EN LA PERIFERIA DEL DIÁLOGO. ENTREVISTA A DOMINGO DE RAMOS
Por: Cecilia Podestá
Antes de asumirnos en una entrevista, de esas con grabadora y fotografías, o de sentarnos a la mesa que elegimos como escenario para esta conversación, le pregunto a Domingo de Ramos, y aprovechando un semáforo que tarda, si en medio de tantas entrevistas recuerda alguna que pretendió ser más incómoda que cualquier otra. Domingo pone una mueca de desagrado, parece recordar más que una frase o quizá la voz del que preguntó. Frunce la cara, la retrocede y responde: “Me preguntaron por sendero… si había sido… y yo dije que no. ¿Qué más iba a decir? nunca he pertenecido a Sendero, ¡jamás! A la gente le gusta creer cosas y repetirlas”. Antes de que siga, escuchamos el freno y nos vamos para adelante, pero no chocamos, solo llegamos. Estamos en la puerta del Superba. Desde hace algún tiempo los manteles desaparecieron, pero las mesas son las mismas. Han pasado cincuenta años desde que abrieron y la gente sigue creyendo que se llama Superba porque se le cayó la R de Super bar, pero se equivocan. Superba es una palabra italiana que traducida quiere decir, o susurrar, soberbia).
“Aquel barrio oscuro de las fábricas / de donde salen rostros ahumados / rumbo a las casas destartaladas por el viento / llenas de aliento de sueños palpitando / sobre catres que rechinan de tanta soledad / y tu asma azul y tu asma azul”.
Diez años antes, o un poco más, lo escuché por primera vez en un recital, leyendo este mismo texto, y otros tan violentos como su propia voz. Domingo hablaba de fábricas, de flema, de gente que había perdido el rostro sobre las manos ajadas o sudorosas, hablaba de catres, calle y soledad o almas destartaladas. Y es que Domingo no recita, él grita sus textos, los avienta como si su voz fuera un nervio más sobre la mesa o sobre los otros poetas. Y además usa y desusa palabras impronunciables para algunos. Lo sabemos todos los que lo hemos escuchado o leído con él.
Róger Santiváñez narra su primer encuentro con Domingo y lo recuerda como un chiquillo delgado, en uniforme escolar apoyado contra una pared, mirando con desconfianza. Pantalón plomo y camisa blanca. Colegio nacional. Para muchos otros, un primer encuentro con Domingo se dio en los recitales del centro de Lima (como en mi caso) o leyéndolo, usando su libro como el alma arrugada que entraba por nuestros ojos y se quedaba dentro, ahí donde ya no se pueden sacar las cosas. Una vez que se lee un poema suyo, la calle, la belleza de la miseria y la grasa de las noches que describe son parte del moho que llevamos en el alma y con gusto. Las huelgas, el partido comunista, Kloaka y la bohemia vendrían después, incluso la familia.
“La bohemia, siempre preguntan por la bohemia. Solo hay una cosa y es el lenguaje. Eso es vital. El mundo debe crear, pero debe basarse en la experiencia, ese es el meollo. Además cuando uno empieza a escribir, no lo deja más. La bohemia es solo la consecuencia de la creación. No es creación, no tiene relevancia sobre el acto de escribir”, nos dice después de servirse el primer vaso de cerveza y hacer salud chocando el vidrio con fuerza. A unas mesas, Fernando Obregón, poeta del legendario grupo Hora Zero, levanta el vaso y no sonríe, sino que se ríe de nosotros, peleados y reconciliados tantas veces, pero ahora trabajando y en el Superba, ¿dónde más?
“¿El proceso de mi escritura? Yo publiqué Arquitectura del espanto en el 88, y han pasado más de treinta años. He tenido muchos cambios. Ya no conservo la primorosa inocencia juvenil. Escribo con menos inocencia, con más rabia. Creo que eso es todo. Yo empecé leyendo a Vallejo y a Rubén Darío y al tratar de meterme a ese mundo, terminé por asumirlo. Pero el inicio fue mi militancia. No había oposición de una con la otra, sino que se complementaban” ¿Discurso, militancia y poesía?, interrumpo. Él se pone serio, me mira y sigue. “Ingresé al partido comunista a los quince años. Eso me dio acceso a la poesía, a mis primeras lecturas marxistas. Mi militancia dentro del partido estaba orientada a ese discurso y la ruta estaba ahí: Vallejo, Neruda, los surrealistas. Era clarísimo. Me iba a convertir en un escritor. No lo busqué, pero a los veinte años empecé a hablar seriamente a través de mi escritura.
Y comenzó la entrevista, las fotos, el texto, el trabajo serio, le dicen.
¿Te divorciaste pronto de la academia, entonces?
Totalmente. Soy un absoluto antiacadémico. Estuve en la universidad para lograr una mejor negación. Sin embargo, hay una academia que me estudia. Pero ahora desde otra perspectiva, menos prejuiciosa. Siempre me han querido etiquetar en el discurso subte, social, y soy más que eso, soy más que un marginal. No me encierro en un solo universo. Mi poética no se resume a los terrales de San juan de Miraflores o a los bares del centro de Lima. Etiquetaron a los poetas sociales y puros, pero eso simplifica el trabajo de los críticos, no ayuda a la poética de un autor.
¿Cómo definirías a Kloaka ahora? ¿No es con ellos que empieza la etiqueta?
Fue un laboratorio de diversas motivaciones, una experiencia para nuestros primeros textos, llamémoslo un taller vivencial. Fue importante porque propuso una nueva forma de escribir, la de un peruano después de las doce. Lumpenizamos el lenguaje, trajimos la calle y nos volvimos locos. Queríamos horizontalidad. También era un compromiso. Pero ya después cada uno tomó su camino, o su lenguaje. Se van a cumplir 30 años de Kloaka. Se vienen todos. Vamos a hacer un gran encuentro. Y las etiquetas son inventos de los críticos, por eso reciben grandes palizas de los creadores.
¿Qué desprecias?
Hablando de escritores, desprecio a Chocano, el peor poeta del Perú. No hablaba de la realidad, mucho menos de momentos históricos y en pleno cambio de siglo además, no tocó ni siquiera la vanguardia. Pero con Rubén Darío detrás, él desaparece. Chocano es una orquesta de pueblo misio. Por lo demás, creo que lo peor, lo que más desprecio es la farándula, el futbol y la política. Yo soy un anarquista, pero apunto bien al enemigo, a esa derecha bruta, mercenaria y achorada. Pero no odio. Ya no tengo corazón para odiar a nadie.
Fuiste padre y abuelo en un mismo día, hay muchas versiones…
Lo conté en el Queirolo la primera vez. Sí, me dijeron que era padre y abuelo. Estaba en mi casa, descansando de una borrachera, feliz. De pronto me despertaron todos, alarmados. Toda mi familia estaba rodeando mi cama como si fueran policías y yo no sabía lo que había hecho. Fue la sorpresa de mi vida. Dos funciones en un solo día y en unos minutos. Yo había estado con una mujer muchos años antes y no la volví a ver. Tampoco supe más de ella. Ese día ella fue a mi casa y me dijo que teníamos un hijo y, de paso, una nieta. Me levanté y me fui al Queirolo. Ahí tuve a mi hijo, mientras lo contaba y me embriagaba. Tenía que decirlo, no lo podía creer. Tenía que contarlo para poder asumirlo. “Padre y abuelo, padre y abuelo”, me repetía. Solo después de dos años y medio pude metérmelo en la cabeza y entablar una relación con mi hijo y con mi nieta que son lo que más amo. Antes de ellos no había nada en mi vida, solo una destrucción lenta a la que yo me había suscrito, segura y sin vínculos. Nunca tuve estabilidad emocional y de pronto llegaron ellos y comencé a creer en un futuro casi a los cincuenta años.
¿Ese futuro tenía que ver con el amor?
El amor es una palabra discutible. Lo digo por sus interpretadores. El amor no solo tiene que ver con las mujeres si es que a eso apunta tu pregunta. El daño que ellas me han causado ha sido compensado y me gustaría aclarar que no soy un misógino como muchos piensan, sobre todo los críticos. Estoy atravesando en este momento una estabilidad emocional y esperando no perder creatividad porque estoy a punto de escribir mi obra maestra, de la que aun no puedo decir nada, excepto que la mejor manera de lograrla es dejando la felicidad, que además es una palabra estúpida. Mi futuro es creer y escribir, lo demás sobra.
Domingo cierra los ojos y aprieta el vaso con fuerza, bebe y asumo, equivocada o no, que recuerda a alguna mujer que no nombramos. Las fotografías ya han sido tomadas y en la otra mesa nos esperan. Hablaremos seguramente de los treinta años de Kloaka, de la llegada de Mariela Dreyfus, de Róger Santiváñez o del primer libro de Domingo, Arquitectura del espanto (Asalto al Cielo Editores, 1988) o de uno de los últimos, Dorada Apocalypsis (Tranvías Editores, 2009). Como sea, en el Superba, todos terminamos hablando de poesía y pidiendo dos más. ¡Mozo!
Porque nadie ha tomando en serio mi soledad
de animal acorralado por el fuego
mi obstinada permanencia en la vida
alfarero de las horas
del tiempo que pasa irremediablemente
sin pena y sin gloria en la esquina de mi barrio
con mis amigos y enemigos
con un sol y una luna persiguiéndose
como una maldita joroba
yo te digo
que esta noche me siento alejado de los hombres
diferente inexplicablemente
y tengo tantas ganas de estar solo
como un poste a medianoche
caminando en el silencio
de los arenales suaves
(Escrito en soledad, fragmento)
Publicado en la Revista SIETE N 18. Del 18 al 24 de marzo.