Gracias Metallica!
Hace algunos meses aparecía tipo mediodía una noticia que cambió mis rutinas y manejos de los últimos días. La vieja banda metalera Metallica, tocaría en Lima, el diecinueve de enero. Hasta ese momento eso no formaba parte más que de mis fantasías, de mis sueños y alucinaciones de adolescente, cuando con los amigos nos imaginábamos en un concierto de ellos, saltando todas las canciones, estando allí adelante, así fuera el sitio más caro, así se tuviera que hacer cuanto fuese necesario para garantizarse el estar en primerísima fila.
Pero el sueño de adolescente no se hizo realidad en los noventas, ni tampoco la década pasada, no éramos tan bien vistos, no resultábamos una plaza atractiva. Parecíamos condenados a ver a muy viejas estrellas en sus estertores casi sin ninguna voz o actitud, cantar viejos temas que sólo unos cuantos "tíos" podrían disfrutar y entender. Hasta que ese bajón de impuestos a los espectáculos, ese buscar un escenario apropiado para megaeventos y finalmente esa posibilidad de que los representantes de Metallica dieran el sí al Perú, significaban que esa fantasía adolescente se cristalizaría.
El día de la venta de entradas ni bien abrieron las taquillas, todos pugnaron por una entrada en esa zona deseada y anhelada, que albergaría a máximo seis mil afortunados y que por más que buena fortuna, diría hasta por intercesión divina, me permitió tener una entrada en zona M, el mismísimo domingo quince de noviembre del año que pasó.
Ya contando con la entrada, lo demás sería un retomar, no un desempolvarse, sino un refrescarse, digamos que el paso de los años lo único que hacen es que -como el viejo boxeador- perdamos ligeramente los reflejos, nada que no se pueda poner a punto en unas semanas. Y así fue, como un repasar por los discos siempre escuchados, y por algunas novedades en la indumentaria, recuperaba al metal head, al demonio que siempre está dentro.
La página de Facebook, que el organizador del evento redactó, no fue más que un punto de encuentro entre todas las generaciones. Se podía comentar como en un foro abierto las expectativas, los deseos. Hubo gente que dijo que podría haber vendido un riñón o medio hígado por ver este concierto, no fue necesario tanto. Pero al acercarse más y más los días la ansiedad creció y creció. Faltaban más de diez días cuando en la página todos hacíamos un conteo, hasta que faltando tres días la gente ya los contaba en horas y minutos.
Reencontrarse con los viejos amigos fue un tema complicado, muchos de ellos con temas laborales impostergables, la respuesta típica era "claro como tú eres profesional liberal, tú decides cuando sí y cuando no". Es cierto, yo con tres semanas de anticipación movía cualquier paciente que podría haberse cruzado en mi camino el martes diecinueve, no se toca, "no se atenderá" decía en letras capitales en mi agenda. Desde el domingo por la mañana algunos comenzaron a acampar en el acceso de la zona M, claro todos albergando esa misma necesidad de tenerlos al frente, a centímetros. Las noticias nos mostraban el lunes por la mañana a varios grupos que habían pasado la noche allí, y otros que iban llegando.
No negaré que eso me cargaba de frustración, yo hubiera deseado acampar, pero tomarse un día en mi carrera es dable, pero dos ya es un exceso teniendo en cuenta que parto en diez días a Brasil por compromisos profesionales. No había opción, terminé el lunes más allá de las diez de la noche, yo soy dormilón lo confieso, y mínimo unas seis horas de sueño son el mínimo indispensable como para estar entero al día siguiente. Fue así que a las once y media me tiraba a dormir, el radio despertador estaba programado para las seis en punto.
Desperté mucho antes, ansiedad le dicen. A las seis y treinta casi, revisaba las últimas publicaciones en el muro y las noticias en línea. Se habla de varios centenares en los últimos reportes. La pinta de maldito es algo con lo que siempre me caracterizo, pero a ello había que sumarle que esta vez vestía enteramente de negro, con una cadena de acero y una cruz en el pecho, y con unas muñequeras de cuero y acero para darle un toque de mayor sadismo, los lentes oscuros daban la cereza al pye. Como no iba en mi auto, todos cuantos me vieron no sabían si saludarme, pasarme la voz o persignarse.
Llegado al estadio, el taxi me dejaba en la misma puerta de acceso, sí pues varias carpitas, y toda una fila de gente que como yo llevaba como mínimo un polo negro del grupo, y decían en mi época que lo metaleros éramos una manchita de desubicados adoradores de Satanás, conté tranquilamente más de mil personas a las nueve de la mañana, cuando llevaba ya más de una hora en la fila, cuando suavemente mi demonio revivía con toda su intensidad.
Rápidamente los reflejos volvían, los viejos y los nuevos se juntaban. El diecinueve de enero no sólo hubo un concierto de thrash metal, no sólo vino un grupo famoso y de plena vigencia, hubo el reconocimiento de una hermandad oculta, de una familia disgregada, pero que se reunía en una gran fiesta. No necesitabas ir con tus propios amigos, allí necesariamente te hacías de nuevos compinches. Bastaba una broma, un comentario acertado, una pregunta suelta y la hermandad te acogía. Así no eran ni las diez de la mañana y la gente se reconocía, no había diferencias entre la generación de menos de veinte con los de veinte, treinta o cuarenta. De hecho en el grupo nadie podía dar fe que un dentista estuviera allí, o que peinara canas.
Ayer vestido así, y en esa fila dejé mis títulos, dejé mis obligaciones, dejé todo de lado simplemente volvía a ser el metalero de siempre, el que hace la joda con los amigos, el que se ríe de todo. Fue así como al mediodía ya estaba con mis amigos en un fila que a la postre nos llevaría allí al cielo. Los reflejos ya recuperados hacían que esa amplia masa de gente fuera solo una, que estando allí en esa calle inmensa ya dentro de San Marcos, hiciéramos un camping gigantesco, que esos reflejos así de recuperados me acercaran a gente que venía desde Arequipa, o desde Tacna, no había distingo social, económico o racial, todos allí éramos uno igual que el otro, qué difícil poder lograr eso en el Perú de dos mil diez, y que tan bien se sintió.
Esa misma hermandad me condujo a los primeros lugares de la fila para acceder a la zona deseada. La frase fue "hermano, mi familia está haciendo la cola desde el domingo a las nueve, te invito a entrar con mi familia". Imposible negarse, más aún, imposible decirle que no a la cada vez más ansiada ubicación allí adelante. Fue así como en el momento de ingresar al estadio minutos antes de las cuatro de la tarde hubo sólo veinte personas delante de mí. Fue así como cuando entré al estadio no podía acreditar en lo que tenía para mí. La mismísima valla que limitaba el escenario y el personal de seguridad con el público me daba la bienvenida, mis piernas volaron hacia ella, para que mis manos se aferraran a ella hasta cuando el concierto acabó.
De allí en adelante, éramos todos uno. Estábamos tan aprisionados, tan deseosos de no perder un centímetro cuadrado que no fuimos al baño, no compramos agua, no comimos. De hecho comentábamos con los amigos con los que estuve desde el inicio que en vez de haber tomado suficiente alcohol como para darle ese carácter al concierto, parecíamos niños en un tea party con Yola, porque dentro sólo nos vendieron helados, galletas y agua, y obvio nadie se la jugó por una chela en el kiosko.
Necropsya, buena banda. Hicieron lo que todo buen telonero debe hacer, calentar a la gente. Eso hicieron, cumplieron con los cinco temas que tocaron. Favorecieron el pogo y armaron a las masas.
Pero el verdadero éxtasis se vivió cuando las notas de Creeping Death comenzaron, de allí en adelante Metallica era el absoluto dueño, el patrón. No voy a negar que estar en primera fila tiene sus consecuencias, primero está que como dije líneas arriba, olvídate del baño, de ir a comprar o de contestar el celular. Lo otro está en que por muy firme que estés, tendrás a toda la masa de gente detrás de ti, y si aplastan eres milanesa. Por ejemplo, en mi caso yo estaba cancherísimo con mi camarita en una mano filmando cada segundo desde su aparición y con la otra moviendo el brazo en saludo a la banda, pero con las seis mil almas detrás de mí, llegó un momento en que el aire me faltaba y -viejo truco en medicina- si te quedas sin aire baja los brazos. A partir de allí, opté por preservar mi camarita y mi oxígeno, que cada vez que se podía pedíamos a gritos que nos echaran aunque sea unas gotas de agua para amenguar el infierno. No todo el mundo resistió y las primeras en caer fueron las mujeres, aunque vale decir que muchas de ellas no soportaban el ser aplastadas y golpeadas durante el pogo.
No hubo un solo momento malo del concierto, James Hetfield y compañía dieron al Perú lo que tanto alucinábamos de chicos, el conciertazo. Cuando se detuvo y dijo "Metallica ama Lima" hacía rato que Lima había claudicado ante Metallica. Cada canción estuvo en su perfecto nivel, no hubo ningún problema con el audio, de hecho aún mis oídos están con ese pitillo inconfundible de haber estado en un concierto, mi garganta aún no emite mi voz en sus decibeles normales. Vale la pena haberse quedado afónico y medio sordo después de este concierto.
Ya en el final, cuando se habían despedido y el gran Lars Ülrich preguntó si queríamos algo más y obedeció al monstruo de San Marcos, y por allí James Hetfield bajó a saludar a los que estábamos allí. No negaré que estiré mi mano cuanto pude sólo porque me rozaran los dedos del director de orquesta, sólo para sentirme bendecido por esa especie de arzobispo musical. Tocado el último tema "Seek and destroy" no quedaba más, habían sido más de dos horas continuas de show. El mismo grupo no sabía de qué otra forma agradecer tan buena acogida en Lima, se dedicaron a lanzar todas las uñas que tenían, Lars lanzó sus baquetas, incluso James quiso lanzar un atril. Las palabras de agradecimiento, la promesa de Lars de volver y el saludo de Robert Trujillo diciendo aquel "son de puta madre" redondearon el momento. En esa postrimería, James Hetfield lanzó aquella muñequera ese wristband que probablemente tenga un valor comercial inferior a un dólar, pero que es ese regalo del amigo que vino desde lejos a regalarte ese arte magnífico llamado metal.
Anoche, no fue un concierto, fue la reunión de todas esas generaciones, de todos aquellos que entendieron por una sola vez qué era el heavy metal, y que a partir de allí San Marcos será el verdadero monstruo, y no el de aquella vieja quinta en Viña del Mar, que lo de ayer fue el referente histórico que hacía falta que la pirotecnia, el sonido y la imagen después de este concierto no podrán ser inferiores.
Gracias Metallica por haberme devuelto por unos minutos a mi adolescencia, a mi rebeldía, porque ayer me dijeron que parecía de veinticinco, porque ayer volví a ser un metalero, sólo que esta vez tenía a toda esa familia que me albergaba y que eran cincuenta mil peruanos.
Lanatta.
En la imagen James Hetfield y una de las muñequeras que este autor conserva.