo inmediato sin remordimientos. El segundo más que la primera, pero los dos lo hicieron. Para ellos lo pragmático resultaba deslindar de la “izquierda anticuada y antisistema”. Una pena porque la izquierda estaba siendo bastante pragmática.

Aún así, al aprobarse la consulta de revocatoria en Lima, nuestra izquierda, que no es resentida y sí es pragmática, considera que lo más estratégico es apoyar la gestión, cerrar filas con Villarán y adoptar su agenda. Como en los noventa y como en los dos mil, el enemigo al frente es el autoritarismo y la corrupción.

¿Cómo explicar más de dos décadas de crisis en la izquierda si siempre hicimos lo más "estratégico" en cada momento?

Quizá sea más que una “crisis”, que por definición es episódica. El problema es más profundo.

Sin identidad el pragmatismo es suicida

Con el desmoronamiento de la fuerte izquierda setentera no sólo se fueron perdiendo espacios y militantes. Se perdió algo más importante: identidad.

Sin identidad no puede haber proyecto de largo plazo, y sin éste difícilmente habrá estrategia.

Cuando la izquierda abandonó el marxismo, la revolución, el socialismo y la crítica sistémica, ¿qué le quedó?

No le quedó nada más que caer en la marginalidad, justo lo que se buscaba evitar con esas concesiones. Y es que no hay nada más marginal que existir sólo porque hay una derecha a cuya izquierda podemos ponernos. Sin identidad, sólo somos la negación de la derecha y, peor aún, de lo que está más a la derecha.

Y atención a algo: si la teoría, la crítica y la propuesta que definían a la izquierda se dejaron de lado no fue porque se superaron, sino porque simplemente se abandonaron. No fue producto de una sesuda crítica interna ni un ocultamiento táctico. Fue una derrota política que se tomó como un hecho insalvable.

Así como se pasó, acríticamente, de hablar de antagonismo de clases a hablar de pobreza y desarrollo; también se renegó de la idea de revolución, diciendo que esa idea sólo fue un arranque de juventud.

En esas circunstancias,  no extraña que lo estratégico o lo pragmático sólo dependa de intuiciones. Y así, por instinto de supervivencia, tampoco extraña que la tentación permanente sea responder sólo a la coyuntura y actuar de forma oportunista, recogiendo las migajas del caudillo de turno.

Sin identidad, el pragmatismo es suicida. El problema no es ser eficientes, ni saber negociar y ser tácticos. El problema es no saber qué somos ni a dónde vamos, y creer por pura intuición que necesitamos poder, y ya. Si no hay ni norte, ni aparato, ni visión de país, lo “táctico” y lo “pragmático” no son otra cosa que el síntoma de andar a tientas en la niebla, enterrando cada vez más los pies en el pantano.

Las oportunidades y las tareas pendientes

¿Qué diferencia a la izquierda del liberalismo en el Perú, cuya propuesta es sólo la de administrar lo que hay con democracia formal pero sin cambiar en absoluto las bases del sistema económico ni las raíces de la desigualdad?

¿Qué respuesta puede brindarle la izquierda a la decepción existente en la amplia mayoría de peruanos frente a la política, a la que se acusa de ser el reino del oportunismo y de la búsqueda del poder por el poder?

Sin identidad no hay respuesta posible a estas preguntas: sólo queda andar a tientas en la coyuntura de turno, peleando por los cargos que se asomen.

Nuestra izquierda necesita recuperar su propia identidad. Eso será un proceso largo y que lo debe protagonizar la juventud, como un reto generacional por construir prácticamente desde sus cimientos y desde abajo una izquierda que esté dispuesta a cambiar todo lo que deba ser cambiado, sin temor.

Y es por ello que esta coyuntura de revocatoria es una oportunidad para la izquierda limeña y sobre todo para la juventud de izquierda, pues podemos reencontrarnos con una ciudad que desde los noventa hemos dejado de entender y pensar la política desde ella, desde su propia cotidianidad.

Podemos canalizar esa rabia justa que uno encuentra en las calles contra la mala política y que los revocadores pretenden utilizar. Y para ello es preciso también limpiar la política construyendo organización desde abajo, evidenciando que el esfuerzo colectivo puede lograr grandes transformaciones, construyendo izquierda con consecuencia, argumentos y autoridad moral.

¿Iremos entonces hacia una coalición “paniagüista”, siguiendo ejemplos de izquierdas domesticadas, amigas del inversionista, tan modernas e inteligentes que por tener un espacio en el poder abandonen todas sus críticas a un sistema inherentemente injusto? ¿Es acaso eso práctica nueva en nuestra izquierda como para creer que por falta de pragmatismo estamos como estamos?

Sepamos hacia dónde caminar con esa lucha. Hay una izquierda que construir, no sólo cargos que disputar.

Foto: La República.


Escrito por

omarcavero

Licenciado en Sociología y Magíster en Economía. Docente en la PUCP. Militante del Movimiento Socialista Emancipación.


Publicado en

Lo estamos pasando muy bien.

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