El Código Bergoglio
Un reportaje exhaustivo sobre cómo fue elegido el Papa Francisco, cuáles son sus prioridades, qué puede hacer o no hacer, quiénes lo resisten. También sobre cómo se podría agitar el cotarro político peruano con sus decisiones (Tomado de la revista PODER).
Ramiro Escobar La Cruz
En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), publicada el 26 de noviembre, el Papa califica a la economía imperante “como una nueva tiranía invisible”. Días antes, había creado una oficina para la vigilancia del lavado de dinero en el Instituto de Obras para la Religión (IOR) y anunciado la contratación de la auditora Ernst & Young para que supervise al Govenatorato, el gobierno de la Santa Sede.
El 17 de noviembre, otra decisión del Vaticano causó sorpresa entre los sectores más conservadores, cuando otorgó el Premio Giuseppe Sciacca en la categoría Investigación y Desarrollo al joven estadounidense de dieciséis años Jack Andraka. Su mérito: haber inventado un método para la detección temprana del cáncer de páncreas, de ovario y de pulmón. Su orientación sexual, públicamente asumida: homosexual. Dos días después, el Papa lanzó el siguiente tuit desde su cuenta @Pontifex_es, con más de cuatro millones de seguidores: “Los santos no son superhombres. Son personas que tienen el Amor de Dios en su corazón y comunican esta alegría a los demás”.
ENTRETELONES DEL CÓNCLAVE
La cascada de declaraciones y decisiones que se están produciendo en Roma y otros caminos de este mundo desde que el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio se convirtió en el papa número 266 de la Iglesia Católica Romana resulta incesante. Prácticamente no hay día en el que no provoque un remezón en las vetustas estructuras eclesiales, por lo que ha despertado el interés incluso en los extramuros del catolicismo. ¿Cómo llegó allí ese hombre que ahora viste solo de blanco?
No cayó del Cielo, exactamente. Ya en el cónclave del 2005, en el que fue elegido Joseph Ratzinger, el ex arzobispo de Buenos Aires quedó segundo en las votaciones. Estaba en el bolo de los papables de la elección de marzo del 2013, tras la sorpresiva renuncia de Benedicto XVI, anunciada por él mismo durante la misa del domingo 10 de febrero. Como explica Cecilia Tovar, del Instituto Bartolomé de las Casas, con su gesto desacralizó el papado, “lo hizo más humano”, y lo que ocurrió en las semanas posteriores de algún modo explica cómo es que hoy tenemos de Vicario de Cristo a un latinoamericano con un empuje notoriamente reformista.
Producido el terremoto papal —que se atribuye a un cóctel generado por los casos de pederastia, los escándalos financieros, pero sobre todo por los Vatileaks, esos documentos filtrados por Paolo Gabriele, el mayordomo de Benedicto XVI— los cardenales se comenzaron a reunir, a partir del 4 de marzo, en las “congregaciones generales”. Estas reuniones son previas al cónclave y en ellas se ventilan abiertamente las cuestiones relativas al gobierno de la Iglesia y a la sucesión papal.
Como cuenta el periodista argentino Andrés Beltramo en su libro De Benedicto a Francisco. Los 30 días que cambiaron a la Iglesia, estas congregaciones fueron especialmente significativas debido al clima generado por la renuncia papal, y en ellas participaron 150 cardenales, no solo los que iban a votar (los menores de 80 años), que al final fueron 115. El menú obligado en esas reuniones fue el impacto de los Vatileaks y la necesidad de reformar a la curia romana. Incluso se exigió ventilar el informe sobre las filtraciones, encargado por Benedicto XVI a los cardenales Julián Herranz, Salvatore De Giorgi y Jozef Tomko. Todo esto configuraba la urgencia de meditar detenidamente acerca de quién debía reemplazar a Ratzinger. Se pensaba en un cardenal joven, que encarara con fuerza los desafíos que dejaron exhausto al renunciante, posición que apoyaba, entre otros, el cardenal brasileño Raymundo Damasceno Assís.
Hasta el 12 de marzo hubo más de 160 intervenciones en estas congregaciones, según Beltramo. La de Bergoglio, breve pero apasionada, comenzó a perfilarlo como una carta interesante frente al cardenal Ángelo Scola, arzobispo de Milán, el más voceado y quien representaba la corriente italiana, deseosa de volver a la conducción de la Santa Sede.
EL PAPA DE BLANCO
Por fin, el 13 de marzo, segundo día del cónclave, en la quinta ronda de votaciones, el arzobispo de Buenos Aires accedió al papado. Scola había quedado en el camino y probablemente otro candidato de este lado del mundo: el brasileño Odilo Pedro Scherer. Todo el cúmulo de preocupaciones que envolvían al colegio cardenalicio, donde en un buen sector ya se percibía un intenso clamor de cambio, habían quedado plasmadas en esta elección trascendental.
No solo era el primer papa latinoamericano, sino el primero no europeo desde el año 741, cuando termina el período de Gregorio III, proveniente de Siria. Y el primer jesuita. Su elección, según diversas fuentes, fue impulsada por una coalición integrada por varios cardenales africanos, asiáticos, latinoamericanos, estadounidenses y algunos italianos. Todos nucleados en torno al deseo de reforma, que al parecer Bergoglio representaba con más claridad.
Ya no importó mucho su edad (76 años), ni el hecho de que no viviera en Roma. Por el contrario: justamente el que no fuera parte de la curia sugería que podría realizar cambios, algo que comenzó a notarse desde que se instaló su papado. A ello se agregó un estilo personal que cautivó primero a los cardenales electores y luego a la gente de a pie, que desde que salió al balcón de la Basílica de San Pedro percibió en él un talante cercano y austero.
Inauguró su gestión con un coloquial “Buona sera” y agregó: “Agradezco la acogida de la comunidad diocesana de Roma a su nuevo obispo”. Esa expresión rayó la cancha para su futura actividad, por razones históricas y eclesiásticas. Inicialmente, los papas eran, en efecto, solo obispos de Roma, el primero de los cuales fue Pedro. En otras palabras, los pontífices de aquel tiempo desarrollaban una labor de alcance bastante más modesto que el que desarrollan hoy.
Más aún: en los primeros siglos del cristianismo, otros obispos también podían ser llamados papas, el acrónimo del latín Petrus Apostolus Potestatem Accipiens (“sucesor de Pedro”). Pero en el siglo XII Gregorio VII estableció que solo el pontífice nombraba a los obispos y el papado cobró fuerza global, en una época sembrada de disputas entre emperadores. Bergoglio debe conocer toda esta historia, y de allí el guiño a llamarse “obispo de Roma”.
Eso, y el vestirse siempre de blanco, lo acerca a la gente. Marca, además, una línea de continuidad con su conducta desde que era arzobispo de Buenos Aires, tal como explica la periodista Elisabetta Piqué, del diario La Nación, la única que pronosticó su elección. “Es un hombre que siempre se tuteó y dejó tutearse por el repartidor de diarios de la esquina, por el quiosquero, por esa mujer embarazada, madre soltera o separada que le pedía consejo”, escribe.
Su cercanía afectuosa, por añadidura, expresada por ejemplo en el abrazo a un hombre con el rostro desfigurado en la Plaza San Pedro, estaría vinculada a la denominada Teología del Pueblo, desarrollada en Argentina. Esta fue una corriente cuyas figuras principales fueron los sacerdotes Lucio Gera, ya fallecido, y el también jesuita Juan Carlos Scannone. De allí también el presunto vínculo del Bergoglio con el peronismo más popular, anclado en los barrios pobres.
CAMBIOS Y RESISTENCIAS
El Papa ha decidido vivir en la residencia de Santa Marta en lugar de en la habitación papal (“es muy grande y tiene la puerta muy chica”, dijo), usa el ascensor por donde circulan todos los funcionarios vaticanos, y viaja en un Renault de 1984 o en un Ford Focus, no en la exclusiva limosina papal. Como él mismo ha dicho, necesita estar con la gente, no encerrado en la soledad del poder. Pero junto con todo esto ha emprendido algunas acciones que están sacudiendo el cotarro eclesial.
Según un cura limeño —que, por esas cosas de la disciplina eclesial, prefiere el anonimato—, Francisco “no podría hacer cambios si no contara con apoyo popular. Una cosa va con la otra”. Uno de los frentes que, por ejemplo, ha encarado con una fuerza inusitada en comparación con los pontífices anteriores es el de las finanzas vaticanas. Recuérdese que este fue un asunto muy espinoso para Benedicto XVI, al punto que habría sido uno de los activadores de su renuncia.
En el 2009, Ratzinger nombró al economista Ettore Gotti Tedeschi como presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), pero al año siguiente, el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, lo removió del cargo. Benedicto XVI no lo sabía y sufrió, hasta las lágrimas, por el ingrato episodio, que acabó con su propósito de sanear esta esquina oscura del Vaticano.
Bergoglio ha tomado las arcas por las astas. El 24 de junio nombró una comisión para hacer una radiografía de la institución. Según la agencia Zenit, no es una entidad que hará una vigilancia, sino que procurará armonizar lo que hace dicho instituto “con la misión de la Iglesia”, algo que en los últimos años resultaba harto discutible. La comisión es presidida por el cardenal Raffael Farina y trabajará con el presidente del IOR, Ernst Von Freyberg, nombrado por Benedicto XVI. La idea sería insertar a esta entidad dentro de los cánones de la banca europea.
Como si el afuera jugara en pared, pocos días después fue detenido en Roma el obispo de Salerno, Nunzio Scarano, precisamente por una acusación de blanqueo a través del IOR. No se escuchó ni al Papa ni a la curia pontificia salir en su defensa, lo que marca una radical diferencia con el pasado. En los ochenta, Roma pidió inmunidad para el arzobispo Paul Marcinkus, implicado en la quiebra del Banco Ambrosiano, del cual el Vaticano era accionista principal.
Los actuales funcionarios del IOR ya saben que Bergoglio no se va a mostrar pusilánime ante los escándalos financieros. De hecho, ha creado una oficina de vigilancia contra el lavado de dinero, que comenzó a operar el 21 de noviembre. A pesar de estar dentro de la Autoridad de Información Financiera (AIF) de la Santa Sede, tiene “funciones con plena autonomía”.
Aquí el “obispo de Roma” choca con un frente complicadísimo, incluso peligroso. Volviendo a la elección papal, quienes lo habrían resistido en el cónclave son precisamente aquellos que no desean que esto cambie. O quienes, como el personaje de El gatopardo, la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quieren “cambiar todo para que nada cambie”. Una fuente eclesial señala que ese grupo estaría compuesto básicamente por cardenales italianos de larga data, con gran presencia en la curia.
Uno de ellos sería Angelo Sodano, secretario de Estado de Juan Pablo II y hombre cercano al Opus Dei. A pesar de no haber votado, por tener 86 años, en el momento de la elección —y aún ahora— se desempeñaba como decano del Colegio Cardenalicio; es decir, quien preside a todos los cardenales, electores o no. Fue él quien celebró la misa previa al cónclave en el que fue elegido Bergoglio y, por supuesto, estuvo presente en las intensas deliberaciones de las congregaciones generales.
NO LES SIMPATIZA
Sodano representa a una corriente denominada de los “diplomáticos” y tiene una controvertida hoja de vida. En 1977, Pablo VI lo nombró nuncio apostólico en Chile, durante la época de Augusto Pinochet, con el que mantuvo magníficas y empalagosas relaciones. Más tarde, en 1999, ya en la era de Juan Pablo II, el Vaticano lo envió a Londres para mediar por la liberación del generalísimo chileno, detenido por orden del juez español Baltasar Garzón.
En el 2010, America, la revista de los jesuitas estadounidenses, pidió que ruede su cabeza cardenalicia por “la sórdida forma” en que el padre Marcial Maciel, el siniestro fundador de los Legionarios de Cristo —ya fallecido, pero acusado de numerosos abusos sexuales—, habría sido protegido por Sodano. Benedicto XVI, a pesar de que luchaba por arrinconar a Maciel, no lo destituyó, por lo que siguió siendo una figura de peso en la Santa Sede.
Según una fuente eclesial, este cardenal sería uno de los que resiste los cambios que viene propiciando Francisco, que también ha pisado a fondo en la tolerancia cero con los casos de pederastia. Apenas al día siguiente de asumir su pontificado, el 14 de marzo, mostró su distancia con el cardenal Bernard Law, acusado en Estados Unidos de haber encubierto a 250 sacerdotes pederastas. Le pidió que no frecuentara la Basílica de Santa María la Mayor. Law era arcipreste (administrador) de este lugar, nombrado por Juan Pablo II en el 2004, cuando ya se conocían los abusos que presuntamente encubrió. Pronto sería enviado a un convento de clausura, si es que no se expone a una sanción mayor. Como es obvio, los cardenales implicados en estos casos conformarían otro grupo que resistiría la impronta de Bergoglio.
Desde el punto de vista ideológico, los grupos considerados más conservadores, como el Opus Dei, Pro Ecclesia Sancta o en el Perú el Sodalitium Christianae Vitae, lo mirarían por lo menos con cierta preocupación, pues está reivindicando con mucha fuerza el Concilio Vaticano II. Ese gran cambio en la Iglesia propiciado por Juan XXIII que aireó las prácticas católicas y en el que se apostó fuertemente por el ecumenismo y la modernización.
No es que estos movimientos no acepten, en absoluto, el legado de dicho macro evento eclesial. Pero ocurre que después del Concilio Vaticano II vinieron las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1989) y Aparecida (2007). Sobre todo en las dos primeras, emergieron con fuerza corrientes “progresistas” como la Teología de la Liberación, con la que estos grupos mantienen una controversia en ocasiones muy áspera.
Esa suerte de frente “anti Vaticano II”, además, tiene años en Roma y nunca se ha extinguido. Uno de sus impulsores fue el cardenal Giuseppe Siri, ex arzobispo de Génova, fallecido en 1989 que, sin embargo, siempre permaneció dentro de los predios católicos. Otro, que sí terminó fuera, fue el arzobispo francés Marcel Lefebvre, que en 1970 fundó la Hermandad San Pío X. Benedicto XVI intentó reconciliarse con este movimiento, sin conseguir fruto beato alguno.
Lefebvre falleció en 1991, pero sus seguidores siguen activos, con 509 sacerdotes y 215 seminaristas en el mundo entero. Su líder espiritual, monseñor Bernard Fellay, recientemente dijo en Kansas City, Estados Unidos: “El Papa actual está empeorando diez mil veces la situación”. La fuente es Radio Cristiandad, “la voz de la tradición católica”, una emisora que parece estar en pie de guerra contra Francisco.
Los lefebvrianos incluso han pasado de las palabras a los hechos violentos. El 12 de noviembre, al grito de “¡fuera adoradores de dioses falsos!”, irrumpieron en una celebración ecuménica que se realizaba en la catedral de Buenos Aires, en la que estaban presentes el actual arzobispo Mario Poli, el rabino Abraham Skorka y otros importantes líderes religiosos. Ese día se conmemoraban los 75 años de la violenta “Noche de los cristales rotos” en Alemania, perpetrada contra los judíos.
Ante el hecho, el sacerdote español de la provincia de León, Jesús Calvo, un conocido cura falangista del presente, más bien llamó “escandalosa” la presencia de los judíos en el templo bonaerense y acusó al nuevo “obispo de Roma” de estar influido por la masonería. Hasta recordó que el derecho canónico contempla la posibilidad de desobedecer al papa “si no cumple con su deber y atenta contra sus propios deberes”. Todo un llamado a la rebelión.
En el propio Vaticano también hay cabes. El 15 de junio, Bergoglio nombró como prelado del IOR a monseñor Giovanni Battista Ricca, a quien conoció en la Casa de Santa Marta, donde vive. Para que proceda ese nombramiento, el Papa debía revisar un expediente que le fue facilitado por la curia. En el mismo, como informó la revista L’Espresso, no había nada “inapropiado”. Pero tiempo después se destapó una “inesperada” caja de Pandora. Entre 1999 y el 2004, Ricca estuvo delegado en la nunciatura apostólica de Montevideo, Uruguay. En ese tiempo, habría mantenido relaciones homosexuales con un capitán del ejército suizo llamado Patrick Haari, quien incluso habría vivido en esa sede eclesial. El hecho causó protestas y llevó a que el obispo fuera traslado a la nunciatura de Trinidad y Tobago, donde también fue cuestionado y, al final, retirado del servicio diplomático vaticano.
Francisco, al parecer, no conocía de estos antecedentes. O, mejor dicho, se los ocultaron, con lo que quedó patente que el camino de reforma está empedrado de no siempre santas intenciones. Acaso arriesgándose, ha decidido mantener en el cargo a Ricca, lo que le ha acarreado no pocas críticas, especialmente de los sectores conservadores que están mirando con lupa lo que hace, lo que no hace, lo que dice. Lo que decide.
Otra medida que puede haberle abierto un frente es el nombramiento, en agosto, del nuevo secretario de Estado, que reemplaza a Tarcisio Bertone, implicado en el caso de los Vatileaks. Se trata del arzobispo Pietro Parolin, un hombre de 58 años que viene de la Nunciatura Apostólica de Caracas, donde lidió con inteligencia en los rudos tiempos de Hugo Chávez. A diferencia de su antecesor, envuelto en intrigas, Parolin es un hábil diplomático.
A mediados de septiembre, se hizo más conocido porque afirmó que el celibato no era un dogma y que “se podía discutir”. Aunque después matizó sus declaraciones diciendo que “no se puede decir que sencillamente pertenece al pasado”, remarcó que era un gran desafío para el Papa. La declaración sonó, por supuesto, desafiante, especialmente para las zonas más medievales de la Iglesia católica. Y, nuevamente, le abrió a Bergoglio un flanco en el territorio más conservador.
POBREZA, SOBRIEDAD, UNIDAD
En tiempos de Francisco, asimismo, la pobreza ha vuelto a ser un asunto clave en la Iglesia católica. En doctrina, hechos, gestos. La austeridad lo distingue y a la vez le ha hecho tomar decisiones contundentes. El miércoles 23 de octubre suspendió en sus tareas al obispo de Limburgo (Alemania), Franz-Peter Tebartz-van Elst, llamado en el país teutón el “obispo de lujo” por construirse un palacio episcopal que costó la impía friolera de 42 millones de dólares. El prelado mintió reiteradamente sobre el precio de las instalaciones —que incluyen un museo, un parque privado y una bañera de 20.000 dólares—, hasta que tuvo que admitir la abultada suma. Cuatro mil católicos firmaron una carta abierta en su contra. Lo esperable era que Bergoglio, el Papa que ha pedido una Iglesia de los pobres, reaccionara. Y así fue: se le retiró del cargo y aún no se sabe si volverá a su diócesis.
La sintonía de Francisco hacia este tema pasa, al mismo tiempo, por una mayor apertura hacia la Teología de la Liberación, la importante corriente católica, de corte progresista, expandida por todo el mundo y especialmente por América Latina, y uno de cuyos inspiradores es el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez. Noticia bomba para los católicos reaccionarios: en septiembre, L’Osservatore Romano, el periódico oficial del Vaticano, publicó un texto de Gutiérrez.
Los malabares de los sectores más conservadores por ningunear el hecho fueron conmovedores. Cierto: Bergoglio no es un teólogo de la liberación, solo que el hecho, macizo, de que se haya publicado el trabajo de Gutiérrez (era un fragmento de un libro suyo) en el medio oficial vaticano habla, a las clarísimas, de que no tiene deseo alguno de poner en tela de juicio a esta corriente católica, tal como ocurrió en los pontificados anteriores, especialmente en el de Juan Pablo II.
La formación del Papa en la Teología Popular ha abierto esta puerta, pero también su vocación por un gobierno más colegiado de la Iglesia. Para ello, ha nombrado un G-8, un grupo de ocho cardenales provenientes de los cinco continentes. Su coordinador es el hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, de 70 años, considerado un progresista a pesar de que, en el 2009, apoyó el golpe contra el presidente Manuel Zelaya.
Desde octubre, “los 8” ya se encuentran en Roma, y a inicios de diciembre anunciaron que se instituirá una comisión para luchar contra la pederastia en el seno de la Iglesia —aunque se criticó la decisión del Vaticano de no compartir con la ONU su información sobre este espinoso tema—.
El Papa ha declarado que este grupo no es una invención suya, sino “el fruto de la voluntad de los cardenales, tal como se expresó en las congregaciones generales antes del cónclave”. Nuevamente, esa discusión previa resulta clave para entender todo este proceso.
El hecho de que, a comienzos de noviembre, haya enviado un cuestionario a los católicos de todo el mundo sobre el retorno de los divorciados, el matrimonio homosexual y otros ítems “difíciles”, muestra una disposición de convocar una discusión más comunitaria, menos centrada en él mismo. En octubre del próximo año, un sínodo —reunión de obispos— extraordinario sobre la familia procesará las respuestas, y entonces se verá si también se escucha la voz de las bases.
DISCERNIR, NO DISOLVER
Bergoglio, finalmente, es un jesuita y, a pesar de que desde que fue nombrado obispo en 1992 no vive con la comunidad respectiva, guarda una característica crucial: el discernimiento, propio de los ejercicios espirituales ignacianos (los de la Compañía de Jesús). Esto, según sus propias palabras, lo impele a pensar “siempre y continuamente con los ojos puestos el horizonte al que debe caminar”. ¿Qué hay en ese horizonte? Parece que pocas ganas de no cambiar.
Todo indica que no pretende shock alguno, aunque sí reformas. Sus planes, sin embargo, no tendrían sentido si su vida no fuera, en efecto, sencilla. El 11 de agosto, cuando dos voluntarios de la Asociación Arcoiris Marco Iagulli Onlus, que da alivio a niños con cáncer, entraban al Vaticano para casarse, los interceptó y se puso la misma bola roja en la nariz que ellos. Ese pequeño gesto, tan suelto y humano, lo muestra preparado para transformaciones más serias.
RECUADROS
En el tintero papal
Estas son algunas reformas que también podrían ser acometidas por el papa Francisco.
- La revisión del celibato, impuesto como obligatorio desde el Concilio de Trento (1545-1563) pero que, como ha dicho Parolin, el nuevo secretario de Estado, “no es un dogma”. En las iglesias católicas de rito oriental, unidas a Roma, es opcional.
- Lo anterior abriría la puerta a unos 50.000 curas casados que se agrupan en la Federación Europea de Curas Casados o en la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados (en el Perú, el grupo se llama Diálogo y Vida).
- La posibilidad del sacerdocio femenino ha sido cerrada, por boca del mismo Papa. Sin embargo, al declarar que “en los lugares donde se toman decisiones importantes es necesario el genio femenino” ha lanzado un mensaje que podría resultar clave.
- El analista Juan Arias, del diario español El País, sostiene que el Papa podría nombrar cardenal a una mujer. Según el derecho canónico, para ser cardenal basta con ser presbítero o diácono y destacar por “las costumbres, piedad y prudencia”.
- El último cardenal no sacerdote fue Teodolfo Mertel, en el siglo XIX, diácono (grado anterior al de sacerdote) de San Eustaquio, en Roma. Para que una mujer sea cardenal tendría que recuperarse la figura de la diaconisa, ausente desde el siglo IV.
- El Sínodo de Laodicea (363 a 364 A.C.) suspendió esa posibilidad. Pero si se retoma una diaconisa podría bautizar, presidir un matrimonio y, por supuesto, convertirse en cardenal. Lo que haría que participe nada menos que en el cónclave que elige al Papa.
- Respecto de los divorciados, Bergoglio dijo, en la basílica romana de San Juan de Letrán el domingo 15 de septiembre, que debe buscarse “otra vía” para que quienes hayan contraído segundas nupcias “se sientan en casa” y puedan ser acogidos. No se ha precisado qué haría, pero una posibilidad es que se agilicen los trámites de nulidad de matrimonio religioso.
- Sobre el colectivo homosexual, se ha comentado ya in extremis lo que ha dicho este Papa, debido a su sentencia de que no era nadie “para juzgar a los gays”. Lo enfatizó luego de precisar que hablaba de homosexuales “que tienen buena voluntad y buscan a Dios”.
- Un cura consultado en Lima piensa que, con el tiempo, podría surgir una “pastoral homosexual” ya existente de manera informal en algunos países, incluyendo el Perú. Pero lo único que hay, por el momento, es un declarado mayor respeto por ellos.
- “No podemos —dice el Papa en la entrevista con La Civiltá Cattolica— insistir solo en cuestiones referentes al aborto, el matrimonio homosexual o el uso de anticonceptivos”. En otras palabras: no está en una cruzada permanente por estos asuntos.
- Pero las esperanzas de apertura en este territorio chocan con la excomunión, aprobada el 31 de mayo por el mismo Francisco, del sacerdote australiano Greg Reynolds, quien mostró públicamente su apoyo al matrimonio igualitario.
E- n julio, el Papa decidió reformar el Código Penal de la Santa Sede, para endurecer las sanciones contra los pederastas y facilitar su procesamiento si los delitos son cometidos fuera del Vaticano
Ecos pontificios en el Perú
La noticia más fresca sobre el Vaticano vinculada al Perú es que el Papa se reunirá en diciembre con el presidente Ollanta Humala. El encuentro no tendría nada de extraordinario, pues Bergoglio ha recibido a varios presidentes latinoamericanos, entre ellos Nicolás Maduro, José Mujica y, claro, Cristina Fernández. También ha conversado con el opositor venezolano Henrique Capriles.
Antes de eso, las señales de cambio por estos lares han tenido que ver más bien con un asunto menos auspicioso: la destitución del ex obispo auxiliar de Ayacucho Gabino Miranda, acusado de pederastia.
Salvador Piñeiro, primado de la ciudad de Huamanga y actual presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, fue informado por dicha entidad de lo que había ocurrido y afirmó, según el diario La República, que la Santa Sede “debe haber visto razones para sancionarlo drásticamente”. Todo lo anterior sugiere que la tolerancia cero frente al tema llegó al Perú vía este penoso caso.
Lo sorprendente es que, aún en octubre, luego de las declaraciones de Piñeiro, monseñor Juan Luis Cipriani seguía sosteniendo que la denuncia contra Miranda “era un circo bien organizado”. La falta de sintonía con Roma parecía evidenciarse en esta declaración, sobre todo si se tiene en cuenta que el cardenal fue quien recomendó a Miranda para que sea nombrado obispo.
Este podría no ser un buen tiempo papal para Cipriani, quien tendría vientos en contra, a diferencia de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. En el de este último, por ejemplo, contó con el apoyo de Tarcisio Bertone, el secretario de Estado hoy ya reemplazado, frente al contencioso que tiene con la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).
Falta saber, sin embargo, qué pasará con el probable nombramiento de nuevos obispos, un asunto que siempre marca las relaciones de Roma con los episcopados de cada país. Los nuevos candidatos tienen que pasar por la nunciatura apostólica, hoy ejercida por el arzobispo James Patrick Green, a quien algunas fuentes eclesiales consideran de talante conservador.
No sería extraño que los nuevos obispos que en algún momento se nombren sean de corte más renovador, en sintonía con lo que va propugnando el papa Francisco. Podría incluso nombrarse un nuevo cardenal (Brasil y Colombia ya tienen varios), con lo que el cotarro eclesial peruano sí que sufriría una transustanciación.
Publicado en la revista PODER en la edición de diciembre del 2013