Una de zombis
Por Pedro Salinas
pedro.salinas@velaverde.pe
Nunca hubo tantos políticos imponiendo la dictadura de su sinrazón. Ni tanta estulticia llevada a la categoría de statu quo. Nunca la ideología de izquierdas extremas, que avalan los chavismos autoritarios, o de las derechas brutas y achoradas, que nos hacen ver como una sociedad enferma de la idiosincrasia, le hicieron tanto daño al país.
Aunque para ser honestos, cada gobierno que nos toca viene con su cuota de escasa cultura y de ínfimo criterio. Además de las correspondientes oleadas de irrefrenable corrupción. En consecuencia, en vez de ocuparnos de las cosas urgentes e importantes, este Perú de cuarta –y hasta de quinta– camina al ritmo que le tocan los políticos de turno. Así que, haciendo de tripas corazón, uno termina sintiéndose en medio de un apocalipsis zombi.
Y ya que estamos en este tema, que es realmente el que me interesa abordar, aprovecho para comentar con los cuatro lectores que siguen esta columna, que, así como me he enganchado en el pasado con series como 24, o The Wire, o Dr. House, o Homeland, o Game of Thrones, también me ha pasado lo mismo con The Walking Dead (TWD). No les voy a mentir.
Desde la peli iniciática de George Romero hasta la divertida Zombieland, debo confesar que TWD, basada en los cómics de Robert Kirkman, produce un efecto adictivo en mí. Sí, lo sé. Y no pienso refutarlo. TWD no es la mejor serie de televisión. No. No es Los Soprano. Se trata de una saga preñada de contenidos violentos y repulsivos. Pero, por alguna razón, es la serie más vista de la televisión por cable en la historia de los Estados Unidos, aunque intuyo que al decir ello estaré alimentando más argumentos adversos hacia TWD.
En TWD, como en otras películas del género, nunca nos enteramos qué tipo de epidemia gatilla este azote de caminantes deshumanizados, entregados totalmente al canibalismo, que se desplazan en hordas, son repugnantes y amenazadores, además de poseedores de cuerpos chorreantes, deformes y en permanente descomposición, que deambulan con lentitud.
Como sea. Lo único que nos queda claro es que solamente podemos hacerles frente pegándoles un tiro en la cabeza. Y obvio. Si además tenemos a alguien como el comisario Rick Grimes, una suerte de mesías policial, para que nos lidere en medio de una pandemia zombi, genial.
Pero a ver. Más importante que los peligros o la aparición de muertos vivientes, son las vidas ocultas de los supervivientes. El éxito de TWD está en las subtramas, en las historias que ocultan sus personajes y que se van revelando de a pocos, a lo largo de los episodios. La plaga zombi es apenas un pretexto. Es cierto que la fórmula es muy sencilla. Coctelea un thriller emocional que hunde sus raíces en las tensiones entre los sobrevivientes con batallas épicas en las que muchas veces mueren personajes conocidos. Porque si algo está claro en TWD es que cualquiera puede morir. Y eso, les cuento, funciona a la perfección.
Como ha dicho Kirkman, los zombis “no son lo fundamental, sino que son simplemente la excusa para poner una serie de personajes en situaciones extremas que les obliguen a reaccionar con decisiones extremas y a cambiar en su carácter hasta un grado extremo”. Y es así. Al punto que, muchas veces, la mayor amenaza para la colectividad de los que resisten terminan siendo las otras personas –y no los cadáveres que andan como autómatas–, definiéndose claramente que las decisiones y las acciones de cada quien son las que determinan nuestra humanidad. Porque si no quedó claro, en TWD, como en la vida, los peores enemigos del hombre son los otros hombres.