Al enterarme de la muerte de H.R. Giger lo primero que pensé es que el demonio le jugó sucio. Es decir, un hombre que había dedicado lo mejor de su arte a un arte de espeluzno y sexualidad salvaje muere burdamente como consecuencia de heridas tras una caída de escalera. 

Imagino las muertes de los satanistas en El club Dumas o los castigos de los que todo Thelema sabe que puede prodigar el demonio Choronzon (la locura como el menor de los males), y así quizá hubiera soñado morir Giger, quizá desaparecer misteriosamente como Abdul Al-Hazred.

Estas cavilaciones no son infundadas si consideramos la dedicación de Giger al satanismo. No solo se trato de representanciones artísticas (como en el caso de los dibujos "Lilith and Baphomet", "Satan I" o la escultura "Life Support") sino a que fue parte de una de las sectas del temible Aleister Crowley. Al respecto declaró en una entrevista con Geeorge Petros: “Intenté estudiar sus libros y su sistema de magia y encontré alguna dificultad para entenderlo” .

Giger entiende el satanismo en su trabajo como símbolos de trascendencia o sabiduría, tal es el sentido que tienen las serpientes, los pentagramas o los espíritus como Baphomet. Asimismo, su Necronomicon es un despliegue de imágenes que nos inician en un mundo que tiene como principales influencias el terror, la muerte y el sexo: tres caminos de iniciación. 

Igualmente habría que atender la tendecia sádica de Giger. Así, la calificación de “biomecánico, que se le ha dado a su trabajo, debe entenderse como la máquina que penetra los cuerpos para producir un deseo abyecto. Hay un sadismo por crear un cuerpo intervenido que deja de ser humano y se torna bestial, y Giger consigue despertar una atracción por lo monstruoso. Al respecto, en su arte pareciera cobrar vida la oscuridad de más de un Creepy-Pasta.