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El testimonio de Miqueas Mishari Mofat

Publicado: 2011-04-01

Foto: Hanne Veber

Servindi, 1 de abril, 2011.- Pocos meses antes del fallecimiento del lider asháninka Miqueas Mishari Mofat el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA) editó un libro con narraciones autobiográficas de éste y otros líderes ash'aninkas y asheninkas de la selva central del Perú.

Los testimonios históricos de una generación clave para la gestación del actual movimiento indígena amazónico en el Perú fueron compilados laboriosamente por la antropóloga danesa Hanne Veber y dieron fruto al libro: "Historias para nuestro futuro. Yotantsi Ashi Otsipaniki".

Con el permiso de los editores reproducimos a continuación el testimonio de Miqueas Mishari Mofat:

Historia de Miqueas Mishari Mofat

La Merced

Nací el 12 de diciembre de 1938 en Kishtárike, nombre original milenario, zona de Metraro, actual comunidad nativa de Mariscal Cáceres, (1) distrito de Perené, provincia de Chanchamayo y región de Junín, en la Selva Central del Perú. Fueron mis padres el legendario pinkátsari Manuel Mishari Luisa y dona Magdalena Shingari Ignacio. Mis abuelos, padres de mis padres, eran de allí mismo. El se llamaba Maine y mi abuela Shonkari. Desde sus ancestros vivían en Metraro, nombre original puesto por los asháninkas de la zona alta del rio Parinine, actual río Perené, en la cuenca alta del Amazonas.

A los tres meses de nacido quede huérfano de mi madre, por una enfermedad desconocida. Mi madre se enfermó y no supo como curarse y murió. Ella fue la primera profesora ashaninka bilingüe intercultural que enseñó en una escuela particular en Kemariaki, Perené, cuando era soltera. Cuando murió mi madre crecí al cuidado de mis tres tías, Manonca, Martina Lázaro y Micaela Mishari, hermana mayor de mi padre, conocida también por el nombre ashaninka Mavillo, como también mi abuela Martina Ignacio. Yo crecí un poco engreído también por todo el amor me brindaban. Tranquilo crecí.

Ellas me criaron con comidas naturales como jugo de la yuca, cogollo de palmas, hongos shitove y frijoles frescos, aves del monte y peces. Mi padre se dedicaba a la siembra de la chacra para nuestra supervivencia para vivir fuertes y sanos. Crecí allí, dentro de la Colonia del Perené, de propiedad de la Peruvian Corporation Ltd. El territorio estaba en dominio total de la Peruvian Corporation Pampa Whaley. Crecí sano, con mucho amor de mis abuelitas y con la hermana menor de mi mamá, Rosa, conocida con el nombre original de Pitocha. Ella después fue esposa de mi papá. Tuvo una sola hija, que es mi hermana Lea Mishari Shingari, en Shampanarike, del mismo territorio de Kishtarike.

Kishtarike fue fundado por mi padre en 1940 con otras 42 familias ashaninkas, junto con su hermano mayor, don Manuel Camanaro Luisa, diferentes apellidos porque no había registro civil en aquellos tiempos. No tenían orden y tomaban el nombre original como apellido. Los jefes de familias eran: Juan Jacinto Esperana, Domingo Jacinto Esperana, Camana Espíritu Comanpi, Juan Mattire, José Pardo Shariva, Elías Meza Pedro, mi tía Esther, Micaela Mishari, Jorge Quintori, Guillermo Quintori, Luis Quintori Poyenti, Cecilia Quintori Poyenti, Daniel Jacinto Esperana, Benjamín Jacinto, Manuel Rubén, Sebastián Manari, Sabina Luisa (Shinapatya), Pioro Luisa, Allao, Cortez Camanari y Mateo Camanari entre otros. Anteriormente vivíamos dispersos en la zona de Metraro. Por eso mi padre llamó a todos y fundaron el pueblo de Kishtarike. Construyeron un templo adventista, también un local para el funcionamiento de una escuela particular. Los primeros maestros fueron Hipolito Mamani del pueblo aymara y Camana Espíritu Comampi del pueblo asháninka, a los que los padres de familia solventaban sus pagos como profesor.

Por muchos años el Estado peruano nunca hizo nada por nosotros para crear una escuela pública, hasta 1976, cuando por mi gestión se crea la escuela estatal numero 31.434 y posteriormente el colegio agropecuario integrado Mariscal Cáceres. Con mi hermana Lea crecimos juntos hasta la edad de seis años, cuando vino mi tío Roberto Shingari (Mofat), hermano mayor de mi madre, para llevarme al pueblo mestizo de Río Seco y hacerme estudiar, porque ellos no tenían hijos. Mi padre aceptó la propuesta y viajamos juntos a Río Seco, donde me quedé con mis tíos Roberto y Aurora.

Allí empieza la odisea de mi vida. Extrañaba mucho a mis padres. Viví un calvario con mi tía Aurora pues ella tenía mal carácter. Me trató muy mal durante los tres años 1945 – 1947 que estudié en la escuela particular adventista. Desayunaba un poco pero no conocía el almuerzo. Me iba a las chacras para coger frutas para mi alimento. Mi tía Aurora me castigaba mucho con shalanca de burro (2). A mi corta edad tenía que trabajar para cenar. Me trataba como un esclavo. Iba a estudiar descalzo. Su argumento era que iba a la escuela a sentarme solamente para escribir. “¡No estás trabajando en la chacra para que tengas hambre!”, decía. Pero mi tía Micaela -Mavillo-, al saber del mal trato de mi tía Aurora, vino a llevarme a Kishtarike. Mi tía Aurora estaba ausente y yo decidí irme con mi tía Micaela porque ya no soportaba el mal trato. Cuando estábamos por cruzar el Puente Perené nos alcanzó mi tía Aurora y me arrancó de los brazos de mi tía Micaela para hacerme regresar a Río Seco. Mi tío Roberto no sabía del trato cruel de mi tía, por los continuos viajes que hacía por la selva a las comunidades asháninkas como predicador. Mi tío me quería mucho, me trataba como hijo. En este mismo año de 1945 mi tío viajó a los Estados Unidos de Norteamérica, con un pastor adventista llamado Ruskjer, para denunciar a la Compañía Peruvian Corporation por los malos tratos a los asháninkas esclavizados de Kishtárike, Kemariaki, Marankiari y otras comunidades del Perené. La denunció por las muchas amenazas de despojarnos de nuestros territorios donde vivíamos y llevar a trabajar a indígenas andinos que nunca más salían de la compañía. Muchos murieron enfermos por el paludismo y la tuberculosis, pues no había atención médica. Los tenían como esclavos.

Cuando murió mi tío Roberto Shingari (Mofat), en el mes de noviembre de 1947, el año siguiente, en enero, mi padre y mi tío David Shingari vinieron a llevarme a vivir a la comunidad indígena de Belén en Puerto Bermúdez. Viajamos en avión desde San Ramón a Puerto Bermúdez y luego río arriba al llamado Belén- Mazaraiteki, donde mis padres se habían trasladado en 1945, por el hostigamiento de la Peruvian, para buscar y asegurar territorios para nuestras futuras generaciones.

En enero de 1948 en pleno invierno cuando íbamos a pescar con mi tío Tomas, esposo de mi tía Micaela (Mavillo), solo tenía 9 años y no solía manejar la canoa pero tenía muchos deseos de aprender. El río había aumentado su cauce y la corriente nos venció, mi tío saltó y nadó a la orilla, yo salte de la canoa pensando salir también, lo que me fue imposible por la fuerte correntada del río. Me hundí en la profundidad, al tratar de salir ya estaba en el fondo. Salí de un impulso y me puse a flote dejándome llevar en medio de dos remolinos. Fue un milagro porque sin saber nadar llegue al otro lado del río. Me agarré en una roca y pedí auxilio hasta que vino mi tío Tomas a rescatarme.

En la comunidad nativa de Belén estudié el tercer año de primaria, solamente por cinco meses. Mi padre trabajó con unos patrones llamados Carrión y Fortunato Sosa, compradores y habilitadores de caucho. Teníamos que estar en el monte durante meses para sacar el caucho y venderlo a ellos mismos. Con el dinero ganado, mis padres regresaron. Mi madre Rosa no se acostumbró a esos lugares por el clima y los zancudos que existen en la zona del Pichis. Aunque había peces y animales del monte en abundancia, ellos regresaron a Kishtarike para nuevamente trabajar en la Peruvian Pampa Whaley S.A. (3) Yo me quedé con mi abuelita Martina Ignacio un año más y en 1950 mi padre vino a recogernos.

Nos vinimos por trocha. Caminamos cinco días, cruzamos los ríos de Asupizú y Shimaki hasta llegar al Perené, a nuestra comunidad de origen, donde seguí mis estudios de tercero hasta sexto año de primaria. Mis padres seguían trabajando con la Peruvian Corporation, a la que el gobierno peruano le había concedido tierras de los indígenas, por una extensión de 500.000 hectáreas, para explotarlas durante 60 años a cambio de la deuda contraída por el país en la Guerra del Pacífico. Dentro de ese territorio vivimos hasta hoy. Según la historia, a la Peruvian le correspondía desde el río Paucartambo (Tsiviariki) hasta el río Pichis, Puerto Bermúdez. Por allá han estado la Peruvian Corporation y la Pampa Whaley, que fueron unos rateros.

Trabajamos juntos con mi papá en la compañía porque nos obligaban, nos condicionaban que teníamos que trabajar para ellos. Claro, pagaban un poquito pero no mucho. Trabajábamos, me recuerdo, hasta las doce de la noche cargando café, con lluvia, dormíamos apenas tres, cuatro horas y nuevamente hasta terminar la cosecha de café. Cuando terminábamos, descansábamos un poco. Pero nos obligaban a machetear y limpiar las hierbas, y nuevamente a machetear y no sé qué más. Así cuarenta años hemos estado. Recuerdo que en el tiempo de la cosecha de café, en plena lluvia, cargábamos en nuestras espaldas el café hasta las tolvas. (4) Allí pesábamos el café hasta las doce de la noche o una de la mañana. Era muy sacrificado. Así trabajamos cuarenta años sacrificándonos para liberar nuestra tierra. Tal vez nadie puede creer el gran sacrificio y humillaciones que sufrimos con la Peruvian.

Nosotros teníamos que sembrar nuestras chacras, pero la Peruvian prohibía que abriéramos nuevas. Solamente las que teníamos podíamos mantener. No querían que tumbemos un árbol, si no, nos cobraban cien soles en ese tiempo y mandaban a sus capataces para ver si lo tumbábamos. Solamente teníamos que sembrar en las purmas (5) y con eso nos manteníamos. Solamente para sembrar yuca, plátano, maní, pituca, todos los productos de panllevar (6). Eso nomás sembrábamos para vivir. Y eso llevábamos nosotros para trabajar. Pero ellos no nos daban nada. Nosotros teníamos que llevar lo nuestro para comer cuando trabajábamos para ellos.

A veces nos dividíamos en grupos. Mi papá decía: “¡Bueno!, nosotros vamos a trabajar hoy día y estos diez van a ir a pescar para comer toda la semana”. Diez personas iban al río para pescar y traer peces para repartir a todas las familias y para seguir trabajando allá. A veces iban también al monte a cazar venado y otros animales para comer. Y éstos, los ingleses, nos controlaban. Cuando faltaba el personal decían: “¿Dónde están?”. Mi papá respondía: “¡No sé! Mira, han ido a pescar con barbasco”. Y ellos decían: “¡Ah ya!”. Entonces ellos informaban a los administradores que faltaban diez porque habían ido a pescar. Nos tenían como esclavos, sin libertad. Hemos dejado de sembrar plantas perennes. Pero siempre nos decían que teníamos que ir a otro sitio. Nosotros no queríamos salir de nuestras tierras. Tres años estuvimos buscando terreno por Bermúdez. Mi papá fundó una comunidad que se llamaba Yarina. Ahí quedaron mis tíos y mis primos.

En Bermúdez más abajo, en actual Ciudad Constitución, en el Palcazu, ahí mi papá fundó el pueblo Yarina. Hasta ahora está ahí. Hay escuela, hay colegio ahora. Después regresamos a Puerto Bermúdez al sitio que se llama Belén. Le habían puesto un nombre, Belén. Ahí había una quebradita donde estuvimos. Ahí estuve yo tres años. Estudié también un año, pero no terminé.

Mi papá había ido para ver si podíamos conseguir otro terreno. Pero después de tres años regresamos porque no era como donde vivíamos, por su clima. No hay zancudos, el clima es muy favorable acá donde estamos nosotros. En cambio allá hace mucho calor, muchos zancudos, muchas enfermedades. Tampoco había sal. Rápido se acabó la que habían traído del Cerro de la Sal Entonces mi mamá no se acostumbró allá: “¡Regresemos!”, dijo mi mamá Rosa. “¡Vamos a regresar a nuestro pueblo!”, dijo, y regresamos, y en el año 1950 llegamos otra vez a nuestro lugar. Del año 1947 hasta el año 1950 volvimos nuevamente a trabajar para la Peruvian. Pero mi papá formó allá la comunidad nativa de San Pablo (7), que tiene algo de cinco mil hectáreas ahora. Mi papá formó allí Yarina, después en Nevati una comunidad que todavía ahí está. Mis tíos también estaban ahí, David Shingari, Raquel Shingari, Camañari. Ésos son mis tíos legítimos. Eran de Kishtárike y habían ido allá para probar suerte. Hemos vuelto todos. Algunos se quedaron, como el caso de los Juan Mattire. Ya no querían regresar, bueno, por el pescado, la cantidad de pescado que había y animales. Todo lo hemos hecho por mi mamá, que no se había acostumbrado, y por eso hemos regresado todos. Así es la historia de mi papá.

Los únicos de la familia que se quedaron fueron Juan Mattire y Martínez. Bueno, ellos aumentaron allá. Es un pueblo ahora. Por eso yo digo que mi comunidad ha sido como una cuna. De ahí todos salieron para Marankiari, para Kimariaki, para Churingaveni, para Pucharine, Sutziki, Pichaniki, para todas las zonas. La mitad de la gente de la comunidad nativa Pucharini ha venido de allí, de mi comunidad. Nos hemos quedado casi pura familia de nosotros, porque mi madre y mis abuelitas no querían salir y se han quedado allí. Nosotros quedamos un pequeño grupo. Es el que hemos dejado hasta ahora allí. La comunidad de Kishtarike es una comunidad cuna de los asháninkas. Es cuna porque de allí han salido para todas las zonas, para Puerto Bermúdez, toda la familia. Tengo mucha familia por ahí, de tercera generación. Pero es mi familia todavía. Cuando yo me voy allí a veces no me dejan salir. Me quieren mucho ellos.

Nos quedábamos aquí, donde estamos ahora. Mi abuela, mi mamá Rosa, mi mamá política, ellas no querían salir de aquí. Mi padre una vez dijo: “¡Hay que irnos para sembrar lo que es nuestro!”. Había ido al otro lado del río Perené, llamado Toterani, en 1958. Entonces él logró unas seiscientas hectáreas, creo. Pero mi madre dijo: “¡No!, ¡yo no voy a ir! ¡Qué vengan los gringos acá y me maten!”. Entonces también mi padre dijo: “¡Bueno, si no vas a ir, yo tampoco voy! Ya, ¡qué nos maten acá pues!”. Y nos hemos quedado por aquí.

Antecedentes

Tiene mucha historia mi comunidad allí en mi zona. Metraro es el nombre verdadero. Metraro es una piedra redonda, la historia de una piedra redonda puesta por los asháninkas. Todos los asháninkas venían de Bermúdez, del Gran Pajonal, del Tambo, del Perené, pasaban por allí hacia el Cerro de la Sal, que nosotros consideramos como patrimonio desde hace mucho tiempo. El Cerro de la Sal es de donde sacamos sal para todos los ashaninkas que viven hacia adentro. Pasaban por allí, por mi comunidad. Ahí dormían. Todo era un camino céntrico, antiguo, de miles de años. Por allí pasaban ellos. Ese río de sal se llama, en nuestro idioma, Tsiviariri. Tsiviarini es “río de sal”. Hay sal en el agua, pues. Por allí es un cerro de sal. Es un lugar donde llegan todos por la sal. Los yaneshas y los asháninkas y los nomatsiguenga llegaban allí a llevar su sal cada año. Caminaban por meses, otros por balsa, otros a pie. Así era en ese tiempo.

Allí adoraban los asháninkas en Oxapampa, o Coshapampa como le decían antes, adoraban al dios Yompiri. (8) Los yaneshas y también los asháninkas iban allí, aunque los yaneshas más, porque era territorio asháninka y yanesha, pues. El territorio yanesha está por Palcazu, por Villa Rica. Nosotros, por este lado del río mayor Perené, todo esto es territorio asháninka. Y por eso es que Yompiri adoro, pero a veces los ashaninkas también iban a darle allí su ceremonia.

También adoraban la candela. No era cualquier candela. Era una candela muy especial que dejaba el rayo prendido en los ungurahuis (9) o palmeras secas. La sacaban para hacer la candela de dios, el dios de nuestros antepasados. Ellos la recogían, la traían y la ponían en troncos gruesos y fuertes. No era cualquier leña sino una que pesaba bastante. Esos palos pesaban mucho. Tenían que llevarlos entre varios, 10, 20 personas. Hacían sacrificios para su dios, el Dios de la Candela. Eran palos fuertes y duros las leñas que traían para su Dios. Eran árboles fuertes los que había antes. Hoy ya no hay. Era para la adoración a la candela, a la media noche. Los sheripiaris o tabaqueros consagrados al Dios de la Candela, eran los encargados de recibir el mensaje y las recomendaciones emitidos por las voces del Dios de la Candela. Los sheripiaris transmitían el mensaje a los jewaris, jefes y varones y mujeres lo que decía el Dios de la Candela en la fiesta anual, que hacían durante tres días. Todos lo veneraban con mucha reverencia y ordenadamente.

Todos los líderes, sheripiaris o tabaqueros consagrados a la candela, líderes de la adoración, escuchaban los mensajes del fuego. Si ese año iba a haber buena cosecha o buena o mala pesca, la candela lo anuncia. Ellos todavía así están haciendo. Los elegidos nomás, los más consagrados a la candela, ellos transmitían a los que recibían el mensaje. Una vez que dan las doce de la noche la candela quiere hablar y ellos escuchan. Así es. Ellos vivían aparte, en la carapa, una casa especial, el lugar donde llegan las visitas. Ahí están los tabaqueros, solamente varones. Son recibidos en la carapa y las mujeres están aparte, prestas para atender, al mando de la mujer como jefa, para servir masato a los visitantes. Así era la costumbre. Entonces cuando hacían su fiesta, su ceremonial de adoración, entonces los elegidos escuchaban y las mujeres, aparte, esperando el mensaje. Después ellos empezaban a cantar canciones para su Dios allí con su masatito y los tabaqueros aparte. Los que hacían desorden eran castigados ejemplarmente. Allí en mi zona, en mi comunidad de Kishtárike, se adoraba al Dios de la Candela desde hacía miles de años, y hasta ahora existe un cerro de cenizas. Ésa era la costumbre y yo la he visto. He visto de niño los tabaqueros como chupan.

Asimismo, adoraban algunos pajaritos, en especial a unos que tienen siete colores, que en ashaninka los conocemos con el nombre de piichotsi. Cuando el pajarito se paraba en un árbol, lo reverenciaba toda la familia. Decían que traía buena cosecha en el año. Agradecían al señor Dios Pajarito, hacían masato y festejaban durante tres días; cazaban animales del monte y aves para comer y alegrarse, para que nadie se enfermara en ese año por el anuncio del Dios Pajarito. Con la llegada de la religión ya no practican esto. Entonces dijeron que el amor es bueno. La Biblia dice que solamente hay un solo Dios en el cielo, no en la tierra.

Los asháninkas cuando eran sanguinarios no querían que entre nadie. Desde 1752, aproximadamente, no dejaron ingresar a los soldados españoles. Los ováyeris valientes estaban dirigidos por los jewaris Maririnka, Marinkama y también por un yanesha llamado Choyaco, actual Chunchoyaco, nombre puesto por los colonos invasores. Eran los máximos pinkátsaris que dirigían la guerra contra el ejército español. Esta guerra duró más de 150 años. Ganaron muchas batallas defendiendo el territorio asháninka de toda la Selva Central con la única finalidad de defender la vida, de vivir sanos, sin enfermedades desconocidas y contagiosas para nuestras futuras generaciones. Lucharon para mantener nuestros valores culturales, para vivir mejor con alimentos sanos y naturales, sin contaminación, como los peces de nuestros ríos, nuestros bosques, los animales del monte; para mantener el bosque como nuestro mercado por generaciones, nuestros conocimientos de las plantas medicinales, la ciencia indígena, los secretos que existen dentro de nuestro monte, no descubierto por la ciencia occidental hasta hoy. También para mantener el comercio entre pueblos originarios con el sistema del trueque, para defender las historias indígenas, los santuarios y los mitos de cada pueblo y la historia de nuestros ríos, el patrimonio indígena del Cerro de la Sal, con el nombre de Tsiviarike, actualmente el río Paucartambo, la historia de Koshapampa, que hoy se conoce con el nombre de provincia de Oxapampa, donde nuestros hermanos yanesha adoraban al dios Yompiri, una imagen de una gran piedra como una persona que existe hasta ahora.

Pero cuando el sarampión diezmó a más de seis o siete mil personas, se debilitaron los ováyeris. Entonces los adventistas nos decían: “¡Es castigo de Dios!, ¡póngalo en el cielo!”. Así han cambiado un poco su mentalidad los ováyeris y ya no había guerra. Por eso yo pienso que no hubiera pasado así, si no hubiese habido esta clase de enfermedades desconocidas, la guerra hubiera seguido. Antes, muchos no sabían con que remedio sanarse. Pero ahora si ya lo saben. Ellos (los antiguos) dejaron de adorar la candela, a las piedras y a otros santuarios especiales que había. Algunos se han vuelto adventistas, será pues el cuarenta por ciento, pero el sesenta por ciento se han quedado como antes, o sea, no han aceptado y se han ido retirando más. Se retiraron más adentro. Algunos se quedaron pero ellos no, siempre ellos se quedaron con su costumbre. Voy a decir que estas costumbres son muy sanas también porque se enseñaba a no robar, a no ser ocioso, tampoco mentiroso, a botar la pereza, costumbres muy buenas que me enseñaba sobre todo mi abuelita, ya que yo no tenía mamá.

Cada mañana, a las cuatro, la costumbre era ir al río para botar allá el miedo, para ser valientes y fuertes. Y es verdad. A las cuatro de la mañana, ¡oscuro todavía!, cuando el primer gallo cantaba, nos botaban en el río. Pero cuando salíamos, no teníamos que hacer calor con la candela. Frio teníamos porque no podíamos calentarnos. Ese es el secreto para ser fuerte, para ser trabajador. Las mujeres también pasaban por estas prácticas, pero aparte, las señoras y señoritas. Muy buenas costumbres tuvimos, incluso la selección de las comidas para los jóvenes y adultos, para que sean cazadores, para que sean también hombres de guerra. Tenían que adiestrarse, prepararse, practicar desde jóvenes, de ocho a diez años, aprender a esquivar las flechas. Esa era la costumbre de todos los asháninkas desde niños, esquivar primeramente las pepas, después esquivar las flechas con puntillas chiquitas, estaquillas; luego flechas, primero a buena distancia, después acercarnos, acercarnos, perder el miedo. Ese era el deporte favorito de los ashaninkas. Y cuando se pintaban su cuerpo rojo con achiote, es porque tenían que hacer la guerra, luchar contra alguien, contra el enemigo. A veces se pintaban de negro, pero era ya como maquillaje. Pero cuando es puro rojo, es para hacer la guerra contra algún ejército, algún contrario.

Y conocían toda clase de secretos, de hierbas. Yo aprendí al principio un poco. Ovenki (ivenki), diferentes clases de ovenkis, para la caza de pescados, para la mejora de la producción de las plantas, sean yucas, sea frejol, todo tiene su secreto, las plantas de panllevar tienen sus secretos. También, qué tiempo era bueno para sembrarlas, pues no se siembran en cualquier tiempo. Especialmente con la luna llena, entre julio y septiembre, tres meses. Desde julio siembran más frejoles, son meses de siembra. En octubre ya no se siembra. Si siembran, es el arroz. Estas costumbres están olvidándose un poco. Teníamos diferentes variedades de yucas, pituca de diferentes clases, y frejoles netos (10) de acá. Ahora ya no hay. Al maíz, los colonos le dicen “maíz chuncho”, maíz natural. Ya no hay otras clases de maíces. Eran nuestros alimentos, sanos, naturales. En cuanto a la vestimenta, nosotros mismos la hacíamos. No necesitábamos comprar. Ahora no tenemos tiempo para hacerla y si la hacemos es para el trueque. Si la gente no tiene algo para intercambiar, igual se la lleva, pero después de un mes trae algo para cambiar. Un compromiso único, sin papeles, sin nada. Eso no funciona con papeles. Lo que vale es la palabra. Dicen: “¡Bueno! ayompari, añamaña apaata (nos veremos en otro momento), kashiri (luna)”. Cuando se cumple un mes, la persona sabe. Aunque no sepa escribir, ya ella sabe. La luna ya está ahí: “¡Ah!, ¡ya hay que ir allá a pagar mi deber!”. Traer y cumplir. Los compromisos eran la palabra, como una ley. No existía malicia entre los asháninkas, no había documentos escritos o papeles. Si alguien mentía o engañaba, el castigo era estar marginado para siempre, considerado como persona no grata para el pueblo asháninka. Era una costumbre para mi perfecta. Yo no la he vivido, no he vivido eso.

Las casas eran libres. No había candados, era seguro, nadie iba a venir a robarte en la noche. Era una vida tranquila. Antes, en mi comunidad todo era libre. Dejabas el chafle (11) afuera y permanecía allí, dejabas cualquiera cosa afuera y amanecía igual. Ésa era para mí una educación perfecta, que ahora no hay. Ahora se han maleado nuestros jóvenes, se han contagiado de la gente de afuera. Ya empiezan a asaltar, a robar. Se dejan llevar por otras costumbres. Entonces ahora están pasando problemas. La organización CECONSEC (12) debe programar talleres para ver cómo rescatar nuestros valores culturales. Hay que rescatar a nuestros jóvenes, dándoles charlas sobre cómo fueron nuestras costumbres ancestrales, qué son las hierbas, cómo las usaban las mujeres para no estar cortando la barriga cuando una no quiere tener hijos, no estar cortando como los chanchos. Eso no existía antes, sino que tomaban unas raíces, unas hierbas. Las tomaban y no tenían más hijos. Y esas hierbas no hacen daño, y cuando querían tener hijos otra vez, dejaban de tomarlas y tomaban la otra y seguían teniendo hijos. Entonces ser indígena es para mí algo muy valioso. Muy valioso y lo estamos perdiendo. Es la preocupación como antiguo dirigente. ¿Cómo hay que rescatar esto? Nuestros árboles ya no existen, nuestros remedios ya no están. La vista, para curar nuestra vista, hay un bejuco que mi tío Daniel Jacinto acá en Pucharini conoce. Pero él me dijo el otro día que ya no hay. Es que lo han macheteado y lo han quemado. Hay que sembrarlo. Y el que conoce es él. Para botar los bichos y botar la bilis, también para vivir sano hay otras plantas. Tomas y se remueve la bilis para no vivir enfermo. Todas esas hierbas son más de dos mil plantas.

El pueblo indígena asháninka ha sabido convivir durante generaciones, mantener y manejar la ecología, manejar el bosque, la biodiversidad, los secretos de la naturaleza, los efectos de cada planta medicinal. Instruidos por sus padres, como también las mujeres, los ováyeris ashaninkas conocían desde niños los efectos y secretos de las hierbas. Para vencer al enemigo, la mezcla de varias plantas y diferentes hierbas es muy efectiva para que no revienten las armas. Si revienta algún fusil del enemigo, el cañón se parte por la mitad. Por eso el ejército contrario siempre perdió las batallas. Inclusive podían hacer llover y hacer crecer los ríos usando los poderes de las plantas y animales que tienen contacto con la atmósfera. Los científicos asháninkas manejaban bien estos secretos. Todavía se mantienen por medio de los ancianos indígenas, como de las mujeres conocedoras de los ovenkis y hierbas, muy efectivas, que todavía se usan hasta hoy para cazar animales, para la pesca y para la siembra de las 56 variedades de yuca, comida favorita de los indígenas, del plátano, los frejoles, el maíz amarillo, las variedades de pituca, (13) de camote, yacón, racacha, frejol torito, daledale, (14) son comidas naturales muy nutritivas y típicas. Todos estos conocimientos indígenas se están perdiendo por la civilización occidental que aplasta otras civilizaciones.

Estudié en una escuela particular adventista del Séptimo Día, en mi comunidad de Kishtarike. Un pastor norteamericano llamado Fernando Stahl, había llegado en 1925, aproximadamente, para evangelizar a los que ellos llamaba salvajes asháninkas, conocidos como ováyeris (guerreros) por los invasores colonos, quienes habían conquistado y arrebatado las tierras indígenas en 1878 a los debilitados ováyeris. Los militares españoles no habían podido ingresar fácilmente a la zona, tampoco los militares peruanos, hasta después de la muerte del jefe supremo Juan Santos Atahualpa II (15), conocido por los ashaninkas como Apinka, o Apu- Inca, quien se había rebelado contra los españoles.

Los indígenas, los asháninkas éramos guerreros, por qué no decir sanguinarios también. Ellos no querían que nadie venga de otro lugar a tomar sus tierras. Por eso es que había ováyeri, los asháninkas guerreros, flecheros, que desde su niñez aprendían a esquivar las flechas. Conocían toda clase de yerbas, porque tenemos más de 2.400 plantas medicinales diferentes. Los ováyeris conocían a la perfección los secretos y poderes de las hierbas, como pinitsi, ovenki, pocharovenki, parovenki y nadie podía vencerlos con estas hierbas. Las armas de los enemigos se volvían inservibles. Cada vez que querían entrar los soldados españoles, los guerreros, como conocían sus hierbas, las quemaban, y entonces el humo se iba hacia arriba. Los soldados olían, se ponían un poco tontos y no podían atacar. Además, las hierbas afectaban sus armas, sus fusiles se reventaban y se partían, se partían por la mitad del cañón. Ya no sabían con qué armas enfrentarse con los ováyeris asháninkas y se escapaban. Y los asháninkas los perseguían, pues, hasta Acobamba, Tarma, varias veces. Y esto ha durado por más de ciento cincuenta años de guerra, hasta que vino a reforzar Juan Santos Atahualpa II. La ideología de nuestros hermanos asháninkas era también la de defender su territorio como territorio netamente indígena para nuestra sobrevivencia, para mantener nuestros valores culturales, nuestras medicinas. Entonces cuando llegó Juan Santos Atahualpa II reforzó esta lucha.

Juan Santos Atahualpa II era hijo de un español (16) y de madre Inca, nacido en el Cuzco. Preparado era, un hombre educado. Habló idiomas, viajó y estudió en España. De regreso al Perú, al ver los abusos de los españoles contra el pueblo indígena andino se rebeló contra ellos, buscando el apoyo de otros pueblos indígenas. Sabía que existía un ejército asháninka en la selva. Por esto decidió ingresar por Huancayo, Concepción y Satipo, donde aprendió hablar el idioma asháninka. Estuvo en Satipo más de un año hasta perfeccionar el habla asháninka, luego prosiguió el viaje por trocha hasta llegar al río Perené, donde contrató a los vivientes de Ipoki para surcar río arriba con canoa hasta llegar a Yurinaki, en tres días de viaje. Luego, por trocha, subió cerro arriba, por un lugar conocido por los asháninkas con el nombre de Mapinine, hasta llegar Kishtárike, nombre original de Metraro, para integrarse con los ováyeris asháninkas. Otra parte del ejército estaba en el pueblo indígena de Tsirishike, actual La Merced, y Shimashironi, actual San Ramón, que eran pueblos asháninkas y yáneshas.

Ha hecho muchas cosas este Juan Santos Atahualpa. Toda su juventud la ha pasado acá en Metraro donde ha hecho su casa. Dicen que hay cuevas en mi zona de donde el sacaba oro también. Dicen que era de puro oro su casa. Y organizó bien a los ováyeris. Los de la sierra, indígenas andinos, lo conocían como Apu Inka. Los ashaninkas también le dicen corácona, como jefe supremo. Corácona significa jefe supremo, mayor que pinkátsari. Los jewaris, jefes ashaninkas, lo recibieron bien al Corácona Apinka porque hablaba bien el idioma ashaninka.

Entonces los paisanos lo trataban como un ser supremo, como un jefe máximo. Su palabra era una ley. Eran obedientes a lo que decía Juan Santos Atahualpa. Era un hombre carismático para el pueblo asháninka. Hablaba varios idiomas también, como el yanesha. La idea era defender el territorio, los ríos limpios, los peces sanos, los animales del monte, que haya animales porque el monte es nuestro mercado, que haya nuestras plantas, árboles, las frutas que comemos en el monte, pueden ser de palmeras, la miel, los árboles frutales, puede ser el sheyaque, el ungurahui. Ahí está la leche y el chocolate. Se les echa azúcar y ya es un desayuno. Por eso el reforzó la guerra, y la idea era que lo que estaban haciendo los asháninkas estaba bien, pero había que reforzar el ejército para llevar la guerra hasta Lima. Muchas veces vino a Tsirishike, que es La Merced ahora. De Metraro a Tsirishike venía. Bueno, organizaba a la gente para seguir la guerra ya emprendida desde hacía muchos años. El campamento principal estaba en Metararo, una parte estaba en Tsirishike y la otra en Shimashironi, actual San Ramón.

Su intención de ponerse Juan Santos Atahualpa II es creo porque había primero otro Juan Santos Atahualpa, que murió en Cajamarca. El se ha puesto ese nombre como un personaje rebelde contra los españoles, porque él era español también. Entonces, por su madre es que defendía los abusos que hacían los españoles inhumanos. Juan Santos Atahualpa II quería convencer al ejército asháninka para viajar a la ciudad de Lima para luchar y expulsar a los españoles de la ciudad de Lima y del territorio peruano, antes de la independencia de 1821 por el General San Martín. Pero no le resultó porque los asháninkas no podían soportar el soroche (el mal de altura), porque no usaban calzado. Iban hasta Tarma y de allí regresaban a Shimashironi y Tsirishike. No querían ir más allá, pero Santos Atahualpa les exigía ir más allá. Llevaban sus yucas, su sal para su comida, pero se regresaban.

Allí casi es la última guerra que les corretearon a los soldados del ejército español por los ováyeris ashaninka. En la persecución llegaron hasta Tarma. Allí encontraron a un niño de 10 años y se lo trajeron para acá como trofeo de guerra. Los asháninkas le pusieron el nombre de Joselito. Lo llevaron hasta la comunidad de Kishtarike y lo civilizaron con la cultura autóctona asháninka. Lo vistieron con ropa típica de la zona y aprendió hablar el idioma, aprendió la cultura y las buenas costumbres. De joven se casó con Mamantsiki, una mujer ashéninka científica que juntamente con su esposo Joselito enseñó a los jóvenes varones y mujeres a fundir metales, bronce, oro y cobre. En Tarma habrá aprendido de niño eso. Habrán tenido fundición por allá. Le han traído para enseñarles a ellos a hacer la fundición. Estaremos hablando de aquí hace 250 años. En mi comunidad Kishtarike habían hecho una fundición. Fabricó herramientas, hachas, chafles, cuchillos, pailas de bronce, ollas, etc. para el negocio del trueque. Cambiaban con vestimentas típicas y con shima (pescado) ahumado. Hasta hoy existen los hornos.

Si vas allá, en el Concejo Provincial de Chanchamayo vas a ver, en el segundo piso, una forma de campana que ha sido fundida en mi comunidad Kishtarike. Es como una olla de bronce. Ahí hacían su masato los asháninkas. Dos pailas fueron llevando a Yurinaki. Había un pueblo antes en Yurinaki de puro asháninkas. Allí prepararon el masato para festejar una buena pesca. Cuando empezaron a beber, se intoxicaron la mayoría, por esto optaron por arrojarlas al río Perené. Las trataron como brujas a las dos pailas. Se habían olvidado de lavarlas, se habían oxidado y les hicieron daño, les hicieron purgar. Entonces ellos se han enojado y botaron esas ollas de bronce. Las botaron al río para que se las lleve, pero no las ha podido llevar porque pesaban mucho. Pero el río las lavó y en el verano, cuando se secó el río, una quedó al aire libre, brilloso. Fue recogida por un hacendado llamado Salvatierra en uno de sus viajes por el río Perené, en busca de tierras libres. (17) Lo habían visto pasar con canoa por ahí. Al notar el brillo de la paila pensó que era oro puro. Por eso la llevó hasta su casa con 15 asháninkas en una balsa hasta Pueblo Pardo. Él le ha hecho un hueco y la ha puesto como campana. Por muchos años la utilizó como campana para llamar a sus obreros a almorzar. No era campana, era una cacerola fundida por los asháninkas encabezados por Joselito. Después de muchos años con la gente, con paisanos asháninkas la han traído acá. Actualmente está en exhibición en el Concejo Provincial de Chanchamayo, que la modificó en forma de una campana.

Todos los ashaninkas hasta hoy conocen esta historia de Joselito. Conocemos donde fue enterrado con todo su tesoro, sus bienes, su casa de oro, etc. Eso esta allí en Kishtarike. Eso me entusiasmó un poco por querer ver sus tesoros allí. Toda su casa era de oro. Cuando murió lo han enterrado con todo y está hasta ahora. Esto no lo ha tocado nadie. Hasta la actualidad nadie descubre su tesoro. En cambio a él sí. Cuando vinieron los ingleses había un paisano ashaninka que les dijo: “¡Sí!, allí yo lo he visto. ¡Acá, acá está!”. Lo han desenterrado y se lo han llevado todo, se lo han llevado todo, hasta el esqueleto también de Juan Santos Atahualpa. (18)

Juan Santos Atahualpa II, el Apinka-Apu-Inca, como era hijo de un español, cada vez que se emborrachaba bailaba, dicen, con sus puntillas, como bailan los españoles. Bailaba bien, dicen, y enseñaba a los paisanos. Con el tiempo ya le empezó a crecer su barba blanca y algunos pelos blancos también. Llegó a ser anciano, y como seguía la guerra, los paisanos decían: “¡No!, ¡no va a tener ningún hijo! Mejor hay que entregarle una señorita”. Y los jefes acordaron entregarle una compañera asháninka para que tenga descendencia.

Así tuvo un hijo que un día, a la edad de diez años, cuando el sol quemaba mucho, se fue de pesca con su madre al río Perené. Era un verano muy fuerte y el niño no soportó el calor. En la tarde regresaron, pero al chico le dio una alta fiebre con vómitos y no le pudieron salvar y murió. Entonces, cuando murió el chico, Juan Santos Atahualpa se entristeció y ya no quería comer: “¿Para qué voy a comer?”, decía. Con la barba crecida y blanqueada por lo que ya era anciano, también quería morir. Por la muerte de su único hijo, de mucha pena no probaba alimento. Solamente se dedicaba a tomar masato y mascar coca todos los días. Así se debilitaba más cada día, solamente bebía masato todos los días, hasta enfermarse muy grave y murió. Fue enterrado en Metraro, con toda su riqueza, por indicación de él, toda su casa que era de oro. Tenía una casa allí, bien ubicada donde sale el sol. Cuando alumbra el sol, la pared empañaba, decían, lejos, al otro lado, empañaba la pared de puro oro. Dicen que era oro. Los asháninkas sacaban todo ese oro.

La colonización

Cuando los ingleses llegaron al río Paucartambo y al Perené, aproximadamente en 1900, con la autorización del gobierno del Perú se les cedió la extensión de 500.000 hectáreas como pago de la deuda contraída con Inglaterra, por la compra de armamentos para la guerra denominada “Guerra del Pacífico”, en 1879-1883, provocada por Bolivia y Chile. Perú se alió con Bolivia y perdieron la guerra contra Chile. El territorio se había entregado a Inglaterra por medio de la Compañía Peruvian Corporation por el gobierno de Andrés A. Cáceres, para la explotación durante 60 años. Dentro del territorio entregado estábamos nosotros, los asháninkas de Kishtarike, actualmente la comunidad nativa Mariscal Cáceres, conocida desde tiempos inmemoriales. Nos convertimos en obreros y esclavos de la Peruvian Pampa Whaley las 42 familias y otras de 20 comunidades del valle del Perene, que quedamos condicionadas como trabajadores de la Peruvian Corporation si queríamos seguir viviendo dentro del territorio comunal. Teníamos prohibido sembrar plantaciones perennes, solamente debíamos trabajar para ellos.

Mi padre, el legendario pinkátsari Manuel Mishari Luisa y toda la comunidad trabajaron más de 40 anos como obreros, sin los beneficios sociales. Los ingleses amenazaban con desalojarnos. Nos chantajeaban en muchas ocasiones para que saliéramos a otra zona y les dejáramos a ellos el territorio comunal. Ellos se consideraban dueños absolutos de las tierras asháninkas. Nos hacían creer que las compraron al gobierno peruano. Muchos trabajadores andinos e indígenas de la selva han muerto por paludismo, tuberculosis y sarampión. Asimismo, desenterraron la tumba de Juan Santos Atahualpa II y se llevaron todo su tesoro los ingleses, con 60 mulas se lo llevaron a lomo por trocha a la ciudad de La Oroya. Antes no había carretera por aca.19 Según testigos ashaninkas se llevaron también el esqueleto de Juan Santos Atahualpa. Mi papa me lo contaba así.

Pero antes de la llegada de la Peruvian Corporation, el ejército ashaninka de Tsirishike y Shimashironi -La Merced y San Ramón, respectivamente- se debilitó por la muerte de Juan Santos Atahualpa II como jefe supremo o corákona de los ashaninkas. Asimismo hubo una epidemia de sarampión, desconocida por los pueblos indígenas. Con esta enfermedad murieron más de 6.000 ashaninkas entre niños y adultos, la mayoría del ejercito ashaninka. Por eso el ejército peruano aprovecho para ingresar a nuestro territorio, dirigido por el coronel José Manuel Pereira, que asesinó a muchos indígenas indefensos e inocentes. De esta manera se conquistó a los pueblos asháninkas de Tsirishike–La Merced y Shimashironi San Ramón. El día 24 de septiembre de 1868 fue invadido su territorio y masacrados los asháninkas que poblaban los actuales La Merced y San Ramón, territorio del pueblo indígena de la Selva Central, costando más de 120 años de guerra. Por eso nosotros consideramos el 24 de septiembre como duelo de la nación asháninka y al coronel Pereira un genocida.

También los asháninkas han reaccionado cuando los italianos entraron acá a todo Chanchamayo. Luego la Peruvian ingresó y empezó a trabajar, y desde allí iban corriendo un poco más aguas abajo. Llegaron a Pampa Whaley. Recién la Peruvian estaba haciendo su campamento allá. Cuando llegaron a Yurinaki, los asháninkas reaccionaron acordándose de los consejos de Juan Santos Atahualpa. Él decía: “Si ustedes no los dejan entrar, no habrá enfermedades, van a vivir sanos, fuertes para todas sus generaciones. ¡No dejen entrar a nadie, a ningún extraño!”. Era la meta. Pero cuando empezaron acá a morir de sarampión y otras enfermedades desconocidas, entonces ellos reaccionaron, diciendo: “Mejor hay que hacerle guerra a esta gente. Ya nos están eliminando”. Y empezaron a preparar sus armamentos, sus flechas.

Un día, dicen, un día se acordaron como cinco mil asháninkas que habían venido y empezaron a matar. Han matado bastante gente. Empezaron a flecharles y corretearles desde mi zona hasta San Juan. En el Perené, en el Paucartambo habían hecho recién su campamento y traído un sacerdote. Tenían su pequeña capilla católica. Ellos también llegaron ahí, el ejército asháninka, pero matando. Cuando vieron que venían así matando, empezaron a escaparse. Y el cura empezó a tocar la campana de la iglesia. Entonces ellos se preguntaban: “¿Por qué está tocando?”. Cuando llegaron, contó mi padre, el cura también se estaba escapando. Pero se asustaron un poco los asháninkas ovayeris cuando lo vieron con su sotana, con su cinturón, con su signo, ese cordón tremendo que parece rabo blanco, y se estaba escapando. Entonces dijeron: “Parece que ése es el padre de ellos. No hay que matarle a él para que se lleve a sus hijos, sino hay que decirle que se vaya. ¡Hay que botarle al río y que se vaya!”. Dicen que llegaron al río para botarlo, y cruzó pues el cura y los demás le han seguido. Ahí lo dejaron. No lo siguieron más y no llegaron acá a La Merced, porque ellos querían llegar a La Merced y expulsarlos nuevamente y matarlos a todos. Pero como les asustó el cura, como decían que era Satanás para los ovayeris: “Ése es su padre para que se los lleve. ¡No hay que matarle!”. Le han dejado libre al sacerdote. Poco a poco la Peruvian le tomaba miedo a los asháninkas. No venían mucho los ingleses acá, solamente su gente, su capataz, su mayordomo. Ellos los traían a sus trabajadores acá ya contratados de la sierra.

Luego llegó el pastor Fernando Stahl, un gringo adventista del Séptimo Día, para conquistar a los que llamaba salvajes asháninkas. Él ha venido para evangelizar a los indígenas. Le trataban como a un dios porque era un hombre alto, blanco y hablaba mucho de Dios. Y los creyentes decían que era Dios. Y así hubo la creencia de que ya que existe un Dios, no podemos matarnos entre nosotros porque somos seres humanos y Dios nos ha dado la vida a todos por igual. Por eso ya no hubo guerra. La Biblia nos avisó que no hay que matar porque todos somos hijos de Dios y nos llamaron prójimos. Yo creo que lo utilizaron al pastor para evangelizar a los asháninkas para que no sigan matando. Entonces los evangelizaron según la Biblia y se apaciguaron. Ya no querían matar a nadie porque la Biblia lo prohíbe. Y así se han apaciguado.

Dejaron muchas cosas, por ejemplo, los secretos de las plantas medicinales, todas las plantas que ellos tenían sembradas, para ser ágiles, para volver tonto al enemigo. Todas esas plantas ya no las practicaban, pues, porque ya la compañía Peruvian estaba adentro. Posiblemente habían pasado 10 años desde que estaba adentro del territorio cuando entró Fernando Stahl. Fácilmente entró porque hablaban el mismo idioma, eran paisanos. Se dieron un poco la mano para que él ingrese y evangelice, porque también los que estaban ahí en la Peruvian eran evangélicos. No permitían que entren cigarros, cerveza o aguardiente. Prohibido era. No dejaban ingresar, porque dicen que cuando la gente empieza a tomar ya no va a trabajar, va a ser ociosa. Y tampoco no dejaban mucho la coca, pero después si dejaron entrarla.

Y así fue que Fernando Stahl formó grupos asháninkas, empezando por mi comunidad, la iglesia y escuelas particulares. Ahí fue donde yo también estudié después. Formó escuelas en Kimariaki, Sutziki, una iglesia grande, allá había también escuela y campo de aterrizaje. Dejó también un pastor que se llamaba Ruskjer, (20) que era también norteamericano. Y así pasó hasta Masheronike, más adentro del Perené, y de ahí entró hasta Atalaya. Ya había una misión allá en Unini. Ahora más abajo, donde los shipibos, hay una comunidad que se llama “Fernando Stahl”. Ésa se quedó con ese nombre. De allá se pasó a Pucallpa, dejó una iglesia organizada, y de ahí se fue a Iquitos. En Iquitos hay una clínica ahora que se llama “Ana Stahl”, por su mujer. Se quedó con ese nombre hasta ahora. En su vejez regresó a su país y allí murió. Se ha quedado allá para siempre. Y así dejó el evangelio a todas las comunidades. Desde entonces ha menguado la fuerza indígena, los ováyeris.

Existieron los crebos, jefes sanguinarios flecheros, había tres crebos, superhombres. Eran guerreros, shiramparis, los shiramparis de Sutziki, y todo el Gran Pajonal era de hombres muy sanguinarios, respetados, que no creían ni en la vida ni en la muerte, en nada. Eran hombres que mataban y no les podías ni darle con la flecha, ni con la bala. Eran muy muy veloces, shiramparis, los crebos. Después había otros con nombre coriari. Son asháninkas guerreros que había entonces. Ya han muerto también. Ahí vivían nuestros antepasados. Ahí vivían Maririnca y Marincama y Choyaco. Ahora le conocen a ese lugar por Chunchoyaco.(21) Vivían acá en La Merced.

Tsirishike, se llamaba. Tsirishike, era pueblo asháninka. Tsirishike quiere decir quillo o quillal, donde hay una planta, maleza. Tsirishike es quillal. Bueno, más abajo ahora se llama Quimiri. Antes lo llamaban Quiniri, porque ésa es zona de monos que les llaman cotomonos (coto: mono sin rabo (22)), que hacían bulla, y ahí había árboles que ellos comían, quiniri. Son todos nombres autóctonos, originarios de Chanchamayo. Entonces acá había una guarnición y también en San Ramón, que se llamaba Shimashironi. Era pueblo también. Choyaco estaba acá en San Ramón, más acá, abajito. Vivían pinkátsaris que manejaban los pueblos y ováyeris que comandaban, como comandante del ejército. Pero ellos eran científicos en el manejo de las hierbas. Las mezclaban, las quemaban y dominaban al ejército enemigo. Eso quisiéramos nosotros rescatar, las hierbas sobre todo, hierbas poderosas, pues. Por ejemplo, el caviniri. Se ha hecho la prueba varias veces con caviniri, maniri y uña de quintero.

En un museo en Ginebra, Suiza, hay fotos de La Merced del año 1907 y 1909. No sé su nombre del lugar, pero yo vi todas las fotos de La Merced cuando era pueblo asháninka. Un ruso recién casado había venido al Perú, a Tarma, desde Brasil. De Tarma, cuando escuchó que había enfermedad en Lima, una epidemia, no querían regresar por ahí. Entonces dijo: “¡Vamos a ir por acá para Brasil y nuestro país!”. Y han venido por aquí, a pie. En ese año no había carretera. Tomó una foto del primer puente colgante acá en San Ramón. Tomó fotos también de las casitas asháninkas que aquí había en ese tiempo. Tomó fotos de toda esta zona y se fue a pie. Llegó a Bermúdez y de allí, con canoa, hasta llegar a Pucallpa y luego al Amazonas y después a Brasil. De Brasil se ha ido a su país. Ésa era la historia. Entonces hay 400 fotos allá en Suiza. Yo tenía un amigo, un peruano que se llama José Marín, creo. Él me llevó ahí y me presentó a su amigo que me ha hecho ver las fotos. Entonces ahí podemos un poco sustentar lo que estoy diciendo aquí del pueblo de Tsirishike, como pueblo originario. Todo era pueblo asháninka, todo esto desde acá. Lastimosamente se fueron muriendo y entonces perdimos el 80% de nuestro territorio.

Nuevas experiencias

Mi apellido es Mofat y yo lo rechazo, porque soy Shingari. Mi madre es Shingari. Pero mi tío Roberto adoptó ese nombre. Él se fue a los Estados Unidos también, fue el primer indígena que viajó a los Estados Unidos, en 1940, más o menos. Un pastor adventista llamado Roskerth había llegado con el evangelismo en 1925, más o menos. Entonces mi nombre era Miqueas Mishari Shingari. Mi mamá se llamaba Magdalena Shingari. Pero mi tío Roberto, hermano de mi mamá, adoptó ese nombre Mofat. Él se llamaba Roberto Shingari, pero había un hombre que tenía el valor de predicar el evangelio de Dios. Se llamaba Roberto Mofat, en Europa, creo. Como él también se llamaba Roberto, entonces le dijo: “Tú también te vas a llamar Roberto Mofat”. Y en los documentos puso Roberto Mofat. Como yo estaba en su casa me matricularon en una escuela adventista con ese nombre, Miqueas Mishari Mofat. ¡Ya no era Shingari! Así fue el cambio. Y mi madre también adoptó este apellido, pero mi madrastra no. Ella fue siempre Shingari. Así fue eso. Luego mi tío Roberto murió con la enfermedad de cólera en 1957. En ese tiempo había cólera.

Estudie en la escuela particular adventista del Séptimo Día en Río Seco, Chanchamayo, y en la comunidad de Kishtarike. Yo estudie allí cuando ya tenía siete años. Primaria nomás. Estudié primer año de secundaria, pero tres meses nada más. Como no tenia documentos, partida de nacimiento, por eso estudie tres meses nomás. Me decían: “¿No tienes documentos?, entonces ¡te vas a tu casa!”.

En ese tiempo no había leyes a favor de las comunidades. Entonces yo con tristeza quería ser algo en la vida porque veía los abusos. Cuando llegó la colonización veía los abusos, los comerciantes que engañaban a nuestros paisanos en la pesa, en el negocio, en el precio, en todo. Yo veía todo eso. Por eso que cuando tuve 18 anos, con mi sexto año de primaria, empecé a auto capacitarme. Compre libros de todo, diccionarios, estos libros avanzados, empecé a leer yo solo. Por eso que un poco sé cómo defender el territorio. Entonces eso es lo que me ayudó.

En junio de1957, cuando ya tenía 19 años, con mi finado padre, el legendario pinkátsari don Manuel Mishari Luisa, decidimos viajar por primera vez a la ciudad de Lima para quejarnos ante el gobierno central, al Gral. don Manuel Apolinario Odría Amoretti, contra la Peruvian Corporation por los continuos abusos, chantajes y amenazas de despojarnos de nuestras legítimas tierras de Kishtarike, después de haber trabajado y servido por más de 40 años a la Peruvian y el perjuicio que nos hacía su ganadería vacuna a los sembríos de nuestras chacras, porque la tenía suelta en un pajonal, sin ningún cuidador, con la finalidad de aburrirnos y que dejemos el territorio donde vivíamos. Desde que tenía uso de razón, las personas nos decían: “¿Por qué no van a Lima?”. Por eso nos decidimos un día, cansados ya que cada vez nos digan ¡ya pueden irse! Por eso viajamos a la capital para denunciar estos hechos inhumanos ante las autoridades del Estado peruano.

En 1957 había llegado el colono Porvillo Amoretti. Amoretti era el apellido de la mamá del presidente Odría. Había hecho una colonización al otro lado del río. (23) Estuvo de visita ahí y nos dijo: “¿Por qué no se van a Lima?”. Nos entró la idea, pero yo le dije: “¡Pero no conocemos Lima!”. Y nos contesto: “¡Vayan!, en La Merced hay carro que va a Lima”. Aquí antes no había bus, no había nada, solo una camionetita chiquitita. Con eso hemos ido a las cuatro de la mañana. Cuando nos animamos, juntamos la platita y nos fuimos pues llevando el memorial escrito a mano, lo que nosotros queríamos hacer. Lo hemos hecho así, sin que nos lo escriba nadie, aunque sea mal dicho, pero lo hemos hecho así, quejándonos contra la Peruvian. Ahí lo tendrán o de repente ya lo habrán quemado también. Esos documentos nos han servido para que nos recomienden ante la Cámara de Diputados.

Cuando llegamos allá hemos caminado, con chusma hemos ido. Le he hecho caminar a mi papá por tener miedo a perdernos. No conocíamos los tranvías, no sabíamos adónde ir. Mi papá me decía que había que tomar carro, pero el taxi nos cobraba caro. No nos alcanzaba nuestra platita. Lo que hemos hecho fue caminar, pero llegamos. Nos dirigimos al señor director general de Tierras de Montañas, que funcionaba en el piso 21 del actual Ministerio de Educación. Me recuerdo que se llamaba Ulloa. Fuimos recibidos y felicitados por dicho funcionario por la denuncia en contra de la Peruvian. Este señor nos ha felicitado cuando hemos dicho que estamos viniendo desde allá y que la Peruvian nos quiere despojar y botar de las tierras donde vivimos. “Bueno, dicen que son los dueños, que le compraron al Estado. ¿Y nosotros adónde iríamos? Queríamos ir a otro lado, pero toda nuestra familia no quiere ir, pues. Todos estamos acostumbrados a vivir allí”. Entonces me dijo: “¡Bien, muchacho! A ver, ¿quién es él?”. “Es mi papá”. “¡Ah!, ¡qué bien! ¿Cómo se llama?”. Y anotó los nombres. Entonces dijo: “¡Te felicito! Has hecho una buena queja. Estamos de juicio contra la Compañía porque no han cumplido una cláusula en la que iban a hacer un ferrocarril hasta Bermúdez. Ahora, si ustedes están en problemas con ellos, no salgan de ahí. ¡Quédense! No les va a pasar nada. Nosotros vamos a garantizarlo”.

Así fuimos orientados y recomendados para no salir de nuestras tierras, por ser nativos campas asháninkas. Ya había un juicio del gobierno peruano contra la Compañía Pampa Whaley por incumplimiento de una cláusula del convenio entre Perú y la Compañía. Esta noticia fue favorable para nosotros los indígenas. Asimismo nos recomendó por escrito presentarnos en la Cámara de Diputados para pedir las garantías necesarias. Nos atendió el diputado Rafael Ávalos García, del APRA. (24) Nos felicitó y prometió ayudarnos. Nos asesoró para que el Ministerio de Interior nos dé garantías y para que no nos fastidie la Compañía Peruvian Corporation y que no sigan con la amenaza de siempre de despojarnos de nuestros territorios. Estaban obligados a dejarnos en paz, para trabajar tranquilos en nuestras chacras. Mandó un oficio después exigiendo a la Peruvian la demarcación, no solamente a nosotros, sino a las otras comunidades también y a todos los nativos. Asimismo debía demarcar el territorio para las 42 familias asháninkas que estaban con mi papá. Y así fue. Ha salido una resolución ahí para la demarcación, así que se cumplió con la orden expresa de Lima. Se delimitó la extensión de 1.024 hectáreas por la Compañía inglesa a nombre de Manuel Mishari Luisa, por el topógrafo Fernando Núñez. Todavía la Peruvian nos quiso cobrar por el terreno demarcado, por el trabajo del topógrafo. Nos querían cobrar el monto total de 30 mil soles, lo que no cumplimos. Mi padre se opuso a pagar, dijo que nosotros somos nativos y dueños de esta selva: “No podemos pagar las tierras donde siempre hemos vivido, desde nuestros antepasados. Ya hemos trabajado más de 40 años como obreros”, mi padre dijo. “Tantos años hemos trabajado acá y no nos pagan el tiempo de servicio”. Y empezó a decir así; “¡No vamos a pagar!”. Y no hemos pagado y nos hemos quedado con ese pedazo de tierra hasta ahora.

Así ganamos un poco ahí. Ganamos experiencia, y entonces por eso me entra la idea de seguir defendiendo a mis hermanos asháninkas. Cuando retornamos de Lima, de la comisión, el pinkátsari don Manuel Mishari Luisa llamó a una asamblea de la comunidad e invitó a otras comunidades vecinas para informar sobre el viaje y los resultados favorables. Sobre todo por la lucha contra la Compañía, que había sido muy favorecido nuestro justo reclamo por el Estado peruano. Habíamos ganado, teníamos las garantías necesarias del Estado peruano para no salir de nuestras tierras ancestrales, lo que todos nos felicitaron por el histórico logro.

En esa oportunidad, por acuerdo unánime de la asamblea, fui propuesto y elegido para ser teniente gobernador, para seguir defendiendo nuestros derechos como autoridad política de todo el valle del Perené. Cuando me nombraron teniente gobernador me dijeron: “¡Está bien!”. Todos mis familiares, todos dijeron: “¡Te vamos a nombrar teniente gobernador!”. Entonces yo fui a Tarma para que me den mi credencial y no me la querían dar. Porque me dicen: “¿Cuántos años tienes?”. Les digo: “19”. “¡Muy joven!”. Fue imposible mi nombramiento oficial por el subprefecto de la provincia de Tarma por ser muy joven, con 19 años. No estaba permitido de acuerdo a la ley. Para ejercer cargos públicos o políticos debía cumplir 25 años para ejercer el cargo. Pero por ser nativo asháninka, que estábamos luchando con la Peruvian Corporation Pampa Whaley, dicho impase fue consultado con el señor prefecto del departamento de Junín, quien estudió este caso y recomendó atender el documento presentado por las comunidades indígenas del Perené: “¡Este caso debe ser tratado en forma muy especial!”.

Yo me atreví, quería tener algún cargo para seguir peleando contra este abuso de los ingleses. Entonces, cuando me propusieron, les dije que sí. “Yo sí quiero ser porque, cómo nos van a querer botar. Vienen y quieren hacer muchos abusos. ¡Hay que hacer algo en la vida!”. Entonces me nombraron en el acto. Yo llevé el acta a Tarma y me rechazaron. Allá me quedé un poco enfermo, pues. Me quedé tres días en Tarma. El subprefecto me dijo: “¡Muy joven!. ¿No había otro?”. “Sí, pero ellos no querían tomar el cargo de teniente”. A mi papá también le he dicho. “¡No!”, me dijo, “más bien tú que eres joven. ¡Vas a aprender!”. Me dio ánimo ahí. Había otro primo que no quería: “No, yo no sé cómo será”, me dijo, “no, no”. Nadie quería porque a veces falta conocimiento. Yo con mi primaria, estaba un poco, como se dice, prosista. Tenía otro hermano que se quedó hasta el tercer año y medio de la primaria, otro, en cuarto año. Yo era el único que había terminado el sexto año y había ingresado un poco a la secundaria. Entonces estaba un poquito más despiertito entre toda la familia. Entonces dije: “Bueno, yo creo que aquí voy a aprender. Sí, no sé pero voy aprender”. Pero cuando me dijo el subprefecto: “¡Muy joven!, la ley dice 25 años para arriba”, le dije; “Pero las comunidades me nombraron a mí. Yo quisiera... ¿de repente alguna cosa se puede hacer?”. Y me respondió: “Déjame consultar por teléfono a Huancayo, pero tienes que quedarte hasta mañana”. Me quedé. Al día siguiente hizo quedarme hasta la mañana siguiente. Antes el teléfono no funcionaba rápido como ahora. Esperé horas, y al tercer día me dijo: “¡Buenas noticias! El Prefecto ha ordenado que te demos la credencial, pero tienes que informar cada tres meses la actividad que estás haciendo. Ésa es la condición”. “Ya pues”, le digo, “¡ya!”. “Te vamos a dar tu credencial como algo especial porque tú eres campa”, me dijo. A nosotros no nos consideraban como asháninkas, sino como campas. Me alegré y de esta manera me extendió la credencial correspondiente.

Creo que hice un buen trabajo. Pasaron dos años y nuevamente me ratificaron en la asamblea. La ley dice cada dos años, cada dos años de nuevo era elegido. Nadie quería tomar el cargo, y durante 12 años estuve trabajando como autoridad política. Así el cargo me fue ratificado en seis periodos, hasta 1970. Trabajé 12 años como autoridad política ad honorem, al servicio de los pueblos indígenas asentadas en el alto Perené. Pero el trabajo ya abarcaba hasta Churingaveni para arreglar problemas. Antes no había carretera, y por eso iba con canoa. Llegaba por río con canoa, río abajo y surcando también. Era la primera autoridad en la zona en ese tiempo. He ganado experiencia, defendí a mis hermanos de los abusos de la compañía Peruvian, de los grandes comerciantes y explotadores del hombre por el hombre. Sobre todo he defendido los derechos humanos. En muchas ocasiones fui calumniado y castigado injustamente, pero la verdad siempre alcanza a la mentira, que en cualquier momento cae. Cuando la invasión hubo terminado, renuncié. No querían soltarme. Dije no, que haya otro. “¡Ya es mucho ya! Son 12 años y ya basta”. Así he ido aprendiendo muchas cosas.

Durante la colonización masiva organizada por los andinos y costeños en 1960 ellos siempre llegaban a nuestra casa, en Kishtárike, por ser una trocha céntrica, y mis padres los hospedaban humanitariamente a todos ellos. Mi papá, juntamente con mi madre, los alimentaba sin pago alguno. Es allí cuando llegó la familia Sarmiento y Bendezú, del departamento de Ica. En este grupo había una señora Sarmiento Altamirano. Era soltera. Averiguó si mi padre era casado por lo civil. Al saber que no estaba casado con mi madre Rosa ante la ley, ella se interesó por las mil veinticuatro hectáreas que aparentemente estaban a nombre de mi papá. Ella le propuso matrimonio, y mi padre no lo pensó mucho y aceptó la propuesta, creyendo en sus palabras para vivir mejor. Él tenía cierto capital por las ventas del café, porque ya teníamos 40 hectáreas de cafetales en plena producción. Sus hermanos le aconsejaron el matrimonio mientras aprovechaban la cosecha. Mi madre supo la noticia porque ellos eran cosechadores de café. María insistió en casarse en secreto y así lo hicieron. Se casaron por civil en el distrito de Acobamba, provincia de Tarma. No se pudo impedir el matrimonio.

Después de tres meses de casados, la señora María empezó a discriminar a mi padre porque no hablaba bien el castellano, porque era un chuncho salvaje, a decir que ella se había equivocado. Lo demandó por incomprensión ante un juez de Tarma, y le pedía la repartición de la mitad de los bienes de la chacra y del terreno total de las mil veinticuatro hectáreas. Mi padre me pidió ayuda como único hijo, me expidió los poderes ante el notario público de la provincia de Tarma para representarlo y defenderlo ante las autoridades correspondientes. Mi padre nunca había estado en juicios, era ignorante en esas cosas de justicia occidental, pero sabio en su mundo, conocedor de muchas plantas medicinales, como indígena asháninka muy honesto y trabajador. Para no ser buscando y fastidiado por la justicia y ser obligado a repartir las tierras que pertenecen a la comunidad de Kishtárike, que estaban a su nombre, viajó a Shimaki donde estuvo 10 años, desde 1960 a 1971. Nadie sabía dónde estaba y nosotros estuvimos muy preocupados. La señora María lo hacía buscar todos estos años. Aprovechó bien las cosechas de café por ser legítima esposa de mi padre ante la ley, mientras mi madre Rosa no podía tocar nada. Después de esos diez años ganamos el juicio porque ya teníamos documentos personales. Juntamente con mi hermana Lea así hemos sufrido esos años, mientras sus hermanos de María y concuñados aprovecharon toda la cosecha y compraron sus carros y casas.

En el año de 1959 tuve mi primera compañera, que se llamaba Emilia Pérez Mancori, y tuvimos una hija llamada Elva Mishari Pérez. Esa compañera se retiró en 1961 a Marankiari. No nos comprendíamos.

Encuentros con la muerte - y siguiendo con la vida

En febrero de 1962 ocurrió un huayco en la comunidad nativa de Bajo Esperanza. Después de tres días vine por el camino con dirección de Marankiari para ver a mi hija Elva. Quise pasar caminando donde sucedió el huayco pensando que ya era suelo firme, pero fue una trampa. Cuando ya había avanzado unos veinte metros de distancia, mis pies empezaron a hundirse, hice lo posible para salir o regresar. No pude, más fue la desesperación de querer salir. Me seguí hundiendo más y más, sentía burbujeos en mis piernas dentro del lodo entre el barro y el agua, y de tanto intentar se me acabaron las fuerzas. Después de tres largas horas de esfuerzo ya el lodo llegaba en mi cuello para enterrarme vivo. El lugar estaba desolado y me resigne a morir. El lodo ya había alcanzado mi mandíbula, me vi obligado a mirar hacia arriba. En ese momento clamé a Dios y dije: “Si es tu voluntad que siga con vida ¡ayúdame!, porque mi familia me necesita”. Entonces volteé y hallé un palo largo que no encontré antes, y sorprendido me agarré fuerte y comencé a salir despacio pues las fuerzas no me alcanzaban. Estaba totalmente débil de luchar todo el día desde las 10 a.m. hasta la 1 p.m. Mi pantalón con todo el dinero que traía se quedó estancado en el lodo junto con mi calzado, pero así logré salvarme solo con mi camisa y mi short deportivo.

Cuando salí una señora del pueblo andino que usaba pollera me encontró bañado de barro y se asustó gritando: “¡Achachay!”. Desesperada salió corriendo por donde vino, como si hubiera visto un fantasma. Comí una papaya madurita que encontré en la orilla del río, y con la desesperación y ansiedad terminé comiendo desde la cáscara hasta las semillas, por el hambre que tenía. Así me fui caminando hacia el poblado de Pampa Silva en donde encontré a un amigo llamado Antonio de sobrenombre Zapatero quien después de contarle lo ocurrido me facilito un pantalón y una zapatilla y algo de dinero.

El día 13 de octubre de 1962 sufrí un accidente fluvial en el río Perené, después de participar en una tarde deportiva en la comunidad nativa de Marankiari el día 12 del descubrimiento de América. Por la mañana muy temprano salimos en dos canoas río abajo hacia la comunidad de Pucharine. Éramos 9 jóvenes deportistas en una canoa y otros 5 en la otra, cuando el río Perené estaba crecido por las intensas lluvias. Cuando llegamos al lugar conocido como Boca de Tigre la canoa se hundió por el fuerte remolino. Todos los ocupantes salieron a nado, pero yo me quede hundido dentro del agua porque un joven llamado Samaniego se prendió de mi espalda agarrando fuertemente mi camisa porque él no sabía nadar. Hice lo posible para librarme de él, así que lo saque a la superficie y a un amigo que ya estaba sobre la canoa volteada lo ayudo jalándolo de una mano. En ese momento me golpee la cabeza quedando pasmado por 15 minutos aproximadamente. Fui jalado y dominado por el remolino más de un kilometro hasta llegar cerca a la boca de la quebrada Tsivanari y Perene. Milagrosamente logré salir sin fuerzas de la profundidad del río. Encontré una lata de galletas que habíamos consumido en el viaje. De casualidad y casi sin fuerzas sólo me abrase a la lata. Intenté abrir los ojos y se turbó mi vista debido al efecto giratorio del remolino. Al tercer intento ya pude ver con normalidad y oí gritos de desesperación que lloraban mi nombre porque ellos pensaban que yo había muerto. Descansé un momento hasta que recobré un poco de fuerzas para alcanzar a los demás que iban sobre la canoa volteada para nadar hacia la orilla para salvarnos. Aunque perdimos todo, lo más doloroso fue perder a dos compañeros deportistas Samaniego y Julio Jacinto.

Estuve sólo hasta 1965. En ese año me casé por civil con mi esposa Martha Salazar Rossi. Fruto de nuestro matrimonio procreamos cinco hijos: Milton, Magdalena, Sandra, Manuel y Rosita. La última de mis hijas tiene 23 años de edad. Tengo siete nietos y dos bisnietos por mi hija mayor, Elva.

En 1970 empecé como jefe a gestionar el reconocimiento oficial de la comunidad indígena ashaninka de Kishtárike-Mariscal Cáceres, ya que el general Juan Velasco Alvarado dio el golpe de Estado en 1968, derrocando a Fernando Belaunde Terry. Su política era apoyar a las comunidades indígenas y campesinas por medio de la Reforma Agraria y el Proycto de Asentamiento Rural. Decretó una ley como gobierno nacionalista, antes del Decreto Ley No. 22175 de 1978, Ley de Comunidades Nativas y de Desarrollo Agrario de las Regiones de Selva y Ceja de Selva,25 que favoreció a los pueblos indígenas del Perú. La comunidad nativa de Kishtárike-Mariscal Cáceres no estaba inscrita por la Reforma Agraria ni tampoco por SINAMOS. Después de gestionar y exigir durante ocho años y luchar contra los opositores colonos, el 10 de noviembre de 1977 se reconoció, por mi exigencia como jefe, a la comunidad por el SINAMOS, con Resolución Directorial No.1616-77-ORAMS-VI-HYO. Eso lo he ganado en ocho años de juicio. No querían que se reconozca la comunidad. Había opositores ahí y un grupo me ha hecho juicio, porque no quería que sea comunidad. Ahí yo tenía voz y voto para decir si había que formar una organización mayor, representativa, que pueda defender nuestros derechos, porque no había otra forma. En un congreso lo acordamos, pero no funcionó. En los congresos, había preocupación. Estaba Carlos Pérez Shuma, que todavía sigue vivo, Alejandro Calderón, que lo mataron los subversivos, y había otros líderes. Estaba un primo hermano mío que vivía en Bermúdez. Se llamaba Elías Mishari Rosi y era amigo de Juan Velasco Alvarado. El también ha hecho algunas cosas ahí, como exigir la titulación de la comunidad nativa Santa Rosa de Chivis y otras. Pero murió atorado de hueso de pescado en 1984.

Organizando a CECONSEC

La experiencia siempre me ha enseñado a defender la verdad, a tener mucha paciencia y tino, a buscar siempre la justicia social en beneficio de las grandes mayorías de nuestros pueblos. Nunca trabajé por lucro o por personalismo. Siempre pienso y sigo pensando por los demás, con todas estas cualidades y experiencias como líder y luchador social. Porque lo que hemos visto de malo, no debemos copiarlo de la gente occidental. Si hay corrupción, nosotros no debemos practicar lo que ellos hacen, debemos mejorar, por eso nos hemos organizado, para demostrarles que somos mejores también cuando queremos manejar nuestros propios recursos, saber administrar, ser honesto en todo. Y de esa manera nos hemos organizado. Si vamos a organizarnos para copiarlos, mejor no nos organicemos. No vale la pena. Es lo que he visto en el camino cuando empecé a romper la cadena de los comerciantes. Estaban amarrados y para romper la cadena era un poco difícil. Corrió plata del Ministerio de Agricultura.

Cuando formé la CECONSEC acá me castigaron dos veces. Me han calumniado del rapto de una chica porque los patrones las han utilizado. Pero no han encontrado nada. Me denunciaron tres veces, en Oxapampa, en La Merced y en Tarma. Los patrones querían verme poco, pues, que no haga nada, que no exista. Porque yo era el problema cuando empecé a defender nuestros derechos. Es que aquí había muchos patrones. Llevaban niñas, chicas, las explotaban y no les pagaban. Yo decía que no debería ser así, por eso estábamos organizándonos para defender a nuestras hermanas, y los patrones se vengaban. Pero en dos años logramos que CECONSEC se organice en Kishtárike. Ahí es donde se inició, aunque anteriormente en Kivinaki había empezado, aunque no funcionó. Yo no podía tener voz ni voto todavía porque mi comunidad estaba en juicio hasta su reconocimiento.

En enero de 1978, con mi iniciativa y con la experiencia adquirida se inició el movimiento indígena, con la idea de unir fuerzas por medio de una organización representativa para hacer respetar nuestros legítimos derechos territoriales. Era necesario e indispensable invitar a los jefes de las comunidades nativas del Perené para organizarnos al nivel de la Selva Central, con un nombre propio, para que seamos respetados por las autoridades del gobierno. La unión de nuestros pueblos puede lograr muchos beneficios para las comunidades en el futuro, como la reivindicación de nuestros legítimos derechos y nuestros valores culturales. El territorio es prioridad para la conservación de nuestras vidas. Sin territorio nosotros los asháninkas no tendríamos futuro para nuestras generaciones.

Con esta idea, como jefe de la comunidad de Kishtárike-Mariscal Cáceres, acordamos invitar a cuatro comunidades nativas: Pucharini, Kivinaki, Unión Alto Sancachari -de los yaneshas- y Mariscal Cáceres. Habíamos invitado a varias otras, pero solamente cuatro habían llegado con sus jefes y secretarios. Habíamos invitado a varias comunidades más pero estaban un poco lejos en ese tiempo. Los de Churingaveni, por ejemplo, tenían que venir en canoa y no pudieron venir. De Shankivironi y otras comunidades, tampoco podían viajar río arriba. En dicha reunión, el 20 de enero de 1978, las cuatro por unanimidad acordaron contar con una organización representativa, con el nombre de Central de Comunidades Nativas de la Selva Central del Perú, CECONSEC, para representar a las comunidades asentadas en los valles de Perené, Satipo y Pichis, de las provincias de Oxapampa, Satipo y Chanchamayo, de los departamentos de Junín y Pasco.

Yo ocupé el cargo de presidente y Raúl Casanto de secretario. El tesorero era de Pucharini y otro estaba como vocal. Dio la casualidad que cuando organizamos AIDESEP, en 1980, también fueron cuatro organizaciones. Empezó en el 1979 con CONASEP, que no me acuerdo que significa, y en mayo de 1979 se formo como COCONASEP, Coordinadora de Comunidades Nativas de la Selva Peruana. En enero de 1980 se cambio el nombre por AIDESEP.

Antes de la formación de CECONSEC, las comunidades asháninkas de los valles de Perené, Satipo y Pichis de Puerto Bermudez ya habían organizado congresos, desde 1960, para acordar como asegurar nuestros territorios con títulos de propiedad por la pérdida y reducción de las tierras comunales en toda la Selva Central, por la invasión de los colonos, mestizos, andinos y costeños acaparadores y traficantes de tierras indígenas. Pero no había fuerza. Por no tener personería jurídica quedaban como acuerdos no ejecutados. En el valle del Pichis, en el Perené en 1968, en Puerto Bermúdez en 1970, en Satipo en 1974, en la comunidad nativa de Shankivironi, Perené, en 1975, buscábamos formas sobre cómo defender nuestros derechos territoriales por la invasión masiva de los colonos andinos organizados. La Peruvian Corporation fue cancelada en 1965 por el gobierno de Fernando Belaunde Terry. En esa época y en la del siguiente gobierno, de Juan Velasco Alvarado, muchos colonos de la sierra y de la costa llegaron buscando tierras de libre disponibilidad del Estado y muchos asentamientos indígenas fueron invadidos y reducidos sus territorios comunales.

La ley de comunidades nativas estaba bien dada por el general Velasco Alvarado, porque reconocía la existencia oficial de todas las comunidades indígenas de la Amazonía peruana. La ley decía que el territorio no es un terreno chiquito, sino que es donde están nuestras purmas, donde están nuestros santuarios, nuestras cochas, nuestros ríos donde pescamos, donde cazamos animales. Eso es nuestro territorio y eso se tenía que demarcar, sin interesar la extensión. Pero los funcionarios responsables, un poco egoístas, la aplicaron muy mal usando sus propios criterios, perjudicando a las comunidades nativas, porque decían que éramos ociosos. ¿Para qué necesitábamos extensiones tan grandes de tierras? No se manejaron de acuerdo a la ley sino por sus propios criterios, pensando siempre en perjudicarnos por ser nativos. De puro racistas nos preguntaban: “¿Para qué quieren ustedes territorios grandes, si ustedes no lo van a trabajar? ¡Ustedes son ociosos!”. No saben ellos que nosotros manejamos nuestro bosque, sabemos manejar la rotación de tierras. Hemos vivido años, siglos manteniendo la biodiversidad. Nos querían dejar tres hectáreas por cada persona. Era injusto, y entonces les reclamé a ellos diciéndoles: “¿Entonces yo estoy prohibido de tener mujer? ¿Entonces así voy a morir solo?”. Otro día me dijeron: “Mejor 30 hectáreas”. Por eso nos han dejado un poco regular ahí, 30 hectáreas. Si son 40 familias llega a 1.200 hectáreas. Ellos no pensaban en nuestro futuro. Las comunidades del Perené y de la provincia de Satipo fueron tituladas con territorios muy reducidos, sin futuro, cerrados como animalitos, con una extensión de 120 hectáreas, hasta con 50 hectáreas y quedamos ahí. Actualmente ya no tienen tierras donde trabajar. Muchos jóvenes buscan su futuro propio y no tienen mucha esperanza en sus comunidades por contar con territorios muy reducidos y por el aumento de la población. Ahora la necesidad es desesperante.

En 1979 se invitó a las comunidades nativas de los valles del Pichis, Perené y Satipo a una nueva asamblea realizada en la ciudad de La Merced. Fue un éxito por la gran cantidad de jefes y delegados participantes. Asimismo, se acordó solicitar el reconocimiento oficial de la CECONSEC ante el gobierno central de Francisco Morales Bermúdez y el Ministerio de Agricultura y Alimentación de Lima, como una empresa multicomunal de comunidades nativas de la Selva Central, con la única finalidad de defender y reivindicar nuestros territorios y la conservación de nuestros valores culturales como pueblos originarios, nuestra autonomía, autodesarrollo y autodeterminación. También para comercializar nuestros productos agrarios en forma directa al consumidor, sin intermediarios, como alternativa para mejorar el ingreso económico y generar mayor beneficio al productor indígena y su familia, como modelo para todo el Perú. El Ministerio de Agricultura como organismo del Estado debía oficializarla por medio de una resolución para tener el derecho de comercializar y obtener la licencia para dicha actividad.

En diciembre de 1979 viajé con el dirigente Haroldo Salazar Rosi a Puerto Bermúdez para hacer reuniones y realizar asambleas para la afiliación de comunidades a la CECONSEC, requisito que exigía el Ministerio de Agricultura y Alimentación. Haroldo Salazar era mi brazo derecho en ese tiempo, y luego fue presidente de AIDESEP hasta el año 2004. En 1979 caminamos todo el Pichis, río abajo, para conseguir actas de acuerdos para la afiliación y oficialización de CECONSEC. Traíamos libros, así que pesaban mucho. Pagamos fletes de avión para traerlos acá, a San Ramón, y llevarlos a Lima para legalizarlos. Había que sacar copias fotostáticas en Lima. Acá no había copias fotostáticas, todo era en Lima, y luego legalizarlas ante un notario y devolver los libros cada uno a su comunidad. Nos ha costado mucho. Antes no había carretera, todo era por avión de San Ramón a Puerto Bermúdez. Luego entramos a Satipo y encontramos a Antonio Húngaro Gonzales, que ingresó como dirigente. Del Pichis Palcazu, Alejandro Calderón Espinosa fue tesorero de CECONSEC y Carlos Pérez Shuma, vicepresidente. Cuando tuvimos una nueva reunión ya se habían incorporado como 60 comunidades. De las cuatro se aumentó rápidamente, porque la idea inicial era que todas estaban bienvenidas. Recorrimos con el jefe máximo Alejandro Calderón Espinosa desde la comunidad nativa de Yarina, en el Palcazu, hasta la comunidad de San Juan de Dios, en el Nazarateki. (26) Haroldo Salazar apoyó para la cristalización de la CECONSEC, como también de la organización OIRA27 en 1987, en la provincia de Atalaya. Apoyó ad honorem para la capacitación y concientización de los jefes y comuneros de las diferentes comunidades bases de la CECONSEC y OIRA.

Las comunidades entendieron que era necesario tener una organización representativa, pero nos chocamos con las leyes del Estado. No había una ley que diga: “¡Sí!, está bien que las comunidades nativas puedan formar una organización”. Las hemos puesto en apuro a todas las autoridades. No sabían qué ley adecuar y agarrar para decir que estaba bien. Ellas nunca habían pensado que nosotros nos íbamos a organizar. Siempre pensaron que así individualmente, cada comunidad por su lado, así debíamos quedar para que ellos nos manejen a su manera. No había una ley que ampare una organización como la nuestra. Pero cuando hemos exigido, el mismo presidente de la República, Francisco Morales Bermúdez, derivó el memorial al ministro de agricultura diciendo que se adapte con otras leyes. Ellos adaptaron varias leyes para formar la Central de Comunidades Nativas de la Selva Central. La comunidad es una cooperativa, cuando hay 10 comunidades son 10 cooperativas, porque cada comunidad tiene su personería jurídica. Al juntarse es como una central de cooperativas de la Selva Central. Así estaba considerada la CECONSEC. Era una organización enorme. Si funcionaba económicamente, iba a tener dinero muy fuerte para manejar. Queríamos que CECONSEC sea como prestamista para todas las comunidades nativas. Ésa era la idea para no estar pensando que alguien nos iba a dar dinero de afuera, sino nosotros mismos. Una organización política y empresarialmente integral. Por eso es que los gobiernos no sabían cómo adaptar esto a las leyes. Les hemos puesto un rompecabezas. Pero les hemos exigido y salió, pues, como sea, pero salió. La reconoció el Estado.

Después de presentar un memorial dirigido al presidente de la República, Francisco Morales Bermúdez, él derivó el documento al Ministro de Agricultura y Alimentación con una recomendación favorable. Después de mi exigencia como presidente y gestor de la Central, hice varios viajes a Lima por espacio de 2 años. El 19 de junio de 1980, CECONSEC fue reconocida oficialmente por el Ministerio de Agricultura y Alimentación, con Resolución Directoral No. 407-80, que me fue entregada como presidente de la CECONSEC, el 24 de junio en la ciudad de Huancayo, en una ceremonia especial. Ninguna organización en el Perú está reconocida como CECONSEC, ninguna. Todas son como organizaciones civiles nomás, sin fines de lucro, pero CECONSEC está reconocido por el Estado. (28) Ha sido un logro muy significativo para los indígenas de la Selva Central, como comunidades nativas productores de café, achiote, cacao, etc. Se ha comercializado por medio de la comunidad nativa de Mariscal Cáceres. Todo fue un éxito. Pero en 1980, después de haber comercializado solamente un año, el café bajó de precio de 180 a 75 dólares estadounidenses el quintal, lo que fue una experiencia muy negativa, y hasta la fecha no hay precio seguro del café. Por mucha química y variedades, ahora no tiene mucho aroma. Esto ha malogrado el mercado internacional. En ese mismo año comercializamos el achiote de las comunidades nativas del Pichis. El Ministerio de Agricultura y Alimentación premió a la CECONSEC con una beca a la organización para la comercialización en CONASUPO. (29) Fui a México, por treinta días, en el mes de julio, con todos los gastos pagados. Fue uno de los primeros logros en el que viajé como presidente de la CECONSEC.

Voy a aclarar cuál era la idea para no depender mucho. A veces nosotros pensamos que alguien nos tiene que apoyar, que extender la mano. Así piensan también los colonos, que dicen: “Ustedes los nativos sólo piden plata, ¡piden limosna!”. Mi idea no era eso, pedir limosna, sino hacer esta organización para apoyar a todas nuestras comunidades o impulsar un comercio sin lucro personal para la educación de nuestros hijos. Nosotros más bien teníamos para dar a otros, de repente a otros países, para colaborar con otros si funcionaba esta organización poderosa económicamente. Un 2% queríamos que quede como fondo para la organización. Si funcionaba en el caso de comercialización de café, cacao y madera y otros productos como achiote, quedaba el 2% de dinero en el banco. Pero cuando bajó el café, entonces no funcionó, pues. Me desmoralicé, ¡después de tanto esfuerzo! Yo con mi propio dinero pagaba, porque tenía 30 hectáreas de cafetal. Sacaba 600 quintales de café cada año a US$ 220 el quintal. ¡Tenía dinero! Por eso pude hacer estos movimientos. Nadie nos ayudó, ninguna institución de afuera. Fracasamos un poco y yo fracasé todo, porque yo pagaba los pasajes de ida y vuelta en avión a los compañeros del Pichis. Los de Satipo, bueno, venían por acá, por trocha, a veces venían en avión. Los de Perené, venían en canoa, a veces en bote, en ese tiempo. Se ha hecho un gran sacrificio. Ahora hay más facilidades, hay un cambio total desde ese tiempo. Era un esfuerzo. Por eso digo, las cosas que nosotros hacemos, las iniciativas que tomamos para nuestros jóvenes, para nuestras futuras generaciones, si dejamos algo concreto para ellos se acordarán de quién ha iniciado este movimiento social indígena, ¿no? Es un movimiento que contagió a muchos, a Ucayali, a los aguarunas. En el año 1970, creo que también empezaron los hermanos de Nicaragua a formar un movimiento indígena. Parece que había una coincidencia de este movimiento indígena en toda Latinoamérica siendo una necesidad de unir fuerzas.

Entonces así creció CECONSEC en el Pichis, en Satipo, en el Gran Pajonal. Pero después era muy grande para atenderla. No había dinero. Entonces acordamos que ANAP tenga una organización aparte. Así, en 1983, 1984, se organizó ANAP, y he sido fundador de Apatiawaka Nampitsi Asháninka Pichis, ANAP.

Soy también promotor para la organización del Gran Pajonal. En el año de 1982, por acuerdo del consejo directivo de CECONSEC, se le expidió una credencial al líder ashéninka del Gran Pajonal, de Oventeni, Miguel Camaiteri Fernández, con el cargo de secretario de defensa de CECONSEC. Existía el esclavismo de los ashéninkas por los patrones ganaderos. Por una prenda de vestir tenían que trabajar un año. Allá he llegado en 1983, primero en un congreso en Chequitavo, gracias a la invitación del Instituto Lingüístico de Verano. Me llevaron en avión de San Ramón. Peleamos con los hacendados ganaderos explotadores de los ashéninkas. Con mano barata se enriquecían. Ahí fui amenazado de muerte por el teniente gobernador Vicente Huamán.

Sucesos en el Gran Pajonal

En el Congreso en Chequitavo había tres hermanos serranos, Tito Sanchez y otros. Ellos habían venido con mula desde la colonización de Oventeni. Entonces yo estaba hablando mal de ellos en mi idioma y no creía que me estaban entendiendo. Después uno de ellos se acercó, cuando estábamos comiendo. Los ashéninkas habían venido todos uniformados, con sus flechas, con su pintada, con sus ropas. Entonces se acercó y me dijo: “Te felicito por lo que has dicho. ¡Todo lo hemos escuchado!”. “¿Quién te lo ha dicho?, ¿cómo es eso?”, le dije, pues. “No, así somos acá. Ya estamos desde hace más de 20 años y hemos aprendido a hablar el idioma. Todo lo que has dicho lo hemos captado”, me dijo, “¡has hablado mal de nosotros!”. “¡Sí!”, le dije. “¡Está bien! ¡Sí, lo hemos hecho!”, dice, “pero es que también ellos se dejaron explotar, pues”. Yo había hablado de la explotación. “Ellos se han dejado explotar. Ellos nos obligaban a darles trabajo y nosotros les dábamos, pero no es lo que queríamos. Ahora que están organizándose, bueno, hay que respetar lo que usted les dice”. Entonces, ya ellos sabían nuestro idioma. Ya no se puede hablar mal. Después me dijo que todavía había muchos que seguían con la explotación, y empezó a delatar quiénes eran, tal fulano, tal fulano. Me hicieron anotar como a diez ganaderos que explotaban a los paisanos en 1983.

En 1984 regresé otra vez al congreso, nuevamente en Chequitavo. Entonces había un campo de aterrizaje así medio curveado. Nunca había visto una pista de aterrizaje con curva. Pero los pilotos del Instituto Lingüístico de Verano eran muy diestros.

Yo fui ahí dos veces y experimente sus costumbres. Una señorita se me acerco y me dijo: “¿Qué has traído de tu pueblo?”. “Esto nomás”, le dije. “¡Pero me tienes que dejar algo!”, me respondió. Entonces vino su hermano y dijo: “¡Sí!, ¡déjale algo!”. “¿Pero qué cosa quiere?”. Tenía una colcha. “Ya, ¡esa! ¡Pashicaro! (frazada)”, dijo, “¡pashicaro!”. Cuando allá uno pide, el otro lo refuerza. Vino la otra mujer, su prima, y también me dijo: “¡Dale! Si ella quiere, ¡dale!”. Entonces todo el mundo abogando por la que ha pedido primero. Ya no puedes rechazar, no puedes retroceder. “¡Ya!”, les dije, “¡ya, bueno!”. Y así le entregue mi colcha. Allá la regale, pues. Entonces me dijo: “Cuando vuelvas otra vez, te voy a regalar cinco gallinas que ahora voy a criar”. Cinco gallinas, y yo ¡no he regresado más!

En ese entonces yo tenía un reloj. Vino otro, un varón, y me dijo: “¡Ja nocoaquemi yora pimari pimariri, ja nocoaqu!”. Y después otro: “¡Ja pimpatajeteri!, pimpatajeteri, pimpatajeteri icoatsiro (quiero ese brazalete o reloj. ¡Damelo! ¡Dame, dame!, ¡lo quiero!)”. Pucha, ahora ya no tengo reloj, pues. El otro ya lo había señalado. Entonces todos se unieron en una sola fuerza. El asunto que al que habla primero, luego lo apoyan. Yo tenía que darle mi reloj y después me dijeron: “Cuando vuelvas te voy a dar un loro por tu reloj”. Bueno, esa es la costumbre y no había desconfianza. Entonces me dijo: “¿Qué cosa llevas en tu mochila?”. Ya, yo le dije: “Nada llevo”. “¿A ver?”, dijo. “¡A ver! ¡Saque!”. Claro, pues, le di mi mochila. Encontró una cuchilla y me dijo: “¡Pimpatajetena ocave! (Dame esto)”. Pucha, ya se… “¡Si!”, dijo, “¡dale!”. El otro dijo: “¡Dale!”. Ya era bastante. Le di mi cuchilla a cambio de nada, pues, pero te esperan hasta tu vuelta. Así les estoy contando que ya tengo cinco gallinas cuando regrese y un loro por mi reloj. Ahora mi cuchilla. “¿Qué cosa me prometerá ahora?”. “Ahora, ¿Qué cosa quieres? Acá no hay cushma”, me dijo. “Te daría una cushma por tu cuchilla, pero no hay. Entonces voy a pensar que cosa te voy a dar. Pero te voy a dar algo”.

Ya no regrese a Chequitavo, pero si a Oventeni, al congreso, cuando se ha hecho el campo de aterrizaje en Ponchoni, (30) y me encontré al que le había entregado mis cosas. Ya no lo reconocía, ni siquiera pensaba en él. Habían pasado cuatro años, creo. Pero ellos no se olvidan. Entonces de repente me saludó y me hizo acordar lo que le había dado. No sabía cómo se llamaba, Antonio, no sé, algo así. Como estaba pintado, no lo conocía. Me dijo: “¿Te acuerdas lo que has dejado? Acá esta, ¡acá esta todavía!”. Y luego me dijo: “Ahora, como no tengo nada, te voy a dar a mi hija”. Yo le dije. “¡Bueno!, ¿pero así nomas?”. Ya me había olvidado. “No, ves tú a mi hija, ¡ven!” dijo y llamo a una mujer ya señorita. Entonces le dije: “¡No! yo tengo a mi señora”. Y él me respondió: “¡No importa!, tu señora esta allá, pero ¡acá vas a tener a una para que siempre vengas!”. ¡Qué inocencia de esta gente! Que es sana, sin ninguna malicia.

Entonces allá empezamos a trabajar para dar inicio a la organización, que ahora es la OAGP, pues no había organización de los ashéninkas. Hemos nombrado a Miguel Camaiteri Fernández como secretario de defensa de CECONSEC para que él, con nuestra credencial, pueda defender a sus hermanos porque era militar. En 1982 le hemos despedido y en 1983 ingresó a Chequitavo. En los años 1984–85 se cristalizó la organización. En el Gran Pajonal me escapé de la muerte cuando Vicente Huamán, un ganadero, me quería chaflear (31) porque habíamos enderezado su lindero. La tierra les correspondía a los ashéninkas que habían trabajado allí, pero no habían sido pagados. Los ganaderos se han enriquecido con mano de obra barata.

También hubo un caso de muerte de un patrón en el Gran Pajonal. Era un japonés llamado Yamoco o algo así. Un paisano se llamaba Oninco y Mayincama el otro, flaquitos eran. Y dice que el Oninco estaba trabajando en el fundo del japonés y llegó con hambre al mediodía. Fue a su patrón, que estaba almorzando, y le dijo: “Patrón, tengo hambre”. Entonces el patrón le respondió: “¡Qué hambre! ¡Anda al trabajo, ocioso!”. “Pero tengo hambre. ¡Aquí estoy trabajando desde la mañana!”. Y ya era la una ya de la tarde. Entonces dice: “¡Tengo hambre, pues!”. Tanto que le exigió que el japonés agarro el chafle. Quería amenazarle. El joven empezó a esquivar el chafle, pues el patrón le quería matar. Lo esquivó varias veces. Allí había un hacha. Entonces el ashéninka la agarró, y cuando estaba volteándose le dio con la cabeza del hacha, le dio un golpe, ¡pah!, y muerto pues, muerto quedó el hombre. Entonces como no se levantaba, le dijo al patrón: “¿Ya pues, porque dices así?”. Le dijo a su patrón: “¿Te haces el muerto, no?”. Mentira, pues estaba muerto, porque le ha dado con el hacha, matándole. Como estaba con hambre, se fue a comer lo que había en la mesa. Comió, comió, y no había nadie. Estaba solo con el patrón. ¡No había nadie! Solo estaba. No había nadie, el patrón había muerto. Había un barranco por allí cerca. Allí lo ha ido arrastrado y desbarranco el cadáver.

De allí se regresó. Agarró lo que podía, fideos, atunes y salmones que había allí y se fue a su comunidad, creo que por Mandarina. Cuando llegó no dijo que ha matado, nada. Después del tercer día llego el hermano del patrón, Yacomo, creo, no me recuerdo bien el nombre, a la casa de él. Llego a visitar a su hermano y no lo encontró. Empezó a buscarlo y vio que había un rastro. Empezó a seguirlo y de repente vio abajo. Encontró a su hermano muerto. No sabía quién lo había matado. Sin perder el tiempo se fue a Satipo en un avión especial para denunciar sobre la muerte de su hermano. Vino una comisión de policías para la investigación. Desde Satipo fue en avión al Gran Pajonal para hacer investigar la muerte de su hermano. Pero cuando la policía fue a investigar, nadie sabía quien había asesinado al patrón, pero no faltó alguien que informe que había fiesta en una comunidad, masateo, por allí. Entonces dijo: “De repente allí podemos encontrar al que ha matado a mi hermano. ¡Vamos para allá!”. Llegaron y el policía les dijo: “¿Ustedes no saben quién ha matado a Yacomó? Era un japonés”. Y como estaba bien borracho, Oninco estaba allí, el que había matado al japonés, el que se había llevado fideos y todo, con sonrisas se levantó y dijo: “¡Yooo!, ¡yo soy! Yo soy el que lo mató”. Pensó que lo van a premiar, pues, por haber ganado el combate.

– “¡Ah! ya, a ver”, dijo, “¿tu le has matado?”.

“Le he matado, pues, porque no me quería dar comida”, dijo. “Yo le pedí comida y no me la quería dar. El ha luchado y entonces ha agarrado el chafle”. Así en asheninka hablo porque no sabía hablar castellano: “Ichekia naminaritaki, ari nonkantakaro, kama kantakaroni aritacha nompasakiro ¡pok!, rota nokisabitachari (Él me iba a cortar con machete, entonces yo me defendí y le golpee con el mango del hacha ¡ton!, por eso me molesté)”. Creía que le iba machetear o cortar. Entonces para él era defensa personal y creía que la batalla de los dos le iban a premiar allá, pues. No sabía que lo iban a llevar a la cárcel.

– “¿Y con quien lo has matado?”, le preguntaron.

Mayincama, el otro, no participo y dijo: “Yo también he visto que lo ha matado”. El había visto que lo había matado.

– “¡Tu también ven acá!”.

A los dos los llevaron del Gran Pajonal a Satipo. Y se reían. Nada les ponía triste y los llevaban a la cárcel de Satipo. Estuvieron allá un mes y empezaron a preocuparse. Luego no sé quien paso por acá, por La Merced, para que los manden a Huancayo. Porque el japonés tenía plata, había aguantado los papeles. Entonces llegó a La Merced, y la policía, la PIP, me llamó a mí para ser intérprete y conocer la verdad sobre la causa de la muerte del patrón. Me decía que había un paisano que había matado, y cuando le preguntaban: “¿Tu lo has matado?”, decía “¡sí!”. “¿Dónde lo has botado?”, y respondía, “¡sí!”. Nada más que sí y sí. Y cuando le dijimos: “¿Quieres morir?”. “¡Si!”, también respondía. Todo era ¡sí! y siempre con una sonrisa. Entonces se han dado cuenta que no sabía hablar castellano y me han buscado a mí para traducirles. Llegue entonces y le dije: “¡A ver! Acá ashaninka. Naka asháninka (Yo soy paisano)”.

– “¿Tsica pipoñaaka? (¿De dónde vienes?)”.

– “ Nopoñaaka ¡queshiike! (Vengo del Pajonal)”.

– “¿Paita pantsiri? (¿Que has hecho?)”.

– “Nopasatiri yorabe patron tee impena nobanaroki, noposakitsiri, romakiri kamakitya. (Yo le he golpeado a mi patrón porque no me ha querido dar de comer; le golpeé, por eso se ha muerto)”, y se reía pues.

Nocaantsi (Yo le digo, pues): “Has matado ¡Tienes pena de cárcel!”.

– “Arima ¿tsica piyotenarira? (Así es, y ¿Cómo lo sabes?)”.

El paisano me dijo que no sabía. “El patrón me quería matar y por eso me defendí, pues”. ¿Inocente, no?

– “¿Qué dice?”, preguntaron los policías.

“Dice que él no sabía que había cárcel para lo que había hecho, porque fue en defensa personal. Así más o menos dice, que él le ha pedido comida y el otro le ha querido chanflear, entonces él ha esquivado el chafle y que le ha tirado el hacha, le ha tirado y así lo mató, pues”. Entonces era en defensa personal. También ha explicado que el otro, Mayincama, no participó en nada, que solamente lo acompañó para arrastrarlo al barranco porque él solo no podía, porque pesaba mucho el muerto. Le pregunté cuantos años tenía.

– “Tee niyotero okaratseri (No sé cuantos años tengo)”.

Tuvimos que ir a Satipo a pedir la partida de nacimiento del Gran Pajonal. Al tercer día llego y ese mismo día salieron. Mientras que uno tenía diecisiete años, el otro tenía dieciséis. Mayincama era el más joven. Salieron después y allí ahora tienen a su señora y tienen sus hijos. Cuando he ido al Gran Pajonal, los encontré con sus hijos. Así apoye a los hermanos del Gran Pajonal. Yo puse dinero para sacarlos, pague abogado y firme el documento como garante por ser ellos menores de edad, y salieron libres de La Merced. Como dirigente de CECONSEC, ellos me agradecieron y se regresaron a su comunidad de origen después de tres meses de haber estado en la cárcel.

Trabajando con AIDESEP

Como promotor e iniciador del movimiento indígena de la Selva Central puedo decir que esta fiebre de la organización ha sido contagiante en toda la selva peruana. Los hermanos aguarunas y huambisas del río Marañón también se organizaron como asociaciones y federaciones indígenas. Por eso es que nació la idea de formar también AIDESEP, la organización nacional. En mayo de 1979 me entrevisté con el dirigente del Consejo Aguaruna y Huambisa, CAH, el señor Evaristo Nukuag Ikanan, y le sugerí organizarnos al nivel nacional, unir fuerzas para defender nuestros derechos en el área de territorio y de todos nuestros recursos naturales. Al principio se acordó invitar a cuatro organizaciones de la Amazonia peruana: la Federación de Comunidades Nativas de Ucayali y Afluentes (FECONAU), la Central de Comunidades Nativas de la Selva Central (CECONSEC), el Consejo Aguaruna y Huambisa (CAH) y el Congreso Amuesha. La reunión se llevo a cabo en Lima, en mayo de 1979. Por mayoría se acordó poner el nombre de Coordinadora de las Comunidades Nativas de la Selva Peruana (COCONASEP) y se eligió a los dirigentes por sorteo y por organizaciones. Para la presidencia, se eligió al representante de la organización CAH, para la vice-presidencia, al de FECONAU, para la secretaria, al del Congreso Amuesha y para tesorería, al de CECONSEC. Evaristo Nugkuag fue nombrado entonces presidente y Augusto Francisco López, secretario. En la asamblea del mes de enero de 1980 se modificó el nombre por Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana, AIDESEP.

A CECONSEC le correspondía el cargo de tesorero, pero no pude ejercer el cargo porque me habían ratificado como presidente de CECONSEC por tres periodos, hasta 1984. Tenía mucho trabajo acá. Empecé a demarcar los territorios hasta Satipo, pero me falto una comunidad. Ese trabajo costó bastantes reuniones, hasta que los paisanos aprendieron lo que era la justicia, defender una causa justa, defender lo que es nuestro, nuestros derechos. Entendieron que nosotros mismos estábamos haciendo la justicia. Así ellos han visto con sus propios ojos y han creído, pues, porque los patrones les decían: “Ustedes son chunchos que no saben nada, que no valen nada, que te mato y no pasa nada. Matarte a ti es como matar una gallina”. Entonces les asustaban. Ellos querían vivir, trabajar y tener algo, y seguían allí.

He trabajado duro, como no te imaginas. Hasta sin zapatos me he quedado, castigándoles a mis hijos, que no estudiaron. Mi señora, ¡ya no!, decía que ya quería divorciarse. Un día me dijo: “¡Cásate con tu organización! ¡Déjame a mí con mis hijos!”. Yo no sabía si estaba haciendo mal o bien, porque mi pensamiento ha sido siempre de pensar por mi pueblo, por los demás, por las grandes mayorías. Yo nunca he pensado para lucrarme, para enriquecerme, para tener un buen edificio, comodidades. Yo no tengo nada hasta ahora, no tengo lo que es nada. Tengo sólo mi chacrita y con eso estoy contento. Allí siembro como para sobrevivir. Mis hijos se han abierto paso solitos para autoeducarse, conmigo no, yo no pude educar bien a mis hijos.

El Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, MRTA, quisieron reclutar a mis hijos. Les habían enseñado a entonar su himno dedicado a su presidente Gonzalo. Por esto los traje a Lima, donde fui dirigente nacional por AIDESEP. Perdí una de mis hijas, Magdalena, de 17 años el 27 de diciembre de 1989, por accidente de tránsito, cuando hacía su viaje de promoción a la ciudad del Cuzco con algunas compañeras de estudio. Su última morada es el cementerio El Ángel, de Lima. Fue una gran tristeza para toda mi familia. El 11 de septiembre de 2005 cumplimos 40 años de casados. Pensamos llegar a los cincuenta años, boda de oro indígena. Mantengo el optimismo de seguir viviendo siempre con la vocación de servicio a mi pueblo que todavía tanto me necesita.

Por eso yo digo que lo que he empezado, que lo sigan mis hijos o los otros jóvenes. Yo he abierto el camino de esta trocha para que ellos puedan perfeccionar el camino. Estas son las cosas que he podido hacer hasta ahora, algo concreto que se puede dejar para nuestra juventud. Nosotros pasaremos, pero las obras, las cosas hechas van a quedarse.

Cuando Raúl Casanto Shingari fue elegido presidente en mi remplazo, en 1985, fui elegido secretario de defensa de CECONSEC. Me gustaba porque no sé mucho de trabajos de oficina. Ingresé a Satipo para demarcar el territorio con el Ministerio de Agricultura, exigiéndole. Había que recibir las quejas y yo mismo las escribía porque los paisanos no saben escribir. Preparaba los documentos y los llevaba a Lima. Algunas quejas yo mismo las presentaba. En el Ministerio de Agricultura, cuando no se hacía justicia, yo me iba contra él. Hacía un documento y lo presentaba, y como lo negaban, tenía que pelear con el Ministerio. Por eso se creó la Secretaria de Defensa o Territorio para defender a mis hermanos. Me gusta más el campo porque la necesidad esta allá. Por esto se delegó al asháninka Alcides Calderón Martínez para que asuma el cargo de tesorero de AIDESEP hasta mayo de 1985. Pero se vio la necesidad de ir a Lima porque Alcides ya estaba cuatro años allá. Por fuerza tenía que ejercer el cargo de tesorería de AIDESEP, en remplazo de Alcides Calderón Martínez. Este cargo lo ejercí hasta diciembre de 1985. Entonces yo tenía que dejar de ser secretario de defensa de CECONSEC para irme a Lima. Yo quería ir a AIDESEP y ocupar el cargo de tesorería solamente de mayo a diciembre, nada más, porque no podía acostumbrarme a la ciudad de Lima. Por eso quería regresar a mi comunidad Kishtárike en Chanchamayo. No me gustaba mucho vivir en Lima, porque el trabajo estaba acá, en el campo, en la selva. En Lima ocupé el cargo de tesorero hasta diciembre. Quería regresarme, pero ellos habían visto mi trabajo y me dijeron: “Mejor quédate para que seas secretario de defensa”.

En el Congreso de AIDESEP, realizado en enero de 1986, acordaron por mayoría nombrarme secretario de defensa, porque mi trabajo dirigencial siempre fue en el campo. En este mismo mes fui de comisión a la provincia de Atalaya para verificar las denuncias verbales del anciano asháninka Ricardo Marinero, de 80 años, aproximadamente, de la comunidad nativa de Tahuanti, sector Chicosillo. Vivía solamente en una hectárea de terreno, encerradita ahí. Era la última hectárea que le quedaba por el arrebato de todas sus tierras en forma sistemática por los colonos inescrupulosos, negociantes y traficantes de las tierras indígenas. Yo fui personalmente. Entonces lo encontré y visité varias comunidades. Allí estaban metidos los patrones. ¿Quiénes eran dueños? ¡Los hacendados! Tahuanti, ¿Quiénes eran dueños? Los Ríos eran, ¡este traficante de tierra! Le habían quitado al Marinero todo su territorio.

Se constató que Atalaya era tierra de nadie. Existía la violación de los derechos humanos por patrones madereros, ganaderos y latifundistas, que se enriquecían con mano de obra barata de los esclavizados indígenas asháninkas. Los patrones más notorios eran los hermanos Cagna, Hernán y César Cagna, dueños de los fundos Chanchamayo y Pacaya. César Cagna tenía 10 mujeres asháninkas y 46 hijos. Yo les llamo ítalo-asháninkas, porque son de padre italiano y mamá asháninka, ítalo-asháninkas o ítalo-peruanos, también se puede decir. Entonces ellos son los que tenían más gente, la tenían escondida en sus fundos. No la dejaban salir. Le daban una ropa, un chafle, algo así, una olla para hacerla trabajar años. La engañaban dándole un motor y decían: “Este te lo voy a dar”. Le hacían trabajar 10 años y nunca le entregaba el motor hasta que se malograba. Ellos hacían el manejo. Y así se han enriquecido con mano de obra barata, como sucedió también en el Gran Pajonal. Les he denunciado a los Cagnas, esclavistas, allí intocables. Nadie podía denunciarlos.

El fundo de Víctor Merino Sharf se llamaba “Salvaje”. Verdad que era verdadero salvaje porque niñas de doce años eran violadas por su patrón. Las mujeres que tenía eran bonitas y tenían marido y a ellos los mandaba a trabajar. Así abusaba de las mujeres de sus obreros. Las tenía en su cuarto. Si reclamaba su marido, le castigaba. Con sus policías puestos por el patrón hacía que entre asháninkas se pelearan. Si alguien escapaba, lo denunciaba como que escapó debiéndole y lo mandaba al calabozo. Se ha hecho cosas malas.

Ha habido un montón de abusos de Víctor Merino Sharf y de otros patrones. Es lo que yo he constatado, ¡y mira!, yo temía llegar ahí. Pero como hemos ido entre varios, no me ha pasado nada. A veces uno siente lo que nuestros hermanos han sufrido ahí. Tantos muertos, tuberculosos, enfermos, inválidos, miles de muertos. Contaba un paisano que se le había pelado la espalda. No sé qué le ha pasado, cargando madera, creo, se le ha pelado la espalda y le han echado sal. ¡Sal le ha echado como castigo! Pobre paisano, cómo gritaba con la sal que le habían echado. Toda la espalda estaba pelada, estaba herida. Son castigos muy horribles.

Después se conoció que eran más de 6.000 las familias asháninkas que vivían en la esclavitud por más de 40 y 50 años, en pleno siglo XX. Seis mil familias indígenas esclavizadas y muchos han muerto trabajando, maltratados físicamente. ¡Cuántos tuberculosos, cuántos niños enfermos con paludismo! Muchos niños han quedado ciegos, cojos, sin piernas. Cuando alguien se accidentaba en la madera, el patrón le daba de beber aguardiente y luego ordenaba asesinarlo para no pagar los gastos de su curación. Un hermano indígena me contaba que le habían machucado sus pies a un asháninka y no podía caminar. El patrón llamó a su hermano, le hizo tomar y borracho le dijo: “¡Mátalo a tu hermano! ¡Está sufriendo!”. Y le mató con escopeta. Cuando le reclamaron los demás familiares, les dicen: “¿Por qué le has matado?”. El patrón les dice: “No, yo no lo maté. ¡Su hermano lo ha matado!”. Esto hacía el patrón Hernán Cagna Figueroa, de nacionalidad italiana. Los patrones nos trataban como animales en Atalaya y en Gran Pajonal.

En la comunidad de Tahuanti, en coordinación con el jefe don Ricardo Marinero, había también otro jefe, Mario Napo, de la comunidad de Sabaluyo. Allí se realizó la primera reunión en junio de 1986. “Tahuanti” le he puesto. La bauticé con ese nombre porque había un paisano muerto antes ahí que se llamaba Tahuanti. Todos los asistentes adultos y 30 niños, en total 40 personas, estaban atemorizados. Todo se hizo en forma secreta, sin informar a sus patrones. Se hizo una charla de orientación, cómo defender nuestros derechos. Muchos de ellos captaron las ideas y acordaron trasmitirlas a otros asháninkas. Después tuvieron confianza en mi persona como dirigente nacional. Así se inició el trabajo en Atalaya.

En julio del mismo año, en otro viaje que hice, se llevó a cabo una primera asamblea de comunidades nativas de Atalaya con todos los representantes de las diferentes comunidades. Propuse tener una organización representativa, lo que fue aprobado por todos los jefes, con el nombre de Organización Indígena Regional de Atalaya, OIRA. El primer presidente fue el jefe de la comunidad nativa de Aerija, el asháninka Mauro Merino. En esa oportunidad se recogieron más denuncias de los maltratos de los patrones y del hecho que había muchos asháninkas enfermos en los fundos. Les hacían trabajar de las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde, sin alimento. Se sostenían con un poco de farina, que es almidón de la yuca.

Los patrones se dieron cuenta que yo estaba despertando a todos los paisanos y empezaron hacer una campaña. La gente tenía como una fiebre: “Puede haber justicia para nosotros”, decía. “Ha llegado un tal Mishari que ha dicho que si va a haber justicia, que vamos a tener nuestro territorio”. Se transmitía lo que yo había capacitado a un grupo de personas y había pasado a otros en forma secreta para que no lo sepan los patrones. Pero lo supieron en una asamblea que habíamos organizado con la OIRA, en Atalaya. El alcalde nos recibió, entendió mi solicitud, abrió las puertas de la Municipalidad. Doria Campos se llamaba. Allí tuve la primera reunión, la segunda fue después en la casa de Oswaldo Castro. La gente ya me veía mucho y se dieron cuenta los patrones. Al no lograr sus malas intenciones, en 1990 contrataron a sicarios que cumplían condena en el SEPA (32) para que me maten y luego culpen a los subversivos.

Un día fuimos de comisión con Pedro García Hierro, un abogado español que me apoyo mucho en todos mis proyectos. Yo le agradezco mucho porque aprendí mucho de él. La honestidad, sobre todo, la honestidad que él tiene es un ejemplo para mí como dirigente. Es un hombre trabajador, honesto, de mi confianza. Íbamos allá para hacer documentos de denuncias. En 1990, en plena violencia del terrorismo, llegué allá una tarde. Tenía una prima que ya es finada, llamada Gladys Mishari, que me dijo: “Primo, ¿por qué has venido? Te van a matar hoy día. Anoche han juntado plata, 3.000 mil soles, y están todos los sicarios de la colonia SEPA que cumplen condena ahí. ¡Criminales! ¡Qué delitos que han cometido!”. Entonces yo la quede mirando y le dije: “¡No se!”. Ella empezó a llorar, a llorar y a abrazarme, diciéndome: “¡Vete, vete hermanito!, ¡vete! ¡No quiero que mueras!”. Porque ella había visto la reunión en su misma chingana (33) que allí tenia. Allí estos hacendados, tomando cerveza, les dieron plata a los sicarios para que me maten. Después pensaban echar la culpa al terrorismo. Entonces yo dije: “Bueno, si es así, tendré que cuidarme. Voy a cuidarme”, le dije a mi prima. “No te preocupes, voy a cuidarme”. “¡No!”, me respondió. “¡Te van a matar! ¡Mejor vete! Tienes que esconderte. ¿Cómo vas a venir acá a morir?”. “¡No!”, le dije, “no creo que muera”. Entonces le dije a los paisanos que no me dejaran. Andábamos de a 20 personas. Ellos no me dejaban, pues, porque ellos también sabían como era la reacción de los patrones. Y así me han cuidado.

Pero una mañana, a las 7 de la mañana llegaron donde dormía Pedro García Hierro, el doctor, tres encapuchados altos. Le pusieron la pistola en la sien y le preguntaron: “¿Tu eres Mishari?”. Ahí estaba su esposa, Chinita. Ella se levantó y dijo: “Él no es Mishari. Él es mi esposo. Pedro García se llama. Él es abogado”. “¿Donde está Mishari?”, insistieron. “¡No sé! ¡Yo no sé dónde esta!”. Los sicarios no me conocían. Sabían mi nombre, pero no me conocían. Por eso me libre. Dos veces han venido a la casa. Una noche también habían venido a buscarme. Yo no estaba. Dormía ahí, pero esa noche no fui a dormir. ¡Así yo me cuidaba! Otra vez me hicieron una emboscada en Sabaluyo, cuando entraba para tener una reunión. Me esperaba otro grupo de gente de los patrones, pero yo salí por otro lado y me salvé de la muerte. En 1989, los hacendados, ganaderos y madereros me denunciaron en todos los ministerios del Estado acusándome por agitador y terrorista, juntamente con el líder ashéninka Miguel Camaiteri Fernández y Nicanor Campa, profesor que desapareció en poder de los militares de Atalaya. Bueno, todo este trabajo social pude hacer en Atalaya desde el año 1986 hasta 1994, cuando se tituló todo.

Como dirigente de AIDESEP, en coordinación con el presidente, se denunciaron estos abusos anticonstitucionales al Instituto Indigenista Peruano, IIP, del Ministerio de Trabajo, y a la Organización Internacional del Trabajo, OIT. Asimismo se denunció a todas las autoridades de la provincia de Atalaya, a los jueces de paz, al subprefecto, a los policías y al director de la Agencia Agraria de Atalaya, todos coludidos con los hacendados, patrones esclavistas. Todos ellos fueron cambiados y algunos destituidos por desconocer la existencia de las comunidades nativas de la provincia. En Lima se conformó una comisión de alto nivel, encabezada por el Ministerio de Trabajo y el Instituto Indigenista Peruano, para verificar personalmente los fundos denunciados y constatar los hechos. Ellos también fueron amenazados de muerte por los matones contratados por los patrones César y Hernán Cagna, dueños de los fundos Chanchamayo y Pacaya, actual comunidad nativa Chorinashi. Víctor Merino Sharff tenía esclavizados a cientos de asháninkas en su fundo “El Salvaje” y otros 17 fundos asentados en los ríos Ucayali y Urubamba.

Estas denuncias dieron resultado. En el año 1990 se liberaron a 6.000 familias asháninkas esclavizadas por los patrones en 17 fundos y se dio una resolución ministerial para darle prioridad a la demarcación territorial. Por eso hubo un convenio tripartido entre AIDESEP, Agricultura e IWGIA, representada por Søren Hvalkof, Andrew Gray y Alejandro Parellada. Gracias a los apoyos se cristalizaron los sueños para que las comunidades nativas sean libres. Los fundos se han titulado a nombre de las comunidades. ¡Y no es poco!: 30, 40 mil, hasta 57 mil hectáreas cada una. En Perené, las comunidades tienen apenas 250 hectáreas o 130 hectáreas, así que en todas las comunidades nativas de Perené el terreno no alcanza y ellas no tienen futuro. Esta experiencia se ha hecho aplicándo la ley. Pero la que era directora del Ministerio de Agricultura de Ucayali, Olga Rios, tenía otro criterio. Había dado una orden a todos los topógrafos de demarcar cada uno sólo tres mil hectáreas. Pero nosotros hemos anulado esos trámites con el Ministerio de Agricultura aplicando la Ley 22175, en su artículo 10, que dice que donde están las purmas y quebradas, todo es nuestro. Ahí no dice que hay que dar solamente tres mil hectáreas. Eso es un criterio equivocado. Siempre ellos han tratado de perjudicar a las comunidades. Era necesario capacitarles a los funcionarios del estado.

Por el descubrimiento de la esclavitud en Atalaya, por venganza de los patrones esclavistas, me denunciaron ante las autoridades del Estado, en Lima, acusándome de terrorista, narcotraficante. Ellos pedían mi detención definitiva, y las autoridades me investigaron. El señor Ministro del Interior me citó para hacerme muchas preguntas de lo que hacía como dirigente de AIDESEP. Me identifiqué que era dirigente indígena al nivel nacional y el trabajo social era defender a mis hermanos indígenas. Le informé de la existencia de la esclavitud en los 17 fundos de Atalaya por los latifundistas, cuando todas las autoridades estaban corrompidos por los patrones, madereros, ganaderos, explotadores, esclavistas. Les mencioné los nombres de algunos latifundistas que se enriquecían con mano de obra de sus esclavos. He encontrado cosas horribles. Eso he denunciado ante el Ministerio del Interior y he hecho cambiar autoridades. He sacado al subprefecto, he sacado al juez de paz, he sacado al director de la Agencia Agraria del Ministerio de Agricultura. Lo he hecho cambiar dos o tres veces.

Otros trabajos en AIDESEP

En 1990, en AIDESEP, apoyé a los hermanos shapras y candoshis en la recuperación del Lago Rimachi, conocido por los indígenas como Musa Karusha. Está en el distrito de Pastaza, provincia de Alto Amazonas (34). Los funcionarios del Ministerio de Pesquería lo habían tomado hacía más de 20 años para cuidar el paiche (35) y otras especies de peces que abundaban en el lago. Pero en realidad estaban en escasez debido a la pesca indiscriminada que hacían los mismos encargados de su protección, que no cumplían con su deber de cuidar. Al contrario, ellos comercializaban los peces en grandes cantidades, en particular el paiche. A nuestros hermanos indígenas les estaba prohibido pescar, pero ellos esperaron pacientemente.

Por eso se organizaron como Federación Shapra del Morona (FESHAM) con la finalidad de defender sus derechos y se afiliaron a la organización nacional AIDESEP, en Lima. En su congreso, uno de los acuerdos fue reivindicar el lago para administrarlo como lo hacían antes, cuando había suficientes peces. En ese tiempo no había el comercio de los encargados del Ministerio de Pesquería, quienes les prohibieron la pesca a ellos que cuidaron originalmente del Lago Rimachi o Musa Karusha. Todos unidos acordaron despedir a los funcionarios del ministerio en una balsa grande que hicieron. Una mañana muy temprano atacaron el puesto, pero los funcionarios no querían salir. Por eso los ataron de manos y los embarcaron en la balsa ya lista con todas sus cosas. Los soltaron por el Pastaza y así hasta llegar a la ciudad de Iquitos, donde denunciaron a los indígenas shapras y candoshis por dicho acto ante el Gobierno Regional e instancias correspondientes. AIDESEP fue citado para mediar en este delicado caso, porque el Gobierno Regional ya iba a mandar al Ejército para el desalojo de los rebeldes indígenas, quienes habían tomado la gran casa construida con material noble (36) y otras dos casas más. Para esto, el dirigente, antes de la toma, había coordinado con la oficina desentralizada de AIDESEP de San Lorenzo. El mensaje fue trasmitido a la oficina nacional de AIDESEP en Lima. Todo fue en diciembre de 1989.

Cuando en 1990 fue elegido presidente de la República el Ing. Alberto Fujimori, él viajó allá en un helicóptero, con policías de seguridad, para pescar. Cuando los indígenas se percataron que había extraños anzueleando, sin saber que era el presidente del Perú y su gente, pensaron que eran los expulsados de Pesquería y fueron para rodearlos. Así Fujimori fue sorprendido por indígenas shapras y candoshis. Por esto se identificó el presidente y también el presidente de FESHAM, que se llama Sandi Camarampi. Dijeron que estaban dialogando dos presidentes, uno del Perú y uno de una federación indígena. Sandi le informó lo que había pasado con los malos funcionaros del Ministerio de la Pesquería y que estaban en problema con el Gobierno Regional de Iquitos. Solicitó que la administración sea de los indígenas, como había sido por cientos de años, lo que fue aceptado por Fujimori. Hicieron el acta de acuerdo de la entrega como reivindicación de su Lago Musa Karusha Candoshi para su cuidado. Firmaron los dos presidentes. Con esto se solucionó en forma definitiva el problema hasta hoy. Ahora hay mucho paiche y abundancia de otros peces.

En febrero de 1990 participé activamente, como presidente de AIDESEP, en la pacificación de la guerra provocada por el MRTA, a raíz del secuestro y desaparición del jefe máximo de la organización Apatyawaka Nampitsi Asháninka Pichis (ANAP), el pinkátsari Alejandro Calderón Espinosa. Fue el 8 de diciembre de 1989 el día que lo llevaron con dirección a Ciudad Constitución, en el Palcazu. Su hijo, Alcides Calderón Martínez, en reemplazo de su señor padre, llamó a una asamblea de emergencia para tratar del secuestro del jefe máximo, acordando rescatar a su líder por medio de los ováyeris flecheros. Fueron en su búsqueda 500 ováyeris por río, trocha y carretera. Al no encontrar a su jefe declararon la guerra al grupo subversivo MRTA. Lo persiguieron en todo el ámbito del distrito de Puerto Bermúdez y llegaron a controlar toda la ciudad. En esa guerra murieron muchos inocentes.

Como presidente de AIDESEP tenía la responsabilidad de mediar en esta guerra para la pacificación de mi pueblo, porque Alcides quería el cadáver de su padre para darle cristiana sepultura, caso contrario seguiría la guerra. Por eso, la dirigencia nacional de AIDESEP procuramos contactarnos con los altos mandos del MRTA. Después de 15 días de búsqueda se consiguió la cita por medio de un político. Fuimos citados en una avenida del distrito de San Borja, donde apareció un auto rojo conducido por una mujer que nos invitó a subir. Luego nos vendó los ojos. Nosotros éramos tres dirigentes. Conmigo iba Román Shajian y Segundo Macuyama. Llegamos a un lugar desconocido, escuchamos cuando se abría una puerta de fierro para que ingrese el auto. Nos ordenó bajar del auto. Nos esperaban dos mujeres más, quienes nos condujeron al tercer piso. Luego nos sacaron las vendas de nuestros ojos. El apartamento estaba lleno de armamentos de toda marca. Después de una hora de espera se presentó un hombre alto también con la cara cubierta. Las mujeres nos pusieron las máscaras color amarillo y rojo. El hombre que acababa de entrar se presentó con el nombre de compañero Roberto. Nos saludó con mucho respeto y luego nos dio a cada uno un arma. Nos indicó que era para defendernos del ataque del enemigo, de los militares. Así empezamos el diálogo que duró dos horas. Nos hizo varias preguntas de los trabajos que hacíamos como AIDESEP. También nos preguntó si coordinábamos con los militares. Le dijimos, somos independientes. El levantamiento del ejército asháninka del Pichis, lo han provocado por el secuestro y muerte de su líder Alejandro Calderón. Su hijo Alcides pedía el cadáver de su padre. El compañero Roberto nos contestó que no sabía a quién preguntar porque todos habían muerto por los ováyeris asháninkas. Asimismo, reconoció el error cometido por los nuevos integrantes del MRTA que no conocían bien su política. Por eso prometió no meterse más con los líderes de las comunidades nativas. Por medio de un documento escrito por ellos, se comprometió a retirar los comandos del MRTA que operaban en Puerto Bermúdez, porque ya habían perdido cuatro mandos importantes de su movimiento. Asimismo, nos dijo que conocía dónde está la oficina de AIDESEP. De esta forma se pacificaba la guerra en Puerto Bermúdez. Arriesgamos nuestras propias vidas por ser dirigentes de los pueblos indígenas de la Amazonía Peruana.

Canon Indígena

En mayo de 1991, en el Congreso de AIDESEP, por acuerdo mayoritario de los delegados y representantes de las diferentes organizaciones de base, en forma democrática fui elegido presidente nacional de AIDESEP. El 29 octubre de ese mismo año recibí una carta de la Institución Rainforest Action Network, de los Estados Unidos, haciendo conocer sobre un premio de US$ 60.000 americanos para AIDESEP, por el trabajo social y por haber liberado más de 6.000 indígenas esclavizados en Atalaya. Lamentablemente este premio causó una serie de problemas internos en la organización, que ahora no voy a referir.

Bueno, nosotros no queremos pelear por el dinero. Lo importante es hacer justicia para nuestros pueblos indígenas. Si es que hay dinero, bueno, a buena hora, seguiremos hasta obtener beneficio para la gran mayoría. Sin dinero o con dinero nosotros tenemos tierras donde vivir dignamente como indígenas, sin hacernos mendigos. Porque hasta ahora ningún indígena es mendigo, no hay mendigo indígena en la ciudad. Vas a Lima, la capital, en las provincias, en los distritos, no ves ningún indígena loco en la calle, no hay. Y eso queremos mantener, aunque nosotros somos la minoría pero queremos mantener nuestra dignidad como pueblos indígenas, con territorios vivimos, aunque pobres pero dignos. Es nuestra meta, es mi pensamiento como dirigente. Siempre nos dicen cuidadores del bosque, pero no saben que cuidamos la salud de toda la humanidad.

Por eso es que cuando fui dirigente nacional, mi preocupación fue sanear nuestros territorios ancestrales. Costó muchos años de lucha para no quedarnos sin tierras. Con otras organizaciones hemos unido fuerzas para asegurar nuestra futura generación mediante el territorio. Sin territorio no podemos hablar de educación, ni desarrollo, ni autodesarrollo, ni de autodeterminación como pueblos. Sin tierras no podemos mantener nuestros valores culturales, nuestro idioma sobre todo. Muchas veces no sabemos ni nosotros mismos valoramos nuestras plantas medicinales, nuestra ciencia indígena, todos nuestros conocimientos. Nuestros antepasados sabían cómo tener contacto con las yerbas, con la atmósfera para hacer llover y hacer crecer los ríos también. Pero ahora han quedado truncadas las cosas y estamos perdiendo nuestros conocimientos. Por eso prioricé el territorio. Con o sin título el territorio es nuestro. Pero los funcionarios del Estado no lo entienden así. Si un colono está metido en nuestro territorio, si presenta un escrito contra nosotros, le hacen más caso a él que a nosotros. Hasta ahora no he visto a un colono que el Ministerio de Agricultura haya sacado de nuestro terriotorio para mandar a otro sitio. Nosotros mismos tenemos que hacer valer nuestros derechos y decir que se vayan. Y ellos recién actúan cuando nosotros les decimos. Siempre los defienden, simplemente porque en el Ministerio de Agricultura no trabaja ningún indígena, solamente ellos, los colonos. Cuando presentamos un escrito, no nos dan respuesta. Todos los papeles se aguantan (37) ahí. Entonces, como yo decía, tenemos que mejorar la organización de los pueblos en todo el Perú y en toda la Amazonía, hasta llegar a la meta.

El anhelo es que las organizaciones tengan sus propias autoridades políticas, ocupen espacios políticos del Estado, lleguen para de esa manera defender nuestros propios derechos. ¿Quién tiene que hablar por nosotros en el Congreso de la República, por ejemplo? Mi idea es la de hacer una ley, que llamaría “Canon Indígena” de gas de Camisea, que nos dé un porcentaje al pueblo indígena durante 40 años. Los machiguengas o asháninkas o piros del Urubamba van a quedar pobres para toda su vida, porque con lo que van a explotar, van a malograr todo, aunque el Estado y las empresas digan que no. Pero eso va a ser así. Nosotros no nos hemos preocupado ni siquiera para aprovechar de esta riqueza nuestra, en este caso el gas de Camisea. Entonces estamos sentenciados para ser pobres toda la vida simplemente porque somos nativos indígenas. Con eso nosotros estamos lamentablemente marginados.

¿Qué tenemos que hacer? Es tiempo que CECONSEC y AIDESEP, regional y nacional, que ya tiene 27 años de organización, tenga su representante en el Congreso. Hay que ocupar espacios políticos para tener leyes a favor de los pueblos indígenas. Hay preocupación por el Canon Indígena, cómo tenemos que obtener nuestras riquezas para que quede algo para las comunidades indígenas. Manejando bien los recursos, administrándolos bien podemos sacar miles de profesionales indígenas, profesores titulados, abogados, médicos, ingenieros forestales, contadores públicos, enfermeras técnicas. Eso necesitamos en todas las comunidades, y que estén bien equipadas, sin dejar de lado lo que es nuestro. Un enfermero debe conocer también lo que es nuestro, nuestras plantas medicinales. No queremos rechazar la medicina occidental, sino que se tiene que manejar las dos medicinas, combinar las dos. Yo quería hacer un proyecto de rescate de nuestra medicina para hacer un libro, pero lo que nos falta son materiales y un poco de capital, por decir, para tomar fotos. Si fuera posible filmar, con alguien que sabe, en el monte: ésta es la planta tal y decir cómo se usa, los efectos de las plantas. Tenemos más de dos mil plantas. En lugar de usar mucho las medicinas de la botica, nosotros tenemos nuestras propias medicinas que son muy saludables. Como hemos perdido un poco nuestro conocimiento, entonces, cuando estamos con dolor de cabeza vamos a la botica y lo nuestro lo hemos olvidado un poco.

Yo me acuerdo cuando un dirigente del Pichis, Alejandro Calderón, decía: “Nosotros los indígenas hasta ahora no hemos visto que el gobierno se preocupe en hacer un hospital, un hospital netamente indígena, para los indígenas, y que esté lleno de pacientes indígenas, que no haya ni un colono. Si se hace un hospital, van ahí los colonos y ¿cuántos puros nativos están ahí? Si es que hay, son dos o tres nomás. ¿Por qué? Porque ellos saben utilizar su propia medicina. Se curan ahí en su propia casa. No van al hospital. Pero como estamos perdiendo ahora la medicina natural, ya utilizamos más remedios occidentales. Eso les conviene porque hay más entrada para el hospital. Toda nuestra platita vamos a darla ahí. ¡Eso se llama explotación al enfermo!”, decía Alejandro.

Durante los 10 años que permanecí como dirigente de AIDESEP, 1986-1994, se hicieron trabajos concretos en beneficio de los pueblos indígenas de la Amazonía peruana. Durante mis dos periodos como presidente se demarcaron y titularon 2.486.000 hectáreas en toda la Amazonía, en 4 años. El Ministerio de Agricultura en 20 años solamente había titulado 2.100.000 hectáreas. Lo he superado en 4 años. Gracias a la cooperación internacional de IWGIA, de Dinamarca, por la solidaridad con nosotros para visitar y ver los problemas de los pueblos indígenas más olvidados por los gobiernos de turno en el Perú. Han visto la necesidad de asegurar los territorios comunales. También se apoyó decididamente al proyecto de AIDESEP de la Reserva Comunal de la Sira, que inicialmente era de 1.200.000 hectáreas. En 2001 se lograron 614.400 hectáreas. También otros logros, como el convenio con el Ministerio de Educación de Loreto, Iquitos, para la formación de maestros bilingües, y otros proyectos alternativos, como el Huerto Integral Familiar Comunal, HIFCO, donde se capacitaron más de 300 jóvenes indígenas en toda la Amazonía.

Me puso contento cuando el año pasado me invitaron a una reunión en la Asociación Regional de los Pueblos Indígenas de la Selva Central (ARPI, S.C.), para elaborar un proyecto para formación de maestros bilingües. ARPI, S.C. es un organismo descentralizado de AIDESEP que agrupa a 9 organizaciones indígenas en la Selva Central. Yo quiero vivir un poco más para ver cómo resulta este programa de formación de maestros bilingues. Quisiera ver que en cada comunidad haya profesores bilingues titulados. Que haya maestros que verdaderamente enseñen, pero que dominen su idioma, su lengua materna, en cada escuela, también de la secundaria, no solamente en primaria. Me alegra que hoy también haya profesionales asháninkas que ya están terminando, aunque no sean mis propios hijos. Es una alegría. Creo que yo he castigado a mis hijos que no han llegado a ser profesionales.

Después de haber cumplido el periodo como dirigente de AIDESEP, en julio de 1994, regresé a mi comunidad de origen. Pero siempre me llaman para apoyar a las organizaciones de CECONSEC, ANAP de Pichis, OIRA de Atalaya y AIDESEP nacional. En mayo de 2003 viajé a Washington, a las Naciones Unidas, en Nueva York, en representación de AIDESEP y CECONSEC para participar en el Foro Permanente para Cuestiones Indígenas. He propuesto con otros líderes el Segundo Decenio Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo, que fue aprobado en 2004, en Ginebra. Actualmente estoy como dirigente asesor de CECONSEC. En su congreso, en 2001, fui declarado “Líder Indígena Asháninka fundador de CECONSEC y de la Organización Nacional AIDESEP”. Tengo el cargo indefinido de consejero y relacionista de ARPI, S.C. Por esto sigo apoyando en el área de los derechos humanos. Me anima el dicho: “El que lucha un día es bueno, el que lucha un año es mejor, pero el que lucha toda una vida es imprescindible”.

Sin alabarme mucho, yo creo que soy el dirigente sobreviviente con 50 años de lucha. Y sigo viviendo, viendo como avanza la organización. Y eso me alegra bastante. La organización internacional, que es la COICA, ha tenido influencia en ¿el mundo entero? He tenido la suerte o el privilegio de conocer Suiza dos o tres veces, España, representando a mi pueblo, y últimamente Nueva York. Yo digo siempre que yo soy de acá, de CECONSEC, de AIDESEP, que puedo ser también del Consejo Aguaruna Huambisa. Todos buscamos la misma meta. Yo soy de cualquier parte. No tengo por qué decir que soy asháninka, que no soy aguaruna. Yo también soy de ahí porque somos hermanos indígenas. Una sola fuerza, una sola meta. Esta es mi opinión, mi concepto.

Yo creo que debe haber esa mentalidad en todos los jóvenes. Lo que necesitan ahora es un poco de orientación, hacer conocer quiénes son sus líderes, los que empezaron el movimiento indígena, porque muchos no lo saben. Entonces es necesario hacerles recordar como fue el movimiento indígena, desde que año, como empezó y como está ahora. ¡Qué piensan de su futuro! Como decía, hay que ver proyectos alternativos, la autodeterminación como pueblos, el autodesarrollo, el rescate de nuestros valores culturales. Mucho se está perdiendo, pero yo creo que todavía hay tiempo para rescatarlo. Yo agradezco a todas las instituciones, como el caso de la Fundación Solsticio, que financio para su reconocimiento por el Ministerio de Agricultura el territorio de la comunidad Oway. Ya tenemos ahí al menos 22.000 mil hectáreas. Estoy agradecido porque allí va a haber futuro.

Los que no tienen tierra van a ir allá. Agradezco a todas las instituciones que se han solidarizado con nuestras necesidades como pueblos indígenas. El gobierno peruano puede decir muchas cosas, pero no las concretiza. Yo he solicitado al Ministerio de Agricultura que dé prioridad a un fondo especial para la demarcación de los territorios de los pueblos indígenas, pero no hay apoyo por parte del gobierno. Entonces, por necesidad, por esfuerzo, nosotros tenemos que solicitar a las instituciones que apoyan a los pueblos indígenas. Es el caso de la comunidad de Paujil, que yo he defendido. Durante 24 años hemos solicitado su ampliación. Ahora la han aprobado, pero no hay dinero para demarcarla. El Ministerio de Agricultura dice: “¡Busca dinero!, nosotros vamos a mandar nuestros técnicos”. Nada podemos esperar del gobierno. Nada. Las leyes lo obligan, pero no hace nada por nosotros. Por eso es necesario que nuestros jóvenes se capaciten, sean profesionales verdaderos, que ocupen espacios políticos. ¿Por qué no decir que para el año 2008 debe haber ya seis indígenas en el Congreso de la República? Debe haber seis indígenas como en Ecuador, en Colombia o en Bolivia. Ya deberíamos conocer nuestros candidatos y hacer un poco de campaña, para después no ponernos en apuros cuando faltan pocos meses. Desde ahora pudiera ser.

En diciembre de 1994, en un congreso de la Selva Central realizado en la comunidad nativa de Santa Rosa de Chivis, Puerto Bermúdez, las 14 organizaciones me propusieron como candidato al Congreso de la República, y también lo hicieron en el año 2000. Pero el sistema es tener dinero e invertir en las propagandas radiales, televisivas y miles de afiches. Se puede llegar al parlamento para hablar por los pueblos indígenas: cómo reducir la extrema pobreza, legislar leyes de acuerdo a nuestra realidad, con proyectos de desarrollo sostenible, participativos y prácticos, y las muchas necesidades de nuestros pueblos amazónicos y de las muchas necesidades de desarrollo en toda la Amazonía peruana. Hay que cristalizar el proyecto de ley del Canon Indígena por la explotación por las compañías internacionales por más de 40 años el gas de la comunidad nativa de Camisea, Río Urubamba, para no seguir pidiendo migajas, como lo están haciendo algunas organizaciones que dicen ser representativas. Queremos vivir con dignidad, no como méndigos, siendo dueños de nuestros recursos naturales, como los hidrocarburos, la minería y otros. AIDESEP sigue creciendo y seguirá ganando espacios políticos. En el futuro los profesionales indígenas deben ser congresistas de la República y también ocupar espacios en los gobiernos regionales y locales.

Cuando yo fui propuesto para ingresar al parlamento, ofrecí a ANAP, a CECONSEC a OAGP y a OIRA apoyarles con parte de mi salario. Un congresista gana mucho dinero y puede apoyar a su organización mensualmente, y todavía le queda suficiente para su familia. Era un compromiso mío con las organizaciones de mandar mensualmente un apoyo para que las organizaciones puedan cubrir algunas de sus necesidades urgentes, porque yo iba a ganar bien. Así debe ser, uno debe responder a las organizaciones. Pero ahora los congresistas no se preocupan por nadie porque el dinero va para su familia y su bolsillo. El congresista no piensa en los pobres, nunca. Puede hablar teóricamente pero no practica lo que habla. En cambio uno que ha sido pobre, nacido en una cuna pobre, andado descalzo, es diferente. Yo estudié con cushma y nunca he conocido lo que es uniforme ni zapato, nunca. Yo estudié así, descalzo, con mi cushmita y mi cuaderno. Así he terminado mi sexto año de primaria, sin conocer zapato. Bueno ahora ya me pongo zapato. ¡Así es!

Notas

(1) El asentamiento nativo de Mariscal Cáceres fue inscrito como comunidad nativa en 1977. (Veáse Barclay 1989:226.)

(2) Shalanca, nombre regional para la ortiga. “Shalanca de burro” debe ser una variedad de ortiga. [N del r]

(3) En 1958 la Peruvian Corporation Ltd. transfirió su propiedad a dos empresas subsidiarias: la Compañía Agrícola Pampa Whaley S.A., que conservaba las haciendas originales, y la Negociación Perené S.A., que debía dedicarse a la venta de terrenos. En 1965 el Estado declaró nulos estos arreglos, así como todo derecho a la concesión hecha en 1891. (Veáse Santos Granero y Barclay 1995:80; Barclay 1989:210.)

(4) Junto a los”pesaderos” se encontraban unas estructuras de madera, construidas en alto. A ellase accedía por una rampla que terminaba en una plataforma de 2 x 2 metros con un enorme embudo. Por ese embudo, que disponía de una compuerta en la parte inferior, se volcaba el café ya pesado, esperando la llegade de los carretones guiados por mulas que lo llevaban hasta las tuberías o directamente a la planta de beneficio (Barclay1989:172.)

(5) Término de uso regional en la Amazonía peruana para designar terrenos de cultivo dejados en descanso, con la finalidad de que el crecimiento del bosque restituya los nutrientes que el suelo ha perdido.

(6) Término usado en el Perú para referirse a los productos agrícolas destinados al consumo humano. [N del r]

(7) El pueblo de San Pablo está ubicado en el río Mazaratequi.

(8) Yompor, nuestro padre, en lengua yánesha. Ancestro de los yáneshas que se petrificó antes de subir al cielo y hoy se lo recuerda como Yompor Yompere. [N del r]

(9) Oenocarpus Bataua, palmera que alcanza los 25 m de altura y crece en la Amazonía hasta los 950 msnm. El ungurahui actúa contra las enfermedades respiratorias, asma, tuberculosis pulmonar, diarrea, helmintiasis y gastritis. Además es un efectivo laxante, antipalúdico y se le usa contra la caída del cabello.

(10) El adjetivo”neto” pertenece a la lengua castellana y tiene los significados de “limpio, puro, claro y bien definido”. Sin embargo, el sentido que se le da en esta frase corresponde a un uso nacional y significa “propio” del lugar. [N del r]

(11) Chafle, termino regional usado en el Perú para designar el machete [N del r].

(12) Central de Comunidades Nativas de la Selva Central.

(13) Pituca, Colocasia esculante.

(14) Daledale, Callathea allouia.

(15) Su nombre fue Juan Santos Atahualpa, porque hasta donde sabemos no hubo un JSA I. [N del r]

(16) La indicación de que Juan Santos Atahualpa haya sido hijo de español, no es mencionada por ninguna de las fuentes históricas que tratan sobre este personaje. [N del r]

(17) Había un hacendado de nombre Orlando Salvatierra en Chanchamayo. (Ver Santos Granero y Barclay 1995:83.)

(18) El gobernador de Chanchamayo llevó los restos de Juan Santos Atahualpa a Tarma en 1889 (Ver Barclay 1989:96.)

(19) En 1888 el gobierno autorizo la construcción de un camino entre Tarma y Chanchamayo, que fue terminado en 1907. El primer vehículo motorizado llego a La Merced en 1918 (Manrique 1982:16). Antes de construir el camino, el viaje desde La Oroya duraba seis días en mula y a pie (Barclay 1989:90, n.6.).

(20) El pastor Ruskjer (Ortiz 1978:197) vivía con su esposa en la misión adventista de Sutziki en los últimos anos de 1930.

(21) Lugar cercano a La Merced [N del r].

(22) Es una interpretación personal del entrevistado, ya que este mono tiene una cola prensil de unos 60 cm. El termino coto se refiere al bocio, enfermedad que produce abultamiento de la parte anterior del cuello, lo que es precisamente una característica de este mono que le sirve para producir fuertes llamadas audibles hasta unos 500 m de distancia. [N del r]

(23) Un grupo de colonos invasores habían establecido una colonización llamada”Villa Amoretti” en la margen derecha del rio Perene. Ver nota 15 en la historia de Agusto Capurro en el mismo volumen.

(24) La Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA, fue fundada en 1924 por Víctor Raúl Haya de la Torre como un “frente único de trabajadores manuales e intelectuales”.

(25) El decreto ley 22175, de 1978, reemplazo a uno anterior, el 20653, Ley de Comunidades Nativas y de Promoción Agropecuaria de las Regiones de Selva y Ceja de Selva, de 1974.

(26) Actualmente es un anexo de la comunidad Tres Unidos de San Pablo.

(27) Organización Indígena de la Provincia de Atalaya.

(28) Efectivamente, CECONSEC está reconocida como institución por el Ministerio de Agricultura, mientras que las demás organizaciones indígenas han sido reconocidas como asociaciones civiles sin fines de lucro, de acuerdo a disposiciones del Código Civil. [N del r]

(29) La Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO) fue creada por el gobierno mexicano, primero, como sociedad anónima, y, luego, como organismo público descentralizado que quedo integrado al sistema de las instituciones económicas del Estado. Oriento su acción al sector rural, donde también jugo el papel de proteger los ingresos de los campesinos, a través del establecimiento de precios de garantía. Posteriormente, amplió su campo de acción a zonas urbanas, donde crecieron pequeñas tiendas de barrio e inclusive grandes centros comerciales. [N del r]

(30) El campo de aterrizaje en Ponchoni se hizo al final de los años 1980.

(31) De chafle, machete. En este caso, machetear. [N del r]

(32) Penal situado en la margen izquierda del curso bajo del rio Urubamba, en la desembocadura del rio Sepa. La Colonia Penal de Sepa se estableció en 1947.

(33) Del quechua chinkana, laberinto. Palabra del castellano del Perú usada para nombrar un bar popular, donde se consumen licores baratos. [N del r]

(34) La provincia de Alto Amazonas fue dividida para dar nacimiento a una nueva, Datem del Marañón, el 2 de agosto de 2005. Dentro de esta ha quedado el distrito de Pastaza al que se refiere Miqueas Mishari [N del r].

(35) Arapaima gigas [N del r].

(36) Término empleado en el Perú para designar construcciones de cemento y ladrillo. [N del r]

(37) Si bien el verbo “aguantar” es castellano, con los significados de sostener, reprimir, soportar o tensar un cabo, el sentido que aquí se le da corresponde al uso que se le da en Perú: detener, frenar un trámite. [N del r]


Escrito por

Servindi

Agencia de noticias especializada en temas indígenas y ambientales, con sede en Lima, Perú.


Publicado en

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