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El último socio del Samoa

Publicado: 2010-10-12

 

Tomado de Fausto.- Por Germán Vargas.- El concepto de ruina es relativo, como el tiempo. La Huaca Pucllana, por ejemplo, tiene como 1500 años de antigüedad y está en mucho mejor estado que el Club Samoa de La Herradura, fundado hace sólo medio siglo por Carlos Dogny Larco y otros Caballeros de los Mares durante una ola de disidencia que azotó, por esos días, el Club Waikiki. Hicieron tabla rasa, remaron rumbo sur, obtuvieron una concesion en la playa de Chorrillos por 50 años y - a todo dar, de su bolsillo - establecieron su exclusivo paraíso marino-terrenal.

Hoy, el Samoa Club Fantasma se mantiene más cerrado que nunca, claro que siempre con vista al mar y con el mismo sol que, cual astro, se resiste a la devaluación del entorno, al cambio. Todo lo demás se vino a menos, se opacó en un poco a poco apocalípsis que puso fin al asunto o caso que aquí nos ocupa.

Imposible imaginarse ahora a estos nobles solterones de edad media, cabalgando las inmensas olas perfectas que hoy - gracias a la dinamitera obra maestra de un burdomaestre deconstructivista de los 80 - son olas nomás. O las exhuberantes aristochicas y monumentales hostess de alto vuelo exponiendo líneas en esta terraza ya tierraza, contorneadas por barandas que, literalmente, se han hecho leña. La playa, originalmente de arena, hoy parece la cantera abandonada de este carretero monumento edil.

Pero queda un hombre, un cápsula del tiempo: un último caballero de este Camelot Limeño que parece haber viajado en instantáneo hasta nuestros días. Dice que tiene 83 años, pero no parece: no muestra canas ni signos exteriores de riqueza, más bien abundantes signos interiores y eterna cabellera negra en mantenimiento. Se conserva y conserva intactos los recuerdos, las imágenes de ese tiempo pasado que, como todos, fue mejor.

Fuimos en busca de ese tiempo perdido y llegamos al centro, de Miraflores, donde vive y oficia - en la también dinamitada Calle Tarata - en un modesto departamento de época. El delgado menordomo de este miraflorino palacio departamental - joven riqueza del interior también - nos recibe cual valet en cámara lenta, y el Señor de los Recuerdos - como adivinando el propósito de nuestra visita - se presenta en bien vivo y muy directo, casi en zoom:

“Soy Ricardo Torres Tassara, hoy el único asociado. Soy socio del Club Samoa desde el año 66. Hay otras personas que perduran, pero ya no pagan. Yo soy el único sobreviviente: soy el Último Socio del Club Samoa”. No se diga más. El Samoa aún existe, por lo menos como un One Man Club.

Ahora, un socio es por definición “la persona asociada con otra u otras para algún fin”. Lo de fin podríamos entenderlo como el final del cual ya hablamos, pero ¿“el único asociado”? ¿Dónde están los otros? Esto es algo que parece no importarle tanto: ya vendrán: “El Club Samoa no ha muerto. Yo lo voy a reabrir, igualito. Esto es una primicia: se va a llamar Nuevo Club Samoa, con todos los elementos para que dure 500 años”, sentencia.

¿Y cuáles eran esos elementos que, además de las hoy oxidadísimas columnas, sostenían al venerable Club Samoa? Resumiendo, los Cuatro Pilares del Samoa serían:

1. Mar, olas, playa de arena y deportes derivados (tabla, paleta, frontón, pesca a la mano y un lujoso yate; “y bowling para las damas”, hoy agregado).

2. Carlos ‘Arturo’ Dogny y los Caballeros de las Tablas Redondas (imposible recuperar al primero, ese Naylamp de Chorrillos que, a pesar de todos sus esfuerzos, no logró vivir para siempre).

3. Luaus con las chicas más lindas de la Galaxia, Miss Universo incluida (la Ley de la Gravitación Universal ha de haberlas afectado y obligaría a atraer nuevas estrellas).

4. El Chupín de Pejesapo, pócima secreta de vigor y eterna juventud, especialidad de Don Ricardo (descubrimos al druida, al Merlín - o fino Pejesapo - de esta desaparecida Corte Samoana).

Habla de todo, como proyectando hologramas sobre la mesa: de la importancia de la capacidad económica de los socios, de sus condiciones morales y hasta de carácter familiar: “A quienes tenían lugares de origen demasiado humildes, los privaban de ingreso. Era un club mayormente de solteros o divorciados, solterones, primordialmente con mucha solvencia económica y moral”. El Paraíso no puede estar al alcance de todos, uno entiende, y menos cuando se trata de jugar paleta con personas del sexo femenino en la playa, nos explica. “Teníamos dos canchas de frontón, gimnasio y un yate cuya principal utilidad era distraer a las damas, sobre todo del extranjero. Las atendíamos de manera muy especial, oiga. Incluso se hizo una gran campaña de Relaciones Públicas para que vinieran personas del sexo femenino, y entre bombos y platillos se producían majestuosas fiestas con estas bellas damas - ¡de almanaque! - venidas de diferentes partes del mundo. Gente vinculada a Panagra traía a las chicas y teníamos luaus que organizaba, personalmente, Carlos Dogny". Aclara que en el caso de las chicas no importaba tanto su origen o condición, o si eran rubias, morenitas o mezcladitas. "Todas eran de primera: Marianne Sarmiento, la chica Zoyla Lyons… ¡qué bellas mujeres! Y como le digo, también venían del extranjero: imponentes monumentos de Brasil, Italia, Suiza... Uno se sentía un enano, temblaba; por más corbata michi, uno se sentía acomplejado. Había que ser bien valiente para sacarlas a bailar”. Y prosigue, de la periferia al centro: “El núcleo de todo esto era, por supuesto, Carlos Dogny Larco, hombre de mucha fortuna y posición social. Él estimulaba un servicio muy especial a las turistas, era una garantía. Alto, fornido, no fumaba ni tomaba, era un Narciso: cuidaba mucho de su aspecto, tanto que comía demasiadamente muy poco. Elegante, fino, ¡un cachimbo de primera clase! Traía de Europa ropa interior femenina, lencería, cremas, lentes, perfumes, cosas propias de la mujer, que regalaba a las chicas después de encamarse con ellas. Él no daba plata, pues: tenía cuatro roperos llenos de regalos. Todo lo hacía con delicadeza; un hombre fino, hijo único de madre millonaria, de la familia Larco, rodeado de mayordomos desde niño, educado en Francia, culto y heredero de una gran fortuna”.

Pero el tema final es el que apasiona a Don Ricardo, viejo brujo portador de la receta secreta del Chupín de Pejesapo, Pez Viagra de roca que sacaban del propio mar enfrente: “¡La cocina era de primera categoría! Sacábamos cangrejos y pejesapos, tramboyo también. Yo mismo, por intermedio del chef, preparaba el chupín, porque yo personalmente gocé de los efectos del pejesapo”.

Aquí entramos en una larga conversación que empieza con su primera experiencia a los doce años, en las islas de Ancón, y termina prácticamente esta mañana. Al despedirnos - casi un par de horas después – un vigoroso Don Ricardo me acompaña hasta la calle y, entusiasmado, invita : “Vas a ver. Tú pones el vino blanco, yo pongo los pejesapos”.

Parece que este periplo crononáutico aún no ha terminado, porque este chupín es otro viaje. Por ahora sólo adelantamos otro dato: Sí, vuelve el Club Samoa, “y el Chupín de Pejesapo va a ser el plato predilecto de este nuevo club social”. Salud. Y a ver si nos aprovecha.


Escrito por

Pedro Salinas

Escribe habitualmente los domingos en La República. En Twitter se hace llamar @chapatucombi. Y no le gustan los chanchos que vuelan.


Publicado en

La voz a ti debida

Un blog de Pedro Salinas.