Al rescate de la etnia Promaucae
Por Jorge Bravo Cuervo
En colaboración con Esteban Valenzuela van Treek, Dr. en Historia y académico de la U. A. Hurtado.
Como el territorio comprendido entre los ríos Maule y Maipo era conocido como la comarca de los promaucaes, cabe preguntarse el porqué de esa denominación y si quienes eran reconocidos por esta no merecerían hoy un mayor reconocimiento y consideración, en virtud de la relevancia que tuvieron por muchos siglos en los parajes de lo que hoy llamamos valle central. Estos fueron los grupos humanos que nos dejaron la resonancia amistosa de la gran mayoría de la toponimia de la región, entre otros legados.
La dificultad para dar con sus rastros se extiende hasta a si se puede hablar de ellos como un pueblo diferenciado o una sublínea de los picunches; pues promaucaes es una denominación quechua que los incas utilizaban para definir a los pueblos que no habían sido sometidos: purum awqa = "gente salvaje”. No sabemos, entonces, como se llamaban ellos a sí mismos, aunque está claro su vínculo con los mapuches puesto que a la llegada de los incas hablaban la misma lengua. La dominación del Tahuantisuyo, ampliamente registrada en la región, pero muy poco valorada por la historia oficial, pareciera haber influido fuertemente en un mejoramiento de las técnicas agropecuarias y de la cerámica.
Su preservación posterior a la conquista transitó entre la encomienda y los llamados pueblos de indios, que fueron un espacio propio de un grupo tribal que aportaba parte de su producción a la economía colonial por medio del intercambio. La existencia de la institución del protector de indios ilustra la relevancia que tuvo la institución del cacicazgo para relacionarse con los indígenas y cómo, asociados a los pueblos, se instalaron las parroquias. Estas progresivamente fueron adoctrinando a los indígenas y, en conjunto con la llegada de nuevas poblaciones, fueron haciendo cada vez menos distinguible su existencia como pueblo. La instauración de la república implicó perder ciertas dispensas que les permitían mantenerse como una comunidad diferenciada. Sus tierras fueron reasignadas al permitir la urbanización de lo que otrora fueron sus caseríos dispersos. Sus creencias fueron remplazadas por leyendas y sus lugares sagrados cristianizados, como es el caso del cerro Gulutren, en Peumo, donde la cruz soberana busca silenciar al antiguo tren-tren. Cabe preguntarse, como habitantes del corazón de Chile, si no es hora de dar cuenta de esas raíces en pos de alcanzar una identidad más auténtica y fidedigna, menos recompuesta de la negación que significóo la elaboración del mito de Chile por parte de los historiadores del siglo XIX.
Los promaucaes combatieron contra el avance de los incas, como lo describe el propio Garcilaso en el siglo XVI en sus famosos Comentarios Reales: “El Inca Yupanqui hacia 1470 fue derrotado en la gran batalla que le dieron los cauques y los promaucaes” (esto hace pensar que quizás la batalla fue en la zona de Cauquenes, cerca de Coya, ya que es difícil que ‘los cauques’ se refiera a la zona de Cauquenes porque se sabe que los incas no cruzaron el Río Maule).
Los hermanos Saldías de Pichilemu, siguiendo el rescate de investigadores como el pionero sacerdote Martin Gusinde, han relevado la importancia de Cahuil como asentamiento principal de los promaucaes, con un clima benigno, salinas y balsas de totora, de los cuales existen testimonios.
Los promaucaes no son el pasado, un vestigio arqueológico. Del mismo modo como la región de Atacama recuperó el valor de la etnia diaguita y sus tradiciones, es posible recuperar e identificarse con los promaucaes, como una subetnia de la familia mapuche (picunches), mezclada con changos por la costa, con relaciones con los incas y un mestizaje que no acaba. Recordamos apellidos que siguen plenamente vigentes, como Mauro en Rancagua (de la familia del cacique que negoció, junto a Guaglén, con Manso de Velasco en 1743); los Calquín y Llantén, de la zona de Cahuial, hacia Bucalemu y Vichuquén; y miles de otros cuyos apellidos fueron castellanizados por encomenderos y prácticas de los nuevos censos. La historiadora María Inés Abarzúa documentó cómo muchos pueblos de indios pasaron a tener apellidos españoles en el siglo XVII. Los costinos son herederos de los promaucaes, como mucha gente de Copequén, de Peumo, de Larmahue, de Litueche y Navidad, de Malloa y Machalí.
¿Es posible que la autoridad regional oficialice una comisión de historiadores, antropólogos y líderes de las zonas promaucaes para sistematizar información, rasgos y prácticas culturales vigentes? Las regiones se recrean y fortalecen su identidad mirándose en las raíces vivas. Y la cultura promaucae y su etnicidad siguen allí, no la hemos querido ver.