Hasta ahora no es posible establecer con claridad la cifra exacta de fallecidos en la tragedia de Lampedusa. El testimonio de los sobrevivientes ha permitido imaginar las terribles escenas que les tocó afrontar durante más de tres horas. Mientras los pescadores locales fueron los primeros en ir en su ayuda, la Guardia Costera solo reaccionó cuando estuvo segura de no romper ninguno de los protocolos establecidos por la estricta legislación italiana respecto a emigrantes clandestinos.  

El fin de semana pasado, el primer ministro Enrico Letta declaró que Italia otorgaba la nacionalidad a todos los fallecidos. Solo a ellos. Los sobrevivientes, en cambio, deberán afrontar un proceso judicial que, además de una multa de hasta 5.000 euros, los obliga a abandonar el país.

El barco, que transportaba a más de 500 personas provenientes de Eritrea y Somalia, se ladeó frente a las costas de la isla el jueves antes del amanecer.

Lampedusa —isla ubicada en medio del mar Mediterráneo, entre Túnez e Italia— fue hace cerca de tres meses el destino del primer viaje oficial que tuvo el Papa Francisco fuera de Roma. Como parte de la homilía que celebró en aquella oportunidad, lanzó una corona de flores en memoria de los migrantes fallecidos en el pasado. Hoy, ese mismo mar es, según las declaraciones de Giusi Nicolini, alcaldesa de Lampedusa, un gigantesco cementerio. 

Ambos, a través de sus declaraciones, no solo se han mostrado entre los más indignados por lo sucedido, también han revelado la fisura existente en Europa respecto al tema de los migrantes. La impresión general es que de parte de las autoridades italianas —y en extensión, a las del resto de Europa— existe una mayor inclinación por deshacerse de los emigrantes clandestinos antes que de encontrar soluciones para albergarlos de una forma más adecuada.

Las imágenes de los cuerpos recuperados del mar resultan una metáfora de la terrible situación en la que se hallan actualmente los emigrantes. Individuos que, en pos de una vida mejor, aceptan quedar ubicados al margen, como si de una especie de mercadería improductiva se trataran.

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