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5 clásicos sanmarquinos

Algunos datos que todo alumno de la Décana de América debe conocer (al menos de oídas). 

Publicado: 2014-05-12

Entrar a San Marcos es todo un ritual de aprendizaje. Ya pasados los días de cachimbo comienza la exploración por los recovecos, espacios secretos, zonas legendarias, los más extraños escondrijos. Hay quienes nunca terminan de aceptar los descubrimientos y pareciera que nunca pasaron por la Décana de América. 

Por ejemplo, aún me sigue sorprendiendo cuando alguien me dice que nunca fue al comedor o que nunca pretendió una estratagema para robarse un libro de la Central.  Más allá de la camaradería, de los debates "alturados" o las críticas a más de un profesor, podríamos considerar como clásicos sanmarquinos a los siguientes puntos: 

Los tubos, el Sky, el Carpediem o cualquier punto de libación

A las salidas de los cursos los caminos ofrecían los bares de la puerta de Venezuela, donde más de uno era atraído por la oscuridad del lugar. Motivado por algún cumpleaños o un agarre, era ley terminar, por ejemplo, en el Carpediem, La Tripa o en La ramadita, con mucha bulla y algún gileo de cajón.

Ahora que si el asunto era beber como cosaco no había, al menos para los de Letras, irse al Sky. El asunto cobraba matices novelescos cuando tu ex aparecía con su nuevo flaco o de repente te topabas con los impresentables de siempre.

Pero si la bebida apremiaba y llevabas en la mochila un ron o un vino el campo de los Tubos (o el parque de los teletubbies para algunos) era el sitio favorito para festejar o conversar hasta que cerraran la universidad. Más de uno habrá llegado zampado a su clase nocturna luego de una tarde de libación.

La Huaca: el lugar obligatorio de peregrinación

Alguien debe haberle propuesto a su flaquita de turno un paseo por las Huacas. La invitación dejaba sentado las intenciones del solicitante. La Huaca es el punto de encuentro de los amantes apurados, por ahí no solo eres el único avezado, mínimo te encontrarás a un par de parejas más, seguramente con una toalla o una casaca sobre la tierra.

Lo cierto es que lo mejor de la Universidad puede ser la tentación por los polvos en los salones tras una clase de española, en los baños, cerca al Estadio o en el así llamado “Parque de los ahogados”. Y es que no solo de bibliotecas vive el estudiante

Cómo sacar libros de la biblioteca

Daba la casualidad que el libro que te urgía para investigar no lo podías sacar de tu facultad o de La central: Se trataba de un único ejemplar que era imposible de sacar, claro, a no ser que tramarás un embuste con algún condiscípulo generoso o que, simplemente, no te ganara la avidez y la astucia por sacarte el libro a plena luz pública y dirigirte a la primera fotocopiadora.

El drama de las bibliotecas no se reduce solo a esto, también tenemos que el libro que necesitas no lo encuentres en ninguna de las bibliotecas san marquinas y tengas que recursearte para obtenerlo mediante un contacto en Cato o en la Ruiz de Montoya.

A esto sumemos que la atención siempre es tan lenta y desatenta. En Letras, salvo que seas flaca y le sonrías bonito al peladito que atiende o al señor de la uniceja, ten por seguro que te tendrán esperando más de 15 minutos o, aún peor, que el libro que andas buscando figure y no lo encuentren por ningún lado.

Las tomas que nunca faltan (aunque no haya ideología)

Las tomas del comedor eran incesantes, las tomas de facultades no se quedaban atrás. En Letras, aunque no hubiera ideología alguna más de uno aprovechaba la experiencia para hacer “chongo”, quedarte con tu flaquita toda una noche en el oscurito, o simplemente usar algún salón como improvisado huarique.

Y es que si por un lado topas con más de un recalcitrante partidario político, abunda más el extremo de quienes desconocen por completo la complejidad de los conflictos universitarios. Como se dice, una vez adentro siempre te preguntas cómo se pueden pasar tantos años en la universidad y solo preocuparte por acabar tu carrera. Mucho de egoísmo e indiferencia ululando entre el alumnado.

Gastronomía sanmarquina

Digan lo que digan en el comedor se come bien, mucho más en el de San Fernando. Claro que conseguir tu bandeja y la colas de espera ameritan mucho de intrepidez y paciencia para sortear cada paso. Imperdibles es el plato por Navidad. Por estas fechas, además, suele ser un símbolo ver a más de un profe con su panetón sanmarquino.

A raíz de las construcciones del proyecto vial los alrededores de la Univesidad no solo adquirieron un parecido con una ciudad bombardeada sino que comenzó en negocio de la comida. Me acuerdo de un señor que preparaba un arroz con leche de polendas, pero me acuerdo más de la señora del higadito que, prontamente, se convirtió en el clásico de un sanmarquino que se respeta.


Escrito por

Christian Elguera

Escritor y corresponsal de literaturas indígenas en Latin American Literature Today


Publicado en

Redacción mulera

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