Spielberg, Scorsese y Hazanavicius: tres formas de homenajear al cine
“La invención de Hugo Cabret”, “El artista”, y “Caballo de guerra”, películas que suman entre las tres 27 nominaciones a los Oscar que se entregan este domingo, recuperan del olvido anécdotas y estilos de las primeras décadas del cine. Cada una de estas historias trasmite una manera muy diferente de la otra de homenajear al cine, incluso en 3D, en un tiempo de transición de tecnologías e ideologías. Con "La invención de Hugo Cabret", Martin Scorsese apostó al exceso, y en la misma lámpara puso a George Méliès, a la gráfica digital (la de los videogames), un policía ridículo (¿Dodo, el de La Pantera Rosa?), el 3D con anteojitos, un robot clon del de “Metrópolis” y una estación de trenes vital como el aeropuerto de “La terminal”. Al frotarla, tal como Aladino en "Las mil y una noches", en lugar de genio asomó una nube en la que un montón de imágenes precipitadas se confunden, efecto de un relato que si bien tiene referencias históricas, es devorado por lo mítico y lo fantástico. La historia, con tips cinéfilos, de un niño huérfano que vive escondido en un reloj de la estación ferroviaria de Montparnasse que sueña con encontrar la llave que pueda hacer funcionar un autómata y que conoce a un Méliès jubilado del cine pero afecto a los juguetes a cuerda pegó fuerte en Hollywood.
Por el contrario, en "El artista", Michel Hazanavicius que no es norteamericano y quizás por eso todavía dueño de una sensibilidad menos atravesada por lo comercial, reconstruye con precisión de relojero, una película muda que, como “Cantando bajo la lluvia”, toma el momento del duro paso del cine mudo al sonoro y lo hace sin voces. En el guión está trabajada la idea de lo difícil que suele ser el recambio tecnológico-generacional, cuando lo comercial prima incluso por sobre lo emocional, el hábito de descartar incluso lo instalado no bien se encuentra el remplazo técnico o humano que pueda significar mayor rentabilidad. A diferencia de Scorsese, Hazanavicius respeta el estilo del cine clásico de la década del 20 en todos sus aspectos, no solo los estéticos, sino también en todos aquellos relacionados con el guión, es decir los tiempos, el lugar en el que va la emoción o el gag desopilante. Como contrapartida del personaje del policía torpe de Sacha Baron Cohen en "La invención de Hugo Cabret", los que aparecen en el film de Hazanavicius, incluso el impresionante y carismático perro del protagonista, no son clones de un modelo sino parte del imaginario, de la memoria que a veces traiciona al original.
En la intersección de la grandilocuencia de Scorsese y la delicada sensibilidad de Hazanavicius, pero sin el exceso del primero ni el extremo naif del segundo, está Steven Spielberg con su “Caballo de guerra”, una película que recuerda el estilo de John Ford en algunos de sus primeros clásicos en color. Conocedor de la industria y su historia; consciente del momento presente y la perspectiva a futuro del cine, y en particular del cine norteamericano, con su mirada siempre precisa, su lenguaje claro y armas genuinas, Spielberg logra sorprender. Pocos meses después de "Las aventuras de Tintín", toma esta novela juvenil del poeta, escritor y también militar británico Michael Morpurgo, y genera otro de sus grandes aciertos. El realizador de "ET" apuesta por el espectáculo, por el amor a la figura del caballo y por los sentimientos, la supervivencia y el triunfo, en un relato que dos décadas después de su publicación en 1982 supo, en Gran Bretaña, ser adaptado para radio, y que llegó a los escenarios de Londres y Nueva York.
En "Caballo de guerra" Spielberg rescata la épica del mejor Hollywood, con un relato lleno de emoción, con una gran historia y otras pequeñas también muy emotivas, donde los niños y los jóvenes son siempre la esperanza, los que enseñan y de los hay que aprender. En definitiva, estas tres propuestas en carrera por unos cuantos Oscar, recurren, sin excepción, al pasado en busca de una respuesta a un presente que no parece tener nada en claro y a un futuro todavía más incierto. El cariño por los maestros detrás de las cámaras (sea Méliès o Ford) o por las estrellas por delante de los reflectores, como Douglas Fairbanks o Clara Bow, y hasta los caballos, desde Rocinante hasta Azabache, Furia, o como esta vez Joey, aparece y se impone por sobre cualquier otra apreciación o juicio. En las tres películas hay ternura y nostalgia, un denominador común que se convierte en lección, aquella que concluye que sólo recordando es posible avanzar sin retroceder ni un paso. (Claudio D. Minghetti: Télam)