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La misión del jesuita

Publicado: 2013-03-25

Tomado de la revista Velaverde.- Columna El ojo de Mordor, por Pedro Salinas.- A ver si logro que me lean con atención. James Hamilton Sánchez tiene casi cincuenta años, es chileno y cirujano gástrico. Quienes le conocen, comentan que jamás se desprende de su notebook que suele llevar en una pequeña mochila roja. Y siempre está atento a su blackberry. Pero sin duda uno de los rasgos más saltantes de su biografía es su condición de víctima sexual (siendo menor de edad) del sacerdote Fernando Karadima, un líder religioso de la Pía Unión del Sagrado Corazón, que es una suerte de red religiosa a la que adhieren medio centenar de curas y cinco obispos, y opera desde la iglesia El Bosque, en la comuna de Providencia, en Santiago.

La Pía Unión es un movimiento conservador, como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei o el Sodalicio, por citar apenas tres ejemplos, porque hay más. Y Karadima, con fama de orador persuasivo y predicador de una moral rígida, era su jefe máximo, al que sus seguidores le daban trato de “santo” y lo presentaban como discípulo del jesuita Alberto Hurtado Cruchaga, quien, como sabrán algunos, es el segundo santo chileno, canonizado por el papa Benedicto XVI en el 2005.

Como sea. Y a lo que iba. James Hamilton fue uno de los primeros corajudos denunciantes de los abusos de Karadima, en el 2010. Junto al periodista Juan Carlos Cruz, otro de los perjudicados por el depredador con sotana, tomaron contacto con Laurie Goodstein, del New York Times (porque en Santiago, los medios no daban crédito a sus historias) y ahí lo contaron todo. Con pelos y señales. Y a partir de dicha nota, la prensa mapuche recién se interesó en el tema, claro.

La conmovedora confesión de Hamilton impactó a medio Chile, les cuento. Tanto, que significó un durísimo golpe en la credibilidad de la iglesia católica chilena. De acuerdo a la encuestadora CEP, los niveles de confianza de los chilenos frente a la institución católica descendió de 50% a 37% debido al caso Karadima.

Pues eso. Cada aparición de Hamilton remecía el árbol del catolicismo. Yo mismo, cuando vi en Youtube el programa televisivo Tolerancia Cero, en el que participa el periodista Fernando Villegas junto a tres colegas más, quedé impactado por las descarnadas revelaciones de Hamilton. “Si uno calla estas cosas, ¿quién las dice, cómo proteges a tus hijos?”, respondió el médico cuando uno de los panelistas, en tono apocado, le dijo: “Estamos en televisión”.

El cuento terminó, imaginarán, con una sanción. Pero una sanción eclesial, ya saben. Al estilo Maciel. Retirarse a una vida de oración y de penitencia, o sea, “en consideración a la edad y del estado de salud del reverendo Fernando Karadima”, como dijo Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago, al leer la sentencia vaticana. Una burla, coincidirán conmigo.

Pero lo mejor es que, gracias a la valentía de Hamilton, otros que no denunciaban debido al dolor y al daño psicológico o a la vergüenza del qué dirán, comenzaron a hacerlo. Como lo hicieron antes en México. O en Boston.

Llegados a este punto, me entero ahora que James Hamilton y Juan Carlos Cruz acaban de lanzarle al papa Francisco una magnífica idea. Abordar de manera urgente este tema pendiente de la iglesia católica a través de la creación de Comisiones de la Verdad, Justicia y Reconciliación, que ayuden a las víctimas a encontrar justicia y sanación, señalando a los perpetradores de abusos sexuales y a sus encubridores.

No sé ustedes, pero a mí me parece cojonuda la iniciativa. Y concretísima. Si el papa la chapa en el aire y le da vida, merecería recuerdo y respeto, pienso. Y hasta yo lo aplaudiría poniéndome de pie, créanme. Pero no quiero ser aguafiestas, y mejor termino acá la columna.


Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

La voz a ti debida

Un blog de Pedro Salinas.