La Runamula
Pertenecer a una familia de extensas raíces selváticas engendró en mí el gusto por los mitos y leyendas desde muy pequeño. Apenas digo esto y ya me veo sentado a la mesa de un domingo cualquiera, escuchando con atención a mis tíos y primos mayores. Todas aquellas historias narraban insólitos episodios sobre demonios, entes sobrenaturales y animales mitológicos. Desfilaban ante mí el Ayaymama, el Bufeo colorado, el Tunchi. Cada uno de estos seres me hacía soñar con mundos gobernados por la magia y la hechicería. Muchos viajeros afirman que la Selva es un lugar tan extraño, que las fábulas más sorprendentes compiten con la propia realidad. Y una de esas fábulas que llenó mi infancia de misterio, color y fantasía es la leyenda de la Runamula.
Cuentan las viejas lenguas que, en las noches de Luna, emerge de la Selva un ser con rostro y pechos de mujer, entronizado sobre un cuerpo de mula. Este animal del infierno vaga por los pueblos ribereños profiriendo relinchos espeluznantes que asustan a quien lo escuche. Cuentan, además, que este ser maravilloso nace del ayuntamiento sexual entre una mujer casada y un cura. Otros dicen que nace de la unión entre parientes consanguíneos. Incluso, hay quienes certifican que este ser —mitad mujer mitad mula— es el producto de los amores entre compadres y hermanos.
Sea cual fuere el origen exacto de esta leyenda, lo cierto es que la Runamula representa para el imaginario amazónico la materialización mitológica del incesto. Esta poderosa imagen explica con ribetes poéticos aquello que el hombre ve cuando encuentra a su mujer cabalgando sobre el cura, el vecino o su propio hermano, según sea el caso. Es una forma sofisticada de negar la realidad, de transformarla en un hecho fantástico digno de los relatos más prestigiosos del género.
Hubo un tiempo en que los mitos y leyendas explicaban la cotidianeidad del hombre. Le hablaban de su historia, de su origen, de sus deseos. Le revelaban sus miedos, temores y recelos. Esta manera de explicar el mundo no existe más. Al menos, ya no en las sociedades occidentales. Pero en la amazonia peruana aún pervive y es monedad corriente con la que muchos tratan de entender la existencia. Moneda corriente que brilla en los ojos de cada uno de mis hermanos amazónicos.
Recuerdo la casa de mi abuela y la mesa de los domingos. Recuerdo los olores de la Hierba Luisa y del pan comprado en la Espiga de Oro. Pan de masa informe relleno con mantequilla de maní que tanto me encantaba. Recuerdo un patio, una ventana. Recuerdo un piano tísico y un violín exagerado. Recuerdo las canas de mis tíos más viejos y de sus muelas postizas. Recuerdo el día en que me llevaron a conocer el hielo: el hielo que transita en el corazón de todos los mitos y leyendas que escuché desde pequeño, un trozo de hielo que es capaz de reflejar todas nuestras miserias, nuestras grandezas, nuestra vida.