#ElPerúQueQueremos

Lamentaciones de mi joven y triste perro

Publicado: 2012-04-29

 

 

¿Por qué habré nacido con este cuerpo?, ¿a quién culpar?, ¿a Dios?

Una vez escuché decir a mi amo: “Por qué, Dios, por qué me castigas de esta forma, si siempre he sido una buena persona”.  Entonces yo me pregunto, ¿por qué a mí?, si yo no le hecho daño a nadie. No entiendo por qué tengo que andar siempre así, ignorado y solo.

Ahora, mi amo está dormido y su hermano no quiere que lo despierte. Me ha cerrado la puerta y me ha dejado en la calle, de nuevo. Rasguño la puerta, y de pronto sale y con una soga me comienza a pegar hasta que me hace llorar. Yo no entiendo por qué hace falta que me pegue si yo puedo entender con palabras, si me dice que no voy a entrar. Eso basta para que yo lo espere. Pero nunca fue ni será así: me tiene lastimado.

Aún puedo ver por un huequito el cuerpo de mi amo. Entonces, rasguño la puerta y el otro sale directo a zarandearme, sin lástima si quiera de mí, que soy solo y no tengo a nadie. Es entonces cuando recuerdo a mi madre. La única que me crío hasta que un día me dijo: “ya puedes pedir comida, así que ya no me necesitas: tú búscatela como sea”. Siempre se me quedan grabadas esas palabras. Pero, la verdad, es que mi madre también era tratada con maldad. Varias veces, por buscar comida para darme, recibió sus palazos y chicotazos. Yo la veía cuando llegaba toda llena de sangre y me traía la comida llena de sangre, también. Yo en el fondo me decía: “eres grande, mamá, quisiera que nunca me dejaras”.  Pero mi vida está destinada a permanecer solo. Fue así que una noche escuché que a mi mamá le estaban pegando cruelmente, sin parar; yo lloraba y quería salir, pero no tuve las fuerzas necesarias para hacerlo. Y así mi mamá desapareció para siempre, nunca más la volví a ver. A veces, pienso que si me dejó, fue porque no había comida ni espacio para dos como nosotros. Por eso ya ni acordarme de ella quiero.

Recordar todo esto me pone triste y, por eso, tengo miedo que mi amo también me deje. No quiero perderlo. Así, se me caen las lágrimas de por sí y no puedo dejar de llorar, y rasguño la puerta con fuerza y furia. Entonces sale el otro y me mira, fijamente, por primera vez, y me dice entra y quédate callado. No entiendo a esos hombres humanitarios que esperan a que uno llore para que recién extiendan una mano. A pesar de eso, me siento calmado. Ojalá que mi amo nunca me deje, sabe que es al único que tengo en esta vida, por eso lo sigo a todas partes.

Por momentos, pienso que mi amo está muerto; pero luego pienso que duerme así como yo, cuando nadie me ve. Lo veo y me siento protegido.  Ahí está: dormido, ronca, nada lo perturba, ni caso me hace cuando lo trato de mover, cuando viene el otro y me saca a patadas de su cuarto, sin que yo le hiciera nada. Otra vez fuera, no entiendo esta vez por qué. Querer es también sufrir, ahora entiendo.

Otra vez siento que lo pierdo. Parece muerto, está tieso con una mano en el pecho y yo lloro porque quizá no lo vuelva a ver, me siento en sus pies y lo contemplo, ya el otro me ha permitido que esté ahí, de nuevo, sin molestarlo, pero ni bien trato de subir a la cama me bota o me pega. Ya lo sé, por eso no me atrevo a hacerlo de nuevo. Sólo trato de moverlo poco a poco: quiero que respire aunque sea. Entiendo que su hermano quiere silencio porque está concentrado mirando un libro. ¿Qué habrá en ese libro? No lo sé. Quizás en un libro pueda encontrar a mi madre y luego ir a buscarla. Pero eso jamás sucederá. Ya estoy creciendo y empiezo a entender que  a mi madre la mataron esos “perros”. No quiero decir eso, pero la vida me mostró que uno vive para sobrevivir, y si yo estoy aquí es porque no tengo donde dormir.

¿Por qué no despierta? Me empiezo a preocupar demasiado, yo presiento que algo está pasando. Entonces trato de moverlo apenas y ya el otro se ha dado cuenta, y fuera por aquí y fuera también por allá. A patadas me ha botado y, no sé por qué, pero presiento que mi amo lo sabe y, si no se levanta, es porque no quiere mirarme a los ojos fijamente. Esta vez si es para siempre, me dice su hermano, y encima la próxima vez que entre me arrojará por las escaleras.

Ahora me ha llevado a baldazos de agua fría hasta el último piso. Hace frío y mi cuerpo tiembla, y demasiado.

Desde aquí, desde el techo, es que narro esta historia, para que sepan que la vida de un perro es como la que le han dado uso ustedes, los humanos. Sólo me queda mirar la luna y contemplarla. Alguna vez seré tan alta y lejana como ella. Sólo ahora, siento que, en esta noche, en que las estrellas brillan con su esplendor, quisiera tener a mi madre, perdonarla por lo que me hizo y decirle lo triste que es ser lo que somos.

“Y yo sigo esperando el día en que mi dueño se despierte y nos vayamos de este muladar”

Publicado por Galaor


Escrito por

TVRobles

Medio de comunicación digital especializado en el sector Cultura.


Publicado en

TVRobles

Cultura para todos.