- Vistas en silencio
La primera visita al barrio donde viven los descendientes de gitanos Rom fue para observar el terreno y el comportamiento general de los vecinos (sabía de la dificultad existente para establecer alguna comunicación con ellos). A primera vista es un barrio tranquilo, viviendas de más de dos pisos, pistas y veredas limpias y personas que pasan de vez en cuando.
Los Rom que se han instalado entre los distritos de San Luís y San Borja, llegaron entre 1890 y 1900 al puerto del Callao. Desde ahí se fueron movilizando a los distritos de La Victoria, el Rímac y otras partes de Lima, trabajando en la calles con animales amaestrados, practicando la quiromancia (lectura de manos) y la cartomancia (lectura de cartas). Conforme fueron mejorando su situación socioeconómica, llegaron a instalarse en los dos distritos mencionados al inicio de este párrafo.
La pesadumbre del viaje en bus se detiene entre la avenida Canadá y la avenida San Luís, nombrada así por el distrito al que pertenece. Caminando por San Luís, pasando la primera cuadra después de bajar, está un pasaje peatonal que, con una reja oxidada, separa el ruido de la avenida de la pacífica zona urbana.
El silencio es algo que a las siete de la noche llama bastante la atención. Una cuadra después de haber cruzado aquella reja, se tiene la sensación de estar entrando a un lugar distante de Lima y del bullicio de las avenidas. Varios pasos después, en una tienda improvisada, pregunto al anciano que aparentemente es el dueño, si sabe algo sobre una comunidad gitana que está establecida hace varios años en este distrito:
–Buenas noches, señor, me han dicho que por aquí viven unos gitanos que aún mantienen sus costumbres, sabe, estoy escribiendo una crónica…
El hombre parece dudar o finge no escucharme. Piensa un momento, me interrumpe y responde con un sí fulminante; en seguida, entra a la trastienda para no salir otra vez. Había que seguir adentrándose más, preguntando si alguien los había visto.
- Un prejuicio que viajó cien años
Lo primero que vi fueron carpas de distintos tamaños entre sí, ocupadas por unos seres distintos. Aparecieron de un día para otro en un terreno baldío en Huancayo –de clima seco y cielo despejado, ubicada en Junín al centro del Perú- una ciudad fría en la que viví un tiempo durante la infancia.
Quien fuera que pasaba podía ver de lejos que no se trataba específicamente de un circo, sino de un grupo de personas que sin lugar a dudas eran parientes. Sus cabellos rubios y castaños, la forma larga de sus rostros, unas narices peculiares, los ojos verdes o azules y su extraña forma de hablar el español, evidenciaban que eran inmigrantes. Su atuendo llamaba la atención de todos los vecinos que pasaban en la mañana yendo a trabajar o estudiar. Era imposible no girar el cuello para verlos existir a lo largo de los dos minutos que duraba la caminata hacia el paradero de buses o ‘combis’.
Por la precariedad de sus límites, la visibilidad hacia su mundo se transformaba en una ironía. Aunque se podría decir que tenían privacidad. De alguna manera, lograban mantener a los curiosos fuera de su hábitat. Para los curiosos, no era difícil notar la especie de domo invisible que se dibujaba en su perímetro, haciéndoles sentir intrusos al acercarse mucho.
Algunos adultos los miraban con recelo y otros con desprecio. Los curiosos eran niños y especulaban respecto a su identidad, el motivo de su visita y el tiempo de su estadía; hasta que, pasada una semana de su llegada, una noche vieron que una de las carpas se encontraba abierta e iluminada. Adentro se presentaba una secuencia de actos circenses pobretones y un letrero provisional al fondo que anunciaba: “CIRCO GITANO”.
Lo primero que escuché al día siguiente, fue que los gitanos eran seres malvivientes y despreciables, ladrones y estafadores e, incluso, que raptaban niños. Esta serie de calificativos no sería más que el resultado de la influencia que pudo haber tenido, a través de los años, la prensa peruana de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, que a la llegada de los gitanos a Lima los describía de manera agresiva:
“Gitanos
Interceptando el paso de los transeúntes, obligando a salir al centro de la calle a señoras, chiquillas y demás gente asustadiza, caminaba hoy por una acera de la cuadra de esta imprenta, una partida de mugrientos gitanos, uno de los cuales conducía de tiro un gran oso sucio, feo y de feroz aspecto, de esos conque se empeñan en sacar monedas, por donde quiera que van esas tribus vagabundas que la Bohemia arroja sobre todo el orbe. Ya es harto que se permita que esos tipos asquerosos avergüencen las más centrales calles de una capital civilizada; que además de esto, se les consienta ocupar las aceras con sus fieras e introduciéndose a fortiori en patios de casas decentes a improvisar espectáculos y pedir dinero en recompensa, es ya más de lo tolerable y que pide la intervención de la policía, en guarda de la tranquilidad de los transeúntes y de los que están por ver en el patio de su casa una fiera bailando a fuerza de palos.”
El Comercio, octubre 18 de 1892
Como esta descripción, existen muchas publicaciones similares que hizo la prensa de aquellos días, con el mismo tono despectivo. Aquella publicación hace además referencia a la llegada de los Rom caracterizados por domar osos y animales en general para ofrecer números a cambio de monedas.
- Buscando algunos rastros gitanos
Cuando comentaba a algunos compañeros sobre el tema de esta crónica, la mayoría de ellos suponían que en el distrito de San Luís habría un terreno baldío, y en este, una gran carpa llena de gitanos bailando, bebiendo y jugando a los dados o a las apuestas. Y sobre todo la pregunta que se hacían era ¿hasta cuándo se quedarán?
Era natural esperar ese tipo de pregunta, ya que a lo largo de muchos siglos, se sabe que el pueblo gitano ha viajado a lo largo de todo el continente europeo, llegando hasta América, en un constante proceso migratorio que pareciera no tener fin. Sin embargo, los gitanos que ahora viven en San Luís, tienen casas propias y están establecidos en el barrio como cualquier otro.
Esto significaba que estos gitanos dejaron la vida nómade y estaban establecidos en un lugar fijo. Ahora son gitanos sedentarios, pensé.
La caminata continuó hasta llegar a un parque de grandes áreas verdes llamado “La virgen de la Medalla” (efectivamente, al centro está la estatua de una virgen con unas medallas en la mano). El parque estaba desolado. La caminata continuó hasta al final de la calle, donde hallé una bodega y se encontraba el primer rastro gitano. Conversando con Mauro Mucha y su esposa Estela Castillo, dueños de aquella tienda, a quienes –después de afirmar que tenían contacto con los gitanos- les pregunté sobre sus compras:
– ¿Qué es lo que más compran los gitanos?
–Compran un montón de dulces.
– ¿Y a qué hora vienen?
–Desde las ocho de la mañana a comprar lo normal, sus papas, carne… Pero eso sí, les gusta alzar la voz para que les hagas caso. Si hay otro cliente al que estás atendiendo quieren que les atiendas a ellos primero.
– ¿Son petulantes?
–Sí, pero nosotros las ‘cuadramos’, porque hay algunas que se quieren sobrepasar.
– ¿Qué dicen?
–“Me vas a atender o no”, viendo que está la gente ahí esperando se quieren meter. Y como son bien rápidas (las mujeres gitanas) para meterse las cosas a su cartera tenemos que atenderlas rápido.
– Pero no son pobres…
–No, tienen sus carrazos… –y se dedican a la compra y venta de automóviles de segunda mano, muchos por la avenida Canadá.
Aunque Estela no sabía a qué se dedicaban, verifiqué que los gitanos peruanos que estaba buscando sí existían dentro de un barrio de Lima, teniendo los mismos rituales de compra en una tienda. Sin embargo, la mujer mostró varios prejuicios que la prensa de inicios de siglo había difundido alguna vez. Pero tampoco se trata de vindicarlos.
Mauro Mucha entra a la tienda, parece haber ido traer algo de su casa, que está al costado de esta. Su esposa le pregunta lo mismo, para confirmar lo que estaba contando sobre los gitanos. El hombre nos cuenta que el vegetal que más consumen es la col. Después, cambiando de tema, explicó a grandes rasgos la simbología de las faldas gitanas.
Cuando una gitana usa una falda larga significa que es casada o que ya es de un hombre, mientras que las no las usan, y dicho sea de paso, usan ropa común y corriente, aún son solteras y es símbolo de virginidad.
Las gitanas que aún son vírgenes no pueden salir a la calle sin la vigilancia de alguna tutora –usualmente es una mujer mayor- quien va detrás, cuidándolas.
La mayoría de gitanos se casan muy jóvenes. Las mujeres lo hacen alrededor de los 15 o 16 años y los varones antes de cumplir los 20. En algunos sectores, para casarse, lo hombres deben pagar una dota, establecida antiguamente en 25 monedas de oro, pero en la actualidad se negocia con otros bienes. Esto es por la indemnización que hace la familia del novio a la familia de la hija por la pérdida de esta.
- El vigilante de Murcia
Los esposos de la tienda mencionaron que los gitanos del barrio solo hablaban con gente que conocían. Raramente hablarían con extraños. Salí de la tienda caminando por la pista empolvada y volteé a la derecha por la calle Murcia. Una calle que tiene unos adoquines de cemento a los costados, haciendo que solo pase estrechamente un auto.
A la mitad de la caminata por esa calle, encontré de pie a un hombre negro de baja estatura y ojos achinados. Vestía el típico uniforme marrón de vigilante de barrio y una gorra azul. Le pregunté la misma pregunta que a los demás.
–Yo conozco algunos gitanos –respondió- y he trabajado con ellos cuando era joven- agregó finalmente con una sonrisa a medias.
Alex Donaire tiene 61 años y ha conocido gitanos cuando trabajó en La Parada hace muchos años. Aunque parece fallarle la memoria, puede recordar algún episodio que no se anima a contar completo aún. Para él los gitanos no parecen ser tan petulantes como para Estela Castillo, la mujer de la tienda, pero no resultan ser tan cordiales en todas las ocasiones.
El señor Alex dice que “hay gitanos que son buenos y otros que son déspotas”. Quizá ellos no han querido adoptar esa actitud, sino que al ser víctimas de tantos prejuicios a lo largo de su historia en Lima, ¿no sería natural que estén a la defensiva y que tengan que alzar la voz al entrar a una tienda o al conversar con alguien y que se sean herméticos y selectivos en sus relaciones sociales?
Con una gracia difícil de evitar, provocando varias risas y enojos, el anciano enjuto hace una descripción que –más allá de lo incómodo- muestra que ha ocurrido cierto tipo de mestizaje entre gitanos y peruanos.
–Como ahora va pasando la moda, se van casando con gente y ya van cambiando. Los gitanos de mi época eran ‘rosaditos de ojos verdes’ –refiriéndose a que eran de piel blanca-. Aunque se les nota, han cambiado, ahora ves gitanos así –señala su rostro- así de mi color con pelo casi ‘azambado’ ¿dónde has visto gitanos así antes?
Esta es su forma de describir el mestizaje entre gitanos y peruanos.
En mi segunda visita al barrio donde conviven peruanos y gitanos-peruanos, en un parque al que llamo “Parque 2”, que es más pequeño que el anterior y al que le hace falta un monumento distintivo, observé varias mujeres, quienes, sin lugar a dudas, eran peruanas por sus rasgos y el tono de voz, vestidas con faldas gitanas, caminando por el medio de aquel espacio. Estas iban acompañadas de otras gitanas de rasgos romaníes. Hablaban romaní entre ellas cada vez que intentaba prestar atención a algo que dijeran.
Alex trae a su mente aquel recuerdo inconcluso, cuando trabajaba en La Parada junto con otros gitanos que pudo conocer de cerca. Varios de ellos, cuenta, se trasladaron del antiguo mercado hacia San Luís. Las mujeres se dedican a leer las cartas vaticinando el futuro de algunos incautos, otras leían las líneas de las manos para lo mismo. Los hombres, de otro lado, trabajaban de vendedores de chatarra.
Afirmar este dato y generalizarlo sería un error. Sin embargo, creo que definitivamente tuvieron que existir varios gitanos que se dedicaron al negocio de la chatarra por el ex mercado La Parada cuando el señor Alex Donaire fue joven.
– ¿Cómo tratan los gitanos a sus esposas?, le pregunté a Donaire.
Si bien es cierto, por la conformación de sus costumbres se puede deducir que la sociedad gitana es machista. Sin embargo, sabía que las deducciones que podía sacar de algunos libros o recortes podía variar significativamente en la realidad.
“Los hombres son celosos con sus mujeres”, afirma Alex. La mujer tiene que cumplir una serie de obligaciones con su marido. La sociedad gitana parte de un enfoque que favorece a los varones. En algunas tribus muy estrictas de Europa, si la casa es de dos pisos, y en el primero están todos los hombres, las mujeres no pueden subir al segundo piso, ya que sus costumbres dicen no pueden estar nunca sobre el hombre.
Otro dato curioso –y arbitrario- se refiere a la visita del suegro de la mujer. Mientras este se encuentre dentro del recinto, la mujer no puede utilizar el baño –tanto para bañarse como para hacer sus necesidades- hasta que su suegro se retire.
Es imposible que una mujer casada –con falda larga- hable con otro hombre que no sea gitano sin el permiso de su esposo. Las mujeres que aún no se casan, que obviamente no han tenido ningún tipo de contacto sexual con por lo estrictos respecto a la virginidad, no pueden hablar con nadie de afuera hasta que se case. Tienen obligaciones domésticas y, en muchos, están criadas para obedecer al hombre.
Es por eso que uno no puede animarse a hablarle a una mujer gitana que lleva falda porque corre el riesgo de meterse en un problema. Esto lo comprobé después al intentar hablar con una de ellas, quien vestía una falda larga –símbolo de que le pertenecía a un gitano. La mujer pronuncia unas palabras que no entiendo –en romaní- y después sale un tipo alto, blanco, fornido, con la cara larga y la nariz peculiar a preguntarme agresivamente qué quería y tuve que acabar de esa forma la vigilancia por esa noche, condicionado por el riesgo alto de ser golpeado.
- ¿Herméticos y agresivos?
Mientras una de las tantas caminatas por el barrio de los gitanos daba lugar entre las calles Almeria y Alicante, sentando en una esquina fumando un cigarro, esperando que pase algo interesante para esta crónica de largo aliento –llamada así Raúl Ortíz mi profesor de periodismo escrito-, la calle de iluminación tenue se pinta de unos halos de luz azul intermitente. Es una motocicleta ocupada por dos agentes del Serenazgo de San Luís, encargados de la seguridad de esa parte del distrito, que hacían su ronda de turno. Eran las nueve de la noche.
Se quedan viéndome un rato mientras ruedan en dos llantas por la pista, quizá piensan que estoy al asecho de alguien o algo. Justo al frente de esta esquina, unas horas antes, vi entrar a dos mujeres delgadas, de caderas anchas y faldones negros hasta el suelo. Era seguro que fueran gitanas. La entrada de ese lugar tiene una reja y luego sigue una escalera común que conduce a varios departamentos.
Un auto rojo se estaciona. No es la primera vez que lo veo transitar por la mayoría de calles de este barrio gitano. De este, baja un tipo blanco, delgado, mediana estatura y lentes de monturas bien anchas. Asumo que es gitano. Nos vemos de frente unos instantes y parece echarme de su barrio con la mirada. Cierra la puerta del carro sin poner seguro y entra al mismo sitio. Sube las escaleras y hasta donde me encuentro se escucha una conversación (pero no se logra entender porque está en rumano).
El cigarro se termina y nuevamente la calle se pinta de luces azules. Son los agentes del Serenazgo haciendo su ronda. Imagino por su actitud que van a preguntarme qué hago, a quién busco, qué pretendo, por qué no me voy o algo así. “De hecho estoy buscando gitanos y estoy asechando sus casas como un acosador” –dije dentro de la cabeza.
Antes que ellos empezaran la conversación, porque dirigían su mirada hacia aquella esquina, les saludé, contándoles al instante sobre lo interesado que estaba en conocer el modo de vida de los gitanos en este barrio.
Me indicaron que justo al frente de la esquina donde estaba, en la casa angosta de tres pisos, donde acababa de ver entrar aquel gitano de lentes, vivían varias familias de ellos. Señalaron varias direcciones y probables viviendas.
– ¿Cómo son los gitanos? –les pregunté.
–Ellos nos hablan en otro idioma, nos insultan –dice el que maneja.
–Solo hablan entre ellos –acota el que va atrás sujetándose del asa en la parte trasera.
–Me han dicho que son peleoneros… –dije, intentando saber un poco más de lo que Alex Donaire me había contado: que siempre sus fiestas terminan en peleas escandalosas.
–Peleanderos sí son…
– ¿Alguna vez los han llamado (por algún problema o pelea)?
–Nosotros no nos metemos en los líos de ellos –dice el piloto.
–Sus problemas los solucionan entre ellos –agrega el otro que va atrás.
Les comento sobre la crónica y pregunto otra vez si uno se puede comunicar con ellos. Finalmente me recomiendan que hable con los niños que juegan en el parque Virgen de las Medallas.
–Les puedes hablar. Ellos te responden. A veces son medio malcriados, pero sí te hablan.
Decidido entonces a conversar al menos con los niños me dirigí de regreso al parque Virgen de las Medallas para intentar conversar con los niños.
Del pasado particular al general
Habían pasado veinte días desde que los gitanos armaron sus tiendas o carpas en aquel terreno baldío de aproximadamente uno 500m2 en esa ciudad donde solía vivir de niño (Huancayo, por si lo olvidó).
Recuerdo que este terreno pertenecía a un parque llamado Miguel Grau Seminario. Ese pedazo de tierra era como un apéndice descuidado del parque: el césped sin cortar, sin cercos o delimitaciones y sin bancos ni veredas. Como si no hubieran sabido qué hacer con aquel pedazo de tierra.
Por ese motivo nadie reclamaba nada a los gitanos que lo ocuparon casi por dos meses. Al cabo de quince de días de novedad, nadie volteaba a verlos. Parecían haberse vuelto parte del paisaje del parque.
Una tarde de sol en la que llegaba del colegio, caminando por una de las veredas del parque para llegar a casa escuché algo… «Pst». Al voltear solo encontraba a una señora delgada, de ojos verdes azulados, hipnotizadores, vestida con un faldón colorido y un pañuelo en la cabeza (los pañuelos también simbolizan el matrimonio).
Estaba dentro de la tienda, alrededor habían varios costales grandes y ropa tirada por doquier. «Pst» La mujer me estaba llamando. Estiró el brazo y con un movimiento de la mano me llamó. La curiosidad movió mis pies hasta la tienda. Me invitó a sentar. Lo hice. Me pidió la mano izquierda. Se la di. Preguntó qué quería saber. Nada, le respondí. Entonces empezó a hablar en un idioma desconocido hasta entonces (era Romaní). Luego anunció que la vida iría bien, también dijo que era una buena persona. Le creí porque tenía nueve años. Luego de eso me soltó con violencia la mano y me dijo que le pagara. Tenía unos centavos en el bolsillo y, algo asustado, se los entegué, recalcando que no tenía más dinero y que ya me iba. “Chau, señora”.
– ¡Dile a tu mamá que lavo ropa! –la escuché decir a lo lejos.
Muy similar a la forma en la que la gitana me captó la atención e hizo que le diera la última moneda que tenía, la prensa de inicios de siglo, más de cien años antes, describía esta mecánica de captación de clientela:
“…Hay entre ellas una mujer, como de cuarenta años, que a pesar del desaseo de su raza, revela haber poseído una hermosura poco común. Es alta, esbelta, de hermsísimos ojos: tipo romano bien modelado. La manera de ejercer su industria, es llevar a un lugar apartado a los bondadosos o desocupados que aceptan su ofrecimiento, fuera de las miradas de profanos, y allí examinan las manos, obligando al que consulta, a introducir una de estas bajo las ropas superiores de la mujer, y luego pronuncia su sentencia…”.
“Gitanas”. El Comercio, julio 17, 1889
Al llegar casa hablé con mi madre sobre lo que acaba de pasar. La apariencia de la mujer, realmente era de una harapienta. Parecía que estaban pasando hambre. Tal vez sus noches de funciones circenses no daba tanto dinero para alimentar a más de 18 personas. Sin embargo, La advertencia de este aspirante a cronista fue tajante. No podía acercarme nunca más a aquella señora de ojos atractivos, por la posibilidad de sufrir un rapto.
En otro artículo publicado en el mismo medio comunicación, una nota periodística culpaba a la comunidad gitana –que tenía entonces poco más de una década en Lima- de la desaparición de menores, haciendo deducciones y conclusiones flojas respecto a la autoría de dichos delitos:
“LOS LADRONES DE NIÑOS. LOS GITANOS.
En todas partes del mundo la inmigración está sujeta a una reglamentación especial. Ni entran a otros países todos los que quieren ni dejan de prestar a su entrada, si es que se les admite las garantías necesarias. Pues el caso de la inmigración asiática, cuya venida al Perú ha condenado “El Comercio”, existen otras inmigraciones, la de los gitanos, especie de parásitos, de los cuales tenemos aquí, desde hace días una tribu sobre la que no sabemos que vigilancia ejerza la policía. En todas partes la aparición de estos gitanos coincide a la desaparición de niños. Una de las fuentes de recursos con que cuentan esos vagabundos es principalmente la venta de niños robados. Los empresarios de circos, compran a buen precio chicos de buen aspecto, a quiénes a fuerza de látigo y de malos tratos enseñan a ejecutar las pruebas más atrevidas. Gran parte de esas criaturas desgraciadas provienen de los gitanos, que recorren el mundo, dándoles caza. En los días en que esta misma tribu se encontraba en Valparaíso se verificó allí robo de varios niños. De uno de esos robos da cuenta el párrafo que reproducimos”
“Los ladrones de niños. Los gitanos”. El Comercio, Abril 14, 1908
De la misma manera en que la carpa colorida de aquellos gitanos apareció de repente, varias bolsas negras de basura aparecieron en reemplazo de esta un mañana. Aquello fue lo último que los vecinos lograron verían de su paso por el barrio.
- Lectura gitana de una mano
A lo largo de las visitas al barrio de los Rom en el distrito de San Luís la duda que invadía el cerebro del aspirante a cronista era poder tener un contacto cercano con algunos de los gitanos que conviven con estos limeños con quienes ya había conversado.
Había cruzado miradas con varios de ellos en el Parque 2 (el cual no tenía monumento ni placa recordatoria). En los primeros paseos por el barrio había intentado conversar con algunas gitanas sin recibir respuesta y, en alguno de estos intentos, recibía palabras dichas de mala manera en romaní. Y en otro, un esposo gitano enojado, se acercaba rápidamente al lugar donde estaba parado y casi gritando me pidió que me largara.
Estuve junto con otros comprando en las tiendas. La mayor parte de las compras que vi incluían dulces, como había mencionado Estela Castillo en una de las primeras conversaciones con los vecinos de ese barrio.
Entre las calles Oviedo y Alava hay una panadería. Los dueños serían de alguna ciudad de la sierra del país. La señora detrás del mostrador mantenía un acento característico y siempre estaba mirando el video de una danza folklórica llamada “La Huaconada”.
El lugar es bien iluminado, al costado tiene una especie de patio con un par de mesas para los que quieran sentarse a comer un pastelillo.
Una mujer con varios años encima entra a la tienda. Es gitana, se le ve en los ojos profundos y verdes encima de unas ojeras obscuras, en el color de la piel blanca, en la nariz alargada, en la silueta –aunque regordeta, dejando la sensación de haber sido pintada por Botero- de caderas más anchas que la cintura, y en la forma para emitir el sonido de cada palabra al hablar.
La acompaña una niña silenciosa, como la entrada al barrio de los gitanos. Compran dulces y panes.
La mujer alza la voz para ser atendida. Cada palabra que pronuncia se escucha con claridad desde cualquier parte de la panadería. A su compra le agrega un paquete de golosinas que coge de un aparador cercano. Pareciera que tira el paquete, como si se tratara de una adolescente enojada, y hace lo mismo con el billete que saca del monedero para pagar. Al fondo se escucha La Huaconada y el olor de panes frescos se escapa del horno hasta las narices.
La mujer coge la bolsa con sus compras, sale de la tienda rápidamente. Conversa en romaní con la niña silenciosa y desaparecen de la escena.
Regresé al parque de la Virgen de la Medalla (Parque 2) a las ocho de la noche. Hice mía una banca para seguir observando. Hay unos niños gitanos jugando en los columpios que están detrás del monumento a la virgen. Pienso si debo seguir el consejo de los agentes del Serenazgo y hacerles unas preguntas.
De pronto, de uno de los cuatro caminos del parque se ven venir dos mujeres, quienes visten unos negros faldones. Delante de ellas se acerca también un niño subido a un ‘scooter’, se les adelanta, pero de cuando en cuando regresa y conversa con las mujeres.
Cuando están a unos cinco o cuatro metros de distancia reconozco a una de ellas, es la mujer que compraba dulces en la panadería. La otra gitana podía ser su hija. Al mismo tiempo, esta podía ser la madre del niño regordete del ‘scooter’, quien al ver a los otros niños no dudó en sumarse al juego del columpio.
Las mujeres se sientan en una banca, cruzan las piernas, mi miran observándolas y desvío la mirada hacia cualquier parte del parque. Para escuchar algo de lo hablaban, me puse de pie y cambié de banca. Pero al sentir mi cercanía cambiaban el lenguaje de español a romaní. Estaban a la defensiva.
Tenía la grabadora en el bolsillo derecho de la casaca. Se me ocurrió, en primera instancia, acercarme como a las otras personas y contarles de este trabajo. Sin embargo, las opiniones que había obtenido de los vecinos se convertían en algo que me encadenaba a la banca de ese parque. Dudaba. Quizá esa era la única oportunidad de poder conversar al menos con un representante de la comunidad gitana de San Luís: personaje principal de esta crónica.
La mujer más joven se pone de pie. Recibe tal vez unas instrucciones y regresa por donde vino. Camina apurada bamboleando las caderas con violencia.
Estaba sola. Mirando de vez en cuando a su nieto jugar, a ratos con el scooter y con los gitanitos del columpio. La mirada la tenía perdida en el horizonte o en la pared blanca de ladrillos que le pone punto final a ese extremo del parque.
Tenía la mano dentro del bolsillo con el dedo pulgar sobre los botones de la grabadora. “Rec”. Me levanté de la banca y me acerqué hasta estar frente a ella.
–Disculpe la molestia, señora, buenas noches… -me miraba milimétricamente-. ¿Usted lee la mano? –pregunté en un arranque de nervios.
–Sí, ¿por qué? –preguntó-. ¿Quieres que te lea el futuro?
Afirmé con la cabeza y pregunté cuánto costaba.
–Veinte soles –advirtió luego de verme de pies a cabeza. En ningún momento noté una mirada de desprecio-. Siéntate., ¿qué quieres saber?
Comenzó la sesión de quiromancia. Sus visiones eran positivas. La línea de la vida era larga. El amor estaba en mi camino. Haría un viaje en el futuro. Tenía que esforzarme más para alcanzar a mis metas. Mientras más iba gastando las preguntas, buscaba la manera de preguntarle algo que no la haga sentir incómoda y que, finalmente, terminara la única oportunidad de conversar frente con una gitana de la urbanización Javier Prado en San Luís.
–Tienes que ser positivo y poner mucho empeño en todo lo que hagas…
– ¿Le puedo hacer una pregunta?
–Dígame.
–No es sobre mí. La verdad es que soy bien curioso. La primera vez que vi un gitano fue cuando era un niño, yo no vivía aquí en Lima.
–No tiene nada de malo ser curioso, así somos los seres humanos.
–Me dijo, ‘dame tu mano y se la di’. No entendí qué me decía –le contaba que siempre me llamaron la atención desde esa experiencia, que me preguntaba si tal vez pudiera saber más sobre ellos.
–Tú quieres como una consulta, tener un contacto más directo. Conocer las costumbres.
–Sí, exacto, pero sin molestarlos…
–Sí, claro, sin ninguna mala intención.
Antes de hacerle preguntas ella empezó hablando sobre los orígenes. “Nosotros somos de la India y de ahí pasamos a Europa y a América. Originalmente nosotros somos de la india, ya cuando llegamos a Europa nos mezclamos con personas blancas. De la India normalmente son personas…oscuras”.
Le comento que el conocimiento popular que se tiene sobre su cultura dentro del país tiene muchos prejuicios. Pero algo que es conocido a nivel mundial, y que los caracteriza, es su constante condición de inmigrantes.
“Antiguamente eso se hacía (pasar el mundo en un vieja sin destino) pero ya no.” Ellos tienen sus casas, acoto. “¿Casa propia? Claro, comprada”.
Ustedes son gitanos pero peruanos…
“Sí, nosotros hemos nacido en el Perú, somos de acá, pero con ascendencia europea. Primero India, luego Europa y así sucesivamente”
¿Uno puede hacerse gitano?
“Ah, no. Mira te explico. Puedes aprender a hablar el idioma de nosotros, las costumbres y todo. Gitano no puedes ser. Es como si yo quisiera ser china. Puedo imitar a un chino o a un americano, hablar en inglés. Pero de ahí a ser lo mismo, no puedes ser lo mismo. Aunque todos somos seremos humanos, pero las razas son las que…” Por un instante se detiene como si pensara en la siguiente palabra que dirá. Es claro que dentro de la comunidad existe el racismo, pero también existe en todo el país (todos contra todos).
“Aunque religiosamente podamos estar unidos, uno puede ser evangélico, católico, a final todo ellos van a dios”
Entonces uno puede aprender pero no ser gitano.
“Como te digo uno puede hablar chino, japonés. Tú puedes aprender a hablar gitano. Pero tienes que buscar un gitano como tú (para que te enseñe)”
¿Usted podría enseñarme?
“No, yo soy una persona que tengo mi edad, tengo mis nietos y bisnietos en el extranjero. Sería una persona más o menos de tu edad, un gitanito como tú que pueda hacer una amistad para que te enseñe en sus ratos libres”
– ¿Podría pedirle un número para llamarla y contactarme con algún gitano?
–“No tengo teléfono fijo. Como somos acá del barrio, pues, no necesariamente uso.
Trato de escudriñar el por qué pero rápidamente cambia de tema. Por otro lado, hablamos un poco de los medio de comunicación.
–No veo la televisión. A parte de que uno se queda impresionado, también da pena, porque matan por herencias al padre o a la madre. Y en esta vida hay que respetar a los padres, como dice el mandamiento (del antiguo testamento de la Biblia).
Un silencio más indica que las preguntas se acaban. Al no saber que la grababa, la conversación podía empezar a perder naturalidad.
–Bueno, así que se positivo y verás que vas a lograr todo lo que te propones. Cuando quieras volver…
–Volveré –la interrumpo-. Volveré para aprender ‘gitano’.
–Yo voy a estar siempre por acá, siempre paro por acá
– ¿Cómo se dice gracias en gitano?
– Nais Tuké.
– Naituké –pronuncio mal.
–Naís Tu-ké –me corrige. Repito bien la pronunciación y me retiro a la banca donde estaba.
A los pocos minutos de la intervención, su hija, la mujer que se iba apurada contoneando las caderas regresa. Llama al niño del ‘scooter’ y, al parecer, se van a casa. Detengo la grabadora. A la mitad de su camino, me pongo de pie la alcanzo:
–Señora –levanto la voz, ella voltea con una duda en la cara-. ¿Cuál es su nombre?
– Carmen Naaem.
Los niños seguían jugando en los columpios. Hablaban una mezcla de español peruano y romaní o ‘gitano’ en palabras de Carmen Naaem. Incluso utilizan jergas limeñas, como si cada generación se fuera peruanizando más.
Se podría decir con ello su hermetismo va cediendo cada vez más. Pero esto no pasará hasta que los gitanos y los limeños aparten los prejuicios que tienen de sí mismos y la idea de las razas se extinga con la tolerancia.
- Fuentes
- Entrevista a Carmen Naaem en el Parque de “La vírgen de las medallas”.
- Entrevista a Alex Donaire en el barrio de gitanos.
- Entrevista a agentes de serenazgo
- Entrevista a Mario Mucho (en la tienda)
- Entrevista a Estela Castillo (en la tienda)
- Entrevista a Víctor Carrazco (en las calles del barrio.
- Kogan Liuba “Gitanos entre nosotros” El Comercio 2013
-“Los ladrones de niños. Los gitanos”. El Comercio, Abril 14, 1908
-“Gitanas”. El Comercio, julio 17, 1889
-Pardo-Figueroa Thays, Carlos “Gitanos en Lima” 2013, Instituto Rivagüero.
- Asín Fernando “Historia de gitanos”
http://historiadorfernandoarmasasin.blogspot.com/2013/09/historia-de-gitanos.html
- Salazar Eduardo,”Inmigrantes rom”,
http://inmigracionsigloxix.blogspot.com/2010_05_01_archive.html
- “Gitanería Limeña”, Caretas edición web
http://www.caretas.com.pe/Main.asp?T=3082&id=12&idE=1102&idA=63741#.UpROKcTdf
- Pacheco Juan José – “La Llegada de Los Gitanos a Lima”
http://es.scribd.com/doc/145318977/Juan-Jose-Pacheco-La-Llegada-de-Los-Gitanos-aLima
- Moreno Matos Jorge, “Una tragedia gitana” El reportero de la Historia
http://www.reporterodelahistoria.com/2011/09/una-tragedia-gitana.html
- Foto: Gitano en las calles de Limacon su oso bailador (1915) Variedades.
- Foto: Oso y domador en el campamentogitano (1914) Variedades.
Publicado: 2014-04-01
Una mujer un poco robusta y de arrugas parcialmente profundas está sentada en el banco de un parque del distrito de San Luis. De vez en cuando, mira el jugar de un niño que podría ser su nieto y después el horizonte hasta chocarse con una larga pared blanca de ladrillos. Su nombre es Carmen Naaem. Es una miembro de los gitanos peruanos de la prole de los Rom, originarios de Europa Oriental, que llegaron hace más de cien años al Perú. Aunque aún conservan varios rasgos que definen su identidad como gitanos –el idioma, vestimenta tradicional y signos culturales –; han adquirido otras formas de realizar actividades cotidianas y han aprendido a convivir en un barrio de limeños siendo a la vez gitanos. Quizá también sus vecinos han podido aprender a ser como ellos de alguna manera.
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