Este mes marca lo que son 20 años desde la muerte de Kurt Cobain. Conocido por ser el frontman de Nirvana, pero más conocido aún por ser considerado el ‘vocero’ de una generación y por haber sido convertido en el cliché viviente de un rockstar incomprendido que se volvió inmortal por quitarse la vida en pleno auge mediático de su carrera.

Es cierto que como él hay muchos en el mundo de la buena música (esa que genera cambios), y a la misma vez su historia es bastante particular. Lo increíble de Kurt Cobain es que fue justamente su música, la cual siempre fue su único medio para canalizar y enfrentar sus lamentos, molestias y rencores al vivir una vida de excesos, depresión y bipolaridad, la que marcó la antesala del periodo más obscuro de su vida por elevarlo a un status de héroe de culto que le repudiaba tanto que no lo pudo sobrellevar.

Ese fan de The Vaselines, Daniel Johnston, Neil Young, Stooges vivía ese estado de contracultura en el cual creía apasionadamente. Como sus ídolos, se inclinaba por esa música que explotaba más el auto-consuelo y la lucha personal que aquella que pretendía confrontar el sistema y la cultura del momento. Creó una melodía tan armoniosa como cruda y frenética, tan profunda como simple, con una voz garrasposa y una guitarra distorsionada que parecía que estaba siendo torturada. Sólo hizo eso que sabía hacer mejor para canalizar su disconformidad, y sin querer, en menos de 2 años marcó un antes y un después revolucionando la industria musical mientras se creaba un imperio mediático con su imagen. Un fenómeno que definitivamente ese fan de The Vaselines no pretendía ni quería buscar.

Lo que creó la banda fueron discos con el poder de transmitir, Kurt Cobain creía en esa capacidad nata de la música para comunicar a un tercero. Era una fuente de expresión y de comunicación. Quería comunicar ese dilema que tenía sobre el amor, sobre el rumbo de la sociedad, sobre el dolor, su mentalidad existencialista y la frustración de no lograr descifrarse. Discos que son una especie de radiografía de la cabeza de Cobain.

No sé si la vida de Kurt Cobain fue salvada por el rock o si fue el rock lo que se la arrebató. No sé si el artista ganó al mostrarle el dedo medio a toda esa cultura e industria que se construyó encima de él sin su consentimiento ni aprobación, o si esa cárcel mediática se llevó el premio mayor succionándolo hasta el final con su muerte al inmortalizarlo como ‘el rockstar incomprendido’. Lo que si sé es que en cada canción de Nirvana se escucha esa dualidad enfermiza en la que vivía su compositor, y la genialidad de sus discos se debe a que son de las manifestaciones ‘artísticas’ más sinceras y complejas que se pueden escuchar. Lo trágico es que esa manifestación personal de dolor terminó siendo (por explotación de los medios) más que un arte, una simple moda.