Modiano al cuadrado
Patrick Modiano
En la Revista de Libros del diario El Mercurio comentan la publicación en Anagrama de una nueva novela de Patrick Modiano. Esta vez se trata de El horizonte. Una novela que he tenido oportunidad de leerla y sí, cierto, Modiano se eleva al cuadrado. El título de la nota lo explica todo: “Más de lo mismo, pero bueno”.
Si es verdad que algunos escritores se afanan en reescribir una y otra vez el mismo libro, siempre fieles a un puñado de motivos, temáticas y estructuras narrativas, también lo es que la figura del novelista francés Patrick Modiano (1945) se ajusta con comodidad en dicha tipología. En su última entrega, titulada El horizonte, no existe nada que un lector asiduo a su escritura no pueda reconocer como algo típicamente modianesco: una narración evocadora y sugerente, llena de enigmas, de nebulosas y de claroscuros; una intriga que, cercana al relato policial, mantiene la expectación del lector desde la primera hasta la última página; una galería de personajes desarraigados, errabundos, habitantes fugitivos de una ciudad fantasmal que los envuelve en una trama de encuentros y de desencuentros.
Jean Bosmans y Margaret Le Coz, dos jóvenes que en la década de 1960 recorrían las calles de París sin ningún “asiento en la vida” y sin ninguna pretensión para el porvenir, se encuentran casualmente en medio de una multitud a la salida de una estación de metro. “Bosmans había leído en alguna parte que un primer encuentro entre dos personas es como una herida leve que ambos notan y que los despierta de su soledad y su embotamiento”. En efecto, siendo ambos solitarios y fugitivos de un pasado que los acosa y del cual intentan evadirse, ceden ante el azar que los reúne y viven juntos la mejor temporada de su juventud.
La narración, sin embargo, arranca desde un presente en el que dicha escena aparece desdibujada en la memoria del protagonista: han pasado más de cuatro décadas desde aquello, y la misma casualidad que juntó sus caminos se encargó de alejarlos irremediablemente. El Bosmans adulto dispuesto a desempolvar aquel pasado remoto que vuelve a su memoria caóticamente (“episodios sin ilación, que se interrumpían en seco, rostros sin nombre, encuentros fugitivos”), emprende la búsqueda de aquella muchacha que cambió su juventud y zanjó finalmente su vida. Todo el libro consistirá en el despliegue de esa indagación privada de un tiempo perdido. La pesquisa detectivesca, tan cara a todas las ficciones de Modiano, es el referente obvio y evidente.
Así contada, la trama resalta por su sencillez y su simplicidad. ¿Dónde reside, entonces, el atractivo de la intriga relatada por Modiano? Ha de destacarse, en primer lugar, su notable habilidad en lo que concierne a la construcción de personajes. Sin extenuarse demasiado en descripciones físicas o psicológicas, el francés consigue trazar el perfil de sus criaturas con un halo de misterio y de enigmaticidad inigualables. Recibimos de ellas, más que un retrato acabado, apenas una silueta que adquiere algo de nitidez en la medida en que se desarrolla la narración. Sabemos de Bosmans que es un escritor, quien en su adolescencia abandonó el hogar para trabajar en una librería de literatura ocultista, que frecuentaba tales barrios y tales cafés; de Le Coz -tan cercana a la Nadja de Breton o a la Maga de Cortázar-, que nació en Berlín, y que después de vivir algún tiempo en Suiza se instaló en París para sobrevivir como traductora del alemán y cuidadora de niños.
Destaca también la condición de la voz que relata los sucesos. Aunque se trata de un narrador omnisciente en tercera persona, a medida que la intriga gana cuerpo y que el pasado perseguido por Bosmans emerge en fragmentos y retazos será la propia voz de los protagonistas la que irrumpe aquí y allá. Es como si la omnisciencia no bastara, como si el discurso debiera ser completado por los protagonistas para despejar la incertidumbre que impone el cariz insondable del argumento. Todo sin transiciones, sin artificio, en el flujo sosegado de una prosa que apuesta en todo momento por la moderación y la contención expresiva. Es sabido que Modiano escribe a mano sus novelas, y en un libro como El horizonte dicho hábito parece determinar la elección del ritmo y del tono narrativo: acotado, sucinto, escueto.
El libro logra articular, a fin de cuentas, una reflexión entrañable en torno a los mecanismos de la memoria y al rol que juega en la identidad de los sujetos aquello que ha quedado diluido en su pasado, lo que se ha extinguido sin realizarse del todo. A Bosmans “le entraban mareos al pensar en lo que habría podido ser y no había sido”, y lo desesperaba imaginar que las palabras dichas en un encuentro fortuito “se hayan desvanecido en la nada como si nunca las hubiera pronunciado nadie”. Ante ello es que el arte maduro de Modiano modula sus certezas habituales: la verdad del desamparo y la soledad que determinan “eso que llamamos el curso de los acontecimientos”, pero también la de cierta esperanza en que, quizás, exista un “horizonte” en el que podamos reencontrarnos con todo lo perdido.