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IQT (Iquitos, mi ciudad)

Publicado: 2012-01-05

Esta es una ciudad de sonidos y música.

Imagina conducir una motocicleta, sin idea clara de donde ir, solo con tus ganas. Recorre calles, plazas y parques. Recorre sus arterias y parte de su corazón.

Mira, por ejemplo, el Cementerio General, recuerdo de nuestros ancestros y cuna de nuestras fantasías. Mira la ciudad atestada de instalaciones militares,  aquellas banderas de guerra imaginaria que fueron parte de los temores de nuestros padres.

Esta ciudad, nuestra ciudad.

Ciudad de motocarristas que corren a mil por hora con sus maquinas decrépitas y su inimputabilidad apenas disimulada.

Ciudad de la tacachera que te sonríe y del chiquito que vende chupete de ungurahui especial. Ciudad de las hamacas y árboles que protegen tu casa de la maldición sofocante. Ciudad de la salsa picante de cocona y los sábalos humeantes que asesinan dietas en el embarcadero de Bellavista-Nanay.

Ciudad de los abarrotes chinos, del Mercado de Belén y sus variedades de olores y sabores al iniciar la mañana.

Mira un poco el alma de este microcosmos. Camina por su Malecón, escapa de los mosquitos que te quieren hacer la batalla, contempla el río tranquilo, gánate un momento con el atardecer, absorto.

Mira el Arandú, tómate un refresco de camu camu en el Fitzcarraldo, cómete un postre en el Amazon Bistro. Toma el Noa, abre La Parranda y el Íkaro, baja al Camiri, atibórrate con sanguchón en el Chato Burger, bebe en el Musmuqui, descansa un toque en el Nikoro y otra vez vuelve a caminar. Sigue caminando, hasta que encuentres vacilón, y encuentres al Pardo, el Complejo, el electro ritmo.

En ciudad de Explosión, orgullo amazónico, los potos que se mueven y las caderas que no mienten.

Sintoniza El Loretano a las 8 de la noche para ver si tu vecino ha salido en la tele; escuchando a  los infaltables locutores- reporteros- profetas que notifican desgracias o prometen bondades por las mañanas a través de las ondas radiales, mientras sigues en tu  cama o te preparas el desayuno.

Ciudad del campeonato internacional de fulbito gay y del Adonis, palacio del ADN technicolor.

Ciudad de la Procesión del Niño de la Caja, del Festival de Belén, del día en que los artistas urbanos toman el centro en el Festival Estamos en la Calle. Ciudad ideal para hacer cine, con la luz natural más alucinante del planeta.

Ciudad del juane y la cebada a un sol (qué rico menú). Por allí pasa el loquito creyéndose Rambo y la putita de sonrisa amplia, enfundada en su malla al cuete, brindando la mejor de sus sonrisas, gratis.

Los niños juegan pis pis, bolitas, arman una canchita improvisada de vóley en la zona baja, en Pueblo Libre, tratan de vivir dignamente en Puerto Salaverry, miran de lejos el Club de Caza y Pesca, mientras tratas de conseguir un poquito de plata para tu fariña, tu yuquita y tu caldito de carachama.

Ciudad del Club Tennis, y los aspirantes a dueños de la ciudad, sus partidos de tenis y sus chismes insidiosos. Ciudad del edificio abandonado de Essalud, en plena Plaza de Armas, monumento al olvido y set envidiable para armar filmes de terror.

Ciudad donde aún se mantiene la costumbre dominical de rendirle honores a la bandera, con desfiles y marcha castrense.

Ciudad de todas las sangres, de colombianos, de brasileños, de españoles y de gringos. Ciudad de Cementerio judío y Consulado honorario de Reino Unido. Ciudad de hospedajes mochileros, donde lo que más se percibe es el olor de ala rancia y hierba poderosa.

Ciudad de distritos, Punchana y sus calles largas y silenciosas, Belén y sus recovecos, San Juan y sus amplios terrenos. El centro, con su Yellow Rose of Texas y su bar de Pedrito, con sus vendedores de yuca rellena y sus helados de La Favorita o La Muyuna.

Ciudad de camisetas de la Asociación Deportiva CNI, que ahora la juventud usará (esperamos que muy poco tiempo) solo como un recuerdo, como un conjuro contra el desaliento, como una estampita de esperanza de  mejores, gloriosos. Sí, sí, sí, Arriba CNI…

Ciudad de los Hungaritos Agustinos y sus chibolos endemoniados, que ganaron la Copa Perú en 1985, del Masho Salazar, de Richard Vinatea, de Ricardo Pueyo, de Candelita Rengifo del estadio Max Augustin, donde no existen mallas de seguridad y los partidos de fútbol se definen en la cancha, no en la mente de ciertos barrabravas.

Ciudad de vestigios del caucho, de pasado boyante, de casas lujosas, de oropel y esplendor cauchero. Ciudad de la Casa Eiffel, de azulejos portugueses, de fotos donde la vida de disfrutaba y ahora luchan por no perderse irremediablemente entre el moho, las polillas y el olvido.

Ciudad de influencia indígena, con hombres y mujeres que van y vienen tratando de preservar su identidad, de mostrar su orgullo, sus cosmovisiones, su cultura, en medio de una ciudad que apuesta unos días a la globalización, otro día al bailongo, otro día al autismo.

Camina por Próspero, compra chocolates brasileros en Sachachorro, come hamburguesa de paiche en el Ari’s Burger. Recuerda todos los caminos que se cruzan en La Terminal, todos los pequeños artículos que puedes comprar en el Mercado Artesanal, inspiración cocama, shipiba, bora o huitoto (nuestras primeras naciones universales).

Ciudad de arte en las calles, de murales de marcianos en Shambo, de pinturas psicodélicas en bares y discotecas, de grafitis en las paredes de las calles, de un gran mural de Bendayán que da la bienvenida en el Aeropuerto.

Ciudad del Frente Patriótico de Loreto, que siempre está luchando por los derechos de los loretanos, con o sin razón. Ciudad que aún respira patriotismo y aún tiene presente aquello de ser  “guardianes de tres fronteras”.

Ciudad de gente que cree que todo tiempo pasado fue mejor. Esto empezó hace 148 años (o quizás mucho antes). Una historia de un pueblo que sigue buscándose, que sigue teniendo un punto de inicio pero aún trata de encontrar un punto donde llegar

Ciudad de colegios religiosos, de tradiciones religiosas, de curas que han formado parte del desarrollo intelectual y material. Ciudad del Papa charapa.

Ciudad de bares donde la gente se conoce y se reconoce (entre ellos los de Huerequeque). Ciudad  para sentarse frente a un brasero, mientras espera que el plátano ya se haya asado lo suficiente como para preparar el tacacho (y se espera con ansias el pijuayo, el pandisho, el dale dale, el tumbo y la cidra con sal).

Ciudad de cultura pop, inspiración de un perfume by Alain Delon, cruceros que te llevan hacia Pacaya Samiria, una Biblioteca Amazónica, unos patacones sublimes del Zorrito. Hay quienes quiere comer sushi regional en La Taberna del Cauchero. Hay gente que recuerda chapes locos en El Refugio y señoras que recomiendan con mucho fervor la Iglesia del Divino Niño.  Ciudad del recuerdo de un Papa Piraña.

Ciudad recomendada por la CNN o la guía Lonely Planet. Ciudad de una Iglesia Catedral con unos murales alucinante: sube hasta la torre, busca el campanario y empieza a tocar las campanas enloquecido. Ciudad donde Mick Jagger fue flechado por Monique Pardo en una piscina del hotel Holiday Inn.

Ciudad donde ya no se toma masato, pero aún se escucha al Dúo Loreto, Eliseo Reátegui o Los Solteritos, nuestros representantes folk; donde la fusión psicodélica nos recuerda acordes de Ya se ha muerto mi abuelo o La danza del petrolero. Ciudad de docentes, de madereros, de artistas y difusores de cultura extraordinarios, esperando su oportunidad para alcanzar la fama. Ciudad de lavanderías más o menos obvias.

Ciudad de historia reciente, de mitos y leyendas que nos han contado desde chibolos. Los recuerdos de Arana, el capitán Cervantes, César Calvo de Araujo, Germán Lequerica, Rosa Panduro, el 24 de octubre de 1998 (“Loreto no se vende, Loreto se defiende”)

Bienvenido al mestizaje, al rock, a la cumbia, al jazz francés, a las pandilladas, a Suena el Manguaré navideño.

(Descansa en paz, querida Alice Vela, querido Silvino Treceño, Maurilio Bernardo y sus gritos españoles que motivaban a la perfección,  queridísima Kori Alegría perdiéndose en el torbellino de la garúa)

(Feliz día de San Juan; pasa un Carnaval alucinante, con humisha y pandillada)

Ciudad de ese chifita delicioso que comes en la Plaza 28 de Julio y luego la bajas con una cerveza helada, tomando aire en una mecedora en la vereda de tu casa.

Ciudad de mujeres heroínas, fuertes, decididas, lideresas del hogar, guías de los hombres. Mujeres que trabajan duro por el dinero, sin mirar hacia abajo ni cerrar la boca cuando hay injusticias. Mujeres que salvan la casa.

Ciudad que mira al río, que nos mira desde el río (si es posible desde el Yellow Rose of Texas, desde Al frío y al fuego o surcando el Nanay y el Itaya), que mira a Quistococha.

Ciudad del dios del amor, según la canción de Raúl Vásquez. Ciudad de amaneceres explosivos y de cielos infinitos.

Ciudad que va y viene, desde la Avenida la Marina hasta la carretera hacia Nauta, que toma la Participación y conecta con Moronacocha, que se pierde entre la Tupac y desemboca en la prolongación Putumayo. Ciudad que ama la noche, especial para darte una vuelta por la Plaza Munich. Casas con techos de calaminas, donde los gatos techeros hacen de las suyas de cuando en vez.

Ciudad de gente que va mirándote desde los omnibuses de madera, tu llevo llevo por quiñientos, mientras comen divertidos una bolsa de aguajes.

(La isla bonita. La isla apartada. La isla donde la tecnología empieza a ceder al letargo y la tranquilidad).

Y, cerca, muy cerca, el Amazonas. Amplio e infinito, una experiencia sobrenatural, donde el agua, la selva, la inmensidad se juntan y producen visiones, como si fuera un vuelo de ayahuasca. Cada persona en este mundo debería navegar por lo menos una vez por el Amazonas, sentir lo absoluto, y recordar por qué este lugar es una maravilla (ahora certificada por voto virtual), sin ruido, sin alarmas, sin paranoia, sin asaltos ni gente destinada a destruir por placer. Silencio y paz.

Conducir lentamente y ver que los mejores lugares de tu ciudad ahora son pasado, que tus calles están abandonadas, que la suciedad y la inseguridad están invadiéndonos, pero aún así, luchas.

Ciudad indomable, a pesar de todo lo malo que quieran hacer de ella los políticos, los cínicos, los disparates. Árboles, gente increíble, que tiene aún muchas sonrisas por brindarte, casas enormes con amplios pasillos donde puedes tirarte a dormir, en el suelo, mientras miras el sol con lentes oscuros. Muchas luchas, varias sombras, y es la luz lo que más importa.  Multitudes que se aquietan con la lluvia, que duermen que el rumor del agua cayendo brevemente.

Uno es iquiteño; tiene a Iquitos dentro de sus entrañas. Puede viajar,  huir, desaparecer, empezar en otro lugar, pero aún así seguirá siendo un iquiteño. Sin los suyos, sin familia, sin amigos, pero, aún así, seguirá recordando los mejores tiempos verdes: quién es, de dónde viene, si sabe la suerte de haber nacido en una ciudad como esta.

Una jungla de cemento, sí, pero también de vida e ilusión. Como mirar las luces desde arriba y recordar que esta también puede ser una gran ciudad.

Iquitos. IQT. Mi ciudad.


Escrito por

Paco Bardales

Amazonía,cine, literatura,política, ciudadanía 2.0, cultura,OVNIS. Gran combo charapa pop. Encuéntrame en Twitter como @pacobardales


Publicado en

Diario de IQT

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