COMO DIOS LO HABÍA MANDADO
Por Jonathan Tello
El autismo es un trastorno en el desarrollo de la personalidad que afecta desde la niñez. Las personas con autismo presentan dificultades para hablar, relacionarse con los demás y conductas alteradas. Pueden ser muy hábiles para la música y la pintura. El espectro del autismo es muy amplio: abarca casos leves como el síndrome de Asperger hasta otros más complejos. Según la OMS, el autismo afecta a 21 de cada 10 mil niños y tiene mayor prevalencia en varones. Por cada cuatro niños con autismo, tan solo hay una niña. En el Perú no hay cifras oficiales, pero hay unas mil personas con autismo inscritas en el Consejo Nacional para la Integración de la Persona con Discapacidad (Conadis). El Perú cuenta con buenos centros públicos y privados de atención a personas con autismo, sobre todo en su etapa infantil. Gracias a estos especialistas, algunos niños logran tener una educación inclusiva en colegios regulares.
(Fuente: http://goo.gl/SXuCD)
Suena el despertador, Carlos se levanta como todas las mañanas para irse a trabajar, y, pese a que es domingo, sale a trotar como de costumbre. Mientras va corriendo, los recuerdos de sus niñez y adolescencia comienzan a brotar en su memoria; recuerdos que son tristes y felices, pero que le hacen estar orgulloso de sus padres, por el apoyo incondicional, y de sí mismo. A pesar de que no pudo curarse del síndrome del autismo, ahora puede tener una vida normal como todas las personas.
Sus padres le contaron lo difícil que es tratarse de esa enfermedad, ya que al no tener cura y poseer poca información de este trastorno en el Perú, hacían que sus gastos sean más costosos. Ellos se dieron cuenta tardíamente sobre el padecimiento de su hijo a la edad de dos años, ya que él no aprendió a gatear y la mayoría de veces permanecía ensimismado en un rincón de la casa.
Como en ese tiempo todavía no existían colegios especializados para tratar este problema, a los cuatro años decidieron llevarlo a un colegio normal, pero llegó a escaparse y regresó a su casa. Los padres de Carlos creían que este era mudo, porque a esa edad no podía ni siquiera tartamudear. Por esa razón, decidieron llevarlo a un psicólogo, donde le hicieron un análisis de su conducta a través de grabaciones y apuntes. Después, el especialista les informó los resultados que había obtenido: “El tipo de autismo que posee su hijo es atípico, no posee retraso mental, aunque la mayoría de niños que sufren de este trastorno siempre están a la defensiva y no quieren que se les acerquen, además de poseer una mirada perdida y movimientos estereotipados”.
Sus padres, al observar la situación, decidieron que Carlos llevara una terapia con el mismo psicólogo hasta que haya alguna mejoría. Gracias a este esfuerzo, Carlos pudo aprender a leer y a escribir a la edad de nueve años; ya no sentía apatía hacia las personas y no creaba un mundo alterno donde se alejaba de los demás; estaba listo para volver al colegio.
Con el apoyo de sus padres, resolvieron matricularlo en el colegio “Siempre Amanecer”, donde su profesor David Espinoza, y sus demás compañeros, lo aceptaron gustosamente. Al no ver que rechazaron a su hijo, sus padres decidieron que acabara su secundaria en aquella institución.
Pese a que padecía ese trastorno, demostró un raciocinio y una memoria privilegiada, que meses más tarde le harían ingresar a la “Pontificia Universidad Católica del Perú” y a la “Universidad Alas Peruana”. Sin embargo, no pudo terminar de estudiar Arquitectura en ninguna de las universidades mencionadas a causa de los espacios abiertos, a la cantidad de personas (no se comparaba a los de su pequeño colegio) y a la intolerancia que siente por el ruido masivo.
Pero no se rindió. Y si bien no pudo estudiar la “carrera de sus sueños”, se instruyó en una carrera técnica, computación, y en cursos de AutoCAD. Actualmente trabaja en una librería digitando y contabilizando los materiales, además de que muchas veces recibe la visita de representantes de la municipalidad de San Luis con el fin de que les diseñe algunos planos y les dé su opinión sobre lugares específicos.
Ahora, no se arrepiente de nada en su vida y da gracias al Señor por haberle mandado unos padres que jamás lo dejaron solo y, aunque cometieron algunos errores, dieron su mayor esfuerzo para amarlo como Dios lo había mandado.