Los ideales y formas de vida diferentes unen a las personas. Quizá ahí radica la felicidad en el amor, cuando las almas que no son gemelas se complementan de tal forma que uno le da la paz a la otra y viceversa. Elise y Didier tienen personalidades distintas. Él ateo radical, con una visión muy clara del romanticismo, al que acoge en sus entrañas en cada canción que toca y canta, ya que la emotividad se desprende en su amor por la música. Ella es una tatuadora, creyente de la doctrina religiosa y más apegada a la realidad, consciente de que no todo es ilusión y onirismo en la vida. Sus vidas se cruzan, se atrapan entre ellas y desatan un amor que pocas veces las mentes más fuertes pueden controlar.

La unión se fortalece con la llegada de una hija en sus vidas, el regalo divino que toda pareja ansía tener. Pero, como dice la propia Elise, "nada es tan bueno como para ser real". La pequeña Maybelle cae enferma de cáncer y el amor de pareja tiene que ser más sólido para mantener las fuerzas y es así como las personalidades distintas, los ideales disimiles y las reacciones comienzan a emerger.

Esta película belga nos muestra la lucha que afrontamos ante la muerte, en alguna oportunidad de nuestra vida. Aquella que saca lo peor o lo mejor de nosotros. Aquella que debe mostrarnos que hay errores que deben ser curados y remediados con el pasar del tiempo. Y no todo se soluciona con amor ni frases bonitas, sino con nuestras acciones. Así es como el círculo que inicia una vez, o puede tardar una eternidad en cerrarse o lo vemos rápidamente terminar. 

Nominada al Óscar en el rubro de Mejor Película Extranjera, yo quisiera que gane porque la forma tan sutil que toco un tema tan dramático, es natural y se asemeja mucho con la visión que vemos en la realidad. Un camino de alegrías y sufrimientos. Porque hay canciones tristes y alegres.  Y muchas también que tienen de ambas emociones. 

Dirigida por Felix Van Groeningen.