"Solo le agradezco por el semen. Tuvo toda su vida para buscarme, y solo lo hizo cuando me hice famoso. Es triste", comenta sobre su padre. Hijo de una relación fugaz entre una enfermera y un actor y músico, Quentin Jerome Tarantino fue criado por su madre en Los Angeles, nunca acabó la Universidad ni el instituto, y tuvo por escuela de cine un trabajo en un videoclub, en el que maduró por años devorando cinta tras cinta.

Ahora, a la vez que llega a los 50 años de vida lo hace a los 20 de cine, y destapa de su haber cerca de una decena de películas, marcadas por el tierno, ácido, americano pero personalizado punto de encuentro entre la violencia y el ridículo.

O, mejor dicho, hasta lo ridículo, alinéandose así -lejos de aquello que la mayoría de los petardos de la opinión pública apunta- al lado de los absolutos opositores a la violencia.

Por otra parte, las historias no lineales escritas por él mismo, de la mano con las constantes referencias a diversos géneros como el western y el "néo-noir", además de una excelente puesta en escena, buena música y actores brillantes, pusieron de su cosecha para darle al paladar de distintos ángulos de la crítica cinematográfica (dentro y fuera de Hollywood), de modo tal que  pese a ser comerciales, hoy en día guardan lo justo y necesario del espíritu del cine independiente.

Influenciado por su madre, Tarantino acudía a menudo al cine desde niño, siendo de forma paralela un fiero aficionado a la música rock, las publicaciones pulp y diversas series de televisión. Compartió su afición por el séptimo arte con Roger Avary y escribieron juntos a finales de la década de los 80 el guion de True Romance, adaptado en 1993 por Tony Scott con el título de ‘Amor a quemarropa’.

Ya en los 90, la carrera de Tarantino despegó cuando conoció al productor Lawrence Bender. Junto al actor Harvey Keitel, Tarantino comenzó a rodar en 1992 su primera película, Reservoir Dogs, un thriller violento que rompió con los estereotipos hollywoodenses de las historias de gángsters.

A continuación, y a modo de humilde homenaje, una serie de episodios de las más destacadas películas de Tarantino alrededor de sus diálogos, órgano crucial del cinismo que tan útil le es para convertir los relatos clásicos más clichés en sensibilidades nuevas.