Cronologia del Antiguo Peru (Parte III): El Período Arcaico
El Período Arcaico de las formaciones culturales del antiguo mundo andino, se remonta a los 5,000 años a.C. o algo más, coincidentemente con el inicio del cultivo intencional de varios productos vegetales: calabazas, maíz, papas, frijol, maní, camote, yuca. Es característico en nuestro territorio también, que la agricultura anteceda temporalmente a la presencia de la cerámica, contrariamente a lo sucedido en el Viejo Continente, en el que la alfarería se desarrolló a la par que la domesticación de plantas y animales durante el Neolítico. En torno a los 5,000 años atrás nos encontramos pues -en el mundo andino-, en la fase final del precerámico, etapa caracterizada por una economía mixta, con base en la caza y la recolección, al tiempo que se registra una horticultura bastante desarrollada. Época en la que aparecen en diversos puntos del país, estructuras ceremoniales monumentales, como Huaca Prieta, en el valle del Chicama; Kotosh –en su fase Mito-, en el valle del Higueras (Huánuco); Los Gavilanes, en el valle del Huarmey; Bandurria, cerca de Huacho; Caral y Áspero, en Supe; El Paraíso, en el valle del Chillón, al igual que Garagay, en el valle del Rímac; Caballo Muerto, con la Huaca de los Reyes, en el valle de Moche; Cardal y Mina Perdida, en el de Lurín; todos ellos, yacimientos con una arquitectura bastante compleja, conformando centros ceremoniales monumentales, con un sentido artístico bastante desarrollado y un nivel tecnológico similar en todos ellos, cuando comienzan a aparecer obras de alfarería junto con muros cargados de relieves coloreados y grandes estructuras ceremoniales con planta en U.
Las varias comunidades de costa, sierra y selva avanzaron en el conocimiento de su medio, del clima, de sus recursos y posibilidades, y comenzaron a contribuir -a partir de entonces, sobre todo-, en la transformación intencional de su entorno. Las fibras vegetales se unen, tiñen y entretejen, o se buscan las coloreadas naturalmente, para formar vistosos recipientes de colores alternados o conformando diseños geométricos, como chevrones o ángulos sucesivos, consecuencia tecnomórfica del propio trabajo manual del entretejido de las hebras, mientras que los espinosos cactos proporcionaron largas hebras que, junto con los cabellos humanos, permitirán formar redes y bastas o rústicas prendas de vestir, de tipo sarong sobre todo. Varias comunidades amazónicas actuales todavía suelen usar un vestuario a base de “tapa”, es decir, de corteza de árboles que han sido recortadas y golpeadas, deshilachándose y conformando con ellas cubiertas abdominales, pectorales, muñequeras, vinchas y ajorcas que, en ciertas oportunidades suelen teñirse con achiote o con huito -en rojo o negro respectivamente-, lo que parece ser que ocurrió también en otras comunidades de costa y sierra. No hay -para el período final de la etapa precerámica-, todavía telares, pero al entrelazarse los hilos a mano, en gasas de gran tamaño, y también en redes y mallas, se van logrando figuras de formas y colores variados, que decoran y probablemente sacralizan las piezas resultantes de ese trabajo.
Para Polia: “Las experimentaciones de las técnicas agrícolas primitivas se inician, en el Perú, en el VII milenio a.C. La primera fase de la agricultura está caracterizada por la ausencia del algodón. Esta fase inicial, llamada de la Agricultura incipiente, se extiende del VII milenio hasta el 2500 a.C., cuando comienza a utilizarse el algodón (Gossypium barbadense) para la fabricación de tejidos y redes de pesca y aparecen las primeras técnicas textiles sin telar. Cuando no se indica específicamente, los datos que se señalan provienen de hallazgos en la costa pacífica, en Ancón (Burger 1993). Durante la primera fase de la Agricultura Incipiente son domesticadas esencialmente rizomas, fáciles de cultivar ya que se disponía de agua suficiente: mate (Lagenaria sicerata) entre el 6000 y el 5000 a.C. y lacayote (Cucurbita ficifolia) entre el 3600 y el 2500. Siguieron la palta (Persea americana), los frijoles (Phaseolus vulgaris) entre el 2500 y el 1800 en la zona Moche y el pallar (Phaseolus lunatus); plantas frutales como el pacae (Inga feuillei), la guayaba (Psidium guayava) y la lúcuma (Lucuma bífera) entre el 2500 y el 2300 al lado de la achira (canna sp.); el ají (Capsicum baccatum) entre el 2300 y el 2100; el maíz (Zea mays) entre el 2200 y el 1800 en la sierra, en Huarmey; la calabaza (Cucurbita moschata) entre el 2100 y el 1900. De la selva amazónica provienen la yuca (Manihot esculenta) y el maní (Arachis hypogaea) entre el 2000 y el 1750. La papa (Solanum papa) y el camote (Ipomea batata), de alto valor nutritivo, son cultivadas ya entre el 2000 y el 1750 a.C., hacia el 1800, en Virú, otra especie de cucúrbita, el zapallo (Cucurbita máxima). Las calabazas además de ser usadas en la alimentación, proporcionaban ligeros recipientes, a veces decorados (Huaca Prieta), empleadas en las redes como flotadores en la pesca (Towle 1961). Los paleobotánicos debaten la cuestión de si el maíz, la principal especie vegetal usada en la alimentación andina hasta los 3000 m y sobre la costa del Pacífico, fue cultivado durante las fases iniciales de la agricultura y tampoco están de acuerdo en las teorías del aloctonismo o autoctonismo. Según algunos, no solo el maíz, sino también el mate, ciertas especies de frijoles y el ají provienen de México (Lanning 1967). Las más antiguas perfollas de maíz hasta ahora descubiertas en América del Sur, casi contemporáneas a las de México, provienen de las altura de Ayacucho, en el Perú y alcanzar al 5000-3800 a.C. (Cardich 1980). Sobre la costa del Pacífico el maíz aparece entre el 2000 y el 1800 a.C.(Bonavia-Grobmann 1978) difundiéndose desde el norte hacia el sur. Las dos razas del maíz peruano –Protoconfite morocho y Confite chavinensis- “junto a las costas de Ica y Huarmey, correspondiendo a un mismo horizonte cronológico, resultarían independientes del mesoamericano, tanto en su origen como en sus analogías morfológicas” (Cardich 1980). Es también cierto que el maíz, en las primeras fases de la domesticación de la planta, proporcionaba a la alimentación una limitada contribución. Las técnicas de riego no se usaban o no lo eran en gran escala. Se escogían las tierras aluvionales o en depresiones, protegidas del viento, que podían conservar más tiempo la humedad nocturna. El instrumento al agrícola esencial estaba constituido por el bastón excavador de madera dura, todavía hoy ampliamente usada en las culturas amazónicas de economía mixta de caza-pesca, recolección y agricultura. Durante las primeras fases de la Agricultura Incipiente, la economía alimenticia estaba todavía basada ampliamente en la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestre, raíces, brotes, además que de moluscos y, en lo que se refiere a la costa, en la caza de los leones marinos –Otaria sp.- (Moseley 1975). En las zonas desérticas la alimentación comprendía iguanas, lagartijas, zorros. Para la confección de los tejidos, antes del algodón se usó el junco y fibras de cactus. Hacia el 2500 a.C. se asiste al desarrollo de numerosos asentamientos de pescadores que constituyen villorrios. En la misma época el uso del algodón, que permitió la fabricación de redes y robustas sogas, posibilitó una significativa evolución de las tecnologías de la pesca.
“Dentro de las plantas pertenecientes al nivel ecológico alto-andino y de los valles interandinos de altura es necesario recordar varias especies de papa (Solanum sp.), oca (Oxalis tuberosa), mashua (Tropáeolum tuberosum), olluco (Ullucus tuberosus), maca (Lepidium meyeni), quinua (Chenopodium quinoa), cañigua (Chenopodium pallicaudale). Entre las plantas espontáneas comestibles está la totora (Scypus californicus), una juncácea usada también en la fabricación de esteras y embarcaciones, y el junco selvático (Scyrpus americanus).
“La domesticación de camélidos –llamas y alpacas- se inicia desde el 6000-5000 a.C., pero solo en el transcurso de V-IV° milenio se practicó en gran escala de modo tal para ofrecer una importante fuente alimentaria. Los camélidos andinos comprenden: llama (Lama glama glama), guanaco (Lama glama guanicoe), alpaca (Lama pacos) y vicuña (Lama vicugna). Amtes de la introducción de los animales europeos estaban difundidos en todo el territorio andino y costanero. Entre las principales especies animales usadas a partir del 6000 a.C. en la alimentación andina es necesario mencionar al cuy (Cavia porcellus, C. cobaya).
La primera cerámica de América es la de los pescadores de Santarêm (Brasil), fechada del 8000-7000 a.C.; en Colombia, la cerámica aparece el 3800 a.C.; en Ecuador cerca de los 3000 a.C. (Valdivia 2700-1500). En el Perú el arte de la alfarería es practicado desde el 1800 (Huánuco, fase Kotosh-Mito) y sobre la costa septentrional desde el 1600 a.C. Una de las causas de la aparición de la cerámica sobre la costa en época relativamente tardía es la escasez de leña para los hornos. Algunas figurinas de arcilla, con todo, llegan al 2500. Se discute todavía la autoctonía o aloctonía de los orígenes de las técnicas cerámicas…”
Por entonces comienzan –o desde antes probablemente- a utilizarse, tanto por la forma como también por las características de sus superficies, las cucúrbitas y lagenarias, empleándoselas como recipientes, que ocasionalmente se decoran con incisiones, que pueden hacerse sobre la suave cubierta externa de los mates, recurriéndose a las uñas o a palitos; al cabo de un tiempo aparecerán decoraciones más elaboradas, logradas con las puntas recién quemadas de palillos, que posibilitarán el pirograbado de diseños de formas naturalistas, geométricas o esquemáticas, en combinación con incisiones –cada vez más complicadas- y aún incrustándose en esa superficie, substancias coloreadas o fragmentos de otros materiales, embutidos que resaltan sobre la cubierta de estas vasijas naturales. En otros casos, se emplearán ácidos de origen orgánico para decorar el exterior de esos mismos frutos, por lo común de diseños floreales. La excavación intencional de la superficie de las lagenarias para decorarlas, está avanzada ya como técnica decorativa en tiempos de Caral y Huaca Prieta, en torno a los 4,000 a.C., junto con gasas de hilo de algodón, que ya está, sin duda, domesticado para ese tiempo.
Al usarse finalmente los hebras del algodón y las de la lana de los camélidos altoandinos, estamos seguros de la presencia de ropajes sin entalladura, sujetados a la cintura mediante tiras, cordones o fajas; ceñidores que, con el tiempo, se llenarán de colores y diseños idealizados de formas naturales o esquemáticas, como símbolos de laboriosidad, estatus social, género, fertilidad, etc., tales como rombos -que anteceden al diseño de “cocha” o diamante-, es decir el recipiente natural de las aguas, y también la cruz, que no es sino la representación de la “chacana”, la constelación de la Cruz del Sur, figura que aparece en el cielo anunciando la temporada de lluvias, que parece estar relacionada con la aparición uránica de las Pléyades, constelación anunciadora de cambios de clima que concluirán con precipitaciones pluviales, condición de la que se depende fundamentalmente en la agricultura de secano, con formas logradas en madera, piedra, arcilla o láminas metálicas que se colocan como protección en la cúspide de la techumbre de las casas, como todavía hoy es costumbre. Al unirse simplemente los puntos terminales de las líneas de la figura de la chacana, aparecerá ante nosotros, una vez más, el diseño “diamante”, por lo que también resultará la cruz, un símbolo de la fertilidad.
Las cuevas, grutas o simples abrigos rocosos adquieren por ese entonces, caracteres especiales, sacralizados de común, cuando ya no sirven de habitación mayormente, salvo en circunstancias excepcionales, pues hay una evidente mejora del clima y los seres humanos viven prácticamente a la intemperie, en rústicas construcciones de cañas, esteras, cueros o ramas, mientras que las oquedades naturales de los cerros -grutas, cavernas o simples proyecciones rocosas-, se van convirtiendo en centros asociados sobre todo a mitos de creación, centros sacralizados a los que se considera lugar de origen de los varios grupos familiares o en residencia de entes sobrenaturales, vías de comunicación con el interior de la Pacha Mama, lugar donde se conservan los elementos germinales de la vida de plantas, animales y seres humanos, considerándoselas desde entonces como “pacarinas”. Esas cavidades naturales se utilizarán también para colocar allí ofrendas a los espíritus de las montañas, para sepultar a ciertos personajes destacados de diversas comunidades, así como para realizar rituales relacionados con la vida y con la muerte, o para homenajear a ciertos míticos personajes que se supone habitan en las grutas (Diablo Machay, Pishtaco Machay, Huacónpahuain, Cueva de la Bruja, etc.) y sus paredes podrán servir de soporte a pinturas rupestres representándose a cérvidos, camélidos y seres humanos, pintados en amarillo, blanco, rojo o negro, en figuras trazadas con los dedos o con rústicos pinceles, o empleándose brochazos sobre el modelo natural, como ocurre por ejemplo con manos humanas en negativo.
Se usaron también placas de esquisto para trazar extraños y muchas veces, incomprensibles rasgos lineares, en su mayor parte rectilíneos, que se entrecruzan o van paralelos, en algunos casos aparecen formas circulares, curvilíneas, y ya se usaban por ese tiempo las superficies de algunas rocas para esgrafiar, incidir o pintar pictografías o petroglifos, diseños más o menos figurativos, sobre las caras planas o aplanadas de los bloques pétreos, de los que se encuentran en numerosas variantes en todo el territorio sudamericano –y por cierto, también en otras partes del mundo-, con algún grado de dificultad interpretativa en cuanto a su ubicación temporal y a su significado, salvo los que podemos señalar claramente como pertenecientes al Horizonte Temprano, o los que corresponden a la época Mochica o Nazca, cuyas características formas pueden aparentemente identificarse sin mayor problema. Carácter especialmente sacralizado adquirirán en esta época, elementos naturales conectados con el agua: los ríos –especie de serpientes gigantescas que se deslizan formando meandros curvilíneos en el fondo del valle-, el mar –la Mamacocha, especie de contraparte de la Pachamama-, las cascadas, los manantiales, las lagunas, la lluvia (que incluso se diferencia en los géneros masculino y femenino, según las características de su precipitación al suelo), las cumbres nevadas –consideradas residencia de poderosas fuerzas divinizadas-, etc.
Para M. Polia, los primeros centros arquitectónicos centro andinos: “Aparecen entre la primera mitad del s. III y los inicios del II milenio a.C., y son indicio de haberse constituido un poder organizado de carácter religioso y político. “La arquitectura monumental puede ser vista como manifestación material y metafórica y expresión de la unidad e identidad de una comunidad (…). La magnitud y la calidad de estas expresiones del Precerámico eran demostraciones públicas de la capacidad productiva y del prestigio de una sociedad, especialmente en confrontación con las sociedades limítrofes. Si el prestigio durante el Precerámico era medida por la cantidad de fuerza-trabajo disponible, pocos ejemplos podían ser tan elocuentes como la arquitectura monumental, manifestación concreta del esfuerzo del hombre” (Burger 1992). La construcción de los grandes monumentos, además, contribuía a forjar la identidad del pueblo que se reconocía en el trabajo común, del que el monumento era su expresión, y en el culto común al que se le había dedicado.
“Entre los inicios del III milenio y la segunda mitad del II Milenio, con la aparición de grandes centros monumentales, el antiguo Perú alcanza el nivel de la “alta cultura”, es decir, el estadio de la civilización, organizado en forma social, en el que rige una neta especialización del trabajo, caracterizado por la presencia de una clase de “especialistas” pertenecientes a una jerarquía que ejerce funciones de gobierno. Esta gestiona un poder político fundamentado en el prestigio sacralizado –probablemente de tipo teocrático- y ordena la fuerza laboral de los súbditos en modo de garantizar la sobrevivencia de la sociedad en su conjunto; gestiona los excedentes de los bienes producidos por el trabajo; planifica el desarrollo de obras de importancia social (canales de irrigación; edificios; obras de defensa, etc.); organiza y controla la defensa del sistema social de las agresiones externas y de las amenazas internas que podrían subvertir el orden. Con tal fin, la élite sacerdotal forja una cultura común (ideología religiosa, cultos, leyes, tecnologías), creando los instrumentos de control social –religiosos y políticos- que garanticen el funcionamiento del sistema. Los sacerdotes, en el Perú como entre los Mayas, no se encargaban solo de funciones religiosas, sino que estaban en posesión de conocimientos astronómicos, agrícolas, hidráulicos, arquitectónicos y médicos.
“La fase de “alta cultura” está caracterizada por la aparición de centros monumentales, al mismo tiempo religiosos y “políticos” que son, precisamente, producto de la organización de la fuerza laboral de una sociedad jerárquicamente ordenada. El florecer de los grandes complejos religiosos, en el Perú como en Mesoamérica, no implica necesariamente la urbanización paralela; los centros de culto estaban habitados exclusivamente por la casta sacerdotal y de quienes estaban directamente implicados en el ejercicio de los cultos o en las funciones materiales a ellos conexas. El monumento cultual típico, desde las fases más antiguas, es la plataforma simple o de cuerpos superpuestos, llamado comúnmente “pirámide”, que presenta variaciones tipológicas: de perfil inclinado; de perfil muy inclinado; de perfil escalonado; de perfil recto; y en lo que se refiere a la planta: de planta circular; oval (Huaca Prieta); cuadrada con ángulos redondeados (La Galgada); rectangular (Las Aldas) (Bueno 1997). Pasemos revista a algunos de estos monumentos…
1. Huaca de los Ídolos, Áspero, valle de Supe, es uno de los más antiguos complejos monumentales de América. Alcanza al 2750 a.C., aproximadamente a la época en la que en Egipto estaba construyéndose las pirámides. Consta de una gran plataforma, de cuerpos superpuestos, de 10 m de altura y 30x40 m en la base, dotada de rampa y de una escalinata central con una serie de edificios en la parte más alta, con muros enlucidos y pintados de blanco y rojo. Es significativa la presencia de figurinas de arcilla, en su mayor parte femeninas y algunas representaciones de mujeres en cinta, probables exvotos que pueden esclarecer una de las funciones del complejo cultual. Otra función podría ser la de servir de oráculo, como se deduce por la presencia de 135 bastoncillos incisos con motivos geométricos usados probablemente para algún tipo de adivinación. Sobre la terraza superior se encontró la tumba de un niño de apenas 6 meses de edad –quizá sacrificado en la inauguración del templo-, sepultado con una cofia de perlitas de concha, envuelto en un tejido de algodón y colocado dentro de una cesta, envuelta a su vez en una pieza de algodón y en una estera de caña. Sobre el yacimiento funerario, se había colocado un mortero tetrápodo de piedra. (Burger 1992).
2. El Paraíso (ca. 2000), en el valle del río Chillón(Chuquitanta, Costa Central), es el más vasto sitio monumental del precerámico que ocupa unas 58 ha., formado por 16 ambientes, con paredes que alcanzan los 6 metros de alto, de piedras enlucidas con barro y pintadas (Engel 1957). En una estancia se halla un pozo rectangular con una hendidura circular en cada uno de los ángulos, conteniendo carbones de un fuego sagrado. Las estancias eran periódicamente rellenadas, de modo tal que se realzaba el nivel y se creaba el pavimento para otras dos construcciones. En la obra fueron empleadas 100000 toneladas de piedra y dos millones de días laborables, es decir, más de 5 años empleándose 1000 operarios.
3. Kotosh, en la sierra de Huánuco, sobre los contrafuertes orientales de los Andes. El centro de Kotosh (ca. 2000 a.C.), a 2000 m.s.n.m., releva una larga tradición religiosa documentada por la superposición de dos fases, siendo la más reciente de ellas caracterizada por un templo construido sobre una plataforma a la que se accede a través de una escalinata decorada con la figura de un serpiente pintada de blanco. En una estancia que mide cerca de 9x9 m con paredes de 2 m de altura, las paredes de la fachada de entrada presentan cinco nichos en dos de los cuales, a los lados del nicho central más grande, están decoradas en la parte inferior por dos figuras de brazos entrecruzados de arcilla, en relieve. En uno de los bajorrelieves el brazo derecho está colocado sobre el izquierdo y al revés en el otro. En el bajorrelieve de la izquierda, además, las manos son más pequeñas. Según Seiichi Izumi, se trata de dos brazos masculinos (a derecha) y dos femeninas, quizá para expresar “el principio del dualismo y complementariedad tan importante en el pensamiento tradicional andino” (Burger 1992). Del dualismo y de la reciprocidad del Cielo-tierra, Alto-Bajo, masculino-femenino, calor-humedad se produce, en efecto, el ciclo vital. El pavimento del templo, tiene el piso rebajado respecto a la plataforma que lo circunda. Al centro del pavimento hay un fogón, alimentado por conductos de aire subterráneos, que servía para incinerar las ofrendas. En los nichos fueron hallados restos de camélidos, cuyes y ciervos. El Templo de las Manos Cruzadas fue rellenado con un estrato de arena y cantos rodados de río. “La actividad religiosa en la mayor parte de las culturas agrícolas tiende a lo cíclico y a la alternancia de fases constructivas y de fases de ocultamiento de las estructuras de Kotosh, lo que sugiere una forma cíclica de renovación ritual. Las ofrendas en los Andes era un medio para transformar bienes materiales en una forma que podía ser consumada por las fuerzas sobrenaturales. El fuego era simplemente un agente ritual y quizá no objeto de culto” (Burger 1992)…
4. La Galgada (antes del 2300-1400), complejo citado entre los importantes centros de la tradición religiosa de Kotosh, situado sobre la orilla izquierda del Chuquicara, afluente del Santa, caracterizado por una pirámide de cinco cuerpos superpuestos y una serie de recintos curvos, pintados de blanco con uno de negro, con nichos en la parte interna (Grieder-Bueno 1981)… Al centro de los recintos se encuentran plazoletas de piso rebajado con un fogón al centro para la quema de las ofrendas, como en Kotosh, estando las plazas orientadas hacia el oeste. Entre las ofrendas quemad as en los fogones, se encontraron semillas de ají que, al arder, arrojaban humos sofocantes. Algunas cámaras ceremoniales en desuso, antes de ser recubiertas por las sucesivas construcciones, fueron empleadas para sepultar difuntos. En la más antigua, los cuerpos de un hombre y dos mujeres fueron sepultados en posición fetal con cubrecabezas de algodón recubiertos de astillas de cortezas. El hombre trae mechones de cabello humano, estaba envuelto en un sudario de algodón amarillo y marrón, depositado en una cesta de junco. Las dos mujeres estaban juntas en una sola cesta y estaba acompañada una de ellas de agujas sujetadoras de los cabellos, de cristales de roca y trozos de antracita, mientras que la otra estaba envuelta en un manto amarillo llevando en la mano una pequeña cesta y cristales de sal…
5. Huaca La Florida (2000 a.C.), en el valle del Rímac, aparecen los primeros centros ceremoniales con planta en U, en este caso se requirió para la construcción 60000 días laborables calculándose el empleo de 1000 operarios. Está compuesto de dos largas plataformas que flanquean una plaza rectangular –orientada al NE-, al fondo de la cual se eleva el templo: una pirámide trunca, a cuya parte superior se alcanzaba desde la plaza por medio de una escalinata frontal. El templo presenta varias superposiciones arquitectónicas que cubren la estructura interior. Este tipo de “sepultura ritual” (ritual entombment: Izumi Terada 1972) es común a la mayor parte de los templos del Formativo. Se trata de “Una expresión material del tiempo cíclico (…) es la renovación y la repetición periódica de la construcción ceremonial, como manifestación de renovación y creación espiritual” (Burger 1993). William Isbell ha propuesta esta interpretación de la forma en U de los templos: los dos “brazos” representarían el dualismo cósmico, mientras que la pirámide central, que emerge sobre la explanada, concluye la resolución del dualismo, su control mediante el rito (Burger 1992). Francisco Iriarte formula una sugestiva interpretación, según la cual el simbolismo de la planta en U debería interpretarse en el ámbito de la esfera de la fertilidad, haciéndose referencia a la iconografía cerámica que muestra a menudo una mujer sentada que abre las piernas mostrando el sexo. El cuerpo equivaldría a la pirámide, las piernas a las dos plataformas a los lados de plaza sagrada. En este sentido, el acceso a la pirámide –reservado solo a los sacerdotes- equivaldría a una hierogamia… Considerado desde esta perspectiva, el simbolismo arquitectónico del templo de Chavín adquiere una notable profundidad. Otros ven, en la forma en U, el perfil idealizado de la boca del jaguar.
6. Garagay (Lima: 1643-897 a.C.) complejo cultual de 70000 m2 y 35 m de alto, estaba compuesto de dos largas plata formas de 6 m de alto (a la derecha) y 9 m (la izquierda) y una pirámide de 23 m de alto, con una base de 385x155 m. Un vestíbulo protegía el acceso a la escalinata central, enlucida con arcilla blanca y reservada los sacerdotes. Sobre la terraza superior de la pirámide se erguía un atrio de 24 m de largo, con estancias al interior, decorado con un friso polícromo representando en relieve a un personaje divino con atributos felínicos (boca, zarpa) y aracnoides (telaraña que circunda la cabeza y la protuberancia nasal). En el friso aparece también un personaje mítico en actitud de vuelo con atributos felínicos y ornitomórficos. Una ofrenda dejada sobre el pavimento del sagrario representa quizá, la divinidad adorada en Garagay: se trata de un fragmento de granito diorítico, envuelto en un tejido de algodón, cubierto de arcilla, pintado con caninos fosforescentes en la parte superior del labio, ojos con pupila excéntrica, típico de los seres sobrenaturales (Sechín, Chavín, etc.). De otro lado, lleva insertada una espina de cactus que corresponde, probablemente, a los dos cetros de la divinidad (Chavín, Tiahuanaco, etc.). El ídolo estaba decorado con un disco de concha mullu (Spondylus princeps). Espinas de cactus habían sido insertadas en la masa de los adobes. Parecería que tales espinas pertenecen al cactus mescalínico sanpedro (Trichoreus so., Burger 1992), de la especie aguacolla de espinas largas, lo que haría suponer funciones oraculares de Garagay.
7. Sechín Alto (Casma: 1700-1200 a.C.), entre los mayores centros monumentales del II milenio, a 2 km del Templo de Sechín. La pirámide más grande mide 250x300 m en la base, con una altura de 44 m. Frente a ella se extienden tres plazas a lo largo de 1400 m presentando plazoletas de piso rebajado.
8. El templo de Moxeke (ca. 1900-1400 a.C.), se levanta a poca distancia de la confluencia del río Casma con el río Sechín. Se extiende por 220 ha y comprende una pirámide de 160x170 m de lado, orientada al NE, formada por varias plataformas superpuestas. Sobre la tercera plata forma, a 10 m del suelo, en una serie de nichos se ha representado a personajes y cabezas decapitadas plasmadas en arcilla con estuco polícromo. Se reconocen personajes que aparecen a medio busto, aparentemente representando a sacrificados, al estilo de los bustos seccionados de Sechín. Al mismo ámbito pertenecen cabezas con “lagrimones”, de bocas características que exponen los dientes y parecerían referirse al rictus cadavérico. Entre las figuras fragmentarias aparecen también la parte baja de personajes que convergen procesionalmente hacia el centro, los que podrían ser interpretados como sacrificadores. Al NE de la pirámide aparece una plataforma (Huaca A) con una serie de ambientes con muros de ángulos redondeados, llevando nichos, usados probablemente para guardar instrumentos litúrgicos, alimentos, etc., a usarse en las ceremonias públicas (Burger 1992).
9. Las Aldas (ca. 1900-1400), en el valle de Casma, es una estructura arquitectónica compuesta de seis cuerpos sobrepuestos, elevada sobre un promontorio natural con paredes de contención de pirca. Las excavaciones han ubicado fragmentos de figurinas humanas de arcilla. Se debe mencionar también los centros de Pacopampa, Cajamarca, Cardal, Valle de Lurín, 1300-900 a.C. (Burger 1992), Huaca Lucía, Lambayeque; Purulén, Valle de Zaña, 1415 a.C.; Huaca de los Reyes, Caballo Muerto, Moche (1511 a.C.), con enormes esculturas de arcilla representando cabezas de felinos; Punkurí, Cerro Blanco (Nepeña: 1700 a.C.)…”