Crónica de una peruana tras el atentado de Boston
Liz Mineo, una periodista peruana establecida en Boston, nos cuenta cómo la ciudad vivió los días posteriores al terrible atentado de la semana pasada perpetrado durante su maratón. La peruana relata los momentos de angustia que sintió la ciudad en el proceso de búsqueda de los autores del ataque. A continuación su crónica publicada en LaRepública.es
Liz Mineo.Brookline, Boston.
La mañana del viernes, Boston era una ciudad tomada. La noche anterior me había ido a dormir con el corazón cargado de miedo, pena y desazón. Era un sentimiento familiar. ¿Cuántas veces no me sentí así después de un coche bomba o un apagón en la Lima de los 80?
Pero el viernes tuve la sensación de que además estaba en una película de acción, suspenso y terror.
En la mañana, el gobernador de Massachusetts pidió a los bostonianos que se encerraran en sus casas y no abrieran la puerta a nadie. Uno de los sospechosos del atentado de la maratón que dejó tres muertos y más de 170 heridos andaba suelto. Watertown y otros seis distritos, entre ellos Brookline, donde vivo hace cuatro años, fueron declarados casi en estado de sitio. Los policías buscaban al sospechoso, puerta por puerta en Watertown.
Amy Kelly, una estudiante de periodismo que vive a poco más de un kilómetro de la acción policial, me dijo por e-mail que pasó el día haciendo arte con sus hijos de cuatro y dos años con el background de las sirenas y helicópteros. “Estuve tratando de mantener la calma”, dijo Kelly, “pero era muy extraño tener las ventanas cerradas y las persianas bajas en toda la casa”.
Esa mañana Boston era una ciudad fantasma. El servicio de tren y transporte público se suspendió –algo sin precedentes–, las universidades cerraron sus puertas y el partido de béisbol de los Red Sox, el reverenciado equipo local, se canceló.
El cielo era de un azul glorioso, el termómetro marcaba 24 grados centígrados, y parecía un día de primavera perfecto. Pero las sirenas policiales nos recordaban que éste era un día peculiar. Le pusimos candado a la puerta de la calle, que siempre dejamos abierta porque el vecindario es tranquilo, seguro y con poco crimen. Cada tanto, Alejandra, mi hija de nueve años, preguntaba lo que todo el mundo en Boston quería saber: “¿Ya lo encontraron?”.
Recuerdos y terror
Más tarde, Alejandra interrogó: “Ese hombre puede venir aquí y matarnos?” Y yo, que me había olvidado de esa mezcla de desamparo y angustia que sentía después de cada atentado terrorista en Lima, la abracé fuerte, tragándome el miedo.
Esta vez el miedo era agravado por el hecho de que casi vamos a ver la final de la maratón el lunes pasado. Mi hermana Giuliana estaba de visita, y la maratón, un evento que se celebra desde 1897 cada tercer lunes de abril, atrae a miles. Cientos de corredores participan en la carrera de 40 kilómetros, más o menos la distancia que hay entre Lima y Chosica. Pero decidimos no ir porque ya lo habíamos hecho el año pasado.
A media tarde, me enteré por mi esposo de lo que había pasado. “Han tirado bombas en la maratón y hay muchos heridos”, me dijo y en un segundo yo estaba de vuelta en Lima en el reino del terror de Sendero Luminoso y el MRTA. “Bombas en Boston?”, le respondí incrédula.
Los videos y las fotografías mostraron imágenes de horror. Una de las más impactantes es la de un joven en silla de ruedas, con las piernas reventadas por la explosión. El joven está acompañado por un hombre en sombrero de vaquero y dos paramédicos. Más tarde, los doctores le amputarían susdos piernas.
Valerosa actitud
El hombre del sombrero vaquero era Carlos Arredondo, un espectador costarricense que corrió a ayudar a los heridos después de la primera explosión. Su gesto fue alabado por todos. Lo bautizaron como el héroe de la maratón. Cuando conversé con él, todavía estaba impactado por lo que vio.
“Veo un par de muchachas en el suelo que sabes que no van a seguir viviendo”, contó Arredondo en su casa en el distrito de Roslindale. “Están destrozadas, muy mal heridas, pero están peleando por seguir viviendo”.
El jueves, el presidente Barack Obama vino a Boston para tomar parte en una vigilia en la catedral de Boston en honor de las víctimas. En un discurso muy conmovedor, Obama dijo a los heridos, pero en realidad a todos los bostonianos, que no nos dejáramos vencer por el miedo o por la rabia. “Estaremos con ustedes cuando aprendan a pararse y a caminar y a correr de nuevo”, dijo Obama.
Pero la angustia creció en la tarde del viernes. “No entiendo por qué no lo han atrapado ya”, decía mi esposo, que confía en la eficacia de la policía norteamericana. Para entonces, ya sabíamos más de los hermanos Tsarnaev pero seguíamos sin entender por qué habían hecho lo que hicieron. ¿Es que alguien puede entenderlo?
Cerca de las 9 de la noche, la policía de Boston envió un tweet que decía: “CAPTURADO. La cacería terminó. El terror se acabó. La justicia ganó”. Con eso, la ciudad dio un suspiro de alivio colectivo. Muchos salieron a la calle a festejar.
El sábado, la vida volvió a la normalidad en Boston. A la ciudad la invade una mezcla de tranquilidad y alegría, parecida a la que se sintió en el Perú cuando se capturó a Abimael Guzmán en 1992. Pero no puedo dejar de pensar que mientras el reino de terror en Boston duró cinco días, el de Sendero duró 12 años.
Los bostonianos son gente estoica, esperaron 86 años para que el equipo de sus amores, los Red Sox, ganara el campeonato nacional de béisbol en 2004.Son gente fuerte y valiente, que pueden trastabillar cuando los golpean, pero su espíritu es más fuerte que cualquier bomba o cualquier odio. Como el de los peruanos.
Cuna de la independencia y de la universidad de Harvard
Los que aprendimos a querer a Boston confiamos en su recuperación. Boston no es una ciudad fácil, y cuesta adaptarse a la cortesía distante de su gente y lo agresivos que se ponen al frente del volante (parecen choferes de combis) y ni qué hablar del clima inhóspito que en invierno te congela hasta las pestañas.
Pero te gana el respeto que tienen por la educación (fundaron Harvard en 1636, claro que 85 años después de la fundación de la Universidad de San Marcos, mi alma mater) y la devoción por los derechos civiles y, sobre todo, por la independencia.
Boston, fundada en 1630 por puritanos que escapaban de la persecución religiosa en Inglaterra, fue la cuna de la independencia de la corona inglesa.
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Politóloga, amante de la música y el buen vino. Buscando formas distintas pero posibles de hacer las cosas.
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