Ah, quién fuera fotógrafo ambulante sentado en la plazuela ¡Pero no, heme aquí picado por la tarántula de la vanidad literaria!  

Amo a esos fotógrafos en contra de la correntada del tiempo que comparten el saludo a la creación con las palomas y los amantes pobres.

Están allí con sus fachas benignas, magos que eternizan en una cartulina el amor de paso, el viaje alucinado de soldados de franco y provincianos que pisan el fuego del sol de la capital…Yo sé que ellos hasta sin abrir los labios dicen ¿tú quién eres, y qué haces allí entre esos bandidos simuladores? Fotógrafos de paciencia inmortal, sentados en bancos de la Plaza de Armas, de la Inquisición o en el Parque de la Reserva, son la garantía del apacible misterio del espíritu, de la voluptuosidad que pasa, del único momento de la juventud: retratistas del jaspe fino que alumbra un rostro sin malicia.

Dueños de esas máquinas de fuelle negras y desvencijadas, poseéis un músculo orbicular infallable y crítico, más agudo que un novelista presumido y traducido a mil lenguas…Con esas cámaras de cajón a cuestas, de patas articuladas, tenéis una escala de exposición más precisa para detectar el espectro del paseante. “¡Una postal señor para el recuerdo!” “Yo no sé de simpleza más inquietante que ese llamado que frena el alma, y tú te entregas a sus operaciones hipnotizantes, como fondo la catedral, una basílica barroca o jardines de esmeralda que el contraste burde encanta con sombreados amarillentos.”

“Ya está, señor”. Se despoja de su rancio sombrero requemado por las tardes de resolana implacable y espera humildemente la dádiva que compensa ridículamente el prodigio de verte tal cmo eres, opalino, eventual y te pasas el día aturdido en tu propia contemplación…

PUEDES LEER OTRAS CRÓNICAS DE FELIPE BUENDÍA EN:

Concertista de medianoche en la Colmena

La banda de la Republicana

Pasaje Olaya

Jugadores de ajedrez en la noche de la colmena

Calle Espaderos

Más...