RP 390: Sobre Metro, Oeschle y el Palais Concert
Una de las mejores experiencias de regeneración urbana que conozco se produjo en el Jirón Trujillo hacia el año 2009, cuando la Municipalidad del Rímac convirtió en una vía peatonal las tres cuadras que van desde el puente Trujillo hasta la iglesia de San Lázaro. Se removieron los postes de alumbrado público, reemplazándolos por faroles pegados a las paredes y por iluminación indirecta que emana desde el suelo. Todas las fachadas fueron pintadas de color amarillo. Los avisos de casinos, pollerías y farmacias pasaron a ser de color negro. Este año se terminó de pintar todos los balcones de marrón.
Como resultado, en una calle hace poco peligrosa los rimenses transitan sin mayor temor, las actividades comerciales florecen… y yo he llevado a centenares de personas a pasear.
Uno de los locales más emblemáticos del Jirón Trujillo era el Teatro Perricholi, abandonado cuando se produjo el colapso de los cines de barrio. El local fue comprado por los supermercados Metro, que mantuvo la fachada, pintándola de amarillo y conservó la decoración interior en base a balcones de estilo colonial. Es más, promoviendo la identidad rimense, Metro ha colocado fotografías antiguas de la Alameda de los Descalzos en el siglo XIX y del propio Jirón Trujillo en 1909 y 1938. Otra fotografía muestra una tapada, pero representada en el siglo XIX, cuando ya no existían e inclusive hay una escena de la película muda filmada en los años veinte sobre la Perricholi, de la cual lamentablemente no queda copia alguna.
El caso del Metro del jirón Trujillo contrasta con la situación de muchas casonas coloniales o republicanas del Centro Histórico que están abandonadas o son empleadas para actividades que ponen en peligro su valor artístico, como las imprentas que ocupan ilegalmente la antigua Casona Barbieri.
Afortunadamente, hay otras experiencias en que empresas privadas logran mas bien realzar la arquitectura antigua: en el Jirón de la Unión, la zapatería Passarella ocupa una hermosa casona colonial, conservando los patios, el porche con columnas, las pilastras con imágenes de ángeles y demonios, las arañas y un magnífico espejo.
El caso más notable sobre este rol de la inversión privada ha sido la empresa española Arte Express, que ha comprado varios edificios de la Plaza San Martín y los ha puesto en valor. En uno de ello funciona ahora el banco HSBC, que cada año realiza un extraordinario espectáculo navideño. El mes pasado en otro de sus locales (Lampa con Miró Quesada) se inauguró una elegante pastelería San Antonio que ha tenido un gran éxito. Se espera que en unos meses Arte Express concluya también la recuperación del Hotel Crillón.
Una situación ambigua en cambio ocurre en el antiguo local del Banco Internacional de la Plazuela La Merced, donde desde febrero funciona una tienda Oeschle. Es impactante ver sus majestuosas columnas de mármol, su cúpula de azulejos pintados a mano con imágenes de frutas y animales mitológicos. En el sótano, al que se puede llegar por un ascensor dorado (de los tiempos del banco) funciona un local de Plaza Vea y se ha conservado la puerta de la antigua bóveda del banco.
Sin embargo, muchas veces pienso que a Oeschle le estorba tanta belleza. Casi todas las columnas están cubiertas por chillones adornos rojos y pancartas que anuncian la misma mercadería una y otra vez. Ocho balcones interiores, con hermosas rejas, han sido cubiertos con banderolas. La propia cúpula está rodeada de aparatos para gimnasio, bicicletas y ropa de remate que hacen casi imposible apreciarla. Es más, en las ventanas del cuarto piso, se han colocado armarios que impiden ver la cúpula. Y, a diferencia de Passarella o del Metro del Jirón Trujillo, los empleados no permiten a los visitantes tomar fotos a las columnas o los azulejos.
He pensado en todos estos casos ahora que Ripley ha comenzado las obras para abrir una nueva tienda en el antiguo Palais Concert. No creo, como otros, que su presencia allí sea un sacrilegio. Mas bien considero urgente impulsar que las empresas privadas apoyen la recuperación de otros edificios abandonados, como la Casa de la Piedra, la Casona Barbieri y muchos más. Al parecer, Ripley ha previsto solamente ocupar dos pisos con una boutique, quedando otros dos niveles disponibles para un centro cultural o un café.
Un precedente importante es el Ripley de Chiclayo, que ocupa lo que fue un antiguo hotel, manteniendo su hermosa fachada republicana. El reto que tiene Ripley frente al Palais Concert es mucho mayor, pues se ha comprometido a preservar sus hermosos decorados, que la mayoría de los limeños nunca hemos visto. Espero que dentro de unos meses podamos apreciarlos… siempre que Ripley cumpla con las disposiciones municipales, que la Municipalidad y el Ministerio de Cultura cumplan con su función fiscalizadora y que la ciudadanía esté alerta para defender su patrimonio.