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Una Playa de Sabor Nacional

Publicado: 2010-02-20

Una Playa de Sabor Nacional

Tuuc tuuc, tuuc tuuc, truuuuc.... Inca Kola, la bebida de sabor nacional, da la hora en todo el Perú!!!... Son las dos y quince minutos.

 

Con el Mar envolviéndome hasta el cuello alcanzo a ver los tumbos de la racha que se acerca, son tres, tal vez cuatro buenas olas que se van acercando al orillazo de La Herradura, y ya las había visto reventar dibujadas contra el farallón del Paso de la Araña, un poco más, o tal vez sólo que baje la marea y lamentaría no haber traído la tabla para surfear en el point.

Las Olas ya están aquí, comienzo a nadar mar adentro cuando ya es tarde para la primera, y lo mismo con la segunda, logro finalmente estar bien ubicado para la tercera y al tiempo que la braceo, se empieza a desplegar; un grueso tumbo que forma una larga pared a todo lo largo de la playa, solamente interrumpida por el espigón, que, construido años después que encallara el Caplina, dividió la playa en dos. Las últimas dos braceadas me impulsan definitivamente por la bajada de la Ola, y esta rompe finalmente en un único cilindro de agua cristalina. Entonces, cojo dirección con el brazo extendido y, apoyándome con la mano en la superficie, alcanzo por unos momentos a recorrer sus interioridades, hasta que la espuma de la base del tubo se convierte en arena y con el costado del cuerpo llego a tocar el fondo. Me dejo llevar por el revolcón pues en este momento es inútil tratar de alcanzar la superficie; luego la Ola afloja un poco y, apoyándome en el fondo, me impulso y salgo a la superficie, justo a tiempo para tomar un poco de aire y zambullirme para evitar la siguiente Ola que ya me revienta en la cara.

He estado repitiendo este rito del Bussing, bajadita de Caplina, Sol, Olas, arena, espuma, más Olas, arena incrustada en el cuero cabelludo, más Sol, más espuma, más Olas, arena en los oídos, más Sol, más espuma, más Olas todavía, los párpados llenos de arena, el Sol ya me recoció los labios, la nariz también; y uno fiel al castigo, no, más bien al placer, a este rito, que es una comunión, un vicio, una adicción sin otro remedio que más Olas, Sol, arena, playa. Y que playa, ¡La Herradura!

Tal vez será que la llevo en la sangre, pues mi madre, antes de casarse, era otra adicta a ella, pues en vez de pedir vacaciones normales las pedía como sesenta tardes para ir a La Herradura todo el verano a fines de los años cincuenta, mientras mi viejo, con sus amigos, se recorrían de ida y vuelta el Paso de la Araña para darse una vuelta por La Chira.

 

Los limeños siempre fuimos playeros y de hecho siempre logramos hacernos caminos y bajadas para llegar a las diferentes playas que se descubrían y se ponían de moda, así para llegar a La Herradura se construyeron el túnel para el tranvía, y el serpentín. Después, mientras se hacía más popular, fueron apareciendo restaurantes como el viejo Salto del Fraile, El Nacional, El Suizo, El Cortijo. También algunos entusiastas surfistas de los 60’s junto con el pionero Carlos Dogni formaron el Club Samoa y se edificó el residencial Las Gaviotas, que contó durante un tiempo con servicios de baños y guardarropa para los bañistas. Además estaban los locales que ofrecían toldos, sombrillas, carpas para cambiarse y tumbonas.

Durante un tiempo, también funcionó cerca al polígono de tiro del Ejército, una pista de karts, y de la parte de Caplina el recordado club Palm Beach construido desde los 30’s que contaba con un restorán con vista al mar y la primera piscina de agua salada del Perú. También había una estación de la Cruz Roja donde tenían instalado un altoparlante que trasmitía la música de moda, la hora y algunas veces el aviso de alguien que no encontraba a sus familiares.

La Herradura ya desde mediados de los 60’s era una playa que reunía a la gente de todo Lima, de todas las proveniencias, y quienes la recorríamos a todo lo largo lo podíamos ver, así al extremo norte de Caplina se encontraba a la gentita de Lince, de Risso, más allá algunos Sanisidrinos, al lado del Samoa, y hasta el cartel de Coca Cola, la mancha de Alto Perú armaba la cancha para la pichanguita de todas las tardes, a los lados de las escaleras del Gaviotas los mejores paleteros de la playa apostaban una cerveza por cada pelotazo al cuerpo y una caja por uno a la cara.  La zona de las mujeres más guapas era entre el Gaviotas y El Suizo, y de la parte de este último, por supuesto, estaban las pituquitas de San Isidro. Las más jugadoras frente a la Cruz Roja.

 

Siempre hubo gente que sintió una verdadera pasión por esta playa, habituales de toda estación, que la visitaban en esos veranillos que creaban el cerro y el viento, pues había una especie de microclima que los conocedores aprovechaban para conservar el bronceado todo el año. El Veguita por ejemplo, siempre con la bola medicinal, también Humberto Martínez Morosini, en su época de físico culturista, siempre, 365 días al año bronceado. Aparte estaban los surfistas de siempre, los que llegaban cuando el Mar estaba grande, cuando era evidente que había olas, y por otra parte los que sabían aprovechar esos días secretos en que las Olas reventaban con la marea baja, de la punta a la segunda sección, hasta “el muellecito” que dividía la segunda de la tercera. Días mágicos aquellos, uno se asomaba al malecón de la Costa Verde a chequear el Mar, bastaban un poco de Olas en las reventazones de Barranco, se calculaba La Pampilla en metro y medio, y se podía asegurar que La Heradura, con la marea baja y la virada del viento Sur en la tarde, se pondría de metro y medio a dos metros, así de simple. 

 

Bruno Justo, los Trafas, Richard Malachowski, el Chato Rojas y su hermano mayor, F. Buroncle, el Loco Jimmy S., el hermano de Richi Dávalos y después él también, Tato Gubbins y algunos otros que no recuerdo, pero que nunca fuimos muchedumbre y las Olas bastaban y se compartían como una bendición. Después se fueron sumando algunos locales chorrillanos como Care'pan y todo el Club de Fans del Chato Rojas, incluidas unas chibolas que de espectadoras pasaron a Corcheras, y el Chupón, que de hablar no pasó nunca. También algunos pescadores de pejesapo en calzoncillos. Todos ellos testigos de esa magia de comunión de clima, fauna y escenario que se convirtieron en sesiones de Olas inolvidables.

Hubo unos días durante el verano del '75 en que, como tantos otros veranos, el Mar se infestaba de malaguas; en esos días entró una gran crecida, con Olas a todo lo largo del point y las Olas al llegar al orillazo se convertían en una masa multicolor por la cantidad de estos bichos. Los bañistas en lo que quedaba de orilla acumulaban las malaguas que hacían verdaderos montículos, los cuales reducían aún más lo que las Olas y la marea dejaban de playa.  Con los días y la descomposición el olor podía sentirse de lejos, pero no era algo desagradable, era un olor más del Mar. Fue durante esos días que por primera vez vi. gente surfeando en la punta.

 

 

La Herradura tiene una posición perfecta para recibir crecidas de distintas direcciones; con un fondo rocoso irregular en la punta, las Olas que llegan empiezan a reventar al principio un poco movidas, salvajes, con remolinos por las rocas más grandes; es la zona de las bajadas tardías, de las descolgadas en el aire, de los baches traicioneros, de los tubos que se aplastan dejando pocas posibilidades de salida.

Luego, el tumbo en el brazo de la Ola comienza a girar acomodándose a la forma de la bahía y la Ola se apacigua un poco pues el fondo hace un foso y hay grandes extensiones arenosas; es la zona de los amplios reentres, la parte que permite acomodarse para la rápida sección que viene: la famosa Tercera Sección.

Aquí el fondo es arenoso y de planchadas de roca sedimentaria, la misma Roca que forma el farallón dispuesta en ángulo perfecto, conforme se acerca la Ola, va dejando ver sus partes más salientes, y definitivamente se ve como cada una de las planchadas va influenciando el carácter de la Ola, formando un amplio tubo y acelerando la velocidad de la cortina de agua; es la zona de los tubos Hawai 5-0, de los tubos giratorios con techo, de las salidas con spray.

Las crecidas en La Herradura parece que no tuvieran límite de tamaño, así algunos recuerdan la famosa crecida del '69, una crecida aparentemente Norte pues coincidió con la gran crecida del mismo año en Hawai, crecida que según dicen, pasó los cinco metros. Días como esos daban origen a una Cuarta Sección en La Herradura. En efecto, los días de cuatro metros el tubo de la Tercera se prolongaba del rincón del Samoa hasta la roca que penetra al mar frente al Gaviotas. Recuerdo unos días del '78 en que Michael Succar con su viejo paipo se metía un sólo tubo y lo recorría hasta las últimas consecuencias del orillazo para terminar prácticamente frente al Cortijo. Al Loco Erwin Eulert le tomaron una foto en el '79 frente a la escalera del Gaviotas; ¡una Ola verde de cuatro metros legales! Aparte de que yo lo diga, nadie podrá decir nunca que La Herradura recibiera una crecida que se pasara de tamaño.

El invierno del '78 fue uno de los que más recuerdo por la cantidad de crecidas que tuvo y por el tamaño que las Olas alcanzaban. Por aquellos años todavía se corrían las Olas de los espigones del Club Regatas, la playa entre los muelles de este y Pescadores, también el muelle de pescadores con sus perfectos tubos de un metro y El Triángulo.

Hubo una crecida que después de una semana de Mar gigante que en El Triángulo, en algunas series, las Olas se cerraban en una sola reventazón con la de Los Pavos, aparentemente se juntó con otra crecida Norte que coincidió unos días después de un fuerte terremoto que hubo en Japón; en total fueron 15 días de Olas gigantes que hacían una sola reventazón cerrada a todo lo largo de la Costa Verde. Esos días el tamaño normal de las Olas en La Herradura era de 4 metros.

Por esos años, a mi afición de surfear a pechito, se agregó la de la tabla, pero aún así no abandonaba la delicia de coger Olas a pecho, y al descubrir lo que era surfear el point con la tabla, comencé a experimentar sus Olas con la ayuda de una pequeña tabla para la mano que hice con un pedazo de tabla rota y ayudado con un par de aletas; fue todo un descubrimiento la cantidad de maniobras que se podían hacer en una Ola que no se cerraba rápidamente.  Apoyado en el Handgun podía subir y bajar por la pared de la Ola y tomar velocidad, reentrar hacia la cresta si esta perdía velocidad, hasta meterme al tubo y salir. De todos modos me limitaba a los días medianos pues los días grandes me encontraba en desventaja respecto a la revolcada y al momento de coger las olas más grandes no alcanzaba la velocidad suficiente para entrar con comodidad.

Recuerdo días de olas verdaderamente majestuosas y siempre disfrute mucho del hecho de estar ahí, sólo como espectador del arte o desastre de los surfistas. Uno que tengo grabado en la memoria fue al final del verano del '80. Era un día de Olas de tres metros, y en la tarde el viento Sur había hecho la virada de siempre con lo cual las olas recibían ya un ligero viento en contra, el cielo estaba cubierto de un techo sólido de nubes por lo que la atmósfera estaba un poco más oscurecida que lo debido a esa hora. En la orilla dos brasileños dudaban de meterse y al final uno se armó de valor y entró. Hacia el horizonte, el cielo se abrió en una franja precisa, justo sobre el horizonte, así, al bajar el Sol, el cielo se iluminó de improviso con una luz dorada que incendió de naranja el techo nuboso, al mismo tiempo el viento en contra se intensificó en fuerza y una buena serie de Olas se perfiló en el horizonte.

Al momento que estas llegaron a la punta, una manada de delfines llegó alborotando el ambiente; jugaban a alcanzar las Olas y surfearlas y en el desconcierto que causaron en los surfistas, estos, dejaron pasar las dos primeras sin ser cabalgadas mas que por los delfines, la tercera Ola, en cambio, la cogió un surfista, quien junto con dos delfines pasó la primera parte del point, luego los alcanzó un tercero, y al tiempo que el jinete reentraba en la segunda sección, los delfines lo siguieron en la maniobra. Luego todas las maniobras de este fueron sincronizadamente seguidas por estos hasta llegar a la tercera sección, y conforme la pared de la Ola se desplegaba y el tubo se formaba, se podía ver a través del agua como estos animalitos maniobraban diestramente bajo el agua. Entonces la Ola se hizo demasiado rápida y al momento que el tubo envolvía al surfista éste abandonó la Ola saltando a lo largo de la pared, y debajo de su tabla un delfín hizo lo mismo; saltó fuera del agua y la Ola envolvió a los dos en el aire, uno sobre el otro... Espectáculo celestial gratuito a la puesta del Sol, nada menos.  Cuando el surfista salió del agua, me acerqué a que me contara su experiencia, pero él no tenía palabras, estaba resplandecido, alucinado, -ah, sí sí, los delfines...- dijo simplemente.

Camino a la punta, cerca a esa especie de espigón natural que dividía la segunda de la tercera sección había un buen lugar, ligeramente en alto, desde donde se podían observar las Olas; un montículo de arena que se había acumulado de aquella que caía del farallón. Era un lugar donde siempre se reunían los espectadores de las Olas. Un día durante una crecida a mediados de marzo del '82 estábamos reunidos un grupo de amigos iluminándonos con las Olas que, perfectas se desplegaban como un abanico, tubos rodando con una precisión inimaginable sobre las perfectas planchadas de la Tercera Sección, cuando el Loco Pimbolo mencionó la pesadilla recurrente que casi todos los surfistas teníamos desde siempre; -Puta loco, que sería que a un animal se le ocurriera meter un espigón a la mitad del point, de hecho cagan las olas, cuñao...- y Chicho le respondió -Puuta, Chato, tú siempre alucinas lo negativo, ya cagaste la estoneada… Oe cuñao ya no le den de fumar a este 'on!-.

La verdad que a pesar de ser una pesadilla recurrente de muchos de nosotros, siempre vimos esa posibilidad como algo muy remoto, algo sin ninguna finalidad. A qué deficiente se le podía ocurrir llevar a cabo algo semejante, no podía ser. Además, un espigón no sólo arruinaría las Olas, sería el fin de toda la zona, pues detendría el natural flujo del agua, la playa bastaba para todos, era una playa bastante amplia, tenía muy buena arena, le bastaba una rastrillada a la arena para sacarle los puchos que se habían acumulado con los años, eso es todo, para que modificar lo que ya era bello de por sí.

 

 

                                              

La ciudad de Lima había comenzado a crecer desmedidamente desde Mediados de los '60, pero sólo en los '70 se hizo evidente esto pues el gobierno de Velasco comenzó a ayudar a los barrios marginales y hasta les cambió el despectivo nombre de Barriadas por el de Pueblos Jóvenes y entre las obras que se llevaron a cabo para ayudarlos estuvo la ampliación de la red de desagües, con lo cual el desagüe de La Chira empezó a recibir las aguas negras de todo el Cono Sur. Esto se hizo especialmente notorio en esta hermosa playa y la gente que la conocía le fue cediendo el paso a los amantes drive-in y a los delincuentes.

Sin embargo por la forma de la costa y por las corrientes marinas se podía ver como el grueso de las aguas negras, como un río gigante, era llevado Mar adentro, rodeaba el islote que está frente a La Chira para luego tomar rumbo Norte y recién pasando Barranquito se avecinaba hacia la orilla para ser finalmente llevado por las Olas hacia Redondo, Makaha, y La Pamplilla. Así, La Herradura, y las playas de Chorrillos y Barranco todavía se mantenían poco contaminadas.

Sin embargo, hay otra forma de contaminación que a pesar de que no hiera los sentidos, de alguna manera apesta; es la contaminación que se forma en el alma de la gente. Lima se fue transformando y al ir creciendo con gente que venía de otras provincias fue perdiendo su identidad: se fue transformando en una gigantesca prostituta que le daba la espalda al Mar y que literalmente defecaba en este. Lo que crecía de la Costa Verde hacía Miraflores, San Isidro, Magdalena y San Miguel era utilizado al caer la noche por los municipios como venusterio drive-in, pues enviaban un par de municipales, un policía, un par de choros y para amenizar el ambiente no faltaba una redada a la "hora punta". Por supuesto se cobraba como parqueo vigilado y sólo Dios sabe donde terminaba ese dinero.

 

 

 

Tuuc tuuc, tuuc tuuc, truuuuuc... Inca Kola, la bebida de sabor nacional, da la hora en todo el Perú!!!... Son las dos y cuarenta y cinco minutos.

 

 

 

Y así, me encontraba ese día a finales del verano del '82 surfeando a pechito, almorzando una de esas fabulosas hamburguesas del Cortijo (aún no superadas por ningún burger point), una cremolada de fresa y de postre su helado de limón, y en eso estaba, y otra serie de Olas que entraba, y gritar -huecooo! y meterse al tubaso y revolcarse y en eso el trueno de una explosión mientras todavía estaba bajo el agua y salir del agua y buscar en torno que demonios fue eso.... No podía ser. Entre una nube de polvo una parte del farallón a la altura de las cuevas se venía abajo. Y luego otra explosión y la pesadilla ya era realidad, se estaban tirando abajo el cerro.

-¡Esperen, que están haciendo, las gaviotas negras que viven en los farallones, los pejesapos, las Olas carajo!

El Mar, herido por las rocas y la tierra, se revolvía en una espuma marrón. Una serie de Olas entró y la barrosa herida se fue extendiendo, otras explosiones se sucedieron y las cuevas desaparecieron y con ellas la posibilidad de surfear olas al día siguiente. Traté de acercarme a la punta, pero al llegar al camino me detuvo un soldado que no supo decirme que diablos hacían, pensé en la triste ironía de la vida que hacía que el mismo ejército que el invierno anterior fuera rescatado cuando se quedaron atrapados en las cuevas, gracias a un grupo de conocidos surfistas, quienes lograron hacer lo que ni helicópteros ni comandos pudieron; más parecía la venganza por la pérdida de algunas armas que tuvieron que abandonar en las cuevas.

 

Camino de regreso los budines y la chicha morada de la panadería de Olaya tenían un gusto amargo, lo que había presenciado me había golpeado profundamente y era poco lo que se podía hacer. Algo que semanas antes parecía poco probable, una pasadilla sin razón de ser, era entonces un hecho consumado. Los surfistas unidos fueron vencidos por la locura del proyecto de una carretera que conduciría a la boca de la cloaca más grande del Perú.

Al Gorilón y al Loco Erwin les respondieron verbalmente en la Municipalidad que las cartas y documentos que llevaron serían usados de papel higiénico y a mi, Pocho Rospigliosi , me explicó la dura realidad de los intereses creados y que el surf no era un deporte importante porque no vendía ni era masivo, así que no le interesaba ayudarnos a salvar nuestro “estadio nacional” y al verlo así de poco interesado en algo que no le daría su parte, así de gordo, así de marrano, lo odié a morir.

 

Pasaron las semanas y se demolió parte del cerro que hacía el rincón del Club Samoa y este material se usó de relleno para quitarle un pedazo al Mar a todo lo largo de La Tercera y sepultar el pedazo de playa que había entre este y el letrero de la Coca Cola.

También se demolió la roca de forma cónica que había en la punta y de las tres cuevas sólo quedó parte de la más profunda, por supuesto las aves que anidaban en los farallones sobre estas no se volvieron a ver. Pasaron los meses y las crecidas llevaron gran parte del cerro demolido a la orilla de la playa, y de lo que ganaron al Mar en la punta, este se lo cobró en la playa, pues a pesar de las piedras que este depositaba en la orilla, se comió la mitad del ancho de esta.

Al verano siguiente La Herradura ya no fue más playa de veraneantes, pues, al verse esta reducida a un gigantesco montículo de piedras angulosas, los bañistas permanecían en el malecón sin otra diversión que embriagarse y competir para ver quien tenía el volumen del autoradio más potente. El Cortijo cerró y tiempo después fue demolido, en cambio abrieron un gran salsódromo donde antes estaba el Palm Beach y las boîtes tuvieron un resurgimiento; La Herradura había sido tomada por esa gran prostituta en la que se había convertido Lima y la playa no era otra cosa que el urinario de la noche juerguera.

Durante varios años el municipio empleó maquinaria pesada en la inútil tarea de retirar las piedras que el Mar a la primera crecida se ocupaba de reponer, cerró el salsódromo y decretó la ley seca, lo que no hizo otra cosa que aumentar las juergas "a escondidas". El trazo de la proyectada carretera llegó a La Chira, abriendo el difícil “Paso de la Araña” y de esta llegaron a La Herradura fumones y malvivientes que convirtieron lo que quedó de cueva en escenario de sus vicios y latrocinios.

Bonito cambio nos dio el "progreso", asaltantes angustiados a cambio de una surtida fauna y su belleza escénica. También se cambiaron las corrientes marinas, ya que en la orilla se acumulan basura y aguas servidas con las crecidas.

La playita de Caplina también desapareció. Todo en aras de un progreso mal entendido. Los farallones del cerro La Chira, que forman la punta y todo el Paso de la Araña, por su verticalidad y la roca sedimentaria que lo forman, fueron siempre poco estables y luego de los trabajos en los que se empleó dinamita y además se socavó el poco talud que tenían, volvieron a estos aún más inestables. Ya ha habido varios derrumbes y en una ocasión quedaron atrapadas varias personas en sus vehículos. Al parecer esto hizo que se abandone el proyecto. Lamentablemente las Olas de La Herradura se vieron seriamente afectadas.

Durante los primeros años sólo se formaba con una gran crecida y al llegar a la Segunda Sección las Olas se dividían por efecto de una ola de rebote producida por el material de relleno. En la Tercera Sección las Olas dejaron de formar esos espectaculares tubos de antes, pues no corrían por el mismo fondo perfectamente esculpido por el Mar a través de los siglos, y al llegar a la orilla la Ola perdía fuerza por el cambio de ángulo, se arrinconaba y dejaba de hacer el tubo; había que esforzarse por buscar el tubo final. Antes en cambio, al llegar al orillazo era inevitable que la Ola te comiera. Demás está decir que la Cuarta Sección desapareció para siempre.

Han pasado más de veinte años y dudo que así pasen cien se recupere. La que un día fue, sin lugar a dudas, la mejor playa del Perú en todo sentido, una espectacular Ola que reunía diversas características y calidades en quinientos metros de recorrido, una playa que se llevó, con su desaparición, los recuerdos de muchas generaciones que disfrutaron sus plácidos veranos en sus limpias arenas y Mar. Hoy, aún se ve amenazada por un proyecto de la Gremco que piensa construir una marina, para lo cual haría en la punta un espigón que cruce la bahia a 90 grados de la punta y la extensión del espigón de Caplina, lo que cerraría la playa convirtiéndola definitivamente en una sucia laguna para los yates de un reducido grupo de gente acomodada.

 

 

 

Hoy en día La Herradura se ha sumado a lo que es La Costa Verde -que de verde tiene poco, en fin, menos que antes, pues las filtraciones del ahora canalizado río Surco ya no hacen los chorrillos que la caracterizaron-: un conjunto de playas unidas por una pista tristemente célebre por los accidentes mortales que futbolistas, vedettes y otros juergueros nocturnos suelen protagonizar, con el común denominador de ser usadas como tiródromo por los municipios y por sus aguas barrosas y altamente contaminadas.

Para los surfistas que no la conocieron antes podrá tener una buena Ola aún hoy, más no es ni la sombra de lo que fue. Y para los demás sólo nos queda el recuerdo de los mágicos momentos que nos brindaron sus cristalinas aguas y sus hermosas orillas. Pero como escribió Khalil Gibran, el recuerdo es una hoja de otoño que murmura por un instante al viento, y luego ya no se la escucha más.

 

Tuuc tuuc, tuuc tuuc, truuuuuc.... Inca Kola ya no es la bebida de Sabor Nacional (la compró una transnacional).

 

Montalcino, Toscana 2003.


Escrito por

aquatigris

Soy un fugitivo. Fugitivo de las ciudades, de los países. Me he fugado de mis amores, también de mis amigos y por supuesto de mi familia. También me fugué de los vicios, de los grandes, pero también de los menores. Me gusta comer bien y de manera saludable, p


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